Hemos mutado. La adscripción a las ideas de los post-estructuralistas no se debe a modas académicas o a la utilización de una jerga sino tiene que ver con la necesidad misma de analizar la sociedad actual para minar y socavar sus poderes desde las bases y ser capaz de destruirla radicalmente. Así como ante el mismo fenómeno, surgió una tendencia autoritaria marxista y otra que puso en el centro el problema de la jerarquía, a saber Bakunin, hoy nos hace falta contar con herramientas acordes a las individualidades emergentes para enfrentar las nuevas formas de dominación, explotación, opresión en nuestros cuerpos. De allí que sostengamos que aunque el anarquismo no puede no ser feminista, el paso del tiempo ya puso en cuestión cosas de las que tenemos que dar cuenta, como por ejemplo que el binarismo sexual (varón/mujer) es un aparato ideológico del Estado que, como construcción social, produce una ficción cuyo objetivo es falsificar diferencias económicas, políticas, ideológicas como hechos naturales, y de ese modo, perpetuarlas.
A través de la repetición de esta noción contingente, como así también de toda otra noción sobre las que se asienta “comodamente” el mundo que hasta ahora hemos conocido (familia, propiedad, trabajo, etcetera), se logra la encarnación de las normas hegemónicas en cuerpos e identidades que se presentan como hechos naturales (biológicos).
La anarquía como sociedad organizada sin autoridad, entendiéndose por autoridad la facultad de imponerse, ha demostrado hasta ahora en nuestra región poco interés por los modos y los medios para abordar estos fenómenos. Muchas veces, esto se debe a la constatación de que las minorías sexuales se normalizan y se asimilan en matrimonio, igualdad legal, representación mediática, etc.
Efectivamente gays y lesbianas han dejado de ser un grupo radical, para convertirse en el reservorio de divergencia que alimenta el sistema. Por eso, más que ignorar el fenómeno, es menester llamar la atención sobre las contradicciones y las exclusiones provocadas por las luchas identitarias en busca de igualdad y reconocimiento que contribuyen a naturalizar la violencia de género, y la relación entre violencia y masculinidad, enmascarando la violencia inmanente a las relaciones conyugales y familiares, reforzadas incluso por las leyes de unión civil y derechos para gays y lesbianas, o reproducidas incluso en subculturas) y prácticas libertarias.
Sin una profunda auto-emancipación de todos los presupuestos naturalizados en nuestros cuerpos, productos de la sociedad de control, aún si el Estado fuera abolido, la opresión y las prácticas de dominación contra cierto tipo de sujetos (desde mujeres rebeldes hasta expresiones de género divergentes) persistirían. Y esto ya fue advertido a principio de siglo XX por la anarquista Emma Goldman, a cuyos textos habría que volver con la misma asiduidad con la que se visita a otros. Más aún, si hay un sujeto del anarquismo, históricamente ha sido el oprimido. Por eso la necesidad inmediata, la urgencia física, carnal, de que el anarquismo, revisando sus cimientos, se rejuvenezca puto y contra hegemónico, que se atreva a hacer estallar las bases mismas de la dominación contenida en nuestros corazones, formateados bajo esa lógica, con un crudo rechazo a todo dogmatismo. Hoy queremos recuperar esa noción para poder trabajar con las subculturas trans, entre otras, que en nuestro país se vuelve fuertemente visible en la identidad travesti[1]. No se trata de una apertura pintoresca hacia una variedad de nuevos sujetos ni caer en posturas esencialistas resistentes al devenir, sino un intento concreto de socavar el poder de la razón iluminista, desacralizar los géneros, y las esencias.
La vida tiene el potencial para ser mucho más que “pan, techo, tierra, pareja, procreación”; como ya dijeron las compañeras de la voz de la mujer: “Hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir, decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida”. Hoy planteamos barricadas atomizadas y múltiples que tiendan, mediante las astucias corporales, genitales, sexuales disidentes, no hegemónicas y sus prácticas, a la subversión total y posterior destrucción del sistema heteronormativo, capitalista, totalitario, mediante un proceso de cuestionamiento incesante que resista a cierto proceso de devenir mujer para poder construir incluso otras masculinidades.
Si algo hemos aprendido de la muerte de la hegemonía del positivismo, (es decir, la concepción marxista – históricamente probada incorrecta- de que “la revolución” se lleva adelante científicamente, de la misma forma a través de los tiempos), es que las barricadas son múltiples, porque múltiples son las formas de sujeción y dominación. Las resistencias anarco-queer que hoy estamos pensando en nuestra región giran en torno a la cuestión de “quiénes somos” y “cómo hemos llegado a ser” lo que somos, rechazando la violencia simbólica y material que anula la individualidad, atacando el poder, donde sea que se encarne, independientemente de la institución que lo represente de manera visible. Nuestro acercamiento no tiene por objetivo la liberación de las mujeres de la dominación masculina, basada en una diferencia sexual, sino salir de la lógica dialéctica y binaria sexo/género (varón/mujer) que supone una estructura de dominación vertical y sin fisuras, donde a un lado están los varones y al otro las mujeres, o a un lado los poderosos y al otro los oprimidos. La ansiosa obsesión occidental por desambiguar el sexo pretende reducir la expresión de género al único binomio disponible. La sociedad propone unos precipitados de identidad, más que pensar qué se es, es menester pensar entonces qué procesos de dominación nos han llevado "yo soy esto" para poder dinamitar el binomio varón/mujer como dice la filosofa transgénero Beatriz Preciado y así afirmar la multiplicidad infinita de sexos e identidades inclasficables. Suponemos al varón y la mujer como construcciones culturales basadas en principios visuales y anatómicos que son elevado a la categoría de verdades naturales a la vieja usanza medieval, y que excluyen, como patológicos y anómalos, a quienes no encajan con ellas.
No es que neguemos la realidad de opresión de aquellas individualidades socialmente asignadas como mujeres[2], especialmente cruda en los países del tercer mundo, pero tras décadas de feminismos burgueses, de socialismo autoritario, que legitiman el funcionar del estado, que peticionan y reclaman ante las puertas de las autoridades para que resuelvan los problemas de las mujeres (aborto, trata de personas, contracepción etc), que incluso llegan a pretender dirimir diferencias invocando a la policía, que esencializan y totalizan, envuelven y constriñen bajo el rótulo de mujer a todo tipo de expresiones de género libres , incluso al punto de excluirlas de sus agendas políticas (como ser las mujeres trans), llegamos a la conclusión que el “giro queer” supone tener prácticas feministas sin necesidad de ser mujer, en cualquier punto de inserción de lucha social en el que la individualidad se encuentre.
Así como la corriente anarquista más difundida termina quedando cristalizada en un obrerismo que niega las bases mismas que sustentan la idea, debemos procurar no repetir la misma experiencia no solo en el campo de la liberación de la mujer sino también de todas otras minorías, para no caer en esencialismos autoritarios. Cierta vertiente actual del anarco feminismo sigue insistiendo con que la revolución social anarquista va acabar por sí sola con la desigualdad entre los géneros masculinos y femeninos, y no ven que esa división misma está ya el germen de la opresión del poder sobre nuestras vidas.
Ni binarismo sexual, ni binomio sexo/género, de cuyas lógicas se desprenden las inequidades, las desigualdades, la división del trabajo y sus tareas. Ni ciencia ni ningún otro aparato ideológico de represión, simbólico o material, que nos discipline y controle.
Notas:
[1] La experiencia travesti (que en sudamericana está cruzada fuertemente por clase y etnia, ejercicio de la práctica prostitutiva y un rechazo radical a los aparatos represivos del estado en casi la totalidad de los casos) desmonta el sistema sexo/género al volverlo a montar según otros principios organizadores que contravengan el ideal dimórfico regulador de cuerpos, deseos y placeres.
[2] Para mayor información y datos estadísticos Cf.
http://proyectilfetal.blogspot.com/2007/12/dnde-va-el-acento-repitmoslo-feminismo.html.
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