Tomo notas para un libro que llamaré “Memoria irredenta del franquismo”, en que prestaré atención a sus dimensiones “militares” (no sólo). Dejen que les cuente una sinopsis breve del mismo. El franquismo, nacido de la traición, la mentira y la ignorancia (a lo que se llamó “Alzamiento”), amamantado bélicamente por Mussolini y Hitler –-sin cuyo decidente apoyo no hubiere sino un golpe de estado frustrado--, tuvo en los militares facciosos las herramientas determinantes para consumar el fusilamiento de la II República y cuanto ésta había significado. Dichos militones, acabada la guerra, fueron columna principal, durante casi cuatro décadas, del “Régimen” bonapartista-clericalista-militarista-fascistoide, cumpliendo, pues, una esencial y básica función política en tal dictadura, mantenida a base de exilio, terror, incultura, engaño, y el dictador bajo palio como la Hostia Santa.
Cuando el césar marroquí se aproximaba a su ocaso vital, “los de siempre”, que decía Bernat Muniesa en las recientes Jornadas Republicanas de UCR en Barcelona, los que habían mandado toda la sufrida Historia de España, concibieron la operación denominada “transición”, de dimensiones “lampedusianas”, también tomado de Muniesa: que pareciese que todo cambiaba y llegaba la democracia, para/pero que todo siguiese bajo su control, cerrando el paso a cualesquiera caminos alternativos. El franquismo debía ser sustituido por un monarca apoyado por el Ejército. Un monarca clave de bóveda implicado directamente con Franco, garantía para los franquistas y los militares de que no se pondría en cuestión la rebelión del 36, la represión genocida de la posguerra, la pretendida “honorabilidad” de las Fuerzas Armadas del “Caudillo”. Todo bajo los auspicios de USA (visitas de Vernon Walters, H.A. Kissinger, etcétera, recordaba Juan R. Capella, igualmente en las Jornadas de UCR citadas). Venía, así, una democracia “otorgada”, y el trágala de una Constitución (digna en no pocos aspectos, pues Europa occidental no se chupaba el dedo, y habían de imitarse sus Cartas máximas) que debía legitimar o/y sepultar los crímenes del franquismo, entre cuyos padres autores o “framers” se contaban homicidas de Estado como Fraga (que había dado solidario visto bueno a fusilamientos desde el Consejo de Ministros) o fascistetes como Cisneros. ¿Y cómo quedaría “atado y bien atado” todo esto? Con el Ejército. Al que metieron con fórceps en el Título Preliminar de la Constitución, en línea con la franquiana Ley Orgánica del Estado.
Los de siempre tenían pánico a la ruptura (y eventual asunción de responsabilidades), así que lo mejor era llamar “ruptura” al inteligente y forzado apaño, como han hecho historiadores del establishment. “Éstas son lentejas”, vinieron a decir a los demócratas; si no os gustan, nos sobran generales tipo Iniesta (por ejemplo) y policías tipo Conesa, y vosotros seguís con boca sellada, tras rejas y torturas. Conque llamaron “transición” a la “transacción”, la convirtieron en mito, como explica muy bien Jordi Mir, y llamaron “amnistía” a la “amnesia”. La memoria de los sin nombre quedó enterrada viva (hasta hoy mismo), Felipe González sirvió a despintar el color republicano de Rodolfo Llopis y los históricos del PSOE, y se amañó bien, el mismo FG (obseso del pragmatismo), para congraciarse con “los poderes fácticos”. De paso, o por ello, tiró por la ventana a los militares significados como demócratas coherentes, en particular a los de la UMD. Los media colaboraron en la gran operación, en buena conjunción con el dinero o capital, e incluso con buena fe (algunos, o algunas veces), construyendo en buena parte el relato mítico de la transición. La cual apisonó la memoria de millones de ciudadanos honrados, y no tuvo reparos en incluir guetos: guerrilleros/maquis, UMD, ascenso a general de los firmantes del golpista “manifiesto de los cien”, pero no de los dignos oficiales “úmedos”, o negar a éstos la cruz de años de servicio, otorgándosela (en delito de prevaricación cometido por muy altos mandos) a condenados por la rebelión del 23-F, resolviendo dichos prevaricantes generales que tales rebeldes habían observado “la más intachable conducta” (sic) toda su vida militar.
Por resumir, a los mílites custodios del “atado y bien atado” les cabe harta responsabilidad en tanto escarnecer la memoria de los “vencidos” –-aunque muchos de aquéllos no sean conscientes-—, pues fueron los garantes máximos de que la transición se hiciera como se hizo. Además, produjeron continuo “ruido de sables”, al menos hasta el teniente general Mena y el capitán legionario melillense González Calderón, que se iba a ir con su compañía a acojonar al Ministerio de Defensa en pleno, enero de 2006. El propio fracaso de la “Operación De Gaulle” camastrona que fue el 23-F reforzó a los milicos más ultras, al ver que quedaban impunes casi todos quienes debieron sentarse en un banquillo penal, gracias a una justicia militar que fue a la justicia lo que la música militar es a la música (viejo adagio). Oliart, autoridad político-administrativa, incluso daba instrucciones al juez cineasta militar García Escudero (José María, no Pío) sobre si procesar o no a muchos militares sediciosos y rebeldes de la División Acorazada madrileira, y de la “Maestrazgo” de Valencia y la Capitanía General de la misma. Con oliares y múgicas moviendo hilos, casi toda la bajada de pantalones se explica.
La democracia otorgada, en fin, “toleró”, muerta de miedo, las infames condenas mínimas de Tejero e Ynestrillas (otro ejemplo paradigmático de la seguridad jurídica de la justicia militar) por la Operación Galaxia, sentencia de la que disintió el honesto general Quintana Lacaci, pero el Consejo Supremo de Justicia Militar (¡?) disintió de Quintana y cuasi-absolvió a dichos galácticos; como toleró el ascenso y nombramiento de Capitán General de Zaragoza (5ª Región Militar) de Caruana, en lugar de mandarlo a la cárcel con Milans por ocupar pistola al cinto, poco antes, el Gobierno Civil de Valencia; o que un buen grupo de oficiales de Estados Mayores de varias Capitanías Generales estableciesen una organización golpista durante años (caso “cintas aleatorias”). Terminemos: que la prudencia no nos haga traidores (Jordi Carbonell), y salgamos ya de esta odiosa interinidad. No pedimos vindicta ni ajuste de cuentas, sólo dignidad y verdad. Que se redima de una vez la memoria emparedada por los “vencedores”, pues no es posible abdicar del pasado, y hay que informar a los que vienen después (“recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, que decía Cernuda y recapitula Carlos Castilla). Somos lo que recordamos, sin memoria no hay identidad, véase el enfermo de alzheimer.
* José Luis Pitarch. Vicepresidente de Unidad Cívica por la República
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