..por Malime
Desde una concepción materialista de la existencia, interpretando a los grandes clásicos del marxismo cuando nos decían que los nuevos ordenes económicos-sociales se generan en el viejo orden, debemos considerar que el partido proletario surge en el viejo orden capitalista, hoy el ¡moderno! orden que pretende perpetuar “democráticamente” la explotación del hombre por el hombre. Pero con una característica y unos fines muy diferentes al de los partidos integrados en el orden burgués.
La clase social minoritaria burguesa para poder mantenerse en el poder necesita de un aparato estatal simbólico, que sea reconocido como algo natural por el conjunto de la sociedad dividida en clases sociales antagónicas y menos antagónicas, en vez de lo que es, al servicio de la clase social en el poder. En la fase de desarrollo capitalista imperialista, sea reconocido por los explotados “democráticamente” y por la pequeña burguesía, de ahí los partidos más conservadores, liberales, o pretendidamente obreros, todos ellos objetivamente sometidos por el orden ideológico de la clase social en el poder. Desde esa interpretación simbólica del Estado, los partidos pretenden representar “democráticamente” los intereses de los diferentes sectores sociales.
Sin embargo, desde una concepción marxista, reconociendo esa realidad, el partido marxista se constituye no para representar al pueblo explotado en el aparato estatal burgués con su falso juego electoral, sino que el partido es ante todo una organización revolucionaria que cree en la capacidad de los trabajadores para que ellos mismos sean protagonistas del proceso revolucionario liberador que acabe con su explotación. El partido es ante todo un elemento educador y ayudante en la organización revolucionaria de la clase sometida. La clase trabajadora explotada, tanto la de los trabajadores manuales como de los intelectuales, por nacer clase trabajadora, no nace con conciencia de clase, a lo sumo la lucha contra la explotación se manifiesta de forma economicista, sin mayor trascendencia para el orden capitalista cuando esas luchas obligan a este a realizar determinadas concesiones económicas o sociales, que rápidamente recupera, permitiéndole continuar su salvaje acumulación capitalista, la acumulación de los bienes generados social y colectivamente.
Los fines del partido marxista no son representar a los trabajadores en ese falso aparato estatal burgués, pretendiendo algún día a través del voto conseguir la mayoría gobernativa y conducir “democráticamente” al pueblo al socialismo. No divide al ser humano en clase política y sociedad civil, sino que instrumentaliza y aprovecha revolucionariamente ese falso juego electoral, para denunciar su falsedad, para desde los limitados espacios conquistados en ese juego, educar al pueblo, para que tome conciencia de su responsabilidad liberadora y que de forma alternativa como mayoría social que es se organice como clase dominante, para conseguir la presión desde arriba y desde abajo, para poder asegurar el ejercicio de la verdadera democracia participativa de forma permanente y directa, controlando en todo momento y revocando a sus representantes en el nuevo aparato estatal alternativo que se va forjando, que en nada se asemeja al del Estado burgués.
El nuevo ser humano que se va forjando en el viejo orden burgués, sus formas organizativas de lucha son formas que en su desarrollo se constituyen en formas de poder. El nuevo ser humano a través de esa forma alternativa de organización de lucha y de poder, no es dividido como ahora sucede, en clase política y clase productiva, ya es clase productiva-política porque puede realizarlo desde el lugar natural donde ello es posible siempre, desde los lugares donde labora y actúa políticamente. Desde donde organizado como comisión obrera, o como quiera denominarse, opina y elige a su representante a los niveles superiores de organización alternativa popular que durante la fase capitalista posibilitan el reivindicar mejoras económicas, sociales y políticas. Y una vez tras la revolución socialista, administrar el poder, elevar sus propuestas político-productivas que permitan una planificación real de la política económica y social socialista.
Desgraciadamente son muchos los partidos que sin renunciar al marxismo, de hecho caen en el falso juego burgués, se constituyen en clase política sin mayor ánimo y compromiso organizativo hacia el protagonismo organizativo del pueblo, unos pidiendo su voto con la promesa de mejorar su situación económica y social, otros con sus proclamas de calle pidiendo que les sigan a las pretendidas grandes manifestaciones. Sin embargo ninguno se plantea la necesidad de ir y generar organización partidaria y alternativa en las fábricas, en los centros de producción, de educación y cultura, en general a todos los lugares donde las masas alienadas y explotadas producen o conviven, ligarse a ellas como partido educador y concienciador de clase a través de una militancia fuertemente formada ideológicamente que posibilite ese paciente trabajo educador en permanente desarrollo organizativo, tanto por parte de la militancia partidaria como del conjunto de los trabajadores y de los sectores sociales dañados por la oligarquía financiera, industrial e imperialista.
Los afiliados a los partidos políticos, tanto los defensores del orden capitalista como los del ideal socialista, son minoritarios en relación con el número que compone el conjunto de la sociedad no afiliada, además, carecen de la formación ideológica que caracteriza el pensamiento filosófico de cada partido, que posibilite una democracia “más real” dentro de cada organización. El culto a la personalidad del líder de turno es el que sustituye a esas carencias. De esa forma se perpetúa el culto a la personalidad y la división sumisa del concepto clase política y sociedad civil.
La caída del llamado socialismo real evidencia esa falsa interpretación sobre el papel suplantador, por parte del partido pretendidamente marxista, al protagonismo de los trabajadores organizados como clase dominante de abajo arriba de forma directa en un Estado socialista, en permanente desarrollo y avance hacia el comunismo, donde el Estado como elemento de sometimiento y represión sobre la clase sometida ya no tiene sentido de ser porque no hay clase a la que reprimir y se extingue en ese cometido, ya todos viven en la solidaridad que permite el desarrollo material y moral del nuevo mundo comunista. Es difícil imaginar que en una sociedad socialista, unos trabajadores dueños de los medios de producción, desde sus centros de trabajo opinando, controlando los bienes que genera su trabajo productivo, la política particular y general, se dejaran arrebatar las fábricas y que estas pasasen a manos ajenas capitalistas. Sí veíamos en aquel “socialismo real” a los miembros del partido que mantenían ciertos privilegios con relación al conjunto del pueblo, lo que evidenciaba que tras tantos años de revolución, esa vanguardia que se consideraba comunista no lo era moral, material y prácticamente, no pudo superar su limitada conciencia y moral comunista dado el disfrute material privilegiado que gozaban y que desde su primitivo falso idealismo degenerativo padecían, producto a su vez de la falta de una verdadera organización cohesionada ideológicamente, pensando y actuando consecuentemente en ese ideal material-espiritual del nuevo hombre con una mentalidad comunista hecha parte material de su complejo cuerpo material que sirviera de ejemplo al conjunto del pueblo.
Nos sorprendió la interpretación que hizo Hugo Chávez, al constituir el PSUV, pidiendo que todos se afiliasen al nuevo partido, no por su formación y grado de conciencia suficiente para asumir esa responsabilidad solidaria y desinteresada, lo que dejaba la puerta abierta a que se afiliasen los oportunistas, incluso solicitando que se disolvieran los demás partidos que estaban de acuerdo con el ideario socialista integrándose en el nuevo “partido unido”. De alguna forma se aceptaba la concepción burguesa de los partidos como clase política al margen del ser productivo que somos todos, donde los afiliados se limitan a apoyar a los cargos electos votándoles en las elecciones generales burguesas, en vez de ser un partido sólido, con militantes formados ejerciendo ese papel educador y organizativo, que finalmente permita que sea todo el pueblo trabajador el que ejerce el poder.
Los resultados en el referéndum sobre la Constitución de alguna forma evidenció que no votaron por el sí la totalidad de los afiliados del pretendido “partido unido”. Más vale un militante sólido y comprometido que cincuenta charlatanes, “...deslindar a los charlatanes de los que trabajan” por la causa, como diría Lenin en su polémica con Martov sobre quienes podían ser o no ser miembros del partido, al pretender este último que cualquiera que lo solicitase fuese admitido por el simple hecho de solicitarlo.
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