Los informes de los medios de comunicación acerca de las fiestas de año nuevo en Bagdad no pueden ocultar el hecho de que los iraquíes tienen poco que esperar de 2008 y menos aún que celebrar de 2007. El año pasado fue otro año de muerte, de destrucción y de sufrimiento. Hasta los incompletos datos recogidos por Associated Press - que sólo incluyen las muertes registradas y excluye a los denominados resistentes muertos en combates contra fuerzas estadounidenses y del gobierno iraquí- muestran que al menos 18.610 civiles murieron a consecuencia de la violencia. Decenas de miles de personas más murieron a causa de los efectos producidos por la desnutrición, las malas condiciones del agua potable, la contaminación de uranio empobrecido y de un sistema sanitario disfuncional.
2007 será recordado como el año en que la agencia británica ORB calculó que 1.200.000 iraquíes habían muerto bajo la ocupación estadounidense, con lo que corroboraban el número de muertos calculado anteriormente por científicos que trabajaban para la Universidad Johns Hopkins.
También será recordado como el año en que más de un millón de iraquíes fueron obligados a abandonar sus casas huyendo de la violencia sectaria fomentada y alentada por las políticas del imperialismo estadounidense. La “oleada” del envío de 30.000 soldados estadounidenses más al país entre marzo y junio fue acompañada de la que posiblemente ha sido la peor limpieza étnica y de comunidades de la historia moderna de Iraq.
El 21 de diciembre UNICEF publicó unas estadísticas que revelaban el nivel social de la destrucción: sólo el 28 % de los iraquíes de 17 años pudieron hacer los exámenes finales en 2007, mientras que la violencia impidió que cerca de un millón de niños asistieran a la escuela primaria.
Estas cifras ponen de relieve la acusación hecha por WSWS el 24 de mayo de 2007 de que los artífices de la invasión de Iraq habían cometido “sociocidio” - “el asesinato deliberado y sistemático de toda una sociedad”- para apropiarse del territorio del país y de sus recursos petrolíferos en beneficio de la clase dirigente empresarial estadounidense. Hay que hacer responsables de estos crímenes de guerra a sus autores pertenecientes a la administración Bush y a sus aliados.
Miles de familias estadounidenses y británicas han pagado un precio amargo. La cifra de soldados de la ocupación muertos en Iraq en el año 2007 fue la más alta desde la invasión en marzo de 2003. Perdieron la vida un total de 901 estadounidenses, 47 británicos y nueve soldados de otros países ocupantes. La cifra total de víctimas estadounidenses de esta guerra ilegal asciende ahora a 3.904 muertos y a 28.661 heridos -muchos de los cuales han sufrido daños cerebrales, han perdido miembros o sufren otros daños permanentes. Otros 30.185 soldados han tenido que ser evacuados por heridas “no hostiles”, como enfermedades o problemas psicológicos. Al menos 132 soldados estadounidenses se han suicidado en este país devastado por la guerra.
2008 verá cómo continúan las muertes y las mutilaciones. En su conferencia de prensa de final de año celebrada el 29 de diciembre el comandante estadounidense en Iraq, el general David Petraeus, arrojó un jarro de agua fría a las declaraciones de que la “oleada” estadounidense había conseguido llegar a tener el país bajo control. Mientras señalaba el descenso de muertes estadounidenses respecto a los tres meses anteriores -el número de muertos fue el más bajo desde principios de 2004- advirtió de que “inevitablemente habrá duros combates, más días duros y más semanas duras, aunque pocos, si Dios quiere”.
La advertencia de Petraeus provenía de la naturaleza claramente temporal del modesto descenso de riesgo para los soldados estadounidenses. El descenso de ataques a las fuerzas de ocupación se debe no a que haya habido algún cambio en la aplastante oposición por parte de los iraquíes a la presencia estadounidense o alguna mejora en las catastróficas condiciones de vida a las que se enfrentan la mayoría de los iraquíes, sino que se debe a una serie de tratos desesperados, orquestados por Petraeus, para comprar a varios grupos de resistencia de base árabe-sunní y para asegurar un alto el fuego con la principal oposición fundamentalista chií a la ocupación, el Ejército Mahdi Army del cérigo Moqtada al-Sadr.
Estos tratos están empezando a ser conocidos. En el oeste de Iraq y en enclaves sunníes dentro de Bagdad y alrededor de esta ciudad hay al menos 77.000 miembros de la milicia sunní a los que está pagando el ejército estadounidenses. Sus dirigentes, muchos de los cuales estaban relacionados con el régimen anterior de Saddam Hussein, están tratando de tener un papel político mayor por medio de un sórdido acuerdo de reparto de poder con los partidos fundamentalistas chiís y nacionalistas kurdos que dominan el gobierno títere de Iraq respaldado por Estados Unidos. En el proceso, todas las facciones se están situando en oposición directa a las esperanzas y aspiraciones de la clase trabajadora ordinaria de Iraq perteneciente a todas las sectas y grupos étnicos.
A unos dos millones de refugiados iraquíes en Siria y Jordania se les está diciendo ya que tienen que volver necesariamente a casa. El que puedan volver o no dependerá de si pertenecen a la misma secta que aquella cuya milicia controla ahora el barrio de donde son originarios. A miles de chiíes se les ha impedido entrar en zonas que están bajo la autoridad de la milicia sunní y que, en muchos casos, están cerradas por muros de hormigón de 12 pies levantados por los estadounidenses. Al mismo tiempo, a decenas de miles de sunníes y cristianos expulsados por las milicias chiíes se enfrentan a perderlo todo. Como parte del trato de Sadr con Petraeus, el Ejército Mahdi se ha hecho con el poder en amplias zonas de Bagdad y las gobierna como un feudo sectario en nombre del clérigo.
La ira por la división de la ciudad negociada por Estados Unidos y por el ascenso de las milicias se ve aumentada por la incapacidad de la ocupación para proporcionar trabajo o servicios básicos. La combinación del paro y el infraempleo en zonas como Sadr City asciende al 70%, y nuevos estallidos de resistencia son inevitables.
Por el sur de Iraq de mayoría chií la situación es igual de inestable. En términos prácticos, el trato de Sadr con la ocupación ha significado abandonar a sus partidarios (que en su mayoría forman parte de la clase trabajadora) al ejército estadounidense y al Consejo Supremo Islámico Iraquí (SIIC, por sus siglas en inglés), el mayor partido chií favorable a la ocupación y representante de los negocios chiíes más poderosos y de las elites clericales. A consecuencia de ello, cientos de hombres de la milicia sadrista han sido considerados como “elementos indeseables”, se les ha dado caza y han sido detenidos o matados.
Observadores de la política iraquí están notando el crecimiento de la desafección entre la base sadrista debido al tira y afloja de Sadr y a su colaboración con el ejército estadounidense. El mes pasado Peter Harling del International Crisis Group declaró a McClatchy Newspapers: “No sé cuánto tiempo se podrá sostener esto. Los partidarios de Sadr parecen estar extremadamente frustrados, quieren acatar la decisión de Moqtada [el alto el fuego], pero no durante mucho tiempo”.
Según un artículo del 26 de diciembre del Washington Post, ha habido una redada contra muchos de ellos Najaf, Karbala, Hilla y Diwaniya. Existen indicios de que el ejército estadounidense junto con las fuerzas del gobierno iraquí leales al SIIC están preparando una ofensiva contra los sadristas y contra partidos vinculados a estos, milicias y sindicatos de la rica en petróleo ciudad de Basora. Esta operación tienen posibilidades de ser la mayor sangría del año nuevo y de desatar rebeliones contra la ocupación por todo el sur de Iraq.
Mientras continúan las matanzas, diversos ámbitos de la elite dirigente estadounidense están explotando la misma carnicería que ellos han provocado para argumentar que el ejército estadounidense debe permanecer en Iraq para establecer las condiciones necesarias para la “democracia”. Esta propaganda no es más que una descarada apología del primer crimen de guerra, que todavía se está produciendo, del siglo XXI.
La ocupación está gobernando por medio de las divisiones sectarias y de la represión diaria de la oposición a su presencia. La condición previa necesaria para que Iraq se recupere de la catástrofe social y política creada por la guerra dirigida por Estados Unidos es la retirada inmediata e incondicional de Iraq de todas las tropas estadounidenses y extranjeras.
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