Hace un año me presenté al puesto de corresponsal en los Territorios Ocupados del diario israelí Ma’ariv . Hablo árabe, he enseñado en escuelas palestinas y participado en numerosos proyectos conjuntos judío-palestinos. Durante la entrevista el jefe me preguntó cómo podría ser objetivo. Había pasado demasiado tiempo con los palestinos, de modo que por fuerza tenía que estar inclinado a su favor. No me dieron el puesto. Mi siguiente entrevista fue con Walla, el sitio web más popular de Israel. Esta vez conseguí el trabajo y me convertí en el corresponsal de Walla para el Medio Oriente. Pronto comprendí lo que Tamar Liebes, director del Instituto de Comunicación Smart de la Universidad Hebrea, quiso decir cuando afirmó: “Periodistas y editores se ven a sí mismos como actores dentro del movimiento sionista, no como outsiders críticos”.
Con esto no pretendo decir que el periodismo israelí no sea profesional. Los diarios, la televisión y la radio persiguen con encomiable determinación y rigor la corrupción, la decadencia social y la deshonestidad. El hecho de que los israelíes supieran con pelos y señales lo que el ex presidente Katsav hizo o dejó de hacer con sus secretarias demuestra que los medios de comunicación desempeñan su función de guardianes, incluso a riesgo de provocar una situación embarazosa a nivel nacional e internacional. El oscuro cambalache del apartamento de Ehud Olmert, los negocios de la misteriosa isla griega de Ariel Sharon, el secreto affair amoroso de Binyamin Netanyahu, la cuenta bancaria americana secreta de Yitzhak Rabin… todos esos asuntos son discutidos con entera libertad en los medios israelíes.
Ahora bien, cuando se trata del tema de la ‘seguridad’ la libertad desaparece. Es ‘nosotros’ y ‘ellos’, el ‘ejército israelí’ y el ‘enemigo’; el discurso militar, que es el único discurso permitido, ahoga cualquier otra posible narración. No es que los periodistas israelíes obedezcan órdenes o se atengan a un determinado código escrito: simplemente, es mejor para ellos tener un buen concepto de sus fuerzas de seguridad.
En la mayoría de los artículos que tratan del conflicto hay dos facciones que se enfrentan: por un lado, las Fuerzas de Defensa de Israel, y por otro los palestinos . Cuando se informa sobre un incidente violento, el ejército israelí confirma o dice, pero los palestinos alegan: ‘Los palestinos alegaron que un bebé resultó gravemente herido por disparos del Ejército de Defensa de Israel’. ¿Acaso era un bulo? “Los palestinos alegan que colonos israelíes los amenazaron”. Pero, ¿quiénes son los palestinos ? Acaso la alegación la realizó toda la población palestina, incluidos los ciudadanos de Israel, los habitantes de Cisjordania y de la Franja de Gaza, los habitantes de los campamentos de refugiados en los Estados árabes vecinos y los palestinos de la diáspora? ¿Cómo es que un artículo serio se ocupa de difundir una alegación realizada por los palestinos? ¿Por qué tan pocas veces se menciona un nombre, un despacho, una organización o una fuente como origen de la información? ¿Será porque de hacerlo así la información sería más creíble?
Cuando los palestinos no están realizando alegaciones , su punto de vista simplemente se silencia. Keshev, el Centro para la Protección de la Democracia en Israel, analizó la forma como los principales diarios y cadenas televisivas israelíes cubrieron las muertes palestinas ocurridas en el espacio de un mes determinado, concretamente en diciembre del 2005. Hallaron 48 piezas que informaban sobre la muerte de 22 palestinos. Sin embargo, solo en 8 de esos relatos la versión del ejército israelí se completaba con una reacción palestina; en los otros 40 casos el suceso se narraba exclusivamente desde el punto de vista del ejército israelí.
Otro ejemplo: en junio del 2006, cuatro días después del secuestro del soldado Gilad Shalit en la parte israelí de la valla de seguridad de Gaza, Israel arrestó, según los medios de información israelíes, a unos sesenta miembros de Hamas, de los cuales 30 eran miembros electos del Parlamento palestino y ocho eran ministros del Gobierno palestino. En el curso de una operación bien planificada Israel capturó y encarceló al ministro palestino para Jerusalén, a los ministros de finanzas, educación, asuntos religiosos, asuntos estratégicos, asuntos internos, vivienda y prisiones, así como a los alcaldes de Belén, Jenin y Qalqilya, al presidente del Parlamento palestino y a un cuarto de sus miembros. El hecho de que esos funcionarios hubieran sido arrancados de sus camas durante la madrugada y transportados a territorio israelí para servir probablemente (igual que Gilad Shalit) como moneda de cambio en el futuro, no convirtió a esta operación en un secuestro. Israel nunca secuestra: Israel arresta.
El ejército israelí nunca mata a nadie premeditadamente, y mucho menos asesina a nadie –una particularidad que sin duda suscita la envidia de otras organizaciones armadas. Ni siquiera cuando Israel lanza una bomba de una tonelada de peso sobre una zona residencial densamente poblada de Gaza, matando a un miliciano y a 14 civiles inocentes, entre ellos a nueve niños, tampoco entonces se trata de una muerte deliberada o de un crimen: es un asesinato selectivo. Un periodista israelí puede decir que soldados israelíes alcanzaron a palestinos o los mataron, o que los mataron por error, y que palestinos fueron alcanzados, o resultaron muertos o incluso que hallaron la muerte (como si la hubieran estado buscando), pero utilizar la palabra crimen está fuera de cuestión. Cualquiera que sea la palabra utilizada, la consecuencia es que desde el estallido de la segunda Intifada han muerto a manos de las fuerzas de seguridad israelíes 2.087 palestinos que no tenían ninguna relación con la lucha armada.
El ejército israelí, tal como aparece retratado en los medios de comunicación israelíes, adolece de otra extraña habilidad: nunca inicia, decide atacar o lanza una operación. EL ejército israelí simplemente responde. Responde a cohetes Kassam, responde a ataques terroristas, responde a la violencia palestina. Lo cual hace que todo sea mucho más razonable y civilizado: el ejército israelí se ve obligado a luchar, a destruir casas, a tirotear a palestinos y a matar a 4.485 de ellos en siete años, pero ninguna de esos actos es responsabilidad de los soldados. Se enfrentan a un enemigo perverso y le responden como deben. El hecho de que sus acciones –toques de queda, detenciones, asedios navales, tiroteos y asesinatos– sean la causa principal de la reacción palestina no parece tener el más mínimo interés para los medios de comunicación israelíes. Dado que los palestinos no pueden responder, los periodistas israelíes seleccionan otros verbos del diccionario tales como vengarse, provocar, atacar, incitar, lanzar piedras o disparar Kassams.
Cuando en junio del 2007 entrevisté a Abu-Qusay, el portavoz de las Brigadas de Al-Aqsa de Gaza, le pregunté qué sentido tenía disparar cohetes Kassam sobre la ciudad israelí de Sderot. “El ejército [israelí] podría responder”, le dije, sin percatarme de que hasta qué punto mis palabras estaban ya sesgadas. “Pero aquí nosotros estamos respondiendo”, dijo Abu-Qusay. “No somos terroristas, No queremos matar... resistimos a las constantes incursiones israelíes en Cisjordania, a sus ataques, a su asedio contra nuestras aguas y al cierre de nuestro territorio”. Las palabras de Abu-Qusay fueron traducidas al hebreo, pero Israel siguió entrando en Cisjordania todas las noches y los israelíes siguieron sin ver nada malo en ello. Al fin y al cabo, sólo era una respuesta.
En una época en la que arreciaban los ataques israelíes contra Gaza hice a mis colegas la siguiente pregunta: “Si un palestino armado cruza la frontera, penetra en Israel, conduce hasta Tel Aviv y mata a tiros a la gente de la calle, él será el terrorista y nosotros seremos las víctimas, ¿verdad? Ahora bien, si el ejército israelí cruza la frontera, penetra varios kilómetros en el interior de Gaza y comienza a disparar contra los milicianos palestinos, ¿quién es el terrorista y quién el defensor? Cómo es posible que los palestinos que viven en los territorios ocupados nunca puedan actuar en defensa propia mientras que el ejército israelí es siempre el defensor?” Ni amigo Shay, del departamento gráfico, me aclaró las cosas: “Si entras en la Franja de Gaza y te lías a tiros con la gente serás un terrorista. Pero cuando el ejército hace eso se trata de una operación para garantizar la seguridad de Israel. ¡Está ejecutando una decisión del Gobierno!”.
Otra interesante distinción entre nosotros y ellos emergió cuando Hamas exigió la liberación de 450 de sus presos a cambio de[l soldado israelí capturado] Gilad Shalit. Israel anunció que liberaría a presos pero no a los que tuvieran las manos manchadas de sangre. Siempre son los palestinos —nunca los israelíes— los que tienen las manos manchadas de sangre. Ello no significa que los judíos no puedan matar árabes, sino que no tendrán las manos manchadas de sangre si lo hacen, y que si son detenidos serán puestos en libertad al cabo de unos pocos años, por no mencionar a aquellos con sangre en las manos que han llegado a ser primer ministro. Por otra parte, nosotros no solo somos más inocentes cuando matamos, sino que también somos más sensibles cuando nos hieren. Una descripción estándar de un cohete Kassam que aterrice en Sderot tendrá por lo general el siguiente aspecto: “Un Kassan impactó cerca de una vivienda, tres israelíes resultaron con heridas leves y diez más resultaron conmocionados”. No hay que subestimar esas heridas: un misil que impacta contra una casa en mitad de la noche puede crear una gran conmoción. Ahora bien, debemos recordar que la conmoción (shock) sólo se aplica a los judíos. Por lo visto los palestinos son gente muy dura.
El ejército israelí, de nuevo la envidia de todos los ejércitos del mundo, solo mata a los cabecillas más importantes. La frase “Un alto cargo de Hamas resultó muerto” es una letanía constante en los medios de comunicación israelíes. Por lo que respecta a los miembros de baja graduación de Hamas, o nunca se ha dado con ellos o nunca se los ha matado . Shlomi Eldar, corresponsal de TV en la Franja de Gaza, escribió valientemente sobre este fenómeno en su libro Eyeless in Gaza (2005). Cuando Riyad Abu Zaid fue asesinado en el 2003, la prensa israelí reprodujo el comunicado del ejército israelí en el que afirmaba que la víctima era jefe de la rama militar de Hamas en Gaza. Eldar, uno de los escasos periodistas de investigación israelíes, descubrió que Riyad Abu Zaid no era más que un modesto secretario del club de prisioneros del movimiento. “Fue uno de las numerosas ocasiones en las que Israel “ascendió” a un activista palestino”, escribió Eldar. “Tras cada asesinato todo activista de base es “promovido” a un alto rango”.
Este fenómeno, en virtud del cual las declaraciones del ejército israelí son trasladadas directamente a los informes de prensa —no existe ningún área de criba entre el ejército y los medios— es consecuencia tanto de la falta de acceso a la información como del rechazo de los periodistas a desmentir al ejército o a presentar a los soldados israelíes como criminales. La frase “El ejército israelí está actuando en Gaza” (o en Jenin, o en Tulkarem, o en Hebrón) es la fórmula estándar que difunde el ejército y que reproducen miméticamente los medios de comunicación. ¿Para qué hacerles más difícil la vida a los oyentes? ¿Para qué contarles lo que están haciendo sus soldados, para qué describir el miedo que provocan y explicar que llegan con vehículos y armamento pesado y aplastan la vida de una ciudad generando más odio, más desesperación y un renovado deseo de venganza?
El mes pasado, como medida contra los milicianos que lanzan los Kassam Israel decidió interrumpir el suministro eléctrico a Gaza durante varias horas al día. Aunque tal medida signifique, por ejemplo, que los hospitales no dispondrán de suficiente energía para atender a sus enfermos, se dijo que “el gobierno israelí decidió aprobar esta medida como otra arma no letal”. Otra cosa que los soldados israelíes hacen es limpiar (kishuf). En hebreo cotidiano, khisuf significa ‘revelar algo que está oculto’, pero tal como el ejército emplea el término significa ‘limpiar una zona de potenciales escondites para milicianos palestinos’. Durante la última Intifada bulldozers israelíes D9 destruyeron miles de casas palestinas, arrancaron millares de árboles y dejaron atrás miles de invernaderos arrasados. Es más reconfortante saber que el ejército limpió el lugar que afrontar el hecho de que el ejército destruyó las propiedades, el orgullo y la esperanza de los palestinos.
Otra palabra útil es coronar ( keter ), eufemismo que sirve para designar un asedio en el cual toda persona que sale de su casa corre el riesgo de ser tiroteado. ‘Zonas de guerra’ son aquellos lugares en los que se puede matar a los palestinos incluso si son niños que ignoran que han entrado en una zona de guerra. Por cierto, los niños palestinos suelen ser ascendidos a la categoría de adolescentes palestinos, sobre todo cuando resultan muertos accidentalmente . Más ejemplos: a los puestos avanzados aislados de Cisjordania se los llama puestos ilegales, quizás en contraste con los asentamientos israelíes, que deben de ser legales. Detención administrativa significa encarcelar a la gente sin someterla a juicio y sin presentar contra ella ningún cargo (en abril del 2003 había 1119 palestinos en esa situación). A la OLP ( Ashaf ) se la menciona siempre por sus siglas y nunca por su nombre completo: la palabra Palestina no se emplea prácticamente nunca: existe un presidente palestino, pero no un presidente de Palestina.
“Una sociedad en crisis se forja un nuevo vocabulario a su medida”, escribió David Grossman en El Viento Amarillo, “y gradualmente va emergiendo un nuevo lenguaje cuyas palabras... ya no describen la realidad, sino que, por el contrario, tratan de ocultarla”. Este “nuevo lenguaje” es el que los medios de comunicación israelíes adoptaron voluntariamente, pero si alguien precisa de unas directrices oficiales éstas pueden hallarse en el Informe Nakdi, un documento redactado por la Autoridad de Radiodifusión Israelí. Elaborado por primera vez en 1972 y sometido desde entonces a tres actualizaciones, el informe tenía como objetivo “aclarar algunas de las reglas profesionales que rigen la labor de un periodista”. Una de ellas era la prohibición de usar la palabra Jerusalén Este .
Las restricciones no se limitan al ámbito de la geografía. El 20 de mayo del 2006 el canal televisivo más popular de Israel, Canal 2, informó sobre “otro asesinato selectivo en Gaza, un asesinato que podría hacer disminuir el lanzamiento de Kassams” (los asesinatos selectivos han matado ya a 376 personas, 150 de ellas civiles que no eran objetivo del asesinato). Ehud Ya’ari, un conocido corresponsal israelí especializado en asuntos árabes, sentado en el estudio decía: “El muerto es Muhammad Dahdouh, de la Jihad Islámica. . . esto es parte de la otra guerra, una guerra cuyo objetivo es reducir el número de los activistas que lanzan Kassams”. Ni Ya’ari ni el portavoz del ejército israelí se molestaron en informar que durante la operación murieron también cuatro inocentes civiles palestinos y que tres más resultaron gravemente heridos, entre ellos una niña de cinco años llamada Maria, que vivirá paralizada del cuello para abajo. Este “despiste”, desvelado por el periodista israelí Orly Vilnai, solo demostró cuánto ignoramos sobre aquello que creemos saber.
Curiosamente, desde que Hamas tomó el poder en la Franja de Gaza una de las nuevas palabras “fetiche” en los medios israelíes es Hamastán , una palabra que aparece en la sección de noticias serias, es decir, en esa zona supuestamente sagrada de los diarios consagrada en teoría a ofrecer datos y no a editorializar. Lo mismo se aplica a movimientos tales como Hamas o Hizbullah, que aparecen descritos en hebreo como organizaciones y no como movimientos políticos o partidos. A la voz Intifada nunca se le da el sentido árabe de ‘revuelta’; y Al-Quds , que los políticos palestinos emplean para referirse exclusivamente a “los lugares sagrados de Jerusalén Este” o a “Jerusalén Este”, los periodistas israelíes lo interpretan siempre como sinónimo de “ Jerusalén” , sugiriendo así que los palestinos están decididos a apoderarse de la capital en su totalidad.
Fue interesante leer en los periódicos las reacciones suscitadas por el asesinato de Imad Moughniyeh, perpetrado en Siria hace dos semanas. Todos competían por superar a los demás en los calificativos empleados para descalificar a la víctima: architerrorista , maestro de terroristas o el mayor terrorista de la Tierra. Pasaron varios días antes de que la prensa israelí cesara de festejar a los asesinos de Moughniyeh y comenzara a hacer aquello que debían haber hecho en primer lugar: preguntarse sobre las consecuencias que acarrearía el asesinato. El periodista Gideon Levy opina que esta es una tendencia habitual en Israel: “La cadena de ‘cabecillas terroristas’ liquidados por Israel, desde Ali Salameh y Abu Jihad hasta Abbas Musawi y Yihyeh Ayash, pasando por el jeque Ahmed Yassin y Abdel Aziz Rantisi (todas ellas “operaciones” que celebramos con pompa y circunstancia durante un instante dulce y embriagador), no han acarreado hasta el momento otra cosa que terribles y dolorosos ataques de venganza contra Israel y los judíos en todo el mundo”.
Los corresponsales israelíes sobre temas árabes deben, por supuesto, saber hablar árabe —de hecho, muchos de ellos han estudiado en las escuelas del aparato de seguridad— y tienen que conocer la historia y política de Oriente Medio. Y deben ser judíos. Sorprendentemente, los medios judeo-israelíes prefieren contratar a periodistas con un conocimiento mediocre del árabe antes que a hablantes nativos, pues éstos serían ciudadanos palestinos de Israel. A lo que se ve, los periodistas israelíes están mejor preparados que los árabes israelíes para explicar “qué piensan los árabes”, “los objetivos de los árabes”, o “qué dicen los árabes”. Tal vez ello se deba a que los editores saben qué es lo que su audiencia quiere oír. O, más importante aún, qué es lo que la audiencia israelí prefiere no oír.
Mientras que las palabras ocupación, apartheid y racismo (por no hablar de ciudadanos palestinos de Israel, bantustanes, limpieza étnica y Nakba) sigan ausentes del discurso israelí, los ciudadanos israelíes podrán pasarse toda la vida sin saber jamás con qué han estado conviviendo. Tomemos el caso de la palabra racismo ( Giz’anut en hebreo). Si el Parlamento israelí legisla que el 13% de las tierras del país solo pueden ser vendidas a judíos, entonces ése es un Parlamento racista. Si en 60 años el país solo ha tenido un ministro árabe, entonces Israel tiene gobiernos racistas. Si a lo largo de 60 años de manifestaciones las balas de goma (1) y munición real han sido empleadas exclusivamente contra manifestantes árabes, entonces Israel tiene una policía racista. Si el 75% de los israelíes reconoce que se negarían a aceptar a un árabe como vecino, entonces estamos ante una sociedad racista. Al no reconocer que Israel es un lugar en el que el racismo moldea las relaciones entre árabes y judíos, los judíos israelíes se inhabilitan a sí mismos para afrontar el problema o incluso para hacer frente a la realidad de sus propias vidas.
El mismo rechazo de la realidad se refleja en la reluctancia a emplear el término apartheid. Debido a la asociación de dicha palabra con la Sudáfrica blanca, a los israelíes les resulta muy difícil utilizarla. Ello no quiere decir que en los territorios ocupados impere hoy exactamente el mismo tipo de régimen que imperaba en Sudáfrica, pero un país no necesita tener bancos “sólo para blancos” para ser un Estado apartheid. Al fin y al cabo, apartheid significa ‘separación’ , y si en los territorios ocupados los colonos israelíes tienen una carretera y los palestinos están obligados a utilizar carreteras o túneles alternativos, entonces se trata de un sistema de carreteras basado en el apartheid. Si el muro de separación construido sobre miles de hectáreas de tierra cisjordana confiscada separa a la gente (incluidos a los palestinos de ambos lados del muro), entonces es un muro de apartheid. Si en los territorios ocupados existen dos sistemas judiciales distintos, uno para colonos judíos y otro para palestinos, entonces es una justicia de apartheid.
Y luego están los propios Territorios Ocupados. Curiosamente, no existen Territorios Ocupados en Israel. La expresión sólo la utiliza ocasionalmente algún político o columnista de izquierdas, pero en la sección central de noticias no existe. Antiguamente se los llamaba Territorios Administrados a fin de ocultar el hecho de la ocupación; luego los llamaron Judea y Samaria ; pero hoy en día en los medios israelíes se los denomina los Territorios ( Ha-Shtachim ). El término ayuda a salvaguardar la idea de que los judíos son las víctimas, el pueblo que actúa solamente en defensa propia, la mitad moral de la ecuación, mientras que los palestinos son los agresores, los chicos malos, el pueblo que lucha sin motivo. Este sencillo ejemplo lo explica bien: “Un ciudadano de los Territorios ha sido capturado mientras pasaba armas ilegales de contrabando”. Podría tener algún sentido que un ciudadano de un territorio ocupado tratara de resistirse al ocupante, pero tal cosa carece de sentido si solo se trata del habitante de unos Territorios.
Los periodistas israelíes no están atraillados al aparato estatal de seguridad y nadie les ha pedido que hagan que su audiencia se sienta a gusto con la política militar de Israel. Las restricciones a las que se atienen las practican de forma voluntaria, casi inconsciente, lo cual hace que su labor resulte más peligrosa. Sin embargo, una mayoría de israelíes creen que sus medios de comunicación son demasiado izquierdistas, insuficientemente patriotas, que no están del lado de Israel. Y que los medios extranjeros son aún peores. Durante la última Intifada, Avraham Hirschson, a la sazón ministro de finanzas, exigió el cierre de las emisiones de la CNN desde Israel por “sus emisiones segadas y sus programas tendenciosos que no son otra cosa que una campaña de incitación contra Israel’. Manifestantes israelíes exigieron el fin de “la cobertura informativa poco fidedigna e incitadora del terror de la CNN”, reclamando en su lugar la cobertura de Fox News. Hasta cumplir los 50 años los varones israelíes están obligados a realizar anualmente un mes de servicio militar de reserva. “Cada civil”, sentenció Yigael Yadin, un antiguo jefe de Estado Mayor israelí, “es un soldado con 11 meses de permiso anual”. Los medios israelíes no se toman ningún permiso.
Yonatan Mendel fue corresponsal de la agencia de noticias israelí Walla. Actualmente trabaja en el Queens’ College de Cambridge realizando una tesis sobre la relación entre el idioma árabe y la seguridad en Israel.
Fuente: http://www.counterpunch.org/mendel03122008.html
Nota del T.:
(1) Las balas de goma que emplea el ejército israelí son en realidad balas de acero recubiertas de una finísima membrana de goma.
www.rebelion.org
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