lunes, 7 de abril de 2008

Entrevista a Francisco Fernández Buey.

La utopía como un ideal regulador, como una hipótesis de trabajo, como una ilusión natural. Un mundo futuro en el que la persona sea el centro de todas las cosas, sin clases, sin poder, sin propiedad, sin explotación. El último libro de Francisco Fernández Buey –filósofo, luchador comunista y profesor–, ‘Utopías e ilusiones naturales’, es un profundo estudio histórico y reflexivo sobre el devenir de las utopías, tan presentes, tan necesarias.

DIAGONAL: La utopía como aspiración y búsqueda, aunque siempre ha estado presente, ha irrumpido con fuerza renovada. ¿Cuáles son los motivos principales de este resurgimiento?

FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY: El renacer de la utopía se puede fechar. Se viene produciendo desde el inicio de la década actual. Y los motivos de este renacimiento son básicamente tres: la agudización del malestar que ha producido en todo el mundo el capitalismo salvaje, eso que se suele llamar globalización neoliberal; la comprobación de que el mundo que ha salido de ahí (el mundo de la guerra y del expolio permanente, de la crisis ecológica global y del aumento de las desigualdades) es un escándalo moral; y la sensación de que otro mundo es posible, de que pensando y luchando con los oprimidos y humillados puede haber alternativas.

D.: Se ha pretendido vender una cierta ‘utopía’ capitalista con aspiraciones como el Estado del bienestar. La crisis que vive el sistema ¿ha podido contribuir también a este renacimiento utópico?

F.F.B.: Sin duda. El Estado del bienestar es una utopía capitalista que resultó negativa en cuanto se empezó a pensar ese Estado globalmente. Para la mayoría de la población mundial lo que los ideólogos llaman Estado del bienestar es, en realidad, un estado generalizado de malestar. El Estado del bienestar generalizado es una imposibilidad material bajo el capitalismo, por razones económicas, sociales, ecológicas y culturales. Sólo con un cambio radical del modo de vida, producción y consumo actualmente dominante se podría hablar con propiedad de un Estado del bienestar.

D.: La utopía está en marcha, pero ¿dónde con más fuerza: en los movimientos altemundialistas?, ¿en los actos de desobediencia civil?

F.F.B.: Hay quienes piensan que el espíritu de la utopía ha quedado reducido a la dimensión estética, a la literatura y a las manifestaciones artísticas. Yo no lo creo así. Las nuevas utopías surgidas en estos últimos años siguen teniendo una dimensión económico- social muy patente. Eso se ve en la utopía ecológico- social del decrecimiento, en las utopías feministas que combinan igualdad y diferencia y en las utopías que se basan en un uso radicalmente alternativo de los medios. Y, sí, los movimientos altermundialistas, desde Chiapas y Porto Alegre, han dado un impulso decisivo a la utopía actual. La desobediencia civil viene a ser la estrategia principal de la utopía en marcha. La desobediencia, consciente y libre, es lo que hace ‘civil’ a una sociedad acogotada por el poder desnudo.

D.: La utopía deja de ser idea para convertirse, no sólo en posible, sino en inevitable con el marxismo. ¿Es ésta su gran aportación?

F.F.B.: Lo que los clásicos del marxismo creyeron ver es que había llegado la hora de hacer realizables las ilusiones emancipadoras de los de abajo. Por eso dijeron que la tarea del socialismo era pasar de la utopía a la ciencia. Tenían una confianza ilimitada en la ciencia. Y eso acabó en cientificismo. Pero el cientificismo es la negación de la tensión moral que siempre acompaña al espíritu utópico. La ciencia ayuda a construir un mundo mejor, pero no lo es todo. En el mundo de los humanos hay muy pocas cosas inevitables (entre ellas, la muerte). Así que el marxismo, que ha hecho mucho por pasar de lo posible a lo realizable, también necesita autocontención en esas cosas. Parafraseando a Marx se podría decir que, para hacer posible ese otro mundo, se necesita tanta ciencia como compasión (por los oprimidos y excluidos, naturalmente).

D.: La sociedad sin Estado parece ser el fin primordial de las utopías, por el contrario, el total sometimiento del individuo a él, el fondo de toda distopía…

F.F.B.: No todos los utopistas modernos han pensando en una sociedad sin Estado, aunque sí la mayoría. La paradoja de la historia del último siglo es que aspirando a una sociedad sin Estado se han construido Estados que han acabado destruyendo lo que de civilidad había en la sociedad. Eso lo han visto muy bien los distópicos del siglo XX. Habría que aprender esa lección. También la utopía ha perdido la inocencia con la que nació en Europa en la época moderna. Vuelvo a lo de la autocontención: más que propugnar una sociedad sin Estado, la utopía concreta del siglo XXI debería pensar en fabricar los bozales necesarios para contener a la bestia, sea ésta Leviatán o Behemoth.

D.: Intentar predecir lo que será el mundo utópico ha sido una traba para conseguir su logro. Como indicas en tu libro, “el detalle acerca de qué ha de ser la sociedad del futuro es precisamente el rasgo característico de la mala utopía”. ¿Bastaría con saber lo que no tendría cabida?

F.F.B.: Antonio Gramsci vio eso muy bien. Los humanos no podemos predecir los detalles del ideal utópico y cuanto más lo hacemos mayor será la desilusión en el futuro. En esto el espíritu utópico contemporáneo debería incorporar las palabras de Maquiavelo: “Conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlo...”. Mala utopía es aquella que propugna imposibilidades materiales para la condición humana, y encima las detalla. Pero no basta con intentar saber lo que, por razones materiales, no tendrá cabida en el mundo del futuro. Podemos, sí, esbozar o pergeñar los principios político-jurídicos más generales de la sociedad alternativa a la que aspiramos. Y eso, creo, es lo que se intenta hacer ahora en el seno de los movimientos altermundialistas.

D.: ¿Qué dimensión tiene para ti el llamado ‘movimiento de movimientos’, palanca actual del sentido sociopolítico de la utopía?

F.F.B.: El ‘movimiento de movimientos’ es socialmente lo más importante que han producido el pensamiento y la acción alternativos de los últimos tiempos. Escribí sobre esto hace unos años en un libro, Guía para una globalización alternativa, y, a pesar de que últimamente el ‘movimiento de movimientos’ ha decaído, lo mantengo. En la teoría y en la práctica de este movimiento, que enlaza con la red de redes, veo el bosquejo de lo que podría llegar a ser la nueva Internacional que necesitamos.

D.: El poder ha intentado siempre deshonrar la palabra ‘utopía’, usando términos como ‘imposibilidad’, ‘demagogia’, ‘locura’; pero ¿debemos convencernos también de su posibilidad? ¿Estamos preparados?

F.F.B.: Por lo general, estamos poco preparados. El poder suele seguir dos estrategias que acaban resultando complementarias: por una parte, deshonra la palabra ‘utopía’, como dices; y, por otra, te da cínicamente palmaditas en el hombro si te declaras utópico y dejas para las calendas griegas la aproximación al otro mundo que propugnas. Lo primero da miedo y lo segundo apoca. Pero, a pesar de eso, y a diferencia de lo que ocurría hace un par de décadas, cada día oigo a más jóvenes utilizar el término ‘utopía’ en un sentido positivo. Y eso me parece un buen síntoma, pues una de las cosas más serias que podemos hacer ahora es precisamente impedir que el poder se quede con las grandes palabras de las tradiciones de liberación, y las deshonre. La lucha por el sentido de las palabras es parte de la lucha social. Y recuperar el buen sentido de la palabra ’utopía’ merece esa lucha...

Ciencia ficción y utopía
D.: Es muy interesante el estudio que haces de la literatura de ciencia ficción como importante difusora del mundo utópico, además de filósofos e ideólogos…

F.F.B.: Pues lo agradezco mucho, porque lo he pasado muy bien leyendo libros de ciencia ficción y escribiendo sobre eso. Corre por ahí la idea de que la literatura de ciencia ficción es literatura de segundo orden. Es, además, muy corriente el tópico de que los autores de ciencia ficción han sido mayormente distópicos y antisocialistas, lo cual es inexacto. Para abordar ese capítulo hay que adoptar un punto de vista transversal, pues hay más filosofías en el mundo de las que caben en la cabeza del filósofo licenciado, y algunas de ellas, y buenas, porque no eran sólo literatos sino también pensadores, se las debemos a autores como Aldous Huxley, Arno Schmidt, Stanisnlaw Lem o Ursula K. Le Guin.

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