lunes, 30 de junio de 2008

¿Existe el movimiento feminista?

...por Empar Pineda, militante feminista y portavoz de la Asociación de Clínicas Autorizadas para la Interrupción Voluntaria del Embarazo

¿Podemos seguir hablando de movimiento feminista en el presente? Puede parecer una pregunta retórica, sin más, pero nada más lejos de mi intención. Cada día tengo más dudas de la pertinencia de su uso en la actualidad. Vayamos por partes.

En nuestro país fue en la década de los ‘80 del siglo pasado cuando se generalizaron los debates en torno a ‘los nuevos movimientos sociales’. Los debates y el trabajo apasionado en su seno. La mayoría de las mujeres que en la década anterior “habíamos caído del lado del feminismo” –como dice una entrañable amiga, vasco-catalana como yo– nutríamos una amplia variedad de grupos feministas enormemente activos. Además de las actividades de cada organización, en aquellos años, todos –o casi todos– los grupos nos juntábamos al calor de alguna de nuestras vindicaciones para desarrollar campañas de sensibilización, movilización y propuestas políticas a los poderes públicos.

Movimiento

Practicando una amplia política de alianzas conseguíamos que estuvieran a nuestro lado, comprometiéndose en las campañas, muchas asociaciones y organizaciones civiles, sindicales y partidos políticos de izquierda. Así en la despenalización y gratuidad de los métodos anticonceptivos. Así en la vindicación del divorcio. Así, ¡cómo no!, en el derecho al aborto. En conjunto, cientos de miles de personas se movilizaron a lo largo y ancho del Estado español. Las propuestas de los grupos feministas se convertían en ‘movimiento social’ al que miles y miles de mujeres se sentían pertenecer al participar activamente en sus iniciativas. Un movimiento sostenido, con sus picos más altos y con sus, relativamente breves, picos más bajos. Y hablábamos, porque existía, del movimiento feminista.

La situación social, obviamente, no es la misma. Los cambios positivos en todos los órdenes, en particular para las mujeres, son evidentes, gracias, entre otros muchos factores, a la intensa actividad del movimiento feminista. ¡Ha llovido tanto desde entonces! No se me escapa que estamos en otros tiempos. Por ejemplo, hoy en día no es tan fácil aglutinar a miles de mujeres en torno a las muchas vindicaciones que todavía están pendientes. De hecho, si repasamos las conclusiones de muchas de las Jornadas Feministas realizadas a finales de los años ‘70 y nos detenemos a recordar las exigencias sociales y políticas que nos planteábamos, veremos que aunque muchas de ellas las hemos conseguido, ninguna lo ha sido en su totalidad, al 100%.

Citaré sólo algunas : logramos la despenalización de los anticonceptivos, pero no la inclusión de todos ellos en la Sanidad Pública ; el divorcio que conseguimos seguía defendiendo la familia por encima de todo y, por ello, había que presentar causas y pasar por un tiempo de separación previa a poder acceder a él –hasta la reciente reforma del Código Civil– ; la educación afectivosexual y anticonceptiva en la enseñanza sigue siendo una asignatura pendiente ; el recurso al aborto como un derecho de las mujeres se quedó en la ya obsoleta despenalización parcial que ni siquiera se cumple en los centros sanitarios del sistema nacional de Salud ; la vieja consigna del sufragismo socialista “a trabajo igual, salario igual” sigue brillando por su ausencia, etc.

Encuentros y jornadas

Podríamos analizar también qué ha pasado con las nuevas exigencias feministas surgidas al calor de las reflexiones que fue haciendo el movimiento en los años ‘80 y principios de los ‘90. Estoy pensando en la violencia machista, en las violaciones y demás agresiones sexuales, en el maltrato doméstico ; en nuestra lucha anticentrales nucleares ; pacifista ; por la libertad sexual incluyendo el lesbianismo como opción sexual ‘posible’ para todas las mujeres y sus corolarios ; en nuestra defensa de las mujeres inmigrantes ; contra los contratos basura y la precariedad laboral en la que viven tantas y tantas mujeres… Pero la brevedad de este artículo lo imposibilita. Tampoco me permite entrar a analizar las iniciativas de las diversas administraciones públicas y cómo han incidido entre nosotras.

En cualquiera de los casos, lo que me interesa rescatar para este debate es que, con el paso de los años, la especialización de muchos de los grupos feministas –antes dedicados a todo lo que concernía a la liberación de las mujeres–, la desaparición de otros o los que se quedaron en el chasis y la constatación de que las únicas grandes movilizaciones de mujeres –de miles de ellas– se dan cuando se celebran jornadas o encuentros feministas de ámbito estatal o local –como las recientísimas de Euskadi–, creo yo que no podemos seguir hablando, pertinentemente, de movimiento feminista. Creo que deberíamos ser más modestas.

La afirmación anterior no niega, ni mucho menos, la existencia y las actividades de numerosos grupos feministas que siguen agrupando a mujeres que se sienten concernidas por la causa feminista, la de nuestra liberación. Tampoco niega que, en ocasiones, y la celebración del 8 de marzo es un buen ejemplo, miles de mujeres salgan a la calle a defender lo logrado con tantos esfuerzos y a plantear nuevas vindicaciones. O las respuestas movilizadoras que se dieron a finales de 2007 y en los primeros meses de éste, saliendo al paso de la ofensiva antiabortista. O la campaña que, por esta causa, siguen haciendo las feministas catalanas.

Sin paternalismos

¿A qué me lleva todo lo anterior? A diversas conclusiones, o más bien, preocupaciones que quisiera compartir con quienes queráis entrar en esta página de debate. Una de ellas, la más importante para mí, si no queremos que la aventura feminista que iniciamos hace ya más de 30 años se quede en una ‘aventura generacional’ –un poco larga, eso sí– : salvo en las jornadas feministas, las chavalas jóvenes apenas están en los grupos feministas. ¿No será, por ejemplo, que nuestras posiciones feministas, tal y como las formulábamos antaño, no resisten el paso de los años y no enganchan con ellas? Entonces, el nuestro era un feminismo transgresor, que hacía de la libertad uno de sus paradigmas.

Creo que ahora no se nos ve así. Tenemos mucho que aprender de las nuevas generaciones –y también algo que enseñarles–, pero ¿estamos dispuestas a escucharlas de verdad, sin paternalismos ni revestidas de una autoridad que no nos reconocen, que las apabulla o, peor aún, las ahuyenta? ¿Estamos sinceramente preparadas para escuchar sus propuestas, sus puntos de vista cuando no concuerdan con los que defendíamos hace décadas? ¿Por qué nos revolvemos como gato panza arriba, por ejemplo, cuando muchas de ellas no aceptan que sus compañeros no formen parte de nuestra lucha de liberación ?

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