« La gran distribución comercial (supermercados, hipermercados, cadenas de descuento ...) ha experimentado en los últimos años un proceso, sin precedentes, de expansión, crecimiento y concentración industrial. Las principales compañías de venta al detalle han entrado a formar parte del ranking de las mayores multinacionales a nivel mundial y se han convertido en uno de los actores más significativos del proceso de globalización capitalista. El año 2005, por ejemplo, la empresa más grande del mundo en volumen de ventas y en mano de obra contratada fue Wal-Mart, el "monstruo" de la distribución al detalle. Otras multinacionales como Carrefour, Tesco o Royald Ahold forman parte de la lista de las cincuenta mayores empresas del mundo.
Un monopolio sin precedentes
En el Estado español, el primer supermercado se inauguró en el año 1957 y desde entonces este modelo de distribución y venta se ha ido generalizando, hasta llegar a ejercer a día de hoy un monopolio absoluto en la distribución de alimentos. En la actualidad, cinco grandes cadenas controlan más de la mitad de la distribución de los alimentos en el Estado español: Carrefour, Mercadona, Eroski, Alcampo y el Corte Inglés. Aparte, si sumamos la distribución que llevan a cabo las dos principales centrales de compra (Euromadi e IFA), estas siete empresas cuentan con el dominio del 75% de la distribución de alimentos. En consecuencia, las puertas de acceso del productor o del campesino al consumidor son muy pocas.
Desde la perspectiva del consumidor, en el Estado español, más del 80% de las compras de alimentos se llevan a cabo en los canales de la gran distribución y de éstas un 55% se realizan en tan sólo cinco grandes cadenas: Mercadona, Carrefour (que incluye Día y Champion), Alcampo, Eroski y el Corte Inglés (que incluye Open Cor). Por lo tanto, como consumidores cada vez tenemos menos puertas de acceso a los alimentos y al productor.
Esta situación nos lleva a describir la cadena de distribución de alimentos como un embudo donde la gran distribución ejerce de cuello de botella en la relación comercial entre campesinos/productores y consumidores. Este monopolio tiene graves consecuencias para los diferentes actores que participan en la cadena comercial. Por poner un ejemplo: el diferencial entre el precio en origen de un producto (lo que la gran distribución paga al campesino) y el precio en destino (lo que nosotros pagamos al ’súper’) es de un 390%, siendo la gran distribución quien se lleva este beneficio. Por lo tanto, el campesino cada vez recibe menos dinero por aquello que vende, el consumidor paga más por lo que compra y la gran distribución es quien sale ganando.
Impactos en diferentes ámbitos
La expansión de estos gigantes de la venta al detalle ha tenido un impacto muy negativo tanto en agricultores como en consumidores, en proveedores, en el ámbito laboral, en el medio ambiente, en las comunidades locales, en el pequeño comercio, etc.
Los proveedores (campesinos, productores ...) de las grandes cadenas de distribución se ven obligados a aceptar unas condiciones comerciales, con respecto a los plazos de suministro, a los precios y a las condiciones de pago, muy exigentes y que tan sólo benefician a la gran distribución. Pero el monopolio que ésta ejerce en la cadena comercial obliga a los proveedores a aceptar estos condicionantes.
Así, pues, en los últimos diez años han desaparecido en el Estado español diez explotaciones agrarias al día y la población campesina activa se ha visto reducida a un 5,6% del total. Aparte, la renta agraria disminuye paulatinamente y se produce un constante empobrecimiento de la población en el campo. En la actualidad, la renta agraria se sitúa tan sólo en un 58% de la renta general. Con estas cifras en los próximos quince años el Estado español tendrá que importar el 80% de los alimentos necesarios para alimentar a su población.
El impacto de la gran distribución comercial se deja oír también en el ámbito local donde se implanta, acabando con el pequeño comercio preexistente, con la pérdida de puestos de trabajo, con la destrucción de espacios de encuentro y de sociabilidad como los mercados o zonas comerciales de barrio, generando problemas de tráfico, contaminación ambiental y acústica, etc. Desde los años 80, el comercio tradicional de alimentos ha sufrido una erosión constante. Si el año 1998 existían, en el Estado español, 95 mil tiendas, en el 2004 éstas se habían reducido a 25 mil. Según indican diferentes estudios, por cada puesto de trabajo creado por una gran superficie como Wal-Mart, se destruyen 1,5 en los establecimientos preexistentes.
La explotación de la mano de obra es otra de las consecuencias de este modelo de distribución que afecta a tres tipos de trabajadores. En primer lugar a los empleados de supermercados, hipermercados ... quienes están sometidos a una estricta organización laboral con ritmos de trabajo intensos, tareas repetitivas y rutinarias. En segundo lugar, a los trabajadores del mismo sector que sufren las presiones a la baja en sus condiciones laborales con la excusa de la competencia de la gran distribución. En último lugar a los trabajadores de las empresas proveedoras que tienen que reducir costes laborales para satisfacer las condiciones impuestas por las grandes cadenas. »
Extraído del artículo de Esther Vivas "Supermercados: voracidad sin límites", publicado en Illacrua, nº 156.
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