La vida de Adam Przeworski, 67 años, polaco-norteamericano, estuvo signada desde su nacimiento por los acontecimientos de la política mundial. Nació nueve meses después de que los nazis invadieron y ocuparon Polonia y no alcanzó a conocer a su padre, que fue alistado en el ejército polaco y asesinado por los rusos en la masacre de Katyn. Estudió filosofía en la Universidad de Varsovia y marchó a los Estados Unidos en 1961, poco después de la construcción del Muro de Berlín. A comienzos de los 70 se encontró en Chile con la experiencia socialista de Salvador Allende e inició entonces una línea de estudio sobre la socialdemocracia y los problemas para conciliar el capitalismo y la democracia.
En las universidades norteamericanas desarrolló una prolífica carrera en ciencias políticas, llegando a ser reconocido como uno de los más prestigiosos politólogos contemporáneos. Enseñó en las Universidades de Washington, Chicago y Pensilvania, entre otras, y es profesor de la Universidad de Nueva York. Es autor de numerosos libros y artículos sobre las transiciones a la democracia en América latina y Europa del Este, junto a Guillermo O'Donnell y Philippe Schmitter.
Participó en Buenos Aires de las Jornadas "Repensando políticamente el estado del Estado" organizadas por la Maestría en Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés. Conversó con Clarín sobre las expectativas y desafíos que encuentra Cristina Kirchner al iniciar su mandato presidencial.
Actualmente se habla mucho -y todos parecen coincidir- sobre la necesidad de mejorar "la calidad de la democracia". Pero a la hora de explicar sus contenidos, las opiniones difieren. ¿Cuál es la suya?
Me parece que la forma correcta para pensar sobre esto es la siguiente. Hay algunos casos que no podemos ver como democráticos: comparar si Pinochet fue menos democrático que Videla, o si Stalin fue menos democrático que Hitler, no tiene sentido. Estos regímenes eran dictaduras, claramente, y tienen una puntuación de cero. Ahora bien, esto no quiere decir que no podamos decir que un país es más democrático que otro. Aquí es donde uso al embarazo como analogía. No se puede estar "un poco" embarazada; sí se puede estarlo de un mes, de dos meses, y así. Es posible hacer diferenciaciones. Por ello es que soy sumamente comprensivo respecto de los esfuerzos para evaluar la calidad de la democracia.
¿De qué modo debe evaluarse esa calidad y en qué medida puede representar una
extensión o una restricción a su desarrollo?
El problema con este tipo de esfuerzos es que es muy difícil idear medidas satisfactorias sobre la calidad de la democracia; y uno debe ser muy cuidadoso.
¿Cuidadoso en qué sentido?
Uno debe ser muy cuidadoso porque esta frase, "la calidad de la democracia", se está convirtiendo en un instrumento geopolítico del gobierno norteamericano y de las instituciones financieras internacionales, que es usado para impulsar una agenda política e institucional en varios países. En este sentido, existe una explosión de intentos para probar y calificar "un buen gobierno". Pero ¿qué significa buena gestión desde el punto de vista del gobierno de Kenia o de Indonesia? Significa que el gobierno norteamericano dice "vamos a darles cientos de millones de dólares si hacen tal cosa en su sistema político". Y mucha de la gente que defiende este tipo de agendas no tiene ni idea de lo que hace. Y las consecuencias, como se vio en la década del 90, resultan nefastas.
¿Sería diferente si este tipo de decisiones políticas se basaran en investigaciones sólidas y datos confiables, que tengan en cuenta las características de cada país?
En ese caso me mostraría renuente pero comprensivo igual. No lo sabemos. Digamos que introducimos una justicia independiente. ¿Qué logra una justicia independiente, pongamos, en Ecuador? Leo una nota corta sobre el tema y la conclusión es que una justicia independiente vuelve más baratos los sobornos a los jueces. Cuando los jueces carecen de independencia respecto de los políticos, es necesario sobornar a un político, y éste debe compartir ese dinero con otros políticos para que lo apoyen. Pero las reformas que aumentan la independencia del Poder Judicial lo que logran es "abaratar" los sobornos a los jueces ya que las firmas extranjeras pueden elegir un juez tras otro, eliminando la intermediación de los políticos. De tal modo que el debate sobre la calidad de la democracia debe llevarse adelante con una mayor comprensión de sus consecuencias políticas.
¿Lo que usted está diciendo es que no existe una neutralidad valorativa, una fórmula objetiva respecto de lo que significa mejorar nuestras democracias?
Así es, y que muchas de estas iniciativas ocultan una agenda ideológica. Tomemos, por ejemplo, el ranking de países de la Freedom House. Catalogan a los países según la libertad de la gente para hacer cosas. Es así como EE.UU. ocupa casi el primer puesto. Los norteamericanos tienen libertad para crear partidos políticos y para votar. Pero no forman partidos políticos y más de la mitad de la población no vota, ni siquiera en las elecciones presidenciales. Me parece que esta idea de libertad es un potencial abstracto divorciado de la capacidad para ejercitarla y es además poco convincente y contaminada desde el punto de vista político. Rosa Luxemburgo dijo alguna vez: "El problema no es ser libre sino poder actuar libremente". Dentro de este espíritu, debiéramos preguntar cuántos partidos existen, qué es lo que proponen, y con qué frecuencia compiten y son electos los pobres, por ejemplo.
¿Cómo encuentra en este plano a las instituciones democráticas en la Argentina?
Creo, en primer lugar, que la crisis del 2001, contrariamente a lo que se ha dicho y leído tantas veces, mostró la fortaleza de las instituciones democráticas, no su debilidad. En medio de un descalabro económico y social tan agudo, las decisiones institucionales se fueron tomando según las reglas constitucionales y con arreglos pacíficos. Eso pesó mucho para lograr la recuperación que se produjo en los años siguientes. Lo que no significa que se hayan superado los problemas que ya se veían entonces.
¿Qué viene primero: la recuperación política o la económica?
Mi visión es que hay un éxito económico notable que puso un parche sobre las dificultades institucionales. El papel del Congreso sigue siendo secundario y no se corresponde al que supone el propio régimen presidencialista como gran foro donde se habla y discute, y donde se arriba a algunos compromisos. Los partidos políticos, lo mismo: han dejado de funcionar como representaciones nacionales de las opiniones e intereses del espectro social. Y hay también un serio problema con el federalismo argentino, con una descentralización excesiva y contraproducente. Todo esto aguarda algún tipo de reformas, pero por lo que veo no se ha avanzado mucho.
La flamante presidenta argentina lanzó algunas ideas sobre estas cuestiones: reformas institucionales, pacto social, nuevas fuerzas políticas... ¿Qué opinión le merece?
Creo que Cristina Kirchner tiene varias condiciones favorables, que no tuvieron sus antecesores, para realizar un buen gobierno. El Estado es más fuerte, está menos endeudado, su capacidad para implementar políticas ha aumentado, además, claro, del marco externo que le permite al país sacar grandes provechos de esta fase de la globalización gracias a sus exportaciones de alimentos, o al turismo. Habrá que ver cómo aprovecha estas circunstancias con políticas que sostengan el crecimiento y mejoren la distribución de la riqueza.
¿Cómo abordaría entonces usted el estudio de la calidad de la democracia?
Lo primero que consideraría es el ingreso del dinero en la política. Esto es lo que diferencia realmente a las democracias. La democracia es un sistema universalista, una suerte de juego con reglas abstractas universalistas. Pero los recursos que los distintos grupos aportan a este sistema son distintos. Ahora bien (suelo dar siempre este ejemplo), imagine un partido de básquet que se juegue entre gente de dos metros de altura y otros petisos como yo, que medimos poco más que un metro y medio. El resultado es claro: por más que se respeten y apliquen las reglas de juego establecidas, estamos jugando partidos en condiciones muy desiguales, entre gente que puede gastar mucho dinero y otra que no.
¿O sea que no alcanza con establecer y respetar las reglas de juego para tener un juego justo?
Lo que digo es que cuando el dinero ingresa en la política, el poder económico se transforma en poder político y éste a su vez se vuelve instrumento del poder económico. Esto es lo que estamos viendo en muchos países. Si tuviera que medir la calidad de la democracia, allí donde me fijaría primero es en todas las reglas y prácticas que regulan el ingreso de dinero en la política. Calidad democrática es evitar que el dinero controle a la política.
Adam Przeworski, actualmente profesor de ciencia política en la New york University, fue uno de los fundadores del “grupo de septiembre” de marxistas analíticos que se organizó en el Oxford de los años 80 en torno a personalidades intelectuales como el filósofo Gerald A. Cohen y el historiador Robert Brenner.
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