La frase “¿por qué no te callas?” ya forma parte de la historia de las relaciones entre el Estado español y Latinoamérica, evidenciando un conflicto entre las dos orillas.
Las últimas semanas del rey Juan Carlos no habían sido especialmente buenas. “Es a mí a quien tiene que dar un trato más humano”, le decía en un almuerzo a Esperanza Aguirre, cuando ésta le pidió que tratara mejor a Federico Jiménez Losantos. El periodista había clamado por su abdicación unos días atras. A principios de noviembre, Juan Carlos volvía a tener un disgusto: visitaba Ceuta y Melilla y el rey Mohamed VI -que lloró en brazos del rey de España cuando murió su padre, Hassan II- condenaba el “acto nostálgico y de una era sombría y superada”. El rey de Marruecos señalaba que la visita podía “poner en peligro el porvenir y la evolución de las relaciones entre ambos países” al tiempo que llamaba al embajador marroquí en Madrid a consultas “por un tiempo indeterminado”.
La mala racha, realmente, había empezado antes. A finales de septiembre de este año, la quema de fotos ‘reales’ en Cataluña llevó al rey a expresar su “preocupación” por unos actos que atentaban “contra la unidad de España”. Entre el 16 y el 20 de noviembre, el anuncio de las sanciones de 2.730 euros a los dos independentistas catalanes y las multas de 3.000 euros a cada uno de los autores de la caricatura “innoble” de los príncipes de Asturias, ponían otra vez de relieve el debate sobre la falta de libertad de expresión en torno a las figuras de
Cuando ya la prensa empezaba a hablar de “annus horribilis”, el rey Juan Carlos desembarcó en
Todavía se acordaba de su primer viaje a Costa Rica, en 1977, cuando el entonces presidente del país le dijo: “Hace 400 años que esperábamos la visita del rey de España”, según las conversaciones con el rey transcritas por Juan Luis de Villalonga.
Después de la cumbre, las cosas parecían haber cambiado radicalmente desde ese viaje donde los niños coreaban: “el rey ha vuelto”. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acusaba al rey Juan Carlos de “500 años de prepotencia imperial”, de mandarlo callar “pensando que todavía eran súbditos del siglo XVII, [del] siglo XVIII”. Más de un analista ha señalado las dificultades abiertas para la diplomacia española, sobre todo con el rey como máximo responsable, así como las dudas sobre su asistencia a las siguientes cumbres iberoamericanas. El presidente de Bolivia, Evo Morales, decía que en la cumbre se había sentido tratado como un ‘macaco’ y el vicepresidente de Nicaragua, Jaime Morales, declaraba a la prensa: “Por un lado el rey perdió los estribos, botó la corona, y nuestro amigo Zapatero perdió los zapatos”.
El diputado de Los Verdes, Francisco Garrido, adscrito al grupo socialista, señaló la “inaudita actitud de agresividad y nula cortesía” demostrada por el rey cuando mandó callar al presidente venezolano. Además de subrayar que el rey se “extralimitó” de sus funciones con sus palabras, Garrido señaló que España no puede “seguir presumiendo de estar aumentando el porcentaje de cooperación cuando las empresas españolas se han convertido en auténticas depredadoras neocoloniales en América Latina”.
“Momento de inflexión”
“Los mejores guionistas de Hollywood no lo hubieran hecho tan bien”, escribía Mario Vargas Llosa sobre una escena que, según él, dijo más sobre “las relaciones de España con América Latina que decenas de sesudos ensayos”. La visión de Vargas Llosa, curiosamente, fue compartida por las antípodas ideológicas. Aunque con interpretaciones opuestas. Vargas Llosa se refería a la “América Latina anacrónica, demagógica, inculta y bárbara” que rechazaba la oferta de “entrar en el primer mundo”, en referencia a las palabras de Aznar a Chávez. Fidel Castro, por su parte definía la escena en otro artículo como “un momento de inflexión” en la discusión sobre el carácter “iberoamericano” de esos encuentros, ideados para propiciar la penetración del capital transnacional, cuestionando el papel de las multinacionales españolas.
“El gran error de nosotros los latinoamericanos es no unirnos para proteger nuestros intereses. Ése es nuestro error, y estar sometidos a los intereses de los europeos, de los yanquis. ¡Ése es el gran error nuestro!”, comentaba el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que propuso terminar con
El discurso de Ortega seguía señalando a las empresas españolas: “El inversionista no va a un país empobrecido a ayudar, ése es el cuento (...) Llega a hacer dinero”.
El periódico ABC coincidía con Ortega: “Como si tuviéramos algo que ocultar, como si ganar dinero no fuera legítimo (...), como si nuestras empresas hicieran en ese continente algo distinto de lo que hacen en España y que nos ha permitido alcanzar la media europea de renta per cápita y llegar a ser la octava potencia económica”. Todos de acuerdo.
UN VIAJANTE DE COMERCIO
Casi tanto como la frase “honda satisfacción” en los discursos de Navidad, los empresarios españoles han acompañado al rey Juan Carlos I en sus viajes por todo el mundo. En su visita a Argentina en 2003, el recién elegido presidente Néstor Kirchner advirtió al monarca que en su comitiva no incluyera, como es su costumbre, a los representantes de
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