La humana convención de fin de año y comienzo de otro nos invita al resumen, a pasar revista a los doce meses que, al menos en Cuba, expiran entre una música multiplicada, fuegos artificiales y cubos o baldes de agua lanzados a la calle a la medianoche, para limpiar el hogar de “todo lo malo”. Pero el fin de año convida también a la previsión, a vaticinar posibles escenarios sobre la base de los hechos ocurridos en los pasados 365 días.
Estas semanas iniciales, primerizas, he estado leyendo con atención artículos de peso como el titulado “Los desafíos y las perspectivas económicas del 2008. El debe y el haber de la región”. O sea, de América Latina. Y me he alegrado con el autor, Pablo Ramos, porque desde el cambio de siglo el subcontinente transita por un período de alto crecimiento, situado entre el 5 y el 6 por ciento como promedio, por encima del mundial.
Se ha multiplicado el precio de los principales productos de exportación regional -los recursos naturales-, a la vez que aumentan las cantidades exportadas. También el comercio intrarregional ha crecido de forma sustancial. ¿Un ejemplo? El intercambio bilateral entre los mayores socios del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Argentina y Brasil, va a rozar los 23 mil millones de dólares. Considerable cifra. Si miramos hacia el mundo exterior a América Latina, veremos que no aparecen nubarrones en el horizonte como para hacernos afirmar que la tendencia de crecimiento va a variar para mal. Sí, nada indica la posible disminución del apetito de China, la India y del resto de Asia por los recursos naturales.
Pero –caramba, ¿siempre habrá un “pero”?- sucede que estas tasas de expansión –entre 5 y 6 por ciento, como promedio- no se traducen en mejoras para la población. Y es más: lejos de explayarse, la riqueza se concentra en pocas manos, en algunos grupos económicos locales y en corporaciones internacionales. Mejor digamos: transnacionales.
Confrontando datos y pareceres, encontramos que tanto las Naciones Unidas, como la CEPAL, el Banco Mundial y otras instituciones coinciden en que los índices de pobreza, pobreza extrema y desigualdad permanecen casi estáticos a lo largo de medio siglo, sobre todo -¿adivinó?- en América Latina.
El informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, de 2002, señalaba que al término del siglo XX el 5 por ciento de las personas más ricas del planeta poseía 114 veces más que el 5 por ciento de las más pobres. De las paupérrimas. La diferencia era muy evidente en África y, sí, en América Latina.
El asunto se complica, y llega a incomodar hasta la palabra obscena, que por supuesto no escribiré aquí, cuando reparamos precisamente en el hecho de que esta zona del planeta ha experimentado aumento de las exportaciones y de los índices de crecimiento bruto… y per cápita.
Contradicción de contradicciones, ¿no? ¿Por qué, entonces, si en 1950 asomaban 82 millones de pobres latinoamericanos, a fines de los noventa sumaban 160 millones los pobres? Y ¿por qué hoy son 230 millones? Sin intención alguna de pontificar: la economía capitalista, en que ciertos confundidos aprecian la panacea, el medicamento curalotodo, no hace más que estimular el problema de la pobreza. Porque para los ávidos poseedores de fortuna, un país es rico si tiene pobres que trabajen. O, como rememora el articulista Francisco García, si tiene mano de obra competitiva: esa que se ofrece por el salario más miserable.
América Latina crece económicamente, sí, gracias a la exportación de recursos naturales, que es como gracias a la donación de sangre, pero recordemos con el colega citado que los obreros de la maquila trabajan en turnos forzados y en jornadas de extenuación, y no salen de la pobreza. Las obreras de las salmoneras laboran en aguas gélidas por más de 12 horas diarias, percibiendo sueldos mezquinos, y no salen de la pobreza… En fin, en tanto los maestros universitarios, las meseras y las trabajadoras del sexo –las esforzadas prostitutas- no salen de la pobreza, resulta enorme el crecimiento de la Nike, de Billiton, de la General Motors, de Kentucky Chicken y otras empresas de nombres en inglés.
Claro, no tapiemos la esperanza. Porque hay esperanza, sí. Si bien existe un grupo de naciones como Chile, Colombia, Perú, México y la mayoría de las centroamericanas, naciones que buscan el desarrollo con tratados de libre comercio básicamente; existe asimismo un grupo de países, como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, con una visión más keynesiana, reguladora, de la economía. Y están Bolivia, Ecuador y Venezuela, que llevan adelante políticas encaminadas a una economía socialista, con control por el Estado de los recursos naturales, la tierra incluida.
Estas semanas iniciales, primerizas, he estado leyendo con atención artículos de peso como el titulado “Los desafíos y las perspectivas económicas del 2008. El debe y el haber de la región”. O sea, de América Latina. Y me he alegrado con el autor, Pablo Ramos, porque desde el cambio de siglo el subcontinente transita por un período de alto crecimiento, situado entre el 5 y el 6 por ciento como promedio, por encima del mundial.
Se ha multiplicado el precio de los principales productos de exportación regional -los recursos naturales-, a la vez que aumentan las cantidades exportadas. También el comercio intrarregional ha crecido de forma sustancial. ¿Un ejemplo? El intercambio bilateral entre los mayores socios del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Argentina y Brasil, va a rozar los 23 mil millones de dólares. Considerable cifra. Si miramos hacia el mundo exterior a América Latina, veremos que no aparecen nubarrones en el horizonte como para hacernos afirmar que la tendencia de crecimiento va a variar para mal. Sí, nada indica la posible disminución del apetito de China, la India y del resto de Asia por los recursos naturales.
Pero –caramba, ¿siempre habrá un “pero”?- sucede que estas tasas de expansión –entre 5 y 6 por ciento, como promedio- no se traducen en mejoras para la población. Y es más: lejos de explayarse, la riqueza se concentra en pocas manos, en algunos grupos económicos locales y en corporaciones internacionales. Mejor digamos: transnacionales.
Confrontando datos y pareceres, encontramos que tanto las Naciones Unidas, como la CEPAL, el Banco Mundial y otras instituciones coinciden en que los índices de pobreza, pobreza extrema y desigualdad permanecen casi estáticos a lo largo de medio siglo, sobre todo -¿adivinó?- en América Latina.
El informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, de 2002, señalaba que al término del siglo XX el 5 por ciento de las personas más ricas del planeta poseía 114 veces más que el 5 por ciento de las más pobres. De las paupérrimas. La diferencia era muy evidente en África y, sí, en América Latina.
El asunto se complica, y llega a incomodar hasta la palabra obscena, que por supuesto no escribiré aquí, cuando reparamos precisamente en el hecho de que esta zona del planeta ha experimentado aumento de las exportaciones y de los índices de crecimiento bruto… y per cápita.
Contradicción de contradicciones, ¿no? ¿Por qué, entonces, si en 1950 asomaban 82 millones de pobres latinoamericanos, a fines de los noventa sumaban 160 millones los pobres? Y ¿por qué hoy son 230 millones? Sin intención alguna de pontificar: la economía capitalista, en que ciertos confundidos aprecian la panacea, el medicamento curalotodo, no hace más que estimular el problema de la pobreza. Porque para los ávidos poseedores de fortuna, un país es rico si tiene pobres que trabajen. O, como rememora el articulista Francisco García, si tiene mano de obra competitiva: esa que se ofrece por el salario más miserable.
América Latina crece económicamente, sí, gracias a la exportación de recursos naturales, que es como gracias a la donación de sangre, pero recordemos con el colega citado que los obreros de la maquila trabajan en turnos forzados y en jornadas de extenuación, y no salen de la pobreza. Las obreras de las salmoneras laboran en aguas gélidas por más de 12 horas diarias, percibiendo sueldos mezquinos, y no salen de la pobreza… En fin, en tanto los maestros universitarios, las meseras y las trabajadoras del sexo –las esforzadas prostitutas- no salen de la pobreza, resulta enorme el crecimiento de la Nike, de Billiton, de la General Motors, de Kentucky Chicken y otras empresas de nombres en inglés.
Claro, no tapiemos la esperanza. Porque hay esperanza, sí. Si bien existe un grupo de naciones como Chile, Colombia, Perú, México y la mayoría de las centroamericanas, naciones que buscan el desarrollo con tratados de libre comercio básicamente; existe asimismo un grupo de países, como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, con una visión más keynesiana, reguladora, de la economía. Y están Bolivia, Ecuador y Venezuela, que llevan adelante políticas encaminadas a una economía socialista, con control por el Estado de los recursos naturales, la tierra incluida.
Y no hay que ser docto para comprender que sin la vocación de igualdad de una política que erradique los errores ya señalados al socialismo, ni América Latina ni el mundo lograrán eliminar el terrible estigma de la pobreza, por mucho aumento macroeconómico que experimente. Al menos eso lo han comprendido unos cuantos, que hacen resúmenes y previsiones a propósito de la humana convención de inicios de año, entre fuegos artificiales, música multiplicada, y hasta cubos o baldes de agua lanzados a la calle, para limpiar la casa de “todo lo malo”.
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