sábado, 19 de enero de 2008

Chile lleva treinta años bajo ataque económico terrorista.

...por Arturo Alejandro Muñoz

Las políticas económicas neoliberales han hecho un exitoso trabajo subliminal en algunos sectores de la población chilena. El consumismo es cosa seria y, para aumentar el problema, los grados de burda imitación que muestra el país en relación al modo de vida norteamericano son representativos de la carencia de identidad que hoy nos distingue.

A muy pocos chilenos les interesa empaparse culturalmente del desarrollo humano que tuvo esta franja de tierra desde la época prehispánica hasta pocos años atrás. Quien desconoce el pasado, no entiende el presente y tendrá graves dificultades para construir el futuro.

No hay real conciencia de nuestra característica oceánica que desde los comienzos de nuestra propia Historia dejó a disposición y libre albedrío la utilización de un extenso mar que nos permitía comunicarnos con quien deseásemos, pero el interesado discurso patronal y ultramontano -que durante dos siglos le ha servido a los dueños de la nación para dominarla sin contrapeso-, supo imponer la idea de que constituíamos una olvidada república, aislada de las grandes corrientes migratorias, lo cual terminó por instaurar en el alma nacional una mentalidad isleña conservadora y doble estándar, que hasta este momento –pese a los avances tecnológicos y al fenómeno de la globalización- continúa siendo una impronta grabada a fuego en el subconsciente de muchos.

Queremos ser demócratas modernos, y no lo queremos. Nos movemos entre un nacionalismo ramplón y una búsqueda de grandeza al estilo europeo occidental que encuentra cada vez gruesos obstáculos para replicarla en nuestra nación. En este trámite, hemos experimentado fracasos y decepciones. Aislamiento, autarquía, desarrollismo, integraciones hemisféricas impuestas a punta de promesas y fracasadas en los hechos ciertos (como la Alianza para el Progreso, el Mercado Andino, etc.), y también débiles intentos por asumir tendencias ideológicas y/o sociales que no encontraron respuestas efectivas. Hasta que en el detestable gobierno de las bayonetas, a sangre y fuego, impuso sus estructuras el poder del dinero…poder único e imbatible que supera cualquier intento por volver a ser humanos, solidarios y racionales, independientes y soberanos.

Pareciera ser que el neoliberalismo económico llegó para quedarse. Lo aceptamos calladamente durante veinte años, pero ya hemos comenzado a expresarle quejas, diatribas y propuestas de cambios, pues ha sido incapaz de satisfacer las necesidades verdaderas de la ciudadanía. Quizá, sabemos muy bien qué es lo que no deseamos, pero nos resulta difícil acordar mayoritariamente lo que sí queremos. En materia económica simula existir una adormecida opinión mayoritaria o un seudo consenso básico que procura transformar –aún débilmente- el panorama actual, pero en lo político el tema se nos enreda a grados de rompimiento, pues las diferencias insalvables se sitúan en la pésima distribución de la riqueza y en las casi inexistentes formas de participación ciudadana para administrar el país.

Tal vez hemos olvidado (o lo desconocíamos) que el sistema capitalista no puede existir sin corrupción, mano de obra cesante, delincuencia permanente, clasismo, racismo y brecha económica significativa. No entender ello, es pedirle peras al olmo. ¿Dónde está entonces el discutible éxito de ese sistema en un país a medio hacer como el nuestro? En la macroeconomía, por cierto… y en una ínfima igualdad de oportunidades que permite a muchos desavisados creer a pie juntillas que viven una moderna y civilizada democracia plena rumbo al desarrollo total.

El único capitalismo que conocemos los chilenos es aquel del endeudamiento personal que encarcela nuestros bajos ingresos en la penitenciaría de las megatiendas, supermercados y financieras, mientras los patrones principales –que tienen a sus mayordomos administrando el Congreso Nacional- incrementan exponencialmente sus ganancias, amparados, e incluso defendidos, por una casta política que abrió de par en par las puertas de la nación a prestamistas, avaros legales, estafadores con patente y expoliadores sin fronteras.

Esa casta politiquera ha estructurado la presente institucionalidad para garantizar a los agiotistas financieros y comerciales la máxima impunidad y, de ese modo, esquilmar a la gente de trabajo hasta la médula misma del dolor. Esa institucionalidad perfecciona día a día su objetivo principal dictando leyes que menoscaban, empobrecen e insultan al empleado, al funcionario, al obrero, al profesional, al jubilado, a la vez que perfecciona el andamiaje legal para otorgarle a los dueños del capital nuevas formas de enriquecimiento dulce.

Es así que sólo en Chile –y nada más que en Chile- los Bancos y Financieras no pagan impuesto alguno por las ganancias. En Chile –y sólo en Chile- hay una tozuda negativa oficial por eliminar o rebajar sustancialmente el impuesto específico a los combustibles. Y en Chile –sólo en Chile- se paga doble por utilizar carreteras, ya que el mentado impuesto específico fue creado para “el mantenimiento de autopistas y carreteras”, pero estas fueron entregadas a empresas concesionarias extranjeras, las que cobran peaje por ese tránsito…y los gobiernos concertacionistas, asociados a los empresarios, determinaron mantener un impuesto por la misma acción.

Basta recordar que nuestro país posee hoy la tercera peor distribución del ingreso en América. La llamada ‘brecha económica’ señala –según datos oficiales- que el porcentaje más rico del país obtiene ingresos 32 veces mayores que el recibido por el porcentaje más pobre. No obstante, otros datos –entregados por organizaciones independientes- señalan una distancia superior a las 87 veces. Como simple ejemplo, el actual salario mínimo alcanza los $147.500, mientras que el sueldo promedio de un gerente supera la cifra de $22.000.000 mensuales.

La participación de los salarios y pensiones en el Ingreso Nacional, que en 1972 era del 63%, a comienzos del gobierno de Ricardo Lagos era del 46%, a fines del gobierno Lagos bajó al 39%, el 2006 al 37%, este año 2008 bajará nuevamente al 35%. Basta ver las cifras de la Cuentas Nacionales 2003-2006 del Banco Central en Internet para comprobarlo.

Seamos realistas, en Chile resultará en extremo difícil lograr darle cierto aire ‘social’ al actual escenario económico, donde dominan y predominan legislaciones ampliamente favorables para los inversionistas, ya que tanto en lo impositivo como en lo laboral, desde hace treinta años, las reglas del juego no sólo han girado en favor exclusivo del empresariado sino, además, lograron decantar las posturas progresistas que muchos políticos mostraban como principal componente de sus programas parlamentarios.

Como simple botón de muestra, podemos asegurar que el año 2007 un puñado de empresas privadas trasnacionales del Cobre -que de paso sacan gratis y sin procesar miles de millones de dólares en oro, plata y molibdeno-, se llevó de Chile US$30.000 millones de dólares, como ganancias líquidas, y pagarán apenas US$4.000 millones en impuestos, pero recién en abril del 2008. Las 10 principales empresas privadas y trasnacionales, que en 1999 significaban el 20% del PIB chileno, este año significarán el 45% del PIB. Esa es la real situación del neoliberalismo salvaje que opera en Chile, y por la misma razón se asegura que el Cobre (nacionalizado el año 1971 durante el gobierno de Salvador Allende con la aprobación unánime del Congreso), hoy ha sido ‘desnacionalizado’ absolutamente.

El propósito de esa sociedad de intereses –constituida en una especie de ‘dictadura perfecta’- no es otro sino lograr que la gente, el pueblo, hipoteque sus vidas y las de sus familiares en beneficio de quienes poseen la máquina predadora del dinero y del poder político.

Si la decisión mayoritaria de los chilenos es mantener el actual sistema económico-social, aun con ciertos mejoramientos, se hace necesario concluir que esta democracia nuestra, lamentablemente feble y en pañales mientras permanezcan los actuales representantes políticos en las altas instancias legislativas, carece de capacidad para realizar un saneamiento profundo –un aseo quirúrgico- que borre de una plumada tanta corrupción, tanto familisterio político y tanta desvergonzada usura oficial y ‘legal’.

El camino a seguir no es corto. Sin embargo, el país puede comenzar a transitarlo en las próximas elecciones edilicias y parlamentarias, con la firme convicción de que aquellos diputados y senadores que se han caracterizado por su apoyo irrestricto al capital financiero y comercial, no deberían contar con el voto o sufragio necesario para continuar depredando al pueblo desde sus cómodos, y bien pagados, cargos en el Congreso Nacional.

Chile lleva ya treinta años bajo ataque económico terrorista, y una parte de la ciudadanía no quiere enterarse. Son tres décadas de explotación, despojo, usura, agiotismo. Treinta años en los que la brecha económica aumenta dramáticamente, pero hay ingenuas y desinformadas personas que aplauden los tres decenios de imposición de un sistema que no ha satisfecho –ni satisfará nunca- las necesidades verdaderas, concretas y rutinarias de la gente. Por eso es posible asegurar que Chile lleva treinta años bajo un feroz ataque económico terrorista, amparado -e incluso aplaudido- por nuestra actual clase política.

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