La elaboración del nuevo Tratado de Reforma ha sido aún más antidemocrática que la de la Constitución. Su redacción final ha sido el resultado de una Conferencia Intergubernamental presidida por el secretismo, sin ninguna participación del Parlamento Europeo, ni de los parlamentos nacionales, ni ningún contacto o negociación con los “agentes sociales” –Confederación Europea de Sindicatos (CES), grandes ONG...–, a los que se involucró antes de cara a vender mediáticamente la imagen participativa del proceso constitucional. La aprobación del nuevo Tratado se hará por vía parlamentaria. La nueva Europa será una “Unión de Estados” en la que han sido suprimidos los ciudadanos, que ni siquiera se mencionan en el preámbulo, al contrario que en la Constitución.
El nuevo Tratado sigue abriendo la puerta a la privatización total de la sanidad, la educación, el agua y las pensiones, sometiendo a estos “servicios de interés general” (ya no se habla de servicios públicos) a la lógica del mercado. Mientras tanto, la política social y la fiscalidad siguen sometidas al veto, imposibilitando una política comunitaria al respecto, al tiempo que se permiten los paraísos fiscales dentro de la Unión. El gasto público social queda muy severamente limitado por el Pacto de Estabilidad, y se preconiza que los Estados deben alcanzar el superávit presupuestario, pero eso sí, se anima a gastar más, bastante más, en los presupuestos militares. Además, debido al hecho de que la iniciativa legislativa sigue residiendo en la Comisión Europea, ello hará que el marco comunitario responda cada vez más a las lógicas de los grandes conglomerados empresariales y financieros, que poseen importantes lobbies de presión en Bruselas. La Nueva Estrategia de Lisboa, o el nuevo documento de la Comisión: Europa Global, compitiendo en el mundo son un muy buen ejemplo de ello. Según el Comisario de Comercio de la UE, Peter Mandelson: “Queremos garantizar que las empresas europeas competitivas, respaldadas por las políticas internas adecuadas, puedan ganar acceso a los mercados mundiales”. El Tratado (y la nueva directiva del mercado único de capitales) da aún más poder al mundo del dinero, reforzando el papel del Banco Central Europeo. Por otro lado, el nuevo Tratado dota a la Unión de estatus jurídico internacional.
Más desigual
El Tratado configura una estructura institucional europea con distintos núcleos y periferias, que contendrá al menos dos grandes Europas. Una, el Eurogrupo, los 15 países que han adoptado el euro como moneda común. Ellos serán con toda probabilidad los que intentarán ir más allá en sus políticas de integración (“cooperaciones reforzadas”), y el nuevo Tratado lo permite en las áreas en que se pueden tomar decisiones por mayoría, aunque serán los actores más poderosos los que condicionarán su evolución. El otro grupo son los no miembros del euro –pero sí ya “eurizados”– del Este, que lo más probable es que tarden en integrarse en la moneda única, pues manifiestan severos desequilibrios económicos como consecuencia de su incorporación (dependiente) a la Unión.
Pero la futura Europa tendrá también otras periferias o círculos concéntricos. De hecho, las lleva construyendo desde hace tiempo. Una será la que se está creando en su flanco sur, la Unión Mediterránea, “presidida” por Francia pero en la que tendrán un papel importante España e Italia. La Unión Mediterránea buscaría también disputar a EE UU su hegemonía en el Mediterráneo. La otra gran periferia sería la del Este de la Unión (Ucrania, Bielorrusia, etc.), y su gestión más directa correspondería a Alemania.
La UE se está convirtiendo cada vez más en un nuevo Gran Hermano incontrolable. El proceso se inició ya hace años (acuerdo Schengen, grupo Trevi, etc.), pero en los últimos años, este endurecimiento no ha hecho sino profundizarse, en especial hacia los movimientos contestatarios, y el nuevo Tratado significa un nuevo e importante paso en la misma dirección. Los derechos políticos y las libertades están seriamente en cuestión. Las políticas de seguridad (y justicia) se comunitarizan. Y los Estados se decantan cada vez más por las políticas de ‘Tolerancia Cero’. Es más, el nuevo Tratado (al igual que la Constitución) contiene una Cláusula de Seguridad, que permite a la Unión intervenir en un país miembro en caso de ataque terrorista, catástrofe natural o humana (¿un levantamiento popular, tal vez?). Todo ello se intenta encubrir con una Carta de Derechos Fundamentales, de consecuencias jurídicas dudosas, que para nada recoge de forma vinculante los derechos sociales (cada día más erosionados), y que además ha quedado fuera del nuevo Tratado (en el que tan sólo se menciona su existencia).
De cualquier forma, todavía no está claro que los 27 puedan ratificar, todos ellos, el Tratado de Reforma antes de 2009. Las sociedades civiles europeas, organizaciones sindicales (principalmente fuera de la CES, aunque también dentro de la propia CES), organizaciones políticas y muy diversas organizaciones y movimientos sociales a escala de la Unión están rechazando progresivamente esta futura Europa que se diseña en el nuevo Tratado. Otra cosa es que ese rechazo in crescendo se pueda manifestar organizada y abiertamente, como cuando la Constitución. Máxime ahora que la ratificación del nuevo Tratado se quiere llevar a cabo eludiendo las consultas populares. Es por eso por lo que el punto de confluencia común de todos los rechazos es que el nuevo texto, al menos, se someta a consulta popular. Sin embargo, ese rechazo se manifestará con toda seguridad el día de las futuras elecciones europeas en 2009, cuando los ciudadanos europeos den la espalda de una forma aún más profunda que en el pasado a su cita con las urnas. Será un rechazo pasivo, lo cual agudizará aún más la profunda falta de legitimidad de la Unión.
En el Estado español, el referéndum de la Constitución fue la consulta electoral de más baja participación de la democracia española: 42%. A pesar del 77% de ‘síes’, sólo algo más de tres de cada diez ciudadanos apoyaron la Constitución. Al igual que el referéndum sirvió para impulsar un debate sobre el “proyecto europeo”, la futura y subrepticia ratificación parlamentaria debe ser utilizada para profundizar el debate en torno a esta Europa que está condicionando tanto nuestras vidas y nuestro entorno. Se están empezando a articular las resistencias a este proyecto en el interior y en el exterior de la Unión (el proceso Enlazando Alternativas entre América Latina y de Europa por ejemplo). Todo lo cual hará aún más complicado la cristalización de esta nueva Europa, provocando que los poderes europeos (o parte de ellos) se vean obligados a construir este futuro de forma autoritaria, y a defenderla a través de intervenciones militares a escala mundial.
El nuevo mundo que se abrirá dentro de poco tras el agotamiento del petróleo pondrá en cuestión las estructuras de poder. Es preciso pues oponerse a este proyecto y empezar a deconstruir esta Europa (y las estructuras estatales que la componen), para poder caminar hacia otras Europas y mundos. Todo es posible. El futuro está abierto.
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