El 26 de junio se conmemoró el centenario del nacimiento de Salvador Allende, cofundador del Partido Socialista de Chile (1933), diputado (1937-1939), ministro de Salubridad del presidente Pedro Aguirre Cerda (1939-1941), senador (1945-1970), candidato presidencial de la izquierda entre 1952 y 1970 y presidente de la República durante mil días que marcaron a toda una generación de militantes de izquierda en el mundo.
Después de su victoria en las elecciones presidenciales del 4 de septiembre como candidato de la Unidad Popular (una coalición encabezada por comunistas y socialistas que agrupaba también a cristianos, radicales y socialdemócratas), el 3 de noviembre Allende fue investido presidente, tras el fracaso de las maniobras del imperialismo, la derecha y un sector del Partido Demócrata Cristiano (PDC). De inmediato, Allende impulsó la aplicación del programa de la Unidad Popular (UP), por lo que su Gobierno procedió a la construcción del Área Social, embrión de la futura economía socialista, es decir, a la nacionalización de la banca y de las industrias más relevantes (textil, salitre, siderurgia, cemento, carbón…).
Unidad Popular:
El Gobierno de la UP, con una profunda reforma agraria, erradicó el latifundio y liberó a los campesinos de una postración casi feudal para elevarles a la condición de ciudadanos. Pero la conquista más significativa de aquellos mil días fue la histórica nacionalización de la gran minería del cobre el 11 de julio de 1971, por ser el sector más importante de la economía. Su decisión de restar de las indemnizaciones que se abonarían a las multinacionales estadounidenses unas elevadas cantidades en concepto de “beneficios excesivos” agudizó el bloqueo económico de Washington, cuya inquina por aquella experiencia socialista sobrepasaba el ámbito de los intereses económicos y se justificaba fundamentalmente por razones políticas.
Desde comienzos de 1972, se apreció una crisis en la UP producto del disenso en torno a la estrategia ante las contradicciones, desafíos y oposición generados por la construcción del socialismo. Si inicialmente la polémica confrontó al Partido Comunista y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR, no integrado en la UP), en el Cónclave de Lo Curro, en junio de 1972, se expresaron con claridad las dos visiones del proceso revolucionario, que se articulaban en torno a Allende y el Partido Comunista, por una parte, y al Partido Socialista, por otra, y prevaleció aquélla.
Sin embargo, el paro orquestado por los gremios patronales y los sectores medios y profesionales en octubre de 1972 diluyó durante varias semanas aquellas diferencias en una gigantesca movilización popular de apoyo al Gobierno que impidió el colapso del país. Como solución última, el presidente integró en su gabinete ministerial a tres altos oficiales de las Fuerzas Armadas, entre ellos el comandante en jefe del Ejército, el general constitucionalista Carlos Prats. La relevante participación de los militares en el Ejecutivo, inédita desde el convulso periodo de 1925- 1932, evidenciaba el grado de división del país, polarizado en torno a la disyuntiva capitalismo-socialismo.
Golpe de Estado:
En marzo de 1973, en medio de una grave crisis económica causada en gran parte por la estrategia de la oposición, Allende se convirtió en el presidente que mayor apoyo popular obtuvo en las dos últimas décadas después de dos años y medio de mandato, y el 43,4% logrado por la UP impidió a la oposición destituirle por los cauces constitucionales, pero también mostró a ésta que su único recurso antes de las elecciones previstas para 1976 era el golpe de Estado. El 9 de septiembre, horas después de que Allende le explicara su intención de convocar un plebiscito como solución para el grave conflicto que dividía al país, el general Augusto Pinochet decidió unirse a la conspiración golpista. Dos días más tarde, cada uno eligió su lugar en la historia : Pinochet encabezó un golpe de Estado que aniquiló una democracia sin parangón entonces en América Latina y se convirtió en el jefe de la junta militar que impuso una dictadura que durante 17 años exhibió un absoluto desprecio por la dignidad humana. Allende fue leal a la promesa que hizo al pueblo en reiteradas ocasiones y no entregó al fascismo el poder que le había concedido. Su último discurso por Radio Magallanes es una de las piezas oratorias imprescindibles para la memoria democrática de la humanidad : “Trabajadores de mi patria : tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”
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