El asesinato de la popular mujer política paquistaní Benazir Butto corresponde a una lógica precisa. Durante décadas los EEUU han financiado el régimen militar en Pakistán, han apoyado a los elementos más extremistas y entregado armas sofisticadas a un gobierno constituido por una alianza de militares y fundamentalistas religiosos que sirvan a los designios de Washington. Los servicios Secretos Pakistaníes (ISI), por ejemplo, piloteados por el Pentágono, están implicados en los atentados del 11 de septiembre 2001 y esto ya no es un secreto.
El asesinato de Benazir Bhutto y la confusión que causó en Pakistán ha vuelto a poner sobre la mesa la extraña simbiosis entre el gobierno de George W. Bush y el General [Musharraf ] que hundió al país en el triste estado en que hoy se encuentra. Antes de comentar sobre esta sólida y abierta relación, debemos primero centrar nuestra atención en algunos fragmentos de una conferencia que, bajo el título "Clarividencia geopolítica", fue dirigida a una audiencia internacional hace casi tres años, y cito:
"En lo concerniente a Pakistán, notaremos que las credenciales del General Musharraf para gobernar ese país parecen ser cada vez más atractivas para el Mundo Occidental y China, y más recientemente, quizá también para la India. El General se vio obligado, con la pistola a la cabeza, a dar un giro en U después del 11 de Septiembre y capituló.
En la escena pública ha estado haciendo el ruido adecuado, pero no ha sido percibido por los oídos de Washington, más que como ligera musiquilla. Incluso sus inclinaciones de tipo liberal pueden surgir de convicciones genuinas. Pero, ¿cuál el la realidad sobre el terreno?
Los partidarios de la Jihad, independientemente de que él los haya denunciado vehementemente en proclamas públicas de vez en cuando, florecen ahora como antes.
Los colegios de instrucción Islámica o madrasas- donde aún brota el fanatismo venenoso a borbotones—continúan creciendo rápidamente. Y lo que es más, el alance político de los elementos radicales ha sobrepasado sus expectativas más descabelladas con su exención a costa de los principales partidos políticos. Se encuentran casi invulnerablemente atrincherados políticamente tanto en el NWFP como en la región de Baluchistán.
Es evidente que aquí hay una contradicción. ¿Cómo se puede explicar el enorme vacío que existe entre la percepción de la elite de occidente y las indiscutibles señales del fortalecimiento de los elementos radicales en Pakistán quienes, durante la exención del general, han conseguido también una fuerte presencia en Bangladesh.
La distancia innegable que separa las dos perspectivas se le puede atribuir a la venganza sutil de Musharraf contra los Estados Unidos por haberlo obligado a traicionar al mismo pueblo que lo había apoyado su carrera militar desde los tiempos de la islamización de Pakistán, que llevó a cabo el Presidente Zia-ul-Haq.
Parece que se ha olvidado que fue Pervez Musharaf a quien el General Zia designó para que se ocupara de las intranquilas zonas del norte del país. El Brigadier Musharraf actuaba a la manera del General Tikka Khan; este último consiguió que le llamaran «el carnicero del Baluchistán».
No menos severo fue el tratamiento que Musharraf dio a los disturbios en Gilgit y Baltistan. Entonces, surge la pregunta: ¿abrió Musharraf un nuevo capítulo en su papel de hacerle el juego a los Estados Unidos al punto de poder lidiar con las diferencias?
Para destacar más este aspecto una contra-pregunta retórica se le puede hacer a sus interlocutores norteamericanos y occidentales.
Hipotéticamente hablando, ¿si alguien hubiera obligado al Senador McCarthy, apuntándole a la cabeza, a que adoptara una actitud menos intransigente hacia el comunismo, sería justo asumir que lo habría hecho para salvar la vida?
Si miramos a tiempos más recientes, podemos hacer otra pregunta, esta vez a los que llevaron a cabo la invasión de Irak, ¿Si se hubiera obligado a los neoconservadores a dar una vuelta en U —a abandonar su política bajo coacción- significaría ello la negación final de sus apreciadas creencias?
Los medios estadounidenses tienen su parte de responsabilidad en lo que podría haber sucedido en Pakistán la última semana de Diciembre, 2007, como se evidencia en los siguientes fragmentos. Cito:
"La administración Bush decidió, meses atrás, negociar un acuerdo de poderes con el impopular Musharraf, mientras este se retiraba del ejército pero sin abandonar la presidencia, y mientras la popular Bhutto asumía por tercera vez la cartera de primera ministra (después de haber sido derrocada dos veces por los militares).
La decisión se basaba en la importancia estratégica de Pakistán como santuario de Al-Qaeda y de los guerrilleros talibanes. Bush estaba frente a un dilema. Bhutto era mucho más dura que Musharraf con respecto a los extremistas islámicos, pero Bush invirtió mucho en el General...
A principios de diciembre, un ex funcionario del gobierno Paquistaní que apoyaba a Bhutto visitó a un alto funcionario norteamericano para renovar las solicitudes de Bhutto sobre su seguridad. No le prestaron la menor atención, según se evidenció el 6 de diciembre en una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Richard Boucher, subsecretario de estado para asuntos del Sur y Centro de Asia fue invitado a responder a los temores expresados por observadores parciales norteamericanos sobre un posible fraude en las elecciones. Su respuesta fue: "Creo que pueden celebrar unas buenas elecciones, unas elecciones creíbles, transparentes y justas. No serán unas elecciones perfectas"
Las palabras de Boucher se divulgaron en los centros del poder en Islamabad. Que los americanos no pidieran perfección significaba que se conformaban con menos. Sin Benazir Bhutto en la escena, la tendencia es a lograr aun mucho menos (...) Pero un regalo más siniestro de Washington a Pakistán podría ser el asesinato de Bhutto.
Ni el atentado del Jueves, ni el que tuvo lugar el 18 de octubre, llevaban el sello de Al-Qaeda. Después que ocurrió la carnicería, los vehículos del gobierno usaron chorros de agua para limpiar la sangre y, en ese proceso, destruyeron la evidencia forense. Si no es ya demasiado tarde, ¿sería oportuna la oferta y aceptación de una investigación del FBI?" (fin de la cita)
Para [el diario] USA Today, en los Estados Unidos y en todo el mundo solamente la administración Bush sigue creyendo en la fidelidad y habilidades de Pervez Musharraf —o en su deseo—para celebrar elecciones libres y justas. Presenta una pregunta de gran preocupación para el pueblo norteamericano y el mundo: "¿Será tan ingenua la administración Bush que no es capaz de darse cuenta del subterfugio de Musharraf —algo que ahora queda bien claro para todos en Pakistán—, o existe una cuestión de mayor importancia que los aliados de los Estados Unidos no llegan a ver?"
Es esta cuestión de mayor importancia en la que deben concentrarse los aliados de Washington, no sea que las armas nucleares realmente constituyan el baluarte defensivo de un régimen radical en Pakistán, que esté más cerca de tomar el estado de Pakistán que nunca antes en la historia de ese país.
La cuestión de mayor importancia tiene como referencia una fecha tan temprana como el año 2002, en el libro titulado "La Reestructuración de Pakistán" y en conferencias que posteriormente ofreció su autor se demuestra la complicidad directa de la alianza de los militares paquistaníes con la ISI en los ataques del 11 de Septiembre en los Estados Unidos.
Ciertos elementos en los Estados Unidos estuvieron involucrados también por la información que tenían sobre lo que se planeaba, aunque no sabían todo sobre la envergadura o la naturaleza de la operación.
Altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos no quisieron ver lo que estaba sucediendo, tanto antes como después del acontecimiento.
Después de cenar con el diablo, Washington no está en condiciones de abandonar al General Musharraf. El mismo dilema funciona para el ejército paquistaní y el ISI.
Es el último el que tiene agarrados por el cuello a los norteamericanos y no de manera contraria.
Los empleados que Washington ha formado y mantenido, durante décadas, en Pakistán están mucho mejor informados sobre lo que realmente sucede en ese país que los medios estadounidenses y que otros gobiernos del mundo, que han tratado de abrirle los ojos al gobierno de Bush.
La realidad es que nunca los ha tenido cerrados. Debido a su complicidad en el pasado, la administración norteamericana se ha entregado, con manos y pies atados, a los seguidores de Musharraf en Pakistan (la alianza de militares y radicales). A pesar de las señales diarias de que Musharraf los traiciona, los norteamericanos se ven obligados a continuar sobornando a círculos del ejército de Pakistan que son conocedores de la situación, ofreciéndoles grandes sumas de dinero año tras año y entregándoles armas sofisticadas que a penas podrán utilizarse contra los elementos radicales que gradualmente afianzan más su influencia sobre el estado de Pakistán.
No está lejos el día en que esas armas se viren contra las fuerza de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán y en otras regiones. No hace falta añadir que los británicos siempre han estado al tanto de todo esto.
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