martes, 25 de diciembre de 2007

Lotería: inversión de alto riesgo fomentada por el Estado... ¿social?

...por Manuel de Castro García

Dicen al unísono los medios de comunicación que el 22 de diciembre es un día para la esperanza de los españoles, y pensé que se firmaba un amplio acuerdo de paz en Oriente Medio, o que se decretaba al fin de la precariedad laboral, que es una cuestión que depende directamente de la honestidad y la ideología real del gobierno de turno, como la especulación financiera en detrimento de la producción de la industria o de los servicios.

Pero no, se refieren al sorteo de Navidad, del que dicen que reparte riqueza entre los españoles. Un conocido articulista sostiene, con buen criterio, que esto sucede justo al revés: que en lugar de repartirse el dinero de los que más tienen, la gente con pocos recursos hace un esfuerzo económico para hacer un nuevo ricachón. Y digo yo que hasta es probable que le toque a un millonario previamente consolidado. Se trata del azar, que ha ocupado la práctica totalidad de la escaleta de los informativos de televisión, que pretenden convencernos de que no ha sucedido ningún otro acontecimiento informativo noticiable en todo el día, además de las nubes en el norte y el enésimo partido del siglo, el choque milenarista entre el Barça y el Madrid. Cuando era un redactor de a pie, uno de los mayores esfuerzos ‘periodísticos’ de una Redacción era hacer la cobertura de la Lotería. Un director furibundo nos echaba con la libreta a la calle para que el mundo aparentase girar sobre un lotero generoso o un barcito de pueblo emborrachado de décimos y vasos gruesos con Delapierre, entonces llamado champán. En aquellos tiempos –sin correo electrónico ni documentos digitales- las secretarias ‘picaban’ como posesas los números enviados a través de fax por la Administración de Loterías. Era un esfuerzo sobrehumano de toda la redacción, y un desprecio monumental a los problemas que ese mismo día, como siempre, seguían afectando a las personas de todo el mundo.

Con la omnipresencia de la ‘política de los políticos’ hemos perdido el hábito de reflexionar sobre la política de las ideologías, sobre cuál debe ser el modelo de sociedad más justo sin tener en cuenta intereses electorales, consignas de asesores, encuadres televisivos o faldones de publicidad en los periódicos. La izquierda parlamentaria ha perdido, en buena medida, esta reflexión profunda, bien respirada. Lo que a mí más me preocupa no es que la gente participe libremente de esta actividad que a mí me entristece pero acepto democráticamente. Lo que me molesta es que esta actividad consistente en inversiones de máximo riesgo esté creada, incentivada y publicitada por la Administración Pública (como el consumo del mismo tabaco de Hacienda que prohíbe Sanidad), pues el Estado debería ser el primer agente encargado de que nuestro futuro deje de depender del azar para depender, directamente, de lo que es justo y de lo que se ha ganado o se merece cada ciudadano. En lo que atañe a las oportunidades básicas del ciudadano, el azar es de derechas, y reducirlo a lo mínimo posible es la obligación moral de la izquierda. Y en este presuntuoso país sobran motivos para cortar de cuajo el azar de miles de personas sin vivienda digna, sin trabajo digno, sin una educación completa digna o en una adormecida lista de espera quirúrgica. A esto se debería jugar cuando ya se tienen cubiertas las necesidades básicas, pero si no sucede así se está produciendo una dejación de funciones, se produce un sistema de reparto injusto y se fomenta en la sociedad la falsa idea de que la mayoría de las desgracias del mundo no tienen solución politica.

Este mismo artículo en otros medios es abiertamente despreciado por sus lectores. Es lógico. Pero es sorprendente que entre los lectores de Rebelión nos encontremos con miles de personas que, con más o menos voluntad, acabamos siendo cómplices de ese gran fenómeno de usura estatal garantizada que son los juegos de azar. Que si la lotería del sindicato, que si los décimos del comité de empresa… alucinante.

www.rebelion.org

Lucha de clases: el regreso.

Carolina del Olmo entrevistó al geógrafo marxista David Harvey para la revista madrileña LaDinamo.

La obra de David Harvey se caracteriza por una singular combinación de elementos históricos, económicos y geográficos. En particular, sus ensayos ponen de manifiesto la relevancia de las cuestiones espaciales de escala o marco territorial para comprender una parte importante de los grandes conflictos políticos contemporáneos. La editorial Akal ha publicado en castellano sus últimos libros: Espacios de esperanza (2000), El nuevo imperialismo (2003) o los muy recientes Espacios del capital y Hacia una geografía crítica.

Usted es geógrafo. ¿Su formación aporta a sus análisis algo que se pueda echar en falta en los estudios de otros investigadores de la globalización con los que tiene mucho en común como Robert Brenner o Peter Gowan?

Sin duda, yo me atengo muy a menudo a la noción de desarrollo geográfico desigual en tanto que fenómeno global, un concepto básico en mi trabajo que aúna lo espacial y lo económico, lo que me lleva a centrarme en los mecanismos por los que el capitalismo se reproduce a sí mismo. Supongo que sí, que el geógrafo que hay en mi interior sale a la luz en mis estudios globales.

¿Qué diferencias existen entre su idea de desarrollo geográfico desigual y el concepto clásico de desarrollo desigual –de Samir Amin y otros–, al que se ha criticado por prestar demasiada atención al intercambio comercial?

El intercambio no es en modo alguno un tema menor, pero me parece fundamental pensar en la forma en que se construyen las estructuras de poder territorial, y las relaciones de estas estructuras con, por ejemplo, el funcionamiento de las grandes empresas capitalistas o los flujos monetarios. Otra gran diferencia es que yo no tomo el espacio del desarrollo geográfico desigual como algo dado, sino como algo que evoluciona, que está siendo constantemente producido, reproducido y transformado. No me convence la idea de utilizar la estructura de estados nación como marco dado para comprender el desarrollo geográfico desigual, sin analizar, por ejemplo, la competencia que se establece entre regiones metropolitanas, como pueden ser Madrid y Barcelona.

Mi trabajo procura dar respuesta a la cuestión de cuáles son en cada caso las escalas y los espacios geográficos más relevantes. De hecho, creo que uno de los aspectos que distinguen mi obra de la de otros autores es mi interés por la forma en que el poder se ha ido reterritorializando y cómo se han transformado las estructuras territoriales a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, de manera que, por ejemplo, la competencia entre ciudades por lograr inversiones es hoy un aspecto fundamental del funcionamiento del desarrollo geográfico desigual, mientras que no lo era tanto en los años cincuenta o sesenta.

¿Se ha producido un cambio de calado entre la forma de ejercer el poder en el plano internacional de la administración Clinton y la de Bush?

Desde una perspectiva histórica amplia no creo que se pueda hablar de una ruptura. Lo que ha hecho Bush ha sido embarcarse en una escalada, pero en la misma dirección que Clinton. Ahora bien, una diferencia importante son los grupos de presión que rodean a Bush, que tienen una cierta concepción del orden geopolítico y moral del mundo y poder para hacer prevalecer su postura. Naturalmente, el 11-S les dio la oportunidad para imponerse. Cada vez me parece más obvio que se mueven guiados por un impulso fundamentalmente ideológico y piensan que pueden hacer que las cosas funcionen a su modo, para ellos y también para la economía global.

Se trata de un error catastrófico que a estas alturas va a ser muy difícil rectificar. Y el error es radicalmente distinto de los que cometió la administración Clinton, que se embarcó en la primera Guerra del Golfo, bombardeó Serbia, invadió Somalia y se metió en un follón tremendo, pero luego supo salir a tiempo. Es decir, no es que en aquellos años EE UU no hiciera cosas como las que hace ahora, lo que ocurre es que los grupos de poder que rodean al presidente Bush parecen haber ido un paso más allá: consideraron que no necesitaban alianzas fijas, como la OTAN, a la que veían como un inhibidor de las políticas estadounidenses, y prefirieron sacarse de la manga una coalición de los leales, los que están con nosotros frente a los que están contra nosotros... Y no sólo han buscado una mayor flexibilidad organizativa, también han optado por una política preventiva: no es necesario ser atacados, basta una mera amenaza para emprender acciones militares.

Luego sí se puede decir que ha habido un cambio entre las dos líneas de política exterior. Ahora bien, es interesante ver cómo muchos de los cabecillas de estas políticas están desapareciendo del gobierno, y los que quedan, incluida Condoleezza Rice, están tratando de descolgarse poco a poco de esta línea y volver a una política más parecida a la de Clinton. En definitiva, yo situaría la principal diferencia entre los gobiernos de Clinton y Bush en un gran, catastrófico error dentro de una misma línea política.

En ocasiones ha sostenido que la escalada militar de la administración Bush es en cierto modo un síntoma de la pérdida de poder estadounidense, debida a la debilidad económica del país.

Una noción como “pérdida de poder” es siempre relativa. En términos de producción económica y poder financiero EE UU es todavía una potencia extraordinariamente importante, pero no tanto como en los sesenta –una época en la que nadie podía desafiar su posición– y debería, pues, acostumbrarse a jugar como un igual entre otros, tanto en la arena política como en la económica. En términos de influencia política, lo que se está viviendo es uno de los efectos curiosos del fin de la Guerra Fría: gran parte del mundo ha dejado de necesitar a EE UU como protección frente a la Unión Soviética y cada vez hay más gente que le dice no. Diría que éste es uno de los motivos por los que EE UU se ha embarcado tan a fondo en la guerra contra el terror: vivir en un entorno bélico global les podría devolver su capacidad de presentarse como protectores, y en estos momentos, les está sirviendo para manipular a diferentes estados.

Supongo que una de las razones por las que Aznar apoyó a Bush en la invasión de Irak tuvo que ver con el problema de ETA y no me extrañaría que dentro de cincuenta años se descubriera que si ETA abandonó la tregua fue en parte porque EE UU había dejado de apoyar la política antiterrorista del gobierno español. Y algo parecido habrá sucedido con Blair e Irlanda del Norte. Pero mi impresión es que a pesar de estas manipulaciones, nadie se cree esa gran guerra contra el terror que plantea EE UU. Creo, pues, que en este momento el país atraviesa por una situación de debilidad, y por eso tiende a echar mano de su principal activo: el poder militar. Ahora bien, una de las cosas más interesantes que está mostrando la Guerra de Irak es lo limitado que es el poder militar estadounidense. Es increíblemente poderoso a treinta mil pies en el aire, pero no sobre el terreno y, desde luego, no pueden ganar una guerra bombardeando.

Una opinión muy extendida sostiene que la Guerra de Vietnam terminó básicamente gracias a la reacción de la opinión pública estadounidense. ¿Cuánto hay de verdad en esta idea? ¿Ve posible en estos momentos una reacción de la sociedad norteamericana que pueda poner fin a la Guerra de Irak?

No cabe duda de que la política interna en EE UU jugó un papel fundamental en el fin de la guerra de Vietnam. Pero también es verdad que en torno a 1970, incluso en las instancias más elevadas del aparato militar, se llegó a generalizar la idea de que era absolutamente imposible ganar en Vietnam, de manera que la idea de que la victoria no era posible y la opinión pública actuaron de forma conjunta. En estos momentos, comienza a ser habitual oír a personas que han abandonado recientemente el aparato militar decir que la Guerra de Irak es también imposible de ganar, por mucho que Bush continúe mandando más y más tropas. En mi opinión, lo que estamos viendo es un movimiento a la desesperada de Bush para intentar superar lo que se ha dado en llamar el “síndrome Vietnam”, mostrando que EE UU sí puede ganar; sólo le quedan dos años para lograrlo, y me temo que nada va a hacerle cambiar de idea.

Usted se declara partidario de recuperar la noción de clase y de lucha de clases, pero, ¿en qué sentido debe ir esta recuperación: en la perspectiva más tradicional de la clase trabajadora o en la de los nuevos movimientos sociales, más heterogéneos y difusos?

Yo no parto de una definición previa de clase; al igual que con el espacio, pienso que es algo que está en proceso constante de formación, disolución y cambio y, desde luego, no se puede obviar que en los países capitalistas avanzados, durante los años setenta y ochenta, con la desindustrialización y la pérdida de empleos tradicionales, se produjo una gran transformación del sentido del término “clase”. Ahora bien, la clase es una relación de poder, y una de las cosas que cada vez me resultan más obvias, y creo que deberían ser evidentes para cualquiera, es que en los últimos años se ha producido una reforma en profundidad del poder de clase de las clases altas, una reestructuración espectacular que ha desembocado en la existencia de una clase dominante extremadamente poderosa, capaz de manejar los medios de comunicación, el mundo de la cultura, la educación...

En definitiva, estamos ante una cristalización de una nueva clase dominante inmensamente rica y que usa su poder para ser aún más rica, luego parece lógico identificar las fuerzas que podrían oponérsele o limitar de algún modo lo que esta clase dominante está haciendo. Se trata de pensar en alianzas entre grupos y personas que se encuentran en situaciones diferentes, y entre los cuales continúa habiendo un elemento muy significativo de lo que tradicionalmente se ha considerado la clase trabajadora, si bien en estos momentos el movimiento obrero se localiza, por ejemplo, en China donde, de hecho, hay una intensa actividad política que quizá no alcanzamos a reconocer o entender, pero cuyo desarrollo en los próximos veinte o veinticinco años puede ejercer un impacto brutal sobre el funcionamiento de la economía mundial.

Hay otros procesos que están generando grandes resistencias al funcionamiento del capitalismo neoliberal y que tienen que ver con lo que he llamado “acumulación por desposesión”, una idea central: la gente está siendo desposeída de lo que les pertenecía, a través de nuevas rondas de privatizaciones se les está despojando de lo que era una propiedad común. La resistencia de los movimientos sociales frente a estos procesos constituye, formalmente, una importante lucha de clases, que es fundamental reconocer como tal. Se trata, pues, de buscar alianzas entre la gente que está siendo desposeída por todo el mundo y, a su vez, forjar alianzas entre estos grupos y los movimientos de la clase trabajadora más tradicionales de China, Indonesia y demás.

La cuestión de quién se va a oponer a esta tremenda concentración de poder sigue abierta, pero no creo que la oposición pueda plantearse exclusivamente en términos de políticas de identidad. La resistencia debe establecerse en términos de poder de clase y contar con alianzas de fuerzas que pueden incluir movimientos identitarios y movimientos sociales que de un modo u otro sean capaces de poner cortapisas al proyecto de la clase dominante.

Aunque de nuevo nos encontramos con un desarrollo geográfico muy desigual en cuanto a las resistencias, la situación general en estos momentos me parece muy volátil. Si comenzara una recesión económica seria, algo bastante probable en EE UU, la situación de inestabilidad podría desembocar en un cambio importante, con la incertidumbre de no saber si todo va a girar a la derecha o a la izquierda. En cuanto a la situación europea, me parece bastante ambigua en estos momentos, no está claro si la UE avanza hacia un modelo verdaderamente neoliberal o hacia una formación más socialdemócrata.

Es cierto que en algunos ámbitos hay una ambigüedad entre neoliberalismo y socialdemocracia que hace complicado comprender lo que está sucediendo en Europa, pero, por ejemplo, el desarrollo de la política fiscal muestra un sesgo claramente neoliberal.

Desde luego, y es un tema fundamental que constituye la marca global del neoliberalismo, hay una política fiscal basada en la exacción de impuestos a las clases trabajadoras, a los salarios y no al capital. En EE UU, por ejemplo, la presión fiscal sobre las ganancias derivadas de las acciones es extraordinariamente baja, mucho más baja que sobre los salarios, así que los asalariados, con sus impuestos, están sosteniendo a la gente que vive de los ingresos financieros. Para mí esto es un escándalo tremendo, una situación de la que la gente no es consciente y de la que apenas se habla y que va a ser difícil cambiar, debido en buena parte al control de los medios de comunicación por parte de grandes empresas y grupos de poder beneficiarios de esta política fiscal.

En una entrevista reciente, decía usted que no le extrañaría que el comportamiento irresponsable de EE UU en el manejo de su propia economía tuviera algo de estrategia dirigida a provocar el hundimiento del sector público, y abrir así al capital privado todo un sector económico, en un ejemplo más de acumulación por desposesión.

Es la táctica que utilizó Reagan y que está hoy muy bien documentada, consistente en acumular una deuda muy importante, para a continuación lanzar la idea de recortar todos los servicios sociales; hoy se sabe que la creación de déficit en aquellos años fue una estrategia deliberada orientada a provocar esos recortes. Esta situación condujo a una recesión económica en 1981 y 1982 que en cierto modo fue diseñada por la administración Reagan. No me sorprendería saber que en estos momentos están siguiendo una estrategia parecida, acumulando déficit con el objeto de provocar recortes importantes en la seguridad social, aunque no creo que les esté funcionando.

Ahora bien, también puede uno imaginarse un crash mucho más amplio y preguntarse quién se beneficia de este tipo de crisis, por ejemplo, de la grave recesión en Argentina en 2001. En aquel caso, lo verdaderamente interesante fue la cantidad de dólares que afluyeron a Miami y a otros lugares, y que tan sólo tres meses más tarde valían más del triple debido a la devaluación de la moneda argentina, de manera que los ricos que habían sacado su dinero del país podían volver tres veces más ricos de lo que habían salido. Creo que en estos momentos hay gente en EE UU que piensa que podría sacar un gran provecho con una crisis económica seria.

Resumiendo muy burdamente su definición del neoliberalismo, se podría decir que para usted es una estrategia destinada a remontar la crisis de 1973, centrada en lograr una gran acumulación de poder para las clases dominantes. Pero tanto usted como otros estudiosos han señalado que no parece estar funcionando, ya que los beneficios globales no han recuperado los niveles previos a la crisis de 1973.

Lo que sucede es que la estrategia neoliberal sí está funcionando en el sentido de que los ricos se están haciendo cada vez más ricos, pero no en el sentido de que se esté generando una mayor riqueza. Es decir, lo que estamos presenciando es una redistribución de la riqueza aún más desigual e injusta, que tiene mucho que ver con la acumulación por desposesión de la que hablaba antes: es el auge del capitalismo depredador, del capitalismo gangsteril. En una situación en la que hay un desarrollo económico potente, los ricos pueden obtener beneficios de ese desarrollo, pero eso no es lo que está sucediendo en estos momentos: hoy lo que ocurre es que los ricos están haciéndose con una parte mayor del pastel en una suerte de robo legalizado.

En La apuesta por la globalización, Peter Gowan parecía pensar que si a finales de los sesenta y principios de los setenta tanto EE UU como las clases dominantes hubieran aceptado un ligero recorte de poder, el desarrollo económico guiado por las políticas keynesianas podía haber continuado. ¿Usted lo ve así o cree que esa fase de desarrollo se había topado ya con su límite?

Creo que las políticas keynesianas atravesaban serios problemas a comienzos de los setenta, pero, en cierto modo, en ningún momento hemos dejado de ser keynesianos, como se puede ver, por ejemplo, en la financiación del déficit. La diferencia es que la redistribución, que solía ir de los ricos hacia los pobres, con el keynesianismo neoliberal ha comenzado a circular en sentido inverso. En los setenta, el problema tuvo que ver en gran medida con el hecho de que la izquierda no tenía un modelo económico alternativo que les permitiera manejar la crisis de la economía keynesiana y consolidar su poder frente a los ricos. Pienso, por tanto, que una de las cosas importantes que debemos hacer es arreglar las cuentas con los errores que cometió en los setenta la izquierda y que la llevaron a desaprovechar la oportunidad de cambiar el mundo; cuando llegó el momento no supieron qué hacer y se limitaron a intentar cuadrar las cuentas, mientras desembarcaba el neoliberalismo de la mano de Thatcher y Reagan, que sí sabían lo que tenían que hacer.

David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador social marxista de reputación académica internacional. Entre sus libros traducidos al castellano en los últimos años: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004)
LaDinamo, octubre/diciembre, 2007

www.lahaine.org

Televisión: la realidad manipulada a base de emociones.

...por Rossana Rossanda

Rossana Rossanda sobre el libro reciente ¿Quién la vió?, de Norma Rangeri, un despiadado análisis de la televisión, el electrodoméstico que tiene el poder de atraer la atención del espectador, además de una denuncia de la puesta en escena del cuerpo de las mujeres para provocar propensiones adolescentes y voyeuristas. En resumen, la crítica a la colonización de la TV por parte del sistema político para subordinarla a sus propios fines.

¿Por qué las páginas de Norma Rangeri sobre las TV italianas, Rai y Mediaset (Mediaset (Chi l'ha vista?, Rizzoli 2007, pp. 315, euro 17) – documentación pero también escritura llena de humor- dejan pensativo y con mal estar? Porque, incluso para quién no se hacía ilusiones, el desastre parece peor de lo que se sospechaba: lo que aflora en la pequeña pantalla es solo la parte emergente de un iceberg de tráficos y martingalas que constituyen la base del duo-monopolio audiovisual italiano. Hasta el punto de que el reciente descubrimiento de los intercambios de cortesías entre Rai y Mediaset no es más que una pequeña muestra de ello.

Lo que está deteriorado es el sistema. La culpa también la tenemos nosotros que por la noche nos entretenemos con el telemando en busca de “algo distinto” y antes o después lo encontramos entre la multitud de canales por satélite, aunque no sea más que un documental sobre las excavaciones en Egipto, sobre el pequeño pingüino que se echa al mar por primera vez o el enfrentamiento entre generales en la segunda guerra mundial. Lo suficiente para irse a dormir. Que Rai y Mediaset sean lo que son parece ineluctable, como el efecto invernadero. Estamos acostumbrados. Los que son como nosotros encienden la TV no para tener las noticias, sino para ver “como” las dan. Para una película se va al cine. Y ya es mucho si nos encontramos con las buenas sesiones vespertinas de Santoro, Lerner, Fazio, echamos una ojeada a “Ocho y medio” y nos alegramos de que de vez en cuando aparezcan Arbore o Fiorello. Y así continuamos, hasta que nos aburrimos del juego de los cambios de presidente y directores que no cambian absolutamente nada.

¿Quién se rebela todavía? Forma parte del paisaje. Nos contentamos con lo menos malo. En el fondo Santoro ha vuelto, Fazio está bien, el Tg1 de Riotta es, de todas formas, mejor que el de Mimun. ¿Y si dejásemos de decir que la TV no cuenta, que no cambia ni una cabeza, ni un voto, ni el sentido común de un país sobre el que se vierten horas y kilómetros de traseros femeninos, balazos, sangre, curas, policías y las poderosas memeces de los reality? ¿Sin cesar, de la cuna a la tumba, desde el niño que la madre, cansada, aparca delante del vídeo, hasta nosotros viejos que llegamos a la noche desentonados? ¿De escribir que tanto si gusta como no, ésta es la realidad y no hay más remedio que aguantarla en las ondas? ¿ Qué los padres no tienen más que sentarse delante del vídeo con la prole para comunicarle una distancia crítica – como si a ellos no les atontara también? Y digo ellos para decir nosotros. ¿Quién no se ha quedado pasmado de vez en cuando con Dallas o Beautiful o el paquete de Bonolis?¿No me ha ocurrido alguna tarde de encontrarme enganchada a una historia de Alda d’Eusanio? Falsificada o no, la TV sabe manipular nuestro lado voyeur, los residuos de la adolescencia, la auto-indulgencia que llevamos dentro.

Pero ¿no podría hacerlo con un poco más de inteligencia? Norma nos explica porque en Italia no se puede.

Por mil motivos, más uno completamente nuestro y nacional. De los mil, el primero es que – tiene razón Mac Luhan- el medio es el mensaje. El medio es seductor y te vuelve pasivo. La interactividad es una patraña, puedes escoger el menú, pero son la Rai o Mediaset (y detrás Endemol & C) quienes cocinan, ellos detentan la calidad y los tiempos de suministro, el dominio de la subliminalidad. Un telespectador nunca será lo mismo que un lector delante de su biblioteca. En cuanto a nosotros, que nos hemos rebelado con razón a la crítica edificante, no nos ha quedado más que los residuos, a los cuales de vez en cuando atribuimos virtudes populares y subversivas. Entretanto, la fiesta de las imágenes ha logrado el interesante objetivo de hacernos funcionar más a base de emociones que de reflexión. Somos de los pocos a quienes nos gusta Debord pero nos deleitamos con la sociedad del espectáculo. Si por lo menos se admitiera que la TV es una encantadora de serpientes. Como mucho, un encantador culto de serpientes reflexivas.

Porque, en segundo lugar, dentro de la primacía de lo privado sobre lo público y de las mercancías como relación-tipo, la TV ya no es (si alguna vez lo ha sido) un servicio público y esencialmente incita a la compra. Sobre la pérdida de significado de la palabra público en nuestra cultura ( o estatal, o gubernamental, o privado) han escrito otros más doctos que yo. Sobre el mercantilismo como regla de la TV Carlo Freccero lo ha explicado hace años: no es ella quien concede espacio a la publicidad, es la publicidad quien lo concede a la TV. La mercancía material o inmaterial, lo mismo da desde el punto de vista del mecanismo, rige todo el sistema. Y aquí Norma Rangeri añade – hasta ahora nadie lo había hecho con una tal furia y frialda – que la mercancía más utilizada en TV es el cuerpo femenino: trasero y senos, culo y tetas para decirlo al estilo actual, son el principal ingrediente. No las mujeres, que se trataría de otra cosa, sino algunas partes de nuestra anatomía, el rostro en tercer lugar. Con la complicidad más o menos forzada de nuestras hermanas de sexo – no solamente las azafatas-presentadoras y las “veline”//1 contornean con júbilo el trasero delante de la cámara que lo encuadra desde abajo, sino que las mejores presentadoras exhiben lencería y tirantes, mientras que ministras y profesionales se descubren alegremente piernas y escotes en Porta a Porte (oficina de prensa del parlamento). Italia se inclina delante del Vaticano y apenas vuelta la espalda se precipita no en lo erótico (demasiado complicado) sino en la astracanada. Por lo demás, saberlo y escribirlo no ha comportado ni siquiera para Freccero o Guglielmi producir gran cosa de distinto. Si bien el solo hecho de haberlo pensado – aún admitiendo que sea fácil hacerlo - ha hecho que acabaran marginados o directamente fuera.

Porque, en tercer lugar, y esto es una especificidad del país, a todos nuestros gobiernos, fueran de centro, centroderecha, centroizquierda o izquierda, el sistema les ha ido siempre bien. Ni siquiera han tratado de disimular su desvergonzada propiedad del tinglado. Ha sido propietario Bernabei por la Dc (¿por qué nos hemos escandalizado cuando Vespa ha reconocido que ésta era su editor de referencia?), se ha vanagloriado de serlo Silvio Berlusconi, continua siéndolo el centro izquierda en su primera y segunda edición. La idea de que un servicio público no significa servicio “de” o “al” gobierno ni siquiera roza a nuestra clase dirigente, o bien la roza en los convenios para luego desaparecer rápidamente en la práctica. Si no es del gobierno, la TV ha de ser de tal o tal otro empresario y viva la competencia – el público entendido como autonomía de quién produce y elaboración por parte del usuario, no tiene cabida. La lista que Norma Rangieri nos presenta o nos recuerda es sobrecogedora: chivatos y/o censura, terremoto, ni siquiera subterráneo, en cada cambio de equipo en el palacio Chigi, imposibilidad por parte de la colosal empresa que es la Rai de fabricarse un estilo, un equipo, de darse reglas que no estén a la escucha directa o interiorizada de los poderes en cargo.

Y sin embargo hubo un período, entre 1968 y a principios de los años setenta, durante el cual incluso en viale Mazzini fueron sacudidos por una ventolera. El corpachón reaccionó, hubo indicios de libertad y fantasía – pero ¿cuándo ha sido capaz de imponerse como autónomo? La izquierda, que por aquel entonces no estaba en el gobierno pero pensaba porque pesaba en el país, no tenía en mente otra cosa que quitar de en medio a la Dc, debido a lo cual emergieron sin incidentes el caballero (“no haremos prisioneros”) o el “negociemos” preferido de los excomunistas. Negociemos, se entiende, entre nosotros. Y puesto que la política misma ya no es un proyecto sino una clase que administra, ocupar el medio no significa ni siquiera darle una impronta sino situarse de forma estable en el vídeo, las caras propias y las de los vasallos, de los amigos e incluso de las compañeras de cama transitorias – y adelante todos. De vez en cuando hay una revelación, le sigue el escándalo de los bienpensantes, interviene la magistratura y el espectáculo continua.

No creo que en la época de una democracia menos incorpórea se estuviese mucho mejor, la escena era menos amplia, los conflictos más visibles, una izquierda todavía no quebrada, pero la izquierda presentada por el vídeo era siempre la de la clase dirigente. Pero en la época de los media que parecen como una ampliación de la recepción y de la participación, el terreno de la comunicación se ha vuelto más extenso, sus centrales de mando más descentralizadas e invasoras, la interlocución continua siendo solamente delegada, el máximo común denominador culturalmente hablando es cada vez más bajo, en medio del bullicio que con el fin de la historia ha eximido del deber de pensar.

¿Debía ser forzosamente así? No lo creo. En aquello que llamamos la esfera política, el gigantismo débil y cancerígeno de los poderes, es evidente que el terreno y los medios de la confrontación han cambiado. Ello no ha comportado un crecimiento de la confrontación sino del tumulto, como ocurre en la web, donde son bien pocos los intercambios de ideas dentro del griterío de millones de voces individuales que gritan para existir. Pero la web es libre, todos son iguales y por lo tanto, todos quedan anulados, mientras que la TV es una gran productora de bienes de consumo. Llegados a este punto no hay diferencia entre monopolio o duopolio. Si no se le garantiza una autonomía abierta y rigurosa no hay vía de escape del espectáculo miserable de los infinitos repartos del micrófono y de las innumerables zancadillas para que el adversario no llegue a él. Y el adversario que queda fuera es ilimitado.

Esto es lo que nos grita, con calma y sin piedad, Norma. No creo que haya muchos críticos que tengan “TV amigas”, alguna consideración por alguien. Norma Rangieri no la tiene por ninguno y no debe serle fácil. Desde su heroico puesto de seis horas diarias – un trabajo agotador – delante de la pequeña y maléfica pantalla cuenta todo lo que ve y lo mucho que no se ve. Cosa que la mayor parte de los distintos directores, presidentes y consejeros no han hecho. Si hubiera un partido serio, que no concibiese el viale Mazzini como reserva de caza, le tomaría la palabra. Mañana, rápidamente.

NOTA T.: //1 Presentadoras de un célebre programa satírico de televisión, “Striccia la notizia”, donde las “veline”, mujeres medias desnudas, llevaban las noticias.

Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado], Einaudi, Roma 2005. El lector interesado puede escuchar una entrevista radiofónica (25 de enero de 2006) a Rossanda sobre su libro de memorias en Radio Popolare: parte 1 : siglo XX; octubre de 1917, mayo 1968, Berlinguer, el imperdonable suicidio del PCI, movimiento antiglobalización, feminismo; una generación derrotada; y parte 2 : zapatismo; clase obrera de postguerra; el discurso político de la memoria; Castro y Trotsky; estalinismo; elogio de una generación que quiso cambiar el mundo.


www.sinpermiso.info

La ciudad de Alacant pierde un 25% de sus zonas verdes en una década.

Tenía pocas, y encima Alicante ha perdido el 25% de sus zonas verdes en la última década. Ahora la ciudad se sitúa a la cola de España con tres metros cuadrados de áreas verdes por habitante, según refleja un estudio difundido ayer y elaborado por Els Verds-Esquerra Ecologista.

Los motivos de esta reducción son las obras de infraestructura pública, reformas de parques y jardines y ampliación de viales. Esta formación política recuerda que un estudio de Adena-WWF de 2002 ya situaba a Alicante como la penúltima ciudad española en metros cuadrados de zona verde por habitante, con 3,5 metros cuadrados, muy lejos de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que aconseja entre 10 y 15 metros por habitante.

El estudio fija como variables, la población (310.000 habitantes) y la superficie total de manto verde. Aunque la expansión urbanística haya estado acompañada por algunos parques, como en la zona de San Blas, éstas son "insuficientes" y contrastan con otras zonas donde el incremento poblacional no ha estado acompañado de zonas verdes, como en Babel y San Gabriel. Las reformas de los parques de Calvo Sotelo, Paseito Ramiro y plaza de Luceros, y la implantación de zonas infantiles, ha supuesto una reducción del manto vegetal, pues se ha apostado "por el modelo de suelo duro". Y la construcción de los aparcamientos de López Osaba, Teulada y avenida de la Estación han provocado el arranque de numerosos árboles y palmeras.

www.nodo50.org/tortuga

El diez por ciento de los españoles más ricos gana ya más que el sesenta por ciento más pobre.

Gobierne el PP o lo haga el PSOE, no parece que haya modificaciones en cuanto al reparto de la riqueza. El dato de que el 10% de españoles más ricos gana ya más que el 60% más pobre es del informe realizado por el Instituto de Estudios Fiscales (IEF), dependiente del Ministerio de Economía y Hacienda, y se refiere a los declarantes del IRPF de que dispone. La Agencia Tributaria, así lo avala. El informe, el tercero de una serie referida a las declaraciones del IRPF de 2002, 2003 y 2004, muestra que en el último ejercicio de ese trienio el 10% de contribuyentes más acaudalados dispuso del 32,63% de la tarta de ingresos, mientras que el 60% más pobre obtuvo el 30,65%, dos puntos menos. La tendencia para el siguiente trienio, esto es, 2005, 2006 y 2007 no ofrecerá cambios sino una acentuación sobre lo anterior. En la foto, Botín y Zapatero, dos buenos amigos.

Agencias/ inSurGente.- El informe, muestra que en el último ejercicio de ese trienio el 10% de contribuyentes más acaudalados dispusieron del 32,63% de la tarta de ingresos, mientras que el 60% más pobre obtuvo el 30,65%, dos puntos menos. El restante 30% de declarantes, que correspondería más o menos con la clase media acomodada, se quedó con un 36,72% de los ingresos, de acuerdo con el informe del IEF, al que tuvo acceso Servimedia, que maneja datos del territorio fiscal común, es decir, excluyendo al País Vasco y Navarra.
La serie de tres años en que el IEF ha realizado este trabajo (titulado "La muestra de declarantes de IRPF de 2004: descripción general y principales magnitudes") permite apreciar un lento, pero continuado, aumento de la porción de la renta que va a parar a manos de los más ricos.

Así, en 2002, el 10% más acaudalado absorbía el 31% de la tarta de ingresos, un punto menos que el 60% más pobre. Pero dos años después, el 10% más rico ya aventajaba en dos puntos al 60% con menos recursos: 32,63% de la renta total frente a 30,65%.

Tener y no tener

En 2004, la renta media declarada por el 10% más rico fue de 66.479 euros (con un valor máximo de 16.840.890 euros y un mínimo de 35.988). La renta declarada por el 10% que menos ganaba era de 2.746 eurosEn 2004, la renta media declarada por el 10% más rico fue de 66.479 euros (con un valor máximo de 16.840.890 euros y un mínimo de 35.988). La renta declarada por el 10% que menos ganaba era de 2.746 euros. Entre esos dos extremos, la segunda decila de contribuyentes de mayores ingresos declaró 30.751 euros; la tercera, 24.232; la cuarta, 19.850; la quinta, 16.520; la sexta, 13.994; la séptima, 11.912; la octava, 9.841; y la novena, 7.415.

Las rentas del trabajo suponen alrededor del 80% de los ingresos declarados por la gran mayoría de españoles. Pero bajan hasta el 70% entre dos colectivos: el 10% que más declaran, por la importancia de las ganancias patrimoniales, y el 10% que menos ganan, por la presencia significativa de rendimientos por actividades agrícolas o ganaderas, lo que da a entender que buena parte de los españoles más pobres viven en el medio rural.

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