...por Eduardo Montes de Oca
"(...) Pero el reclutamiento de niños (por cierto, en la última década más de dos millones han muerto como resultado de conflictos bélicos) no constituye una mácula única. El trabajo forzado forma parte de la larga lista de abusos contra la niñez. Trabajo forzado, sí. ¿De qué otra manera calificar la labor de obreros que no levantan una cuarta del piso? Y que se afanan, cubiertos de hollín, en industrias, talleres infernales, tanto resulta el ruido, el calor, el polvo y el martirio de enormes pesos para sus recién estrenados músculos. ¿De qué otra guisa denominar el afán de las minúsculas obreras del sexo?(...)".
Cuenta que volvía de la iglesia, un domingo por la mañana, cuando la secuestraron. Que la llevaron al frente, donde tenía que cocinar y transportar municiones al monte. Y que la trataban muy mal. “Si no iba con ellos me mataban”. Es decir, la mataban -pobre E.B.- si se resistía a entregar sus enjutos “encantos” adolescentes, en ritual siempre iniciático, como si la violación no acabara nunca, a la lascivia de decenas de bárbaros enzarzados en las guerras civiles que estallan, y hacen como si se apagaran, para volver a estallar, en buena porción de la geografía africana.
"(...) Pero el reclutamiento de niños (por cierto, en la última década más de dos millones han muerto como resultado de conflictos bélicos) no constituye una mácula única. El trabajo forzado forma parte de la larga lista de abusos contra la niñez. Trabajo forzado, sí. ¿De qué otra manera calificar la labor de obreros que no levantan una cuarta del piso? Y que se afanan, cubiertos de hollín, en industrias, talleres infernales, tanto resulta el ruido, el calor, el polvo y el martirio de enormes pesos para sus recién estrenados músculos. ¿De qué otra guisa denominar el afán de las minúsculas obreras del sexo?(...)".
Cuenta que volvía de la iglesia, un domingo por la mañana, cuando la secuestraron. Que la llevaron al frente, donde tenía que cocinar y transportar municiones al monte. Y que la trataban muy mal. “Si no iba con ellos me mataban”. Es decir, la mataban -pobre E.B.- si se resistía a entregar sus enjutos “encantos” adolescentes, en ritual siempre iniciático, como si la violación no acabara nunca, a la lascivia de decenas de bárbaros enzarzados en las guerras civiles que estallan, y hacen como si se apagaran, para volver a estallar, en buena porción de la geografía africana.
También en Asia, en América. Casi por doquier. Suman miríadas los pequeños soldados en disímiles puntos de un planeta signado por el abandono. Nada nuevo, por supuesto. Ya en 1999 “más de 13 mil niños llegaron solos y pidieron asilo en el territorio de la Unión Europea. Los más huían de sus países de origen; de conflagraciones, persecuciones, conculcación de los derechos humanos, alistamiento obligatorio en el ejército (en la actualidad, unos 20 millones viven como refugiados en el extranjero, por estas y otras causas), o de las redes de la prostitución”.
¿Lo más terrible? Quizás el hecho de que se trata de infundir en los menores la mala conciencia adulta. Esa que los movería motu proprio a cometer abusos contra soldados y civiles enemigos. Solo que “en el ejército todo se hace por miedo; yo no quería hacer las cosas que hice”, dice Jean Noel R., quien en 1998, con 15 años, ingresó en las fuerzas armadas de uno de esos estados africanos que andan a la greña con sus vecinos o consigo mismos.
Pero el reclutamiento de niños (por cierto, en la última década más de dos millones han muerto como resultado de conflictos bélicos) no constituye una mácula única. El trabajo forzado forma parte de la larga lista de abusos contra la niñez. Trabajo forzado, sí. ¿De qué otra manera calificar la labor de obreros que no levantan una cuarta del piso? Y que se afanan, cubiertos de hollín, en industrias, talleres infernales, tanto resulta el ruido, el calor, el polvo y el martirio de enormes pesos para sus recién estrenados músculos. ¿De qué otra guisa denominar el afán de las minúsculas obreras del sexo?
Aunque a principios del milenio la cifra citada en documentos oficiales ascendía a 200 millones, la cantidad de menores de 15 años obligados a doblar el espinazo de sol a sol en una mina, en el campo o en el clima insalubre de una fábrica por un salario de miseria, y a veces por la simple supervivencia, representa una de las grandes incógnitas de hoy. Informes conservadores aluden a 246 millones.
Entidades pro derechos humanos señalan que en las granjas de Estados Unidos, inclusive, una nutrida multitud cuyos integrantes no rebasan los 13 años de edad “trabaja hasta ¡18 horas! durante la cosecha”. Y si eso ocurre en la hiperbórea, suficiente Unión, qué aguardará entonces al Sur profundo. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los menores de 15 años constituyen más del diez por ciento de la población activa en Asia y el 15 por ciento en África.
En el Sudeste Asiático una homérica prueba se levanta ante la capacidad y la voluntad vindicatorias de la especie: la servidumbre por deuda, que, explicada de modo suave, eufemístico, significa el “préstamo de dinero hecho por un empresario a su empleado con la condición de que le reembolse el crédito trabajando gratis para él”. Los débitos nunca finiquitan, por supuesto, y “son los hijos de los morosos los que, nada más nacer, heredan la obligación de trabajar hasta cumplir el compromiso”. Toda la vida.
Claro, muchos andarían exultantes si solo se diera en herencia sombría la deuda. Según UNICEF, en el orbe casi 11 millones de niños y niñas, 30 mil por día, mueren anualmente antes de cumplir los cinco años, la mayoría por causas prevenibles; unos 150 millones con menos de cinco años están desnutridos; alrededor de 121 millones en edad escolar no asisten a clases; en los países en desarrollo, más de 30 por ciento de la niñez, 600 millones, disponen de menos de un dólar diario para vivir...
¿Por qué esta situación? Elemental. La pobreza generada por el capitalismo neoliberal, el imperialismo, como causa y efecto a un tiempo. El clásico “círculo vicioso” A más abuso infantil, más trabajo forzado, más pobreza. A más pobreza, lo consabido: la serpiente se muerde la cola.
Y mordiéndosela, seguirá poblando la pesadilla de niñas violadas como E.B. y de niños aherrojados por la culpa de haber matado como Jean Noel. Sin duda alguna, anda mal, muy mal, un mundo que abandona a la buena de Dios a sus sucesores. Cuando no los vende, los convierte en esclavos o los acribilla... Lo que nos hace pensar que para algunos, en un mundo tan globalizado como “ancho y ajeno”, un niño vale lo que pesa. Casi nada.
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