...por Juan Ibarrondo Portilla
Parece ser la última tendencia económica en España. Si no fuera porque el fomento de la gran obra pública se utiliza desde siempre, como último recurso público frente a la crisis privada, parecería una buena idea. Pero claro, ese último cartucho de los gobiernos suele dar unos resultados mediocres y, además, comporta unos riesgos considerables. Sin embargo, todo parece valer para evitar la perdida de beneficios de las grandes empresas constructoras, tractores de la economía en las últimas décadas. La crisis económica no parece tener vuelta de hoja. Venía siendo anunciada por organismos tan poco sospechosos de radicalidad como el Banco Central europeo, entre otros, que llevan años reconviniendo al Estado Español ante un modelo de desarrollo basado en: la construcción y la vivienda (el famoso ladrillo) como fórmula especulativa que impregna amplios sectores sociales; el capital financiero (la gran banca española que juega en el casino de la globalización financiera mundializada) Las consecuencias: Corrupción masiva, y burbuja inmobiliaria en el primer caso; importante riesgo de crisis ante la inestabilidad inherente a los mercados financieros internacionales en el segundo.
Pero bueno, no importa, siempre queda el recurso de siempre, apretarnos todas el cinturón para, con los recursos obtenidos vía unos impuestos regresivos, o con el ahorro obtenido en la “contención” del gasto social, echar una manita a los próceres de la cementocracia española. Un sector que ya viene reconvirtiéndose hace tiempo en empresas de servicios, que luego son contratadas y subcontratadas por las administraciones públicas. El chollo del siglo: se bajan los salarios a los trabajadores y las administraciones, en cambio, siguen gastando lo mismo, en beneficio (creo que dos y dos siguen siendo cuatro también en la economía posmoderna) de esas empresas que, como digo, ven peligrar sus márgenes de beneficios. Y no lo hacen por usura, no se vayan a creer, sino por el terror cerval que tienen a no ser competitivos en el gran mercado global en el que están metidas hasta las cejas y, finalmente, quebrar, que torres más altas ya han caído. Han metido la pata hasta el zancarrón y no pueden sacarla sin la ayuda de papá Estado.
Han intentado de todo: desde magnas exposiciones universales perfectamente inútiles a infraestructuras del trasporte de más que dudosa utilidad. Construir urbanizaciones fantasma, que permanecen desocupadas la mayor parte del año; macro museos y parques temáticos inmensos, centros comerciales descomunales... en una carrera de gigantismo sin parangón en la historia. Sin importarles, no ya el impacto medioambiental, sino tan siquiera el mínimo equilibrio económico que debe regir incluso un sistema tan irracional como el capitalismo. Y así nos va. Pero ya es tarde para arrepentirse dirán algunos, y continúan en su huida hacia delante al grito de ¡podemos!.
En mi ciudad, que algunos consideran como un ejemplo de desarrollo sostenible, se pretende la construcción de un auditorio que costará 180 millones de euros, tanto como toda la red de centros cívicos que se han construido hasta la fecha, que son muchos y buenos. Todo por tener un edificio emblemático que puje en la feria de las ilusiones del mercado fantasmático internacional. Para que en Vitoria, una ciudad de 200.000 habitantes, se pueda escuchar a las grandes orquestas sinfónicas en un edificio sin parangón, dicen, en Viena o Londres. Además, se pretenden echar por tierra los esfuerzos de hormiga de algunas para construir una ciudad más verde, y quieren construir nuevos barrios innecesarios en zonas con grave riesgo de inundación y gran valor ecológico. Las autoridades vizcaínas, para no ser menos ¡¡faltaría más¡¡ proponen la construcción de ¿otro? Museo Gugengeim en medio de uno de sus escasos parques naturales.
Todo esto no es nuevo. En Vitoria hemos visto una feria del ganado de proporciones descomunales que nadie sabía en que utilizar dada la falta de ganado (ahora es una cancha de baloncesto) o bien una nueva catedral, tan grande, que nadie tuvo huevos para terminar como estaba previsto. Nada nuevo bajo el sol por tanto. Salvo que en estos días de pánico y fiesta el estrambote es de unas proporciones jamás vistas. Veremos como acaba todo esto. De momento, algún familiar directo de ciertas “personas de respeto” en la ciudad aparece pringado en las tramas de corrupción de la Costa del Sol... ¿Ningún periodista tirará del hilo?
www.eutsi.org
Parece ser la última tendencia económica en España. Si no fuera porque el fomento de la gran obra pública se utiliza desde siempre, como último recurso público frente a la crisis privada, parecería una buena idea. Pero claro, ese último cartucho de los gobiernos suele dar unos resultados mediocres y, además, comporta unos riesgos considerables. Sin embargo, todo parece valer para evitar la perdida de beneficios de las grandes empresas constructoras, tractores de la economía en las últimas décadas. La crisis económica no parece tener vuelta de hoja. Venía siendo anunciada por organismos tan poco sospechosos de radicalidad como el Banco Central europeo, entre otros, que llevan años reconviniendo al Estado Español ante un modelo de desarrollo basado en: la construcción y la vivienda (el famoso ladrillo) como fórmula especulativa que impregna amplios sectores sociales; el capital financiero (la gran banca española que juega en el casino de la globalización financiera mundializada) Las consecuencias: Corrupción masiva, y burbuja inmobiliaria en el primer caso; importante riesgo de crisis ante la inestabilidad inherente a los mercados financieros internacionales en el segundo.
Pero bueno, no importa, siempre queda el recurso de siempre, apretarnos todas el cinturón para, con los recursos obtenidos vía unos impuestos regresivos, o con el ahorro obtenido en la “contención” del gasto social, echar una manita a los próceres de la cementocracia española. Un sector que ya viene reconvirtiéndose hace tiempo en empresas de servicios, que luego son contratadas y subcontratadas por las administraciones públicas. El chollo del siglo: se bajan los salarios a los trabajadores y las administraciones, en cambio, siguen gastando lo mismo, en beneficio (creo que dos y dos siguen siendo cuatro también en la economía posmoderna) de esas empresas que, como digo, ven peligrar sus márgenes de beneficios. Y no lo hacen por usura, no se vayan a creer, sino por el terror cerval que tienen a no ser competitivos en el gran mercado global en el que están metidas hasta las cejas y, finalmente, quebrar, que torres más altas ya han caído. Han metido la pata hasta el zancarrón y no pueden sacarla sin la ayuda de papá Estado.
Han intentado de todo: desde magnas exposiciones universales perfectamente inútiles a infraestructuras del trasporte de más que dudosa utilidad. Construir urbanizaciones fantasma, que permanecen desocupadas la mayor parte del año; macro museos y parques temáticos inmensos, centros comerciales descomunales... en una carrera de gigantismo sin parangón en la historia. Sin importarles, no ya el impacto medioambiental, sino tan siquiera el mínimo equilibrio económico que debe regir incluso un sistema tan irracional como el capitalismo. Y así nos va. Pero ya es tarde para arrepentirse dirán algunos, y continúan en su huida hacia delante al grito de ¡podemos!.
En mi ciudad, que algunos consideran como un ejemplo de desarrollo sostenible, se pretende la construcción de un auditorio que costará 180 millones de euros, tanto como toda la red de centros cívicos que se han construido hasta la fecha, que son muchos y buenos. Todo por tener un edificio emblemático que puje en la feria de las ilusiones del mercado fantasmático internacional. Para que en Vitoria, una ciudad de 200.000 habitantes, se pueda escuchar a las grandes orquestas sinfónicas en un edificio sin parangón, dicen, en Viena o Londres. Además, se pretenden echar por tierra los esfuerzos de hormiga de algunas para construir una ciudad más verde, y quieren construir nuevos barrios innecesarios en zonas con grave riesgo de inundación y gran valor ecológico. Las autoridades vizcaínas, para no ser menos ¡¡faltaría más¡¡ proponen la construcción de ¿otro? Museo Gugengeim en medio de uno de sus escasos parques naturales.
Todo esto no es nuevo. En Vitoria hemos visto una feria del ganado de proporciones descomunales que nadie sabía en que utilizar dada la falta de ganado (ahora es una cancha de baloncesto) o bien una nueva catedral, tan grande, que nadie tuvo huevos para terminar como estaba previsto. Nada nuevo bajo el sol por tanto. Salvo que en estos días de pánico y fiesta el estrambote es de unas proporciones jamás vistas. Veremos como acaba todo esto. De momento, algún familiar directo de ciertas “personas de respeto” en la ciudad aparece pringado en las tramas de corrupción de la Costa del Sol... ¿Ningún periodista tirará del hilo?
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