lunes, 30 de junio de 2008

Los sueldos de los ejecutivos.

La descripción más descarnada de los principios que guían al capitalismo pertenece al filósofo y moralista, Bernard de Mandeville, un médico holandés que vivió y escribió en la Inglaterra del siglo XVIII. En La Fábula de las Abejas, obra publicada en 1714 con el subtitulo de “vicios privados, beneficios públicos”, sostiene que la búsqueda egoísta del bienestar del individuo (vicios privados) favorece normalmente el bien del Estado (beneficios públicos). Para este autor, “aquellas pasiones de las cuales todos decimos avergonzarnos son precisamente las que constituyen el soporte de una sociedad próspera”.

Según Mandeville, lo que mas le gusta al hombre que vive en sociedad es que los demás hablen de él. De esta manera existe una inclinación natural al lujo. Los individuos que buscan su propio interés y placer, viviendo lujosamente, hacen circular el dinero, y de esta manera la sociedad progresa y florece. Por el contrario, si todo el mundo fuese austero, si los seres humanos no buscasen el lujo y el confort, no sería precisa la acumulación y el capitalismo perdería uno de sus incentivos fundamentales. Gastar el dinero en lujos beneficia a los pobres, dice Mandeville, porque la demanda proveniente del lujo favorece el desarrollo de las industrias y el empleo.

Las ideas de Mandeville no parecen haber calado hondo entre los actuales dirigentes europeos. El Eurogrupo, que reúne a los ministros de Economía de la zona euro, ha tomado la decisión de iniciar una investigación a efectos de determinar en que medida los sueldos de los altos ejecutivos han contribuido al agravamiento de la crisis financiera internacional. Existen indicios de que las remuneración de los directivos basadas en los beneficios a corto plazo, puede haber contribuido a la adopción de riesgos financieros desproporcionados.

Según las opiniones de los expertos, “la pregunta que hay que formularse es si la obtención de beneficios coyunturales, logrados en ocasiones a costa de despidos masivos, son causantes de los desequilibrios financieros actuales”. La vinculación que actualmente existe entre diversas formas de remuneración de los altos ejecutivos (bonos, stock options, contratos blindados, etc.) y los rendimientos a corto plazo, puede propiciar la adopción de estrategias financieras que se revelan arriesgadas en el largo plazo.

La crítica a los elevados sueldos de los ejecutivos ya se había formulado en el seno del Eurogrupo el año pasado, pero por razones éticas y morales. Según su presidente, el primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, existe una contradicción entre las llamadas a la moderación salarial que se hacen permanentemente a los trabajadores y los aumentos escandalosos de las remuneraciones de los altos ejecutivos. La Eurocámara también había criticado los sueldos de los altos ejecutivos “que tienden a crecer de manera desproporcionada con los salarios ordinarios, lo que desmotiva el apoyo a una política salarial responsable”.

Quien también ha intervenido en el debate es la canciller de Alemania, Angela Merkel, al criticar acerbamente los elevados sueldos de los ejecutivos en el sector automovilístico. Tomando como ejemplo el caso del máximo directivo de la firma Porsche, Wendelin Wiedeking, -quien obtuvo en el 2007 un total de 60 millones de euros- para Merkel, la Unión Europea no debe adoptar el sistema de remuneración del sector automovilístico de Estados Unidos. Allí los ejecutivos ganan mil veces más que los empleados, frente al de Japón, donde los directivos ganan "sólo" 20 veces más que los trabajadores.

En el espectacular ránking de sueldos mundiales en el sector de la automoción, aparece en segundo lugar, detrás de Wiedeking, el presidente de Ford Motor, Alan Mullaly, con 28,18 millones de dólares, seguido del CEO (Chief Executive Officer) de la General Motors, Rick Wagoner, con 9,3 millones de dólares. En el sector financiero, el presidente del BBVA, Francisco González, tuvo la delicadeza de admitir en la Junta de Accionistas celebrada en España, que su retribución total de 2006 (casi 20 millones de euros incluido el sueldo anual, el bonus trienal y la aportación al plan de pensiones) era "éticamente discutible".

Es imposible saber si Bernard de Mandeville hubiera mantenido sus opiniones a la luz de los fuertes contrastes remuneratorios que ofrece del capitalismo globalizado del siglo XXI. En cualquier caso, con independencia de la fundada sospecha de que los vicios privados están detrás de la actual crisis financiera mundial que afecta al espacio público, hay una cuestión ética insoslayable, como reconoce González. Por más vueltas que le demos, no hay argumento moral ni utilitario que pueda legitimar unas diferencias de ingresos que nos retrotraen a la época de los faraones egipcios.

Aleardo F. Laría, Attac Madrid

www.attacmadrid.org

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