martes, 18 de diciembre de 2007

Termina la cuenta atrás para Kosovo.

El límite era el 10 de diciembre. Según estableció la troika formada por EE UU, la Unión Europea y Rusia, esta fecha suponía el fin de las negociaciones entre el Gobierno serbio y los independentistas albanokosovares. Pero las conversaciones han encallado. Belgrado dice ofrecer casi todo: bandera, himno, policía, selecciones deportivas, representación en el exterior. Todo menos la soberanía. Los líderes albanokosovares, en cambio, no aceptan nada por debajo de la independencia. Kosovo vuelve así al centro de la polémica, tras ocho años como protectorado internacional desde los bombardeos de la OTAN.

Según datos de la Escuela de Cultura de Pau, cerca de la mitad de los conflictos y las negociaciones de paz del mundo tienen de fondo la discusión entre las demandas de soberanía y los límites de los gobiernos centrales. En esa línea, la historia reciente de Kosovo, un territorio de dos millones de habitantes con las dimensiones de Asturias, es un ejemplo que convendría no repetir. Un fugaz repaso del pasado reciente comenzaría en 1989, cuando el fervor nacionalista lleva a Slobodan Milosevic a suspender la autonomía de Kosovo y se inicia un brutal hostigamiento de los albaneses; pasando por los enfrentamientos entre fuerzas serbias y el Ejército de Liberación de Kosovo a mediados de los ‘90 hasta acabar en 1999, con los bombardeos continuados de la OTAN al margen de la legalidad internacional.

Desde entonces, Kosovo padece aún graves problemas. Como señala el profesor Carlos Taibo: “La democratización no ha progresado, la economía se halla estancada, las mafias se mueven a sus anchas y a duras penas ha germinado nada que merezca el nombre de sociedad civil”. En este tiempo, en una inversión de los papeles, es la minoría serbia de Kosovo la que padece constantes violaciones de derechos, mientras que el riesgo de nuevos choques armados está presente. En esa línea, el secretario general de la OTAN, Jaap De Hoop, amenazaba el 7 de diciembre con dar “una respuesta contundente” a quien ejerza la violencia en la región.


Laberinto de intereses

No obstante, Serbia (donde las autoridades poco hacen para evitar que sigan libres criminales acusados de crímenes contra la humanidad como Radovan Karadzic y Ratko Mladic) o Kosovo (en cuyas calles se homenajea a personajes como Bill Clinton, Madeleine Albright o George Bush) suponen a su vez un lugar de confluencia de intereses extranjeros poco relacionados con la defensa de los derechos humanos. Txente Rekondo, del Gabinete Vasco de Análisis Internacional, apunta que para Washington el principal interés en estos momentos está en “mantener una presencia permanente en la zona” para poder seguir metiendo el dedo en el ojo ruso, al tiempo que le da protagonismo y presencia en plena Europa”. No en vano, los Estados Unidos cuentan en Kosovo con su mayor base militar desde Vietnam. Se trata de Camp Bondsteel, descrito como una réplica de Guantánamo por el ex comisario Europeo de Derechos Humanos, Álvaro Gil Robles.

A su vez, la Rusia de Putin, que también cuenta con importantes conflictos independentistas y que tiene a Serbia como su peón en la zona, ha anunciado que se opondrá a la independencia en el consejo de Seguridad de la ONU.

Diferentes lecturas

Pero la cuestión de Kosovo divide también a los intelectuales que han analizado el fenómeno. De forma similar a lo que ocurrió a finales de los ‘90, cuando la misión de la OTAN provocó agrios debates entre quienes señalaban las atrocidades de Milosevic y quienes sólo veían en la resistencia albanesa un títere de Washington, también hoy la independencia tiene distintas lecturas entre teóricos de la izquierda.

“El argumento de que una demanda de autodeterminación por una nación dé como resultado un Gobierno reaccionario en el nuevo Estado y eso invalidaría el derecho no me parece correcto”, afirma Rekondo, quien tampoco comparte la opinión de que “recibir el apoyo del imperialismo de EE UU o de la OTAN imposibilita la defensa de las demandas independentistas”.

Otros autores, como Ignacio Ramonet, critican sin embargo el “precedente internacional explosivo” de esta separación, y lamentan las prisas estadounidenses por ver un Kosovo independiente: “Cabe preguntarse por qué razones, en Palestina, 50 años no han sido suficientes para crear un Estado independiente (con las trágicas consecuencias conocidas) y por qué, en cambio, debería resolverse la cuestión de Kosovo cuanto antes”.

Por su parte, Carlos Taibo recomienda más tiempo. “Lo hago tirando piedras sobre mi tejado, que es el de alguien que defiende sin dobleces el derecho de autodeterminación, pero al que, de nuevo, preocupan actitudes y formas”, ha escrito. “Ninguno de los objetivos del protectorado internacional ha sido colmado en un escenario marcado por la lacerante violación de los derechos de la minoría serbia (...) por el asentamiento de un capitalismo mafioso y por la liviandad de las prácticas democráticas. De resultas, el respetabilísimo e irrenunciable designio de alentar la libre expresión de los pueblos bien puede esperar”, escribe Taibo.

Mientras ese momento llega, lo cierto es que la población serbia ya ha empezado asumir que el futuro de Kosovo se ha convertido en una causa perdida. En Belgrado, hay quien toma cierta distancia irónica. “¿En qué se parece Serbia a un teléfono móvil?” es un chiste que se ha vuelto célebre estos años. La respuesta: “En que cada año sacan un modelo más pequeño”.

LAS FRONTERAS DE EUROPA, CUESTIONADAS

En el juego de intereses que rodea al futuro de Kosovo, el papel de Europa es algo más complejo que las posturas enfrentadas de Washington o Moscú. Históricamente, Bruselas ha apoyado las tesis de Washington en la zona, y decisiones como el apresurado reconocimiento de la Croacia independiente por parte de Alemania en 1991 contribuyeron a imposibilitar una solución pacífica a los conflictos territoriales de la antigua república de Yugoslavia. Con respecto a Kosovo, la UE apoya formalmente la independencia, pero se trata de una opción de la que recelan varios de sus Estados miembros (incluido el español, ante sus frentes abiertos en Cataluña y el País Vasco). Como ocurrió en 2006 tras la independencia de Montenegro, en Europa ha vuelto a mencionarse un posible efecto de contagio. De hecho, Kosovo sería el 23º nuevo Estado de Europa desde el fin de la Guerra Fría. Y desde luego no son pocas las zonas del viejo continente, desde Transnistria en Moldavia hasta el norte de Irlanda, pasando por Flandes en Bélgica, las islas Feroe en Dinamarca o Córcega en Francia, donde se cuestiona el actual establecimiento de las fronteras europeas. “Evidentemente esa posible repercusión es la que pone muy nerviosos a algunos Estados que ven en la misma un impulso a las demandas soberanistas que se cuecen en su seno por parte de naciones sin Estado”, añade Rekondo. “Además refuerza el discurso que reclama la formación de nuevos Estados dentro de la propia Europa, echando por tierra el manido discurso de la inquebrantabilidad de las fronteras actuales”.

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