Está fuera de toda duda que la economía española se adentrará en un futuro próximo en un período de complicaciones y dificultades. La bonanza de los últimos años expresada por el crecimiento del PIB y la creación de empleo toca a su fin. Las incógnitas que están sobre el tapete son la cadencia del empeoramiento y su intensidad. Los economistas que se dedican a escudriñar los aspectos negativos de la situación económica hace tiempo que señalan que la expansión estaba agotada. Los cambios en la evolución económica han ido quizás más despacio de lo que cabía prever pero, en todo caso, parecían inevitables y ya han llegado.
El núcleo de los problemas está estrechamente relacionado con la construcción. Mantener el crecimiento desaforado de los últimos años, en particular en la construcción de viviendas, era insostenible. Una caída en la actividad de la construcción, por el peso desmedido que ha alcanzado en la economía, tendrá consecuencias importantes en el crecimiento del PIB y en el empleo (que se destruirá fácilmente por su extrema precariedad), y arrastrará tras sí a otras muchas actividades. Por otro lado, las subidas de precio de la vivienda, motivadas fundamentalmente por la especulación, han hecho que millones de familias, a través de hipotecas, se endeuden hasta unos niveles insólitos para su renta, que las mantendrán ahogadas durante mucho tiempo. El consumo privado se mantendrá resentido por ese alto endeudamiento y su evolución estará muy ligada al comportamiento de los tipos de interés. Lo que ha acontecido con la vivienda en los últimos años en este país representa un mecanismo de extorsión tan potente y prolongado, que sus efectos se dejarán sentir durante un largo plazo.
Funcionamiento distorsionado
Hay que tener en cuenta también que los enormes recursos dedicados a la construcción han distorsionado el funcionamiento de la economía y han impedido que el proceso de la acumulación de capital haya sido armonioso con las necesidades de un país que ha de desenvolverse en un contexto extraordinariamente competitivo como el que representa el mercado único, en unas condiciones donde la competitividad sólo puede lograrse por precios, calidad y desarrollo tecnológico, puesto que el euro, la moneda única, no permite el recurso al tipo de cambio para equilibrar las relaciones económicas con el exterior. La pérdida de competitividad de la economía española se detecta en múltiples indicadores y sobre todo se pone de manifiesto por el enorme déficit de la balanza de pagos y de la balanza comercial. Las dificultades para exportar serán crecientes mientras que las importaciones se verán estimuladas, con lo que esto implica negativamente para el crecimiento de la producción interior y la creación de empleo.
Pero no acaban aquí los problemas que el pasado de la construcción entraña para el futuro de la economía española. Recientemente ha estallado una crisis hipotecaria en los Estados Unidos, o crisis de las subprime, como se la conoce. En ese país, el sector de la vivienda ha tenido también en los últimos años un desarrollo hipertrofiado que, inevitablemente, ha descansado en una evolución desmedida del crédito hipotecario que, a su vez, ha sido posible por la concesión de créditos de muy alto riesgo (subprime). Con el retroceso de la demanda y la elevación de los tipos de interés se ha producido una convulsión financiera de gravedad, consecuencias y efectos temporales desconocidos. No hay transparencia sobre lo que está ocurriendo en el sistema financiero norteamericano e internacional, ni hay información fidedigna sobre las intervenciones que están asumiendo los bancos centrales de Estados Unidos y europeo para hacer frente a los agujeros que los impagos de hipotecas y la depreciación de los activos inmobiliarios están ocasionando. No obstante, sí se sabe que la preocupación es máxima y que se está recurriendo a la inyección masiva de liquidez por parte de las autoridades monetarias para acotar el desarrollo de la crisis, como viene siendo habitual y de forma cada vez más intensa cuando aparecen problemas en el sistema. Ante ella, los organismos internacionales han rebajado las previsiones de crecimiento de la economía mundial y ha cobrado mayor incertidumbre el futuro de todo Occidente. Inevitablemente, la economía española sufrirá en mayor o menor grado este deterioro generalizado cuando, como se ha visto, sus datos propios no trazan un horizonte despejado.
De hecho, estos episodios ajenos ya han alterado el clima económico y financiero de nuestro país, pues algunas instituciones se han visto afectadas por la crisis de las subprime en Estados Unidos, el mercado de valores se ha resentido y cobrado inestabilidad, los bancos han anunciado que endurecerán su política de concesión de préstamos y créditos hipotecarios y las previsiones de crecimiento para 2008 se han revisado a la baja. En suma, con independencia de la situación interna, la crisis en Estados Unidos a través de la globalización financiera internacional ya ha empezado a tener efectos adversos sobre la economía española.
No obstante, el gran interrogante que abren los sucesos norteamericanos es si podrán reproducirse directamente en nuestro país, en el que la construcción de viviendas, la evolución de los precios y la expansión del crédito hipotecario han sido significativamente más acusadas que en los Estados Unidos. Sería temerario afirmar que ocurrirán grandes convulsiones como consecuencia del estallido de lo que se ha venido a llamar la burbuja inmobiliaria.
Ahora bien, está igualmente injustificado asegurar que todo está bajo control y que esa burbuja se desinflará sin provocar perturbaciones sensibles. Como ha ocurrido en Estados Unidos, también en el mercado hipotecario español, para sostener los altísimos ritmos de crecimiento del crédito, se ha tenido que recurrir a otorgar préstamos subprime. Se dice que los activos inmobiliarios son sanos, que el nivel de créditos impagados, aunque creciente, es muy bajo. Pero frente a ello hay que poner de manifiesto que el riesgo de los créditos hipotecarios no es algo estático sino que depende de la evolución económica general, del empleo, de los tipos de interés. Por otro lado, el gran castillo de naipes que constituye en toda economía moderna el sistema financiero tiene una inestabilidad intrínseca tan acusada que no se puede garantizar que una conmoción importante en un sector no acabe repercutiendo en el conjunto del sistema. El tiempo nos sacará de dudas.
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