miércoles, 19 de diciembre de 2007

“Cualquier forma de creencia que no se cuestiona puede resultar peligrosa”

Entrevista a Juanma Sánchez Arteaga

Al ser humano le gustan las cosas ‘probadas científicamente'. Así, pensar que el conocimiento se asienta sobre pilares racionales diseñados en laboratorios da mucha tranquilidad. Pero no todo está tan claro. El biólogo Juanma Sánchez Arteaga desvela en su primer libro el uso fraudulento del método científico y destapa la colección de intereses materiales y morales que esconden las ‘verdades irrefutables' de los investigadores. Lo hace repasando la historia más reciente de la ciencia, que ha avalado el racismo y la esclavitud. Su título, La Razón Salvaje (Lengua de Trapo, 2007).

Arteaga no tiene pinta de científico. Tampoco la tiene su discurso. Doctor en Biología y en pleno periplo por Brasil, duda cuando se le pregunta por qué se decidió a escribir un ensayo que dejara ‘en bragas’ los fundamentos del método científico. Sea cual fuera la razón, lo ha hecho. Y con muchos ejemplos, como la aplicación, durante el siglo XIX, de normas científicas de zoología para ‘criar’ a esclavos afroamericanos. Sucesos atroces que conducen a una pregunta:

DIAGONAL: ¿La ciencia puede ser tan peligrosa?

JUANMA SÁNCHEZ ARTEAGA: Mi libro sólo trata de contribuir a romper el mito de que las ciencias naturales están más allá del bien y del mal, que presentan superioridad absoluta con respecto a otras posibles formas de conocimiento y de interacción con la naturaleza. Cualquier forma de creencia que no se cuestiona puede resultar peligrosísima.

D.: Hay científicos que han validado verdaderas atrocidades.

J.S.A.: Existen infinidad de casos, desde Hiroshima a las biofarmacéuticas actuales. A comienzos del siglo XX se exhibía, junto a un orangután con el que compartía jaula, un ejemplar de africano joven, un pigmeo batwua llamado Ota Benga, en el zoológico del Bronx. Influyentes naturalistas y científicos de la época consideraban que aquella exhibición era verdaderamente instructiva desde un punto de vista científico.

D.: ¿Qué es necesario para generar una ciencia liberada de la lógica del dominio?

J.S.A.: La definición de esa ciencia utópica debería poder realizarse entre todos y todas, es decir, que no sólo decidan los científicos y sus financiadores, los Estados y las grandes compañías, sobre qué queremos saber y cómo queremos aplicar, entre todos, lo que sabemos. Y como decía Galeano, la utopía sirve para caminar. Pero quizá eso ya no sería la ciencia tal y como la conocemos. Quizá eso sería una anticiencia, otra cosa...

D.: En definitiva, desterrar el eslogan ‘probado por científicos’.

J.S.A.: El empleo de la frase científicamente comprobado es uno de los más manidos y burdos trucos publicitarios que pueden usarse para aumentar el efecto verdad de cualquier afirmación disparatada. A lo largo de la historia, la ciencia ha pretendido haber demostrado auténticas barbaridades.

D.: ¿No da vértigo pensar que todo postulado científico es obra humana y que, por tanto, no hay ningún conocimiento objetivo?

J.S.A.: Al revés. Eso debería estimularnos para acercarnos los unos a los otros. Me parece que hay pocas cosas tan fascinantes como intentar comprender qué es lo que el otro tiene que decir, comprender cómo desde su posición las cosas blancas pueden parecer negras e intentar llegar a un acuerdo entre los dos puntos de vista. Creo que el relativismo es la mejor fundamentación filosófica para la noviolencia.

D.: Pero hay verdades irrefutables, como que el agua hierve a 100 grados.

J.S.A.: El agua hierve a 100 grados sólo bajo determinadas condiciones de presión.

D.: Tocado. Otra crítica fácil: desdibujas las fronteras entre ciencia y religión.

J.S.A.: Desde una perspectiva histórica y antropológica, lo que llamamos ciencia es sólo un sistema de creencias relativamente reciente sobre el orden de la naturaleza, circunscrito a un período histórico y a unas comunidades humanas concretas. Con certeza, lo que llamamos ciencia se modificará y se transformará, dando lugar a nuevas formas de interpretar la realidad.

D.: Cuentas en tu libro que hay quien defiende que el darwinismo utilizaba estructuras similares a las de La Cenicienta. ¿Nos siguen contando cuentos?

J.S.A.: Si uno analiza la estructura narrativa de las teorías evolutivas más aceptadas, bajo el mismo prisma con el que los lingüistas estudian los mitos o los cuentos de hadas, la verdad es que puedes llevarte grandes sorpresas. A mí me maravilla descubrir que nuestra forma de explicarnos científicamente quiénes somos sigue tan radicada en el pensamiento mágico como lo estaba, probablemente, en los tiempos paleolíticos.

D.: O sea, que hasta las ciencias son humanas...

J.S.A.: La ciencia es sólo la transcripción histórica del diálogo entre los primates humanos acerca del sentido del mundo. La ciencia es literatura, es arte, es estética. La ciencia es tradición, es social, es política. La ciencia es histórica, es proceso, es filosofía. Sólo hay ciencias humanas, demasiado humanas.

D.: ¿No es un poco osado igualar literatura y ciencia?

J.S.A.: A mí no me parece nada arriesgado. La ciencia es sólo una forma particular de literatura, con una retórica y unos códigos narrativos muy particulares, pero una forma de literatura al fin y al cabo. Cuando uno profundiza en la historia de los conceptos científicos abandonados en la papelera de los siglos, resulta verdaderamente difícil establecer una frontera clara entre la ciencia real y la ciencia ficción.

D.: Una última curiosidad, ¿qué opinan tus compañeros científicos del libro?

J.S.A.: La verdad, a muchos científicos les cuesta tanto leer...

LA ‘MATEMATIZACIÓN’ DE LA ESTUPIDEZ

D.: El libro analiza el lenguaje que emplean los científicos para explicarse. Y, por lo que cuentas, parece que prefieren convertir algo accesible en un galimatías de acceso restringido. ¿Realmente quieren ser una sociedad secreta?

J.S.A.: Un problema que plantean los lenguajes especializados es, como en el caso de las ‘lenguas secretas’, la discriminación que imponen entre quienes tienen acceso a ellos y quienes no. Los científicos deberían esforzarse para que sus mensajes resultaran accesibles, especialmente para las comunidades que se ven afectadas directamente por sus investigaciones. Esa gente debería tener también un derecho a opinar sobre ello, ¿no es así? Es una tarea difícil, que debería complementarse con un compromiso decidido de todos en la lucha por la extensión general de la educación y el acceso democrático al conocimiento en nuestras sociedades.

D.: ¿Y cuál es la estratagema más peligrosa del lenguaje científico?

J.S.A.: La matematización de la estupidez. Pienso, por ejemplo, en la historia de la antropometría... Como decía el matemático y filósofo Whitehead, ¿acaso la fórmula es un conjuro mágico? En ocasiones, la matemática sólo sirve para dar un barniz de profundidad científica a un preconcepto, determinado por un interés. El efecto verdad de cualquier disparate aumenta exponencialmente si se presenta disfrazado detrás de una matemática aparentemente compleja. El público lego no puede hacer más que aceptar que aquella barbaridad ha sido ‘científicamente demostrada’.

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