...por Rafael Cid
La crisis desatada este verano con el ataque de Georgia a Osetia del Sur y la posterior “invasión preventiva” de Rusia ha dejado claro que el primer tercio del siglo XXI será una pugna entre potencias capitalistas, de viejo y nuevo cuño, al margen del derecho internacional. El camino para solapar situaciones de derecho por groseras razones de Estado estaba abonado, aunque ha sido coincidiendo con la apertura de los Olimpiadas de Pekín cuando la canalla ha tomado carta de naturaleza. ¡Qué mejor marco para ejercitar la barbarie que unos juegos que tienen como anfitrión al gobierno que acaba de someter una vez más a sangre y fuego la autonomía del Tíbet! Y al mismo tiempo qué gran mascarada, si tenemos en cuenta que los Juegos Olímpicos nacieron para sublimar los conflictos entre naciones a través de la competición deportiva entre sus pueblos. Con razón no exenta de oportuna revisión histórica algún analista ha asociado la Olimpiada del 2008 en China con la que tuvo lugar en 1936 en una Alemania ya fagocitada por el síndrome nazi. A los totalitarismos actuales les sienta bien el chándal. De hecho, todo el auténtico espíritu olímpico se limita a una discreta carta de protesta firmada por 54 deportistas, por supuesto ninguno español.
Resulta difícil imaginar que el actual régimen pronorteamericano de Georgia se lanzara a la aventura de Osetia del Sur sin el visto bueno de Estados Unidos y en especial del equipo Bush, que seguramente imaginaron todas las posibilidades de respuesta por parte de la Rusia de Putin, incluida la que se ha producido con la invasión armada del antiguo territorio soviético, la primera intervención del ejército ruso –al margen del conflicto checheno- tras la desintegración de la URSS. De suyo Putin, con un presidente Medvédev casi decorativo, sólo ha necesitado justificarse con los mismos argumentos perversos que desde hace años están sirviendo a Bush y sus acólitos europeos para actuar manu militaría en la antigua Yugoslavia e Irak: injerencia humanitaria y defensa a ultranza del derecho de autodeterminación. La única diferencia es que donde el “Trío de las Azores” denunciaba armas de destrucción masiva, santuario terrorista y autonomía de Kosovo, Moscú ha colocado agresión a una región bajo su tutela y pretendido genocidio. Tal para cual.
El resultado es una confirmación del ocaso del derecho internacional y su principal institución de garantía y control (la ONU), el repunte de organismos no democráticos como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio como nuevos reguladores globales (no olvidemos que ahora la pugna es entre capitalistas y no entre sistemas alternativos) y la prueba de que cada superpotencia está dispuesta a llevar al límite las posibilidades de su arsenal disuasorio ejerciendo el derecho de presa (víctimas civiles y destrucción del país). Y luego están los otros daños colaterales: la entrada de rondón en el último tramo de la campaña norteamericana del factor patriótico y la postergación de la Unión Europa en un conflicto que ha implosionado en el umbral de su propia casa común. Pobre errática Europa, otra vez tan lejos de la democracia y tan cerca del Tío Sam. Pobre Javier Solana, nuestro alto representante en la UE para la Política Exterior y de Seguridad Común, ese hombre de principios que desde un primer aliento como furibundo antiotanista y “ministro” en el gobierno secreto del 23-F, pasó a ser secretario general de la OTAN y mister pec sin solución de continuidad. Pobres ciudadanos europeos también, secuestrados por la infame turba de unos dirigentes clónicos del peor reaccionarismo yanqui, que sabotean olímpicamente las libres decisiones de sus pueblos cuando someten a referéndum su proyecto de Constitución, mientras alientan sentimientos de odio al inmigrante para desempolvar viejas leyes racistas que justifiquen su usurpación autoritaria del poder.
Con la desintegración de la Unión Soviética y la conversión de la China maoísta al integrismo del mercado se inicia la era del capitalismo planetario como única religión verdadera. No estamos en el fin de la historia y la plenitud de la democracia como profetizó Francis Fukuyama en su best–seller. Muy al contrario, con el arranque del siglo XXI lo que se nos bien en cima es otra historia: la del fin de la democracia por el fuego amigo de las superpotencias capitalistas y la hegemonía del neofeudalismo global como modelo de vida.
No es la guerra fría, es el canibalismo capitalista.
www.red-libertaria.net
La crisis desatada este verano con el ataque de Georgia a Osetia del Sur y la posterior “invasión preventiva” de Rusia ha dejado claro que el primer tercio del siglo XXI será una pugna entre potencias capitalistas, de viejo y nuevo cuño, al margen del derecho internacional. El camino para solapar situaciones de derecho por groseras razones de Estado estaba abonado, aunque ha sido coincidiendo con la apertura de los Olimpiadas de Pekín cuando la canalla ha tomado carta de naturaleza. ¡Qué mejor marco para ejercitar la barbarie que unos juegos que tienen como anfitrión al gobierno que acaba de someter una vez más a sangre y fuego la autonomía del Tíbet! Y al mismo tiempo qué gran mascarada, si tenemos en cuenta que los Juegos Olímpicos nacieron para sublimar los conflictos entre naciones a través de la competición deportiva entre sus pueblos. Con razón no exenta de oportuna revisión histórica algún analista ha asociado la Olimpiada del 2008 en China con la que tuvo lugar en 1936 en una Alemania ya fagocitada por el síndrome nazi. A los totalitarismos actuales les sienta bien el chándal. De hecho, todo el auténtico espíritu olímpico se limita a una discreta carta de protesta firmada por 54 deportistas, por supuesto ninguno español.
Resulta difícil imaginar que el actual régimen pronorteamericano de Georgia se lanzara a la aventura de Osetia del Sur sin el visto bueno de Estados Unidos y en especial del equipo Bush, que seguramente imaginaron todas las posibilidades de respuesta por parte de la Rusia de Putin, incluida la que se ha producido con la invasión armada del antiguo territorio soviético, la primera intervención del ejército ruso –al margen del conflicto checheno- tras la desintegración de la URSS. De suyo Putin, con un presidente Medvédev casi decorativo, sólo ha necesitado justificarse con los mismos argumentos perversos que desde hace años están sirviendo a Bush y sus acólitos europeos para actuar manu militaría en la antigua Yugoslavia e Irak: injerencia humanitaria y defensa a ultranza del derecho de autodeterminación. La única diferencia es que donde el “Trío de las Azores” denunciaba armas de destrucción masiva, santuario terrorista y autonomía de Kosovo, Moscú ha colocado agresión a una región bajo su tutela y pretendido genocidio. Tal para cual.
El resultado es una confirmación del ocaso del derecho internacional y su principal institución de garantía y control (la ONU), el repunte de organismos no democráticos como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio como nuevos reguladores globales (no olvidemos que ahora la pugna es entre capitalistas y no entre sistemas alternativos) y la prueba de que cada superpotencia está dispuesta a llevar al límite las posibilidades de su arsenal disuasorio ejerciendo el derecho de presa (víctimas civiles y destrucción del país). Y luego están los otros daños colaterales: la entrada de rondón en el último tramo de la campaña norteamericana del factor patriótico y la postergación de la Unión Europa en un conflicto que ha implosionado en el umbral de su propia casa común. Pobre errática Europa, otra vez tan lejos de la democracia y tan cerca del Tío Sam. Pobre Javier Solana, nuestro alto representante en la UE para la Política Exterior y de Seguridad Común, ese hombre de principios que desde un primer aliento como furibundo antiotanista y “ministro” en el gobierno secreto del 23-F, pasó a ser secretario general de la OTAN y mister pec sin solución de continuidad. Pobres ciudadanos europeos también, secuestrados por la infame turba de unos dirigentes clónicos del peor reaccionarismo yanqui, que sabotean olímpicamente las libres decisiones de sus pueblos cuando someten a referéndum su proyecto de Constitución, mientras alientan sentimientos de odio al inmigrante para desempolvar viejas leyes racistas que justifiquen su usurpación autoritaria del poder.
Con la desintegración de la Unión Soviética y la conversión de la China maoísta al integrismo del mercado se inicia la era del capitalismo planetario como única religión verdadera. No estamos en el fin de la historia y la plenitud de la democracia como profetizó Francis Fukuyama en su best–seller. Muy al contrario, con el arranque del siglo XXI lo que se nos bien en cima es otra historia: la del fin de la democracia por el fuego amigo de las superpotencias capitalistas y la hegemonía del neofeudalismo global como modelo de vida.
No es la guerra fría, es el canibalismo capitalista.
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