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domingo, 20 de enero de 2008
A sangre fría / El Viejo Topo / 2006
Publicado por Roig i Negre en 17:20 0 comentarios
Etiquetas: A sangre fría
Shock.
Dice Heidegger que la verdad del sistema surge en su excesos. Pues bien, la sentencia dictada por la sala tercera de la Audiencia Nacional en el procedimiento 18/98 es, dicho finamente, un exceso revelador de la verdadera sustancia del Estado de derecho español. Un estado de derecho que, como todos los que en el mundo han sido, guarda su apariencia jurídica para la protección de la propiedad privada, pero convive muy mal con la disidencia política y con todo aquel que discuta, siquiera pacíficamente, las bases de su legitimidad.
En estos casos, no existen garantías procesales, no existe el principio de legalidad penal ni la presunción de inocencia, simplemente tampoco sirve la verdad de los hechos. Y no sirve porque cuando se discute su esencia lo que ese Estado enfrenta no es un ciudadano, sino un enemigo. Es esa dialéctica amigo/enemigo la que habita en el corazón helado del sistema. Hemos tenido ocasión de comprobarlo. Una dialéctica amigo/enemigo que pregunta «qué piensas», y no «qué has hecho». Una dialéctica que te invita a elegir abogado según un criterio ideológico, y no técnico o profesional, y, como hemos visto, te condena o absuelve por ello. Una dialéctica, en fin, que permite condenar sin pruebas, y aun contra las pruebas.
Esa persecución ilegítima, presente en todos los sumarios políticos que se siguen del 18/98 se muestra paradigmáticamente en la pieza Joxemi Zumalabe. Se condena la promoción de la desobediencia civil, ni siquiera su práctica, por mor de una coincidencia de fines con los de ETA. ¿No delinquían los medios y nunca los fines? Resulta irrelevante para el tribunal que estemos hablando de desobediencia estrictamente civil, o que las personas condenadas tengamos una trayectoria política ajena absolutamente a la praxis violenta de ETA. Si para ello, negando incluso a los peritos policiales, hay que poner en boca de los condenados palabras que nunca han dicho, si hay que transformar una ponencia pública -Piztu- en instrucción clandestina, si hay que convertir la mera coincidencia -ETA tiene en sus manos un libro publicado por la Fundación de venta en todas las librerías- en prueba del delito, o la amistad entre los procesados en indicio irrefutable de confabulación criminal... No importa, todo vale: son enemigos.
Esta dialéctica amigo/enemigo toma contenidos diversos -guerra total, guerra sucia, persecución judicial o simple postergación- según la coyuntura, según lo que el contexto internacional, o interno -las tragaderas sociales de cada momento histórico-, definen como límite infranqueable. La razón de estado no tiene límites internos. Auschwitz es otro mundo, pero está en éste. Cierto es que hoy el sistema político español no puede exterminar físicamente al nacionalismo vasco, pero puede perseguirle judicialmente sin legalidad formal que autolímite la persecución, porque Europa, por ahora, mira y calla, porque en España, los que perdieron la guerra siguen perdiéndola cada día, mal que pese a sus nietos, y porque los vascos, o protestan estérilmente, o se rasgan las vestiduras o, simplemente, pasan del asunto. Esto último, cada vez en mayor medida.
Obviamente, el hastío de la sociedad vasca, la relativa comprensión de la persecución judicial, incluso, no son fenómenos ajenos a la persistencia de un discurso de resistencia que pretende convencernos, con escaso éxito, de que 1970 -Burgos- es igual que 2008. Los últimos cuarenta años no han pasado en balde. Para nadie.
En este contexto, el castigo injusto del 18/98 es perfectamente posible. Posible y conveniente para el sistema. Así se consigue aplacar a la fiera con una víctima propiciatoria -el redundante «vasco terrorista»-, sobre la que la opinión pública española proyecta todo el mal, toda la perversidad imaginable: es «el otro» íntimo que permite a España (re)conocerse. Un síntoma de esa relación de amor/odio: En la Casa de Campo, el día de la lectura de sentencia del 18/98, la AVT gritaba «gora España askatuta». Así, entregando el chivo expiatorio vasco, atendiendo a las peticiones de las asociaciones de victimas, no sólo se desactiva el frente antiterrorista del PP, flanco siempre débil para una acomplejada izquierda española, sino que, desde una perspectiva más profunda, se sostiene el propio proyecto nacional español.
Pero la persecución judicial de la disidencia vasca no es un mero movimiento táctico o electoral, no es tan sólo un mecanismo sicoanalítico, responde a una estrategia política global que sólo puede entenderse en el contexto de un proceso profundo de reforma sistémica. Desde los primeros noventa del pasado siglo el sistema político español se enfrenta irremisiblemente a un proceso de redefinición territorial con final incierto. En Catalunya el PSOE es el primer partido, ERC está uncida al gobierno, y CIU siempre está dispuesta a optar por el seny, pero en el caso vasco el escenario es más complicado. La mayoría socio-política del país ha asumido unos planteamientos soberanistas no concretados todavía pero que claramente colocan al sistema político español ante sus propios limites. Por eso, la utilización de la justicia como instrumento de acción política busca en nuestro caso un objetivo obligado: debilitar las posiciones que proponen un cambio político en clave soberanista.
Para ello, es preciso, por un lado, aniquilar al independentismo político, encarcelando a sus élites, ahogando sus modos de expresión, y despojando a su base social de derechos civiles y políticos. Así, apretando lo que el sistema considera «el cuerpo», la cabeza es conducida a una opción cerrada que en el caso de no variar motu proprio el paradigma político-militar, será inevitable: o la próxima vez, más pronto que tarde, se negocia a la baja, o se inicia un proceso de grapización creciente que cierre para siempre la posibilidad histórica de que la izquierda abertzale se convierta en referente de una articulación hegemónica soberanista. Y es que en estas circunstancias, y sin variar el mencionado paradigma, es difícil imaginar una situación de acumulación de fuerzas mediante la cual se pueda arrancar al Estado lo que no se logró arrancar en Loyola.
Y por otro lado, es necesario atemorizar a los sectores soberanistas civiles más amplios, desde un lehendakari procesado por hacer su trabajo, pasando por la persecución penal de personas referenciales en la sociedad vasca -la reaparición de la fiscalía en el caso «Egunkaria» es sintomática-, al castigo penal como terroristas de los que pudieran defender siquiera teóricamente la desobediencia civil soberanista... La persecución judicial busca disuadir, cerrar el paso a cualquier tentativa de desborde constitucional -vía derecho de decisión, por ejemplo-, por muy ajena o incluso contraria que sea a la estrategia violenta. En este sentido, la sentencia del 18/98 es un aviso a navegantes. Es ese «abandona toda esperanza» que la realidad estatal quiere imponer a la ilusión nacional.
Naomi Klein en su último y muy recomendable libro -«La doctrina del shock»- desvela el proceso por el cual el sistema capitalista refuerza sus posiciones a escala global. Aprovechando las crisis o creándolas, refuerza o provoca el estado de shock de la población con medidas represivas arbitrarias y desproporcionadas -incluida la tortura- de forma que la ciudadanía, completamente aturdida, acepte sin resistencia el desmantelamiento de su modo de vida.
En nuestro caso, la crisis post-Lizarra, la frustración histórica que el soberanismo ha vivido en dos momentos sucesivos -1999 y 2007- está siendo aprovechada para aplicar esa doctrina del shock: Constitución o cárcel, esa es la dicotomía forzosa a la que se quiere conducir a la sociedad vasca. La persecución judicial ha hecho desaparecer ese espacio intermedio fundamental en cualquier proceso de democratización: la acción política no violenta y no conforme a la ley. Y, como decíamos antes, la estrategia del shock no sólo ataca a la izquierda abertzale, está diseñada contra el soberanismo vasco en su conjunto.
No en vano, es una doctrina que busca debilitar, atemorizar... y, sobre todo, dividir. La ofensiva judicial está principalmente dirigida a impedir la articulación de las fuerzas soberanistas vascas en un proceso de cambio en el que cualquier estrategia conjunta, por muy de mínimos que fuera, pondría automáticamente en crisis al sistema político español. Busca dividir, para vencer.
Por eso, en este momento, es especialmente importante no insistir en discursos y prácticas políticas centrífugas que sólo conducen a la desarticulación de las fuerzas que propugnan un cambio democrático en Euskal Herria. Como nos recuerda Klein, la estrategia del shock busca la desorientación, la ansiedad aguda y la regresión. Tanto a escala individual como colectiva. Es el estado de cosas que el sistema necesita para reforzar su posición. Una parte importante de la sociedad vasca, la que desea un cambio democrático está a punto de caer en ese estado. Todavía está en su mano evitarlo.
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Etiquetas: Derecho, Euskal Herria, Iberia, Política, PP, PSOE
Poder, pasión y neoliberalismo.
Reseña del libro de Naomi Klein, La doctrina del shock.
...por Walden Bello
Y desde luego, lo hace, pero en el típico estilo que adoptan las reseñas de libros del New York Times que no se atreven a manifestar demasiado entusiasmo por un libro que viene de la izquierda, no sea que provoque a los siempre atentos perros guardianes de la derecha y le cuestionen las credenciales a uno. Stiglitz, de hecho, sugiere desde la primera frase que el análisis de Klein puede que adolezca de teoría de la conspiración: "No existen accidentes en el mundo como los que ve Naomi Klein." El premio Nobel tiene algunas cosas positivas que decir sobre el libro, pero las neutraliza dejando caer en una frase que Klein "no es un académico y no debe ser juzgada como tal." En cuanto al concepto central de capitalismo del desastre, es mencionado en una ocasión, pero por lo demás ignorado. Todo se queda en una crítica negativa acompañada de un ligero elogio.
La escuela de editores de Nueva York dice que ganas o pierdes a tu público en las primeras páginas, pero sea cual sea la razón para mencionar los experimentos de Cameron al principio del libro y sugerir que existe una relación entre la génesis del tratamiento de electroshock de Cameron y el enfoque de las políticas económicas de la Escuela de Chicago, se trata de una mala decisión por parte de Klein y sus editores. Lo que es un obviamente un deliberado recurso dramático se arriesga a conseguir justamente lo contrario. Los entusiastas de la teoría de la conspiración se entusiasmarán con ello, pero no el público crítico y exigente al que se dirige el libro.
Un trabajo sobresaliente
Lo cual es una lástima, teniendo en cuenta que La doctrina del shock aparece como un trabajo sobresaliente, que sigue brillantemente la evolución del neoliberalismo de teología a política universal. Klein combina el ojo periodístico para captar los detalles con la habilidad del analista para detectar, sacar a la luz y diseccionar tendencias más profundas, y el talento para cautivar al público, probando una vez más que un periodista magistral puede en ocasiones iluminar realidades sociales mucho mejor que los economistas o politólogos mejor entrenados.
Con su habilidad para combinar el reportaje de investigación de los que no dejan un cabo suelto con el análisis social en profundidad, Klein es la David Halberstam de su generación, y sus libros La doctrina del shock y el anterior No Logo están a la altura de The Best and the Brightest y War in a Time of Peace. Pero hay una diferencia: Klein es una mujer de izquierdas que no se avergüenza de ello, lo que proporciona a su análisis tanto su fuerza como su pasión.
La doctrina del shock sigue el auge del neoliberalismo hasta su predominio mundial desde el programa puesto en marcha en la mitad de la década los cincuenta que hizo posible que los estudiantes chilenos se empaparan de la doctrina de libre mercado radical difundida por Milton Friedman y sus asociados de la Universidad de Chicago. El departamento de economía de la Universidad de Chicago era entonces un oasis de pensamiento de libre mercado radical en un mundo dominado por el keynesianismo en Estados Unidos y en Europa y el desarrollismo [en castellano en el original, N del T.] en Latinoamérica, con sus compromisos pragmáticos entre el estado y el mercado, el trabajo y la gestión empresarial, el comercio y el desarrollo.
Los Chicago Boys
La oportunidad para el neoliberalismo de salir de los fríos pasillos universitarios llegó a principios de los setenta, cuando el General Augusto Pinochet derrocó al gobierno revolucionario del presidente Salvador Allende en Chile e invitó a los "Chicago Boys" a administrar la economía del país, una oportunidad que habían estado esperando durante años. Con la población aturdida por el golpe, los Chicago Boys se aplicaron en la tarea de desmantelar velozmente los compromisos keynesianos y desarrollistas que habían sostenido una de las economías industriales más avanzadas de Latinoamérica. Con una mentalidad de Año Cero similar a la de los Jemeres Rojos, forzaron a Chile a convertirse, de la noche a la mañana, en el "paraíso" de libre mercado prescrito por Friedman, quien veía las crisis como una oportunidad para la reestructuración radical. Fue, sin embargo, un paraíso que sólo pudo ser creado mediante la represión masiva –e incluso una represión mayor fue necesaria para liberalizar a la vecina Argentina, en la que decenas de miles de personas fueron asesinadas, y cerca de cientos de miles torturadas por un régimen militar asesino que dejó las manos libres a los radicales del libre mercado para reestructurar la economía.
Algunos de los apuntes de Klein más originales y perspicaces pueden encontrarse en sus capítulos sobre Bolivia, Polonia, China y Sudáfrica. Bolivia, bajo la tutela de un entonces joven "Doctor Shock" -el economista de Harvard Jeffrey Sachs-, mostró que las medidas neoliberales podían ser impuestas por un gobierno elegido democráticamente si éste estaba dispuesto a recurrir a medidas de emergencia tales como el arresto y el aislamiento de los líderes sindicales. Polonia, también aconsejada por Sachs, demostró cómo las transiciones democráticas pueden ser realmente una oportunidad para proporcionar un shock que transforme el sistema, incluyendo la eliminación de los controles de precios de la noche a la mañana, la rebaja drástica de los subsidios y la rápida privatización de las empresas estatales, medidas dirigidas a una población que todavía estaba confundida por el colapso del comunismo.
No hubo transición democrática en China, pero Deng Xiaoping y sus aliados usaron la matanza de la Plaza de Tiananmen y el período inmediatamente posterior, cuando la población estaba confusa y paralizada, para avanzar y consolidar decisivamente el ambicioso programa de reforma capitalista que habían empezado a finales de los setenta. Ni en Polonia ni en China había gente que estuviera cansada del comunismo y reclamara a gritos un mercado libre, como Klein hace notar con énfasis. Lo que pedían era un control más popular y democrático sobre la política económica.
Sudáfrica
Sudáfrica proporcionó otra ruta hacia el neoliberalismo. Hubo aquí una suerte de robo, porque los intereses empresariales blancos se aprovecharon de la política del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), exclusivamente centrada en el logro del predominio político de la mayoría negra, para conservar sus derechos de propiedad e instalar un régimen conservador en lo tocante a las políticas macroeconómicas. Pero no todo fue tan sutil: el gran capital dejó clara su intención de que emigrar, caso de que fueran introducidas políticas socialistas, lo que levantó el fantasma de la desestabilización económica.
En estas circunstancias, la élite blanca encontró un valioso aliado en el negociador jefe del ANC y futuro presidente sudafricano Thabo Mbeki, que convenció a Nelson Mandela de que la necesidad de estabilizar el nuevo régimen era "algo atrevido y sorprendente, algo que transmitiese a los mercados, por medio de los grandes y desmesurados brochazos que éstos entendían mejor, que el ANC estaba dispuesto a adherirse al Consenso de Washington."
La contribución de Margaret Thatcher y Ronald Reagan fue mostrar que los programas antitéticos a los intereses de la mayoría podían ser impuestos en democracias occidentales si se era lo suficientemente despiadado para explotar ciertas situaciones. Para Thatcher, la Guerra de las Malvinas contra Argentina en 1982 fue una oportunidad caída del cielo para alistar al patriotismo al servicio de un programa radical, siendo una de sus tácticas representar a los sindicatos como el "enemigo interior". Las tácticas de Thatcher prefiguraron las de George W. Bush en los días posteriores al 11-S, cundo él y su equipo explotaron el estado histérico de la población para declarar una "Guerra contra el Terror" que significó el arranque de una nueva fase de la empresa neoliberal, que Klein etiqueta como "capitalismo del desastre". Pero antes de llegar aquí, detengámonos para evaluar el análisis de Klein hasta el momento.
Excelente, pero...
La explicación de Klein es magnífica, pero no está exenta de fallos. Para empezar, Klein tiene una visión demasiado halagüeña del estado keynesiano que existió en los Estados Unidos y Europa y del Estado del desarrollo que dominó el Cono Sur en el período que va de finales de los 40 a la mitad de la década de los 70. Escribe que gracias a los regímenes desarrollistas "el Cono Sur empezó a parecerse más a Europa y Norteamérica que el resto de Latinoamérica y otras partes del Tercer Mundo."
De nuevo, "el desarrollismo fue tan sorprendentemente exitoso en su época que el Cono Sur de Latinoamérica se convirtió en un potente símbolo para los países pobres de todo el mundo: aquí existía la prueba de que con políticas inteligentes y prácticas, implementadas valientemente, la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo podía ser cerrada efectivamente." Esto no era desde luego lo que se sentía en aquella época. Es más, si los neoliberales pudieron llegar desde el páramo del que procedían y quedarse fue porque fueron percibidos como representantes de una alternativa, aunque aún no probada, a unos sistemas económicos en crisis. En los Estados Unidos, el período de rápido crecimiento estimulado parcialmente por la reconstrucción de Japón y Europa dio paso a un estado de estancamiento e inflación que era el síntoma de una crisis más profunda, la de la separación creciente entre la enorme capacidad productiva y el consumo limitado, llevando a la disminución de la rentabilidad que los marxistas han denominado crisis de sobreproducción. En Latinoamérica, los crecientes críticos con el Estado del desarrollo se encontraban en la izquierda, que denunció que el proceso de sustitución importaciones industriales llevado a cabo por el estado estaba "agotado" [en castellano en el original; N.T.], debido a un mercado nacional limitado por una distribución de la renta muy desigual.
En los Estados Unidos y Gran Bretaña, la experiencia de tener que ver cómo sus salarios y ahorros disminuían a causa de una inflación de dos dígitos hizo a las clases medias receptivas al mensaje friedmanita. En Chile éstas fueron inicialmente receptivas a la crítica del Estado del desarrollo proveniente de la izquierda. Pero cuando la izquierda llegó al poder con un proyecto socialista en 1970, las clases medias -temiendo un alzamiento de los pobres, a quienes llamaban "rotos" o delincuentes- se volvieron contra la izquierda con resentimiento, con los cristiano-demócratas, cuya base social era la clase media, uniéndose a la derecha en una plataforma anticomunista que proclamó estridentemente la defensa de la propiedad privada, el capitalismo y la "libertad".
La ascendencia del neoliberalismo
Todo esto nos lleva a la cuestión de cómo los neoliberales llegaron al poder. No se trató simplemente de las elites utilizando al ejército o manipulando la democracia para imponer un programa neoliberal en una población reacia al mismo pero aturdida, que es la imagen que la explicación de Klein -intencionadamente o no- transmite. Ni siquiera fue éste el caso del ejemplo paradigmático de Klein, Chile. En la ascendencia del neoliberalismo estuvieron implicadas las elites y los militares en acción conjunta con una base de masas de la clase media contrarrevolucionaria que controlaba las calles, con las juventudes cristianodemócratas uniéndose a sus parientes más fascistas, Patria y Libertad, a la hora de intimidar y propinar palizas a los militantes de izquierdas.
Lo sé porque, siendo un estudiante de doctorado que elaboraba una tesis sobre el avance de la contrarrevolución, en un par de ocasiones estuve cerca de recibir una paliza a manos de jóvenes de clase media anti-Allende que insistían que yo era un agente cubano enviado por Fidel Castro para destruir Chile. Seguro que la CIA jugó un rol fundamental, pero fue con el apoyo de una contrarrevolución que se encontraba ya en ciernes y con una base social de clase media, en un proceso que recuerda a los de Italia y Alemania en el período posterior a la Primera Guerra Mundial.
En otras palabras, en prácticamente todos los casos, el neoliberalismo encontró una clase media que estaba desencantada con el estado keynesiano o de desarrollo, o que se sintió amenazada por la izquierda, o ambas cosas.
La construcción de hegemonía
Así es como se explica la sugerencia de Stiglitz de que la autora opera con un paradigma de la conspiración. Pero la explicación instrumental de Klein debe complementarse con la noción de David Harvey de "construcción de hegemonía", un proceso en el cual las elites crean un consenso entre las clases subalternas, en apoyo de un proyecto neoliberal que sirve principalmente a sus intereses. (David Harvey, A Brief History of Neoliberalism [Oxford, Oxford University Press, 2005]) [Edición castellana: Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007]
En el caso del Reino Unido, no fue tanto la atmósfera patriotera de la Guerra de las Malvinas como la fascinación ideológica de la clase media hacia un líder conservador experto en evocar los temas de la libertad, el individuo y la propiedad, que eran los puntos hacia los que se inclinaba la reforma neoliberal. Thatcher era una experta en promocionar lo que Harvey llama un "individualismo posesivo seductor" y ella "fraguó el consenso mediante el cultivo de una clase media que disfrutaba de las alegrías de la propiedad doméstica, la propiedad privada, el individualismo y la libertad de oportunidades empresariales."
La construcción de consenso fue la vía principal para la hegemonía en los Estados Unidos, donde los neoliberales conectaron hábilmente su programa de libre mercado con la agenda de una coalición de clase media que estaba impulsada por el resentimiento hacia las minorías que supuestamente habían mimado los demócratas liberales, y por un inflamado apego a los valores religiosos que veían como atacados por la izquierda. "No por vez primera", dice Harvey hablando de la ascendencia de los republicanos bajo Reagan, "ni, nos tememos, por última vez en la historia, ha votado un grupo social contra sus intereses materiales, económicos y de clase por razones culturales, nacionalistas y religiosas."
Incluso algunos trabajadores de cuello azul estuvieron en peligro de ser co-optados: "Una mayor libertad y una mayor libertad de acción en el mercado laboral podían ser promovidos como una virtud para el capital y el trabajo por igual, y aquí tampoco era difícil integrar los valores neoliberales en el 'sentido común' de la fuerza de trabajo."
El neoliberalismo, de hecho, se convirtió en tan "sentidocomunista" que incluso allí donde los partidos socialdemócratas alcanzaron el poder, desplazando a los tradicionales partidos conservadores del neoliberalismo como ocurrió en Gran Bretaña, Chile y los Estados Unidos, no se atrevieron a reconstruir el estado intervencionista liberal y han hecho central rendir homenaje a la "magia del mercado". Es más, no han sido los conservadores, sino socialdemócratas como los blairitas en el Reino Unido, los clintonitas en los Estados Unidos, o el gobierno de coalición encabezado por los socialistas en Chile, con su retórica de "políticas sociales orientadas al mercado", quienes han consolidado el régimen económico neoliberal.
Crisis del estado keynesiano
La contribución más importante del libro es su teoría del "capitalismo del desastre". Pero para apreciar por completo la sagacidad de Klein, es importante volver a las raíces de la crisis del estado keynesiano y del Estado del desarrollo en los setenta que ella pasa por alto. Esta crisis, que allanó el camino a la ascendencia neoliberal, tuvo sus orígenes en lo que los economistas han llamado crisis de sobreacumulación o sobreproducción.
El período áureo del crecimiento global de posguerra que eludió crisis importantes para cerca de 25 años fue posible gracias a la creación masiva de demanda efectiva mediante el crecimiento salarial en el Norte, la reconstrucción de Europa y Japón y la industrialización de Latinoamérica –y otras partes del Sur— por la vía de la substitución de importaciones. Este período dinámico llegó a su fin en la mitad de los setenta, con el estancamiento que se afianzaba a causa de una capacidad de producción global que sobrepasaba la de la demanda global, la cual estaba constreñida por la continuidad de las profundas desigualdades en la distribución de la renta.
De acuerdo con los cálculos de Angus Maddison, el principal experto en tendencias estadísticas en la historia, la tasa anual de crecimiento del Producto Interior Bruto global (PIB) cayó de un 4'9% en la que ahora es vista como la época dorada del sistema Bretton Woods de posguerra, 1950-73, a un 3% en 1973-89, es decir, una caída global del 39%.
Estas estadísticas reflejan la combinación desgarradora de estancamiento e inflación en el Norte, la crisis de la industrialización por substitución de importaciones en el Sur y la disminución de los márgenes de beneficio en todos sitios. Para el capital global, las políticas neoliberales, que incluían la redistribución de la renta hacia arriba mediante recortes impositivos para los ricos, la desregulación y el asalto al trabajo organizado, fueron una vía de escape de la crisis de sobreproducción. Otra fue la globalización dirigida por las corporaciones, que abrió mercados en los países en desarrollo y movió capital de áreas de salarios altos a áreas de salarios bajos.
Financialización
Una tercera vía fue lo que Robert Brenner y otros han llamado "financialización" (financialization) o la canalización de la inversión hacia la especulación financiera, de la que se deriva un rendimiento mucho mayor que en la industria, en la que los beneficios estaban en su mayoría estancados.
La fiebre especulativa desencadenó la proliferación de nuevos y sofisticados instrumentos de especulación, como los derivados que escapaban a la vigilancia y la regulación. El capital financiero también forzó la eliminación de los controles sobre el capital, siendo el resultado la rápida globalización del capital especulativo, que aprovechó los diferenciales en las tasas de interés y de cambio en los diferentes mercados de capital.
Estos volátiles movimientos, resultado de la liberación del capital de los grilletes del sistema financiero Bretton Woods surgido en la posguerra, eran una fuente de inestabilidad. Lo que resultó fundamentalmente problemático con las finanzas especulativas, sin embargo, fue que se redujeron a un esfuerzo por exprimir más "valor" de un valor que ya estaba creado en lugar de crear un nuevo valor, teniendo en cuenta que esta última opción estaba descartada por el problema de sobreproducción en la economía real. Pero la divergencia entre los indicadores financieros del momento, como los precios de las acciones y los valores reales, sólo podía llegar hasta a un punto antes de que la realidad les atrapara y les obligara a una "corrección", como ha ocurrido con el reciente colapso de las acciones ligadas por una miríada de bizantinas conexiones a las sobrevaloradas hipotecas subprime. Las correcciones o las crisis han pasado a ser más frecuentes en la era neoliberal, y un estudio de Brookings contabiliza unas 100 en los últimos 30 años.
En cualquier caso, las políticas neoliberales, la globalización y la financialización, aunque restauran y fortalecen el poder de las elites redistribuyendo la renta de abajo hacia arriba, por lo menos no se han demostrado efectivas a la hora de revigorizar la acumulación de capital a nivel global. Su verdadero récord, señala Harvey, "resulta que no es más que en pésimos resultados." Las tasas de crecimiento agregado anual a nivel global alcanzaron el 1'4% en los años ochenta y el 1'1% en los noventa, en comparación con el 3'5% de los sesenta y el 2'4% de los setenta.
Capitalismo del desastre
Este fallo fundamental del capitalismo dirigido por las finanzas para reactivar una acumulación creciente de capital es el que nos permite apreciar íntegramente la teoría del "capitalismo del desastre" de Klein o la noción, estrechamente relacionada, de "acumulación por desposesión" de David Harvey. Ambos pueden ser vistos como el último desesperado intento de la cada vez más escacharrada maquina capitalista por superar la creciente y persistente crisis de sobreproducción.
En los últimos años, el estancamiento o el crecimiento débil han marcado a la mayoría de la economía mundial, con la excepción de China e India. El crecimiento de los EE.UU. ha sido superior que el de la esclerótica Europa, pero ha sido en gran parte ilusorio, producto, sobre todo, del consumo de la clase media alimentado por el crédito masivo procedente de China y del sudeste asiático. China tiene que prestar dinero a los Estados Unidos con el objetivo de mantener su demanda de exportaciones industriales basadas en la mano de obra barata, pero la expansión de su producción ha contribuido extraordinariamente a la sobrecapacidad, a la sobreproducción y al encogimiento de la rentabilidad, extendiendo el problema al sistema global en su totalidad. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reconocido que el mundo está patinando sobre una fina capa de hielo que podría romperse cuado los consumidores norteamericanos frenen su gasto basado en la deuda, como parece que están haciendo.
En sus esfuerzos por superar las crisis, el capitalismo ha complementado progresivamente, sino directamente suplantado, la acumulación mediante la producción con la acumulación mediante la desposesión o la expropiación de la riqueza ya creada o de las fuentes de riqueza de modo similar al proceso de acumulación primitiva que caracterizó al primer capitalismo de los siglos XIV al XVII. La acumulación por desposesión implica una aceleración de la privatización y de la mercantilización de los bienes comunes, incluyendo no sólo la tierra, sino también el medio ambiente y el conocimiento. Millones de campesinos y pueblos indígenas enteros son desplazados del suelo que les pertenece a medida que la propiedad privada suplanta la propiedad común y los regímenes comunales, a menudo con el apoyo activo de instituciones como el Banco Mundial y el Banco Asiático para el Desarrollo. Las semillas, el resultado final de eones de interacción entre la naturaleza y comunidades humanas, son ahora privatizadas a través de mecanismos como el Trade Related Intellectual Property Rights Agreement (TRIPs) [Acuerdo de Derechos de Propiedad Intelectual Relativos al Comercio, N. del T.], el cual también ha echado a perder el desarrollo tecnológico en el Sur por el miedo de estos países a infringir las patentes de las corporaciones del norte.
La subcontrata de la Guerra contra el Terror
Un mecanismo clave en la acumulación por desposesión es hasta la fecha la privatización acelerada de activos públicos o estatales, que es al fin y al cabo en lo que consiste el capitalismo del desastre. El capitalismo del desastre es la contribución central de la administración Bush al neoliberalismo. Su característica principal es adjudicar al sector privado el "núcleo" de funciones de seguridad, defensa e infraestructura que hasta el mismo Adam Smith pensaba que debían ser dejadas al estado. A través de la "Guerra contra el Terror", escribe Klein, la administración Bush a provocado: "La creación del complejo del capitalismo del desastre –una nueva economía con todas las de la ley en materia de seguridad nacional, guerra privatizada y reconstrucción de zonas de desastre, ocupada en nada menos que en la construcción y la gestión de un estado con su seguridad privatizada, tanto en casa como en el extranjero. El estímulo económico de esta iniciativa radical se probó con creces a la hora de recoger el testigo allí donde la globalización y el boom de las empresas puntocom lo habían dejado. Así como Internet emprendió la burbuja de las puntocom, el 11-S emprendió la del capitalismo del desastre... Fue el pico más alto de la contrarrevolución lanzada por Friedman. Durante décadas, el mercado se había estado alimentando de los apéndices del estado; ahora devoraría su núcleo."
En el paradigma del capitalismo del desastre, el estado sirve como motor de la acumulación capitalista, esto es, incrementa el capital mediante los impuestos y entonces lo transfiere a los contratistas privados que han ocupado sus funciones centrales, desde la defensa al encarcelamiento pasando por la previsión de infraestructuras. La provisión de seguridad se convierte en una nueva industria creciente, incorporando, pero yendo aún más lejos, que el vejo complejo militar-industrial. El desastre, ya sea de origen natural, como el Katrina, o creado socialmente, como Irak, es visto de diferentes maneras como una oportunidad. Crea una demanda para una mercancía, esto es, seguridad o reconstrucción. Aprovechándose de los desastres naturales, proporciona la oportunidad de alterar el paisaje físico y "añadirle" valor, barriendo a las comunidades pobres "carentes de valor" y convirtiendo el suelo en bienes comerciales o inmuebles emergentes, como ocurrió en la Nueva Orleáns posterior al Katrina.
Finalmente, como en Irak, la guerra se convierte en el instrumento para eliminar al viejo estado intervencionista y crear desde cero el gobierno ideal neoliberal, cuya función clave es delegar sus propias funciones a contratistas privados, como la empresa de ingeniería Bechtel o la notoria empresa de seguridad privada Blackwater. "En Irak", escribe Klein, "no hubo ni una sola función gubernamental que fuera considerada del 'núcleo' que no pudiera ser entregada a un contratista, preferiblemente a uno que proporcionara al Partido Republicano contribuciones económicas o 'soldados de a pie cristianos' durante sus campañas electorales. La máxima habitual de Bush gobernó en todos los aspectos a las fuerzas extranjeras que participaron en Irak: si una tarea puede ser desempeñada por una empresa privada, entonces debe desempeñarla. (if a task could be performed by a private entity, it must be.)"
El problema, por supuesto, es que el capitalismo del desastre es tan descaradamente antipopular que, incluso vestido con la retórica de la libertad, la emprendedoría y la eficiencia, no puede convencer a la gente en la manera en que la primera ideología neoliberal fue capaz de cautivar a las clases medias en la era de Reagan y Thatcher. Leyendo la escalofriante explicación de Klein, uno se pregunta cómo Paul Bremer, cabeza visible de la Autoridad Provisional de la Coalición, no pudo darse cuenta de cómo los decretos que firmó, que convirtieron a la juventud iraquí en un excedente de población en una sociedad en la que el estado funcionaba principalmente para enriquecer a los contratistas extranjeros, convertiría a estos mismos jóvenes en insurgentes. El capitalismo del desastre y la acumulación por desposesión presentan un orden capitalista que ya no busca la hegemonía ideológica, sino imponerse mediante la fuerza bruta. Esto no es sostenible.
En el último capítulo del libro de Klein, que trata del variado y vasto movimiento global que ha surgido contra lo que los pensadores franceses llaman "capitalismo salvaje", muestra que, como Gramsci apuntó, nada puede permanecer como hegemónico durante mucho tiempo si carece de legitimidad. La gente está ahora más espabilada y esperanzada: no serán sometidos fácilmente a otro shock neoliberal. Klein antes, Klein ahora
Así que al final aparece la inevitable pregunta: ¿Qué libro es mejor, No Logo o La doctrina del shock? No se trata de una respuesta fácil, pero yo me quedaría con No Logo.
Me explico: la crítica incisiva, la agudeza analítica y pasión de No Logo pueden encontrarse también en La doctrina del shock. Pero hay algo diferente en cómo está escrito. En una reseña que hice para Yes! en el 2001, escribí: "No Logo es un libro absorbente, pero no una lectura fácil. Leer a Klein os como servir al lado de un comandante experimentado que muestra incesantemente las muchas defensas del enemigo para impedir que se localice su principal punto vulnerable. Y justo cuando le lector cree que Klein ha identificado la clave de bóveda de la defensa, revela que éste es sólo un episodio a la hora de desenmarañar las dinámicas del capitalismo contemporáneo. Esta es una de las mejores escrituras deconstructivas, el producto de una mente incansable, de primer nivel, que no se satisface en dibujar una o dos impresiones aisladas de todo el material que ha logrado reunir."
Leer La doctrina del shock es una experiencia diferente. No tienes la necesidad de trabajar. Eres como un turista siendo guiado por un sendero de buena literatura en el que hay pocas sorpresas.
Prefiero mucho más el discurso de No Logo, y ciertamente no me entusiasma tener que someterme al principio del libro a un tratamiento de shock literario que no tiene otro objetivo que animarme a que lea más. Ese defecto -y el cambio de estilo- prefiero atribuírselo no tanto a Klein, que vive en Toronto, como a la escuela editorial de Nueva York, la cual, como Hollywood, prefiere un acercamiento obvio y directo a un discurso más lleno de alusiones, más indirecto y menos predecible, pero en definitiva mucho más iluminador.
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60 años de Imperio.
Henry Luce, propietario de un imperio editorial (semanarios Time, Life, Fortune), en un rapto de lirismo instaba a todos los estadounidenses “cada uno en la medida de su capacidad y con el más amplio horizonte de miras, a crear el primer gran Siglo Americano (Life, feb. 1941; cf. también el artículo de Philip S. Golub en Le Monde Diplomatique, oct. 2007).
Y sucedió. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los sueños de Luce se hicieron realidad. Estados Unidos poseía más del 50% de la capacidad industrial mundial. Las potencias europeas y asiáticas estaban en ruinas. Pero los políticos y los medios de comunicación evitaban la palabra imperio a la hora de describir a la nación que utilizaba su moneda nacional como fundamento monetario mundial, que establecía ambiciosas alianzas militares (OTAN, CENTO y SEATO) y que, a principios de los años 50, había creado ya bases militares en docenas de otros países y había comenzado a acumular armas nucleares.
Los líderes estadounidenses utilizaban la amenaza soviética –los malvados comunistas dispuestos a tragarse todos los demás países— para justificar este crecimiento de su fuerza militar. A medida que frenaban las ansias soviéticas de expansión, las corporaciones y los bancos estadounidenses se establecían rápidamente en gran parte del mundo no soviético. (Los medios de comunicación no hicieron público el hecho de que el ancho de vía soviético no coincidía con el de sus satélites de Europa oriental, lo que hacía prácticamente imposible transportar los suministros necesarios para una potencial invasión.)
Washington se inventó el Plan Marshall y otros programas populares para contribuir a revivir un capitalismo próspero, en cooperación, como socio menor, con Europa Occidental. Este comportamiento atemorizó al primer ministro soviético, Josef Stalin, quien, en la inmediata postguerra, negó su apoyo a sus camaradas de Grecia e Irán, supuestamente en respuesta a las amenazas del presidente estadounidense, Harry Truman.
La Guerra Fría oponía a un Occidente bueno contra un Oriente malo. El comportamiento de Stalin contribuyó a fijar este estereotipo, pero los soviéticos nunca consiguieron crear una economía que pudiera rivalizar con la estadounidense. Efectivamente, no disponían de corporaciones o bancos para saquear a Europa Oriental, y sin estos instrumentos, los soviéticos tenían pocos medios de transferir la riqueza de sus supuestas colonias.
No importaba. Nunca se permitió que los datos interfirieran en los axiomas políticos desarrollados por los partidarios de la Guerra Fría. Estados Unidos se convirtió en el protector del mundo libre. Más tarde, a la altura de 1990, la Unión Soviética implosionó. Sin embargo, las instituciones creadas para proteger a Occidente de la amenaza del mal no sólo se mantuvieron sino que crecieron. Por ejemplo, la OTAN. Efectivamente, Washington llegó incluso a patrocinar un Consejo OTAN-Rusia, en 2002. Mientras, el número de bases estadounidenses en el extranjero crecía hasta una cifra cercana a 800.
En el interior de Estados Unidos, la retórica de los políticos negaba la existencia de un imperio como contexto vital del país, incluso cuando los gastos militares consumían bocados gigantescos de los presupuestos (en torno a los 700.000 millones de dólares) en una época en que ninguna nación amenazaba, siquiera remotamente, la seguridad militar de Estados Unidos.
Los principales aspirantes a la Presidencia y los líderes del Congreso siguen ignorando este asunto, no sea caso que la opinión pública llegue a contemplar sin disfraz la realidad del imperio. Todos ellos permiten que los matones en el poder –Bush, Cheney y los neocon— continúen sangrando el Tesoro con una guerra y una ocupación fruto del capricho.
En las elecciones de 2008, en las que se decidirá quién va a dirigir el imperio, tanto republicanos como demócratas prefieren omitir la persistente toxicidad de la derrota de EE UU en Vietnam. El patriotismo sigue produciendo eslóganes del tipo Apoye a nuestros soldados, y rechazando el síndrome de Vietnam: no combatas a nadie que pueda devolverte el golpe. Los republicanos insisten en recuperar la reputación de EE UU como un país ganador. (De hecho, la última vez que EE UU ganó una guerra –contra un enemigo capaz de devolver el golpe— fue en 1945.)
La invasión y subsiguiente ocupación de Iraq han resultado ser más que impopular entre la opinión pública. Los principales burócratas de la seguridad nacional han comenzado a mostrar su profunda inquietud ante el problema. En 2006, un grupo de generales retirados, altos cargos de los servicios secretos, la diplomacia y la seguridad, dirigido por el general William Odom y el coronel Larry Wilkerson, lanzó también un ataque público a la política de Bush. El coronel Wilkerson, ex jefe de gabinete de Colin Powell, y el general Odom, ex director de la National Security Agency (NSA) con el presidente Reagan, calificaron la invasión de Iraq como “el mayor desastre estratégico de la historia de Estados Unidos.” (Declaraciones a Associated Press, 5.10.2005)
Wilkerson lo calificó de "disparate de proporciones históricas." (Washington Post,19.1.2006) y el ex jefe del National Security Council bajo James Carter, Zbigniew Brzezinski, describió Iraq como una “calamidad histórica, estratégica y moral." (Comité de Relaciones Exteriores del Senado, 1.2.2007)
Estos ataques desde el propio establishment hacen hincapié en la mala gestión, la arrogancia y la incompetencia de Bush, así como en su abandono del sistema tradicional de alianzas, en la pérdida de hegemonía estadounidense en Oriente Próximo y el Golfo Pérsico. Los críticos de las políticas de Bush temen que Iraq haya debilitado seriamente el poder militar estadounidense, es decir la entidad que garantiza la hegemonía del imperio. Brzezinski afirmó ante el Congreso que las guerras de Iraq y Afganistán habían socavado “la legitimidad global de Estados Unidos.”
Después de que Estados Unidos saliera de Vietnam con el proverbial rabo entre las piernas, hubo revoluciones vencedoras en Nicaragua y Grenada, dos de los tradicionales patios traseros. Del mismo modo, las tribulaciones del ejército de EE UU han ido acompañadas de avances de la izquierda en América. Los votantes de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina e incluso Guatemala y Paraguay han puesto de manifiesto no sólo su disgusto por las políticas económicas estadounidenses, sino que han mostrado también su falta de respeto por el poder estadounidense.
En 1959, sólo Cuba se atrevía a desobedecer; otras naciones conocían el precio de una rebelión de este tipo: la invasión o la desestabilización a manos de la CIA. Al igual que con Cuba, la amenaza de Bush con su etiqueta de Eje del Mal, en 2002, no obtuvo resultados positivos ni con Corea del Norte ni con Irán. Bush tuvo que negociar con un régimen que había declarado marginal. Además, China, que dispone ahora del poder que proporciona el hecho de ser el principal acreedor de EE UU, ha emergido también como un protagonista asiático de primer orden.
Hace sesenta años, Washington planeó instalar un primitivo sistema de defensa en Europa Occidental. Ahora, Bush quiere extender este sistema a Polonia y a otros países recién liberados. Pero algunos de los antiguos aliados son ahora excepciones. Así, regímenes serviles como Arabia Saudí se permiten poner objeciones a determinadas políticas estadounidenses y en las Naciones Unidas y otras instituciones financieras de ámbito mundial –antes un coto cerrado estadounidense— Washington ya no puede imponer sus condiciones con tanta facilidad.
El mundo ha podido contemplar como George W. Bush conducía Estados Unidos desde un brillante sueño a una incipiente pesadilla. Bajo su gobierno, el valor del dólar se ha hundido. Sus cancerberos del Homeland Security han maltratado a potenciales turistas que sólo esperaban aprovecharse del dólar barato para comprar en las rebajas: una joven islandesa que intentaba entrar en Estados Unidos –antes simbolizado en la Estatua de la Libertad— fue detenida más de 24 horas, tratada con toda rudeza y deportada sin derecho a réplica. En Homeland Security aseguraron que esta persona había sobrepasado en tres días el plazo de su visado… más de diez años antes.
Este tipo de situaciones se mezcla con informes e imágenes del comportamiento estadounidense en Iraq –las fotos de Abu Ghraib circularon ampliamente— y en todo el mundo. La élite del poder, Bush y sus socios neocon han hecho del mundo un lugar profundamente inquietante.
Durante sesenta años los líderes estadounidenses han dado por sentado que habían reemplazo a sus primos británicos como élite mundial, y que como máximos mandamases de la nueva potencia dominante tenían un mandato divino o histórico de mantener la estabilidad y establecer las normas económicas.
Mi viejo profesor William Appleman Williams nos instruía sobre cómo los líderes estadounidenses sufrían “visiones de omnipotencia”. Dado que tenían un poder económico y militar aplastante, creían que su dominación sería eterna. Pero no consiguieron dominar Corea en 1953, ni Vietnam en 1975. Y en 2008, un goteo diario vacía el Tesoro federal a medida que las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán e Iraq fracasan –a un alto precio— en su intento de superar condiciones adversas que ningún militar podría esperar conseguir.
El hundimiento soviético, en 1990, llevó al poder a los neocon, quienes exigieron que Washington se convirtiese en la nueva Roma. Contaban con que, comenzando por la conquista de Iraq, extenderían el nuevo orden estadounidense por todo Oriente Próximo. No ha funcionado, y hoy día la democracia no es algo que EE UU desee aportar.
Los aspirantes a la presidencia en ambos partidos ignoran este hecho. Ninguno de ellos aborda la cuestión de qué papel debería desempeñar un debilitado Estados Unidos en el mundo emergente del siglo XXI, cuando la economía estadounidense ya no constituye el pilar de la estabilidad económica, y cuando unas fuerzas militares tecnológicamente omnipotentes no han conseguido vencer a enemigos peor equipados. A medida que el calentamiento global se intensifica y las reglas establecidas por las Naciones Unidas –creadas por Estados Unidos para que otros países las siguieran— han perdido prestigio, ¿qué debería hacer Washington?
Los republicanos –con la excepción del libertario Ron Paul— quieren más fuerzas armadas. Se han convertido en un mal chiste. Pero, ¿qué sucede con Hillary Clinton, Barack Obama o John Edwards? ¿Es prematuro preguntárselo después de sólo 60 años de siglo americano? O bien, a falta de imaginación y valor por parte de Estados Unidos, ¿tendremos una respuesta que venga del extranjero?
La basura, muy lejos.
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¿Se acuerdan de esta canción?
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Cuba celebra hoy elecciones con un 40'8 por ciento de mujeres como candidatas.
De acuerdo con Mayra Álvarez, miembro de la Comisión de Candidatura, las cifras de Cuba en cuanto a la participación política de las mujeres han ido en aumento, y en este proceso la representación de las mujeres en cuanto al número de candidaturas alcanzará niveles históricos.
Cuba logró "una representación en la candidatura actual de mujeres, para delegadas provinciales, de un 40,8 por ciento, muy superior a los anteriores procesos", dijo en entrevista con la enviada de TeleSUR a La Habana, Patricia Villegas.
En el último proceso se había logrado un 37 por ciento de representación de mujeres. "En la Asamblea Nacional, en las candidaturas que se proponen al pueblo y que se votarán de manera directa y secreta el domingo, el 43,16 por ciento son mujeres", precisa Álvarez.
Líder de participación femenina en el mundo
En el mundo, se estima que la representación femenina en los parlamentos es de un promedio de 17 por ciento, según afirma la miembro de la Comisión de Candidatura.
Y enfatiza que "Cuba en este momento está en el octavo lugar del mundo y con estas cifras de mujeres, va a salir prácticamente en un tercer lugar del mundo de presencia femenina en el Parlamento".
Álvarez insiste en el hecho de que estas cifras se han alcanzado sin ley de cuota. "Creo que es el reflejo del papel de las cubanas, de lo que han logrado a lo largo de estos años, de como están representadas en todos los sectores de la sociedad", comenta.
Para la representante, se trata de una batalla que se ha logrado sobre todo con conciencia y con educación, "las personas reconocen el papel de la mujer, la necesidad de que las mujeres estén representadas y participen en la toma de decisión a todos los niveles".
Participación popular es la clave
Mayra Álvarez también describió el desarrollo del proceso electoral en Cuba, del cual destacó que se basa en la participación popular a todos los niveles, comenzando por las decisiones que se toman al interior de las comunidades.
Un aspecto importante es "la participación de las comunidades, desde los barrios. Allí se originan los primeros delegados y delegadas del Poder Popular", dijo la representante popular.
Los candidatos en las elecciones cubanas son postulados directa y libremente por los propios electores, sin participación de partidos políticos. Sólo son indicadores para la nominación los valores humanos y los méritos personales y sociales.
Existe en la isla una Comisión de Candidatura nacional que está integrada por representantes de todas las organizaciones de masa, de trabajadores y campesinos, y por mujeres y estudiantes.
Este sistema electoral fue establecido en 1976, cuando mediante referéndum los cubanos decidieron institucionalizar la isla con una nueva constitución
Partido no tiene papel electoral
Otra de las características del sistema electoral cubano es que los partidos políticos no participan en el proceso. "Hay personas que son militantes del partido (Partido Comunista) y hay otras que no lo son. Realmente quien propone, nomina y elige a los candidatos a todos los niveles son los vecinos de la población y las asambleas municipales en un segundo paso", explica Mayra.
Según informa, el 63 por ciento de los candidatos en estos comicios es nuevo. De las personas que fueron diputadas en la otra legislatura, solamente un 30 por ciento fue reelecto.
"La mayoría son nuevos y nuevas compañeras, como parte de un proceso normal de renovación y que significa, además, la continuidad de la revolución, la continuidad del compromiso de cubanas y cubanos con nuestro proyecto social", comenta Mayra Álvarez.
Mandatos son revocables
En Cuba cualquier ciudadano en pleno goce de sus derechos electorales puede nominar o resultar propuesto como candidato. A todos asiste también el derecho a presentar impugnaciones o inquietudes con respecto al desarrollo del proceso electoral.
Para resultar electos hay que recibir la mayoría absoluta de los votos, luego del escrutinio público, abierto a la participación de todos. Los electos no reciben beneficio monetario alguno por el desempeño de su función, pero si deben rendirles cuenta periódicamente a sus electores, los cuales pueden revocarles su mandato en cualquier momento.
En Cuba, los mayores de 16 años sin incapacidad legal o mental son incluidos automáticamente en las listas de votantes, sin recurrir a trámites engorrosos. La lista de electores es pública y sujeta al control popular.
El voto es secreto, directo, pero no obligatorio. A diferencia de países donde los militares vigilan las urnas, en la isla caribeña, esta custodia la realizan estudiantes de escuela primaria.
Por su parte, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, Ricardo Alarcón, aseguró este sábado que no le preocupan los ataques de los gobiernos reaccionarios ni del mandatario de Estados Unidos, George W. Bush, porque este domingo los cubanos van a volver a demostrar que su democracia es mucho más participativa y directa que la de muchos países.
En exclusiva desde La Habana, entrevistado por la enviada especial de TeleSUR, Patricia Villegas, Alarcón abordó diversos aspectos del proceso comicial en la isla y destacó la transparencia, el civismo y la participación de las mujeres.
También se refirió a las críticas que se hacen a la Revolución Cubana sobre la supuesta falta de libertades democráticas, como las que hiciera Bush en octubre del año pasado, cuando anunció una serie de medidas destinadas a endurecer el bloqueo y le dijo a los cubanos en español que "Cuba será pronto libre".
"En Cuba sí se puede votar libremente", dijo Alarcón, al comparar el sistema electoral representativo norteamericano con la amplia participación popular que tienen las elecciones en Cuba, donde los delegados políticos surgen directamente de las comunidades.
"Una mayoría muy amplia de los ciudadanos cubanos va a votar de manera positiva, va a seleccionar alguno de los candidatos y la mayoría, estoy seguro, va a votar por todos los candidatos", dijo al referirse al llamado voto unido.
Alarcón comentó que le causó gracia ver al presidente Bush hablando en español para exhortar a los cubanos a que tuvieran "fe" en la "libertad".
"Era realmente una fiesta ver a Bush diciendo: 'Yo me dirijo a esos cubanos que a riesgo de sus vidas puede ser quienes me estén escuchando ahora'. ¿Te imaginas la carcajada colectiva en toda Cuba cuando vieron a ese señor expresándose de una manera tan desconectada de la realidad?", dijo Alarcón.
Afortunadas diferencias
Según Alarcón, el que Cuba y Estados Unidos coincidan en sus años electorales "es una oportunidad más para poder comparar y estudiar un sistema tan diferente, evidentemente, tan alejado de los ideales democráticos como es el norteamericano".
"Ya estamos comenzando el año de las elecciones (en EEUU) y ya hay varios candidatos, que eran bastante conocidos y ya quedaron en el camino porque se les acabó la plata, no pudieron recaudar lo suficiente para sostener un ejercicio tan prolongado y tan costoso", explicó.
El presidente de la Asamblea Nacional cubana evocó la frase de John Kerry, ex senador por Massachussets y ex candidato presidencial: "Dejen votar a la gente".
"Es porque (en EEUU) hay obstáculos para que la gente vote. Y él (Kerry) se refiere a dos ejemplos concretos":
"Se refiere a una decisión que acaba de tomar una legislación del estado de Indiana que establece nuevas restricciones para que la gente pueda acceder a las urnas.
Negros no votan en Nevada
"Pero Kerry dice que hay otras restricciones que ponen los demócratas", insiste Alarcón: "Hay un montón de obreros negros a los que no los van a dejar votar en Nevada, y no lo digo yo lo dice Kerry".
"Nevada es el estado (cuya) industria principal es el turismo, el juego, los hoteles. Toda la zona de Las Vegas. Eso quiere decir que muchos trabajadores de los hoteles, de los casinos, que van a estar trabajando este fin de semana (durante las primarias partidarias) y no pueden votar salvo que les faciliten el poder hacerlo en las propias instalaciones.
El partido demócrata, para sus elecciones primarias, había aceptado darle la posibilidad de votar a los trabajaodores de ese sector. Hasta el día en que se les ocurrió al sindicato de trabajadores culinarios de EEUU endosar la candiatura de Barack Obama".
"Es algo muy sencillo, les quitaron el derecho a votar ¿Cómo? No permitiendo que se vote en ningún hotel en ninguno de esos lugares". "Eso equivale a quitarles el derecho al voto".
"Yo insisto, todos los cubanos tienen la posibilidad y el derecho real de poder votar", expresó Alarcón. "Ojalá podamos apoyarlo (a Kerry), para que permitan al pueblo americano ese derecho elemental".
Guerra contra las mujeres en la República Democrática del Congo.
Usted probablemente no ha oído mucho sobre ello, pero como informa Anderson Cooper, este es el conflicto con más muertos desde la segunda Guerra Mundial. En los últimos diez años, más de cuatro millones de personas han muerto y los números siguen aumentando.
Como Cooper y el equipo "de los 60 minutos" encontraron cuando ellos fueron allí hace meses, los objetivos más frecuentes de esta guerra oculta son mujeres. Es, de hecho, una guerra contra mujeres, y las armas que se usan para destruirlas a ellas, a sus familias y a comunidades enteras, es la violación.
El Doctor Denis Mukwege es el director de Hospital Panzi en Congo Oriental. En esta guerra contra mujeres, su hospital es la primera línea. Una de las últimas víctimas que él ha tratado es Sifa M'Kitambala. Ella fue violada dos días antes de que llegara el equipo, por los soldados que asaltaron su pueblo.
"Ellos le cortan en muchos sitios" explica el Doctor Mukwege.
Sifa estaba embarazada, pero esto no paró a sus violadores. Armada con un machete, ellos aún le cortaron en sus genitales.
En los diez años pasados en Congo, cientos de miles de mujeres han sido violadas. Panzi, el hospital, está lleno de ellas.
"¿Todas estas mujeres han sido violadas?" Cooper preguntó al Doctor Mukwege, que estaba de pie, cerca de un grupo muy grande de mujeres que espera.
Todas las mujeres, el doctor dice, han sido sus pacientes.
Dentro de una semana, dice el Doctor Mukwege, este espacio estará lleno de nuevas caras, nuevas víctimas.
"Usted sabe, ellas están en el dolor profundo. Pero esto no es solamente el dolor físico. Es el dolor psicológico que usted puede ver. Aquí en el hospital, hemos visto a las mujeres que han dejado de vivir, " explica el Doctor Mukwege.
Y no toda la gente tratada es adulta. "Hay niños. Pienso que la más jóven tenía tres años" dice Mukwege. "Y la más vieja 75" Para entender que pasa aquí, tienes que retroceder más de una década, cuando el genocidio que reclamó casi un millón de vidas en Ruanda se desbordó en el Congo. Desde entonces, el ejército congoleño, extranjeros-apoyados, y milicias de cosecha propia, han estado luchando el uno contra el otro sobre el poder y esta tierra, que es líder mundial en depósitos de oro, cobre, diamantes, y estaño. Llamaron a las Naciones Unidas y hoy su misión es la operación pacificadora más grande en la historia.
Desde 2005, aproximadamente 17,000 tropas de Naciones Unidas y personal han remendado juntos la paz frágil. El año pasado ellos supervisaron la primera elección democrática en este país en 40 años. Pero ahora todo lo que ellos han logrado está en peligro.
La lucha ha estallado otra vez en Congo Oriental y la región amenaza con ir hacia la guerra.
Cada nueva batalla es seguida por pillaje y violación; comunidades enteras son aterrorizadas. Forzados a escapar de sus casas, la gente toma lo que puede, y camina durante kilómetros con la esperanza de encontrar alimento y refugio. El año pasado, más de 500,000 personas han sido desarraigadas. Una fracción de ellos lo hace en campos desbordados, donde dependen de la ayuda de Naciones Unidas para sobrevivir.
Un campo que Cooper visitó, surgió hace sólo dos meses. Estaba atestado, pero más personas siguieron llegando. Ellos iban allí a buscar el refugio, una zona segura, pero la verdad es que en el Congo, no hay tal cosa para mujeres. Incluso en estos campos supuestamente protegidos, mujeres son violados cada día.
"¿La violación se ha hecho norma aquí?" Cooper pregunta a Anneka Van Woudenberg, quien es el mayor investigador del Congo en la observación de derechos humanos.
"Pienso que debido a la naturaleza extendida de la guerra, porque ha sido tanta la violencia, la violación es ahora diaria - la violación es la norma" Van Woudenberg contesta.
"Las mujeres son violadas en las guerras en cualquier época. ¿Cómo iba a ser diferente aquí?" Pregunta Cooper.
"Pienso que es diferente en el Congo por la escala y la naturaleza sistemática de ello, de verdad, y también, por la brutalidad. Esto no es la violación porque los soldados se han aburrido y no tienen nada que hacer. Esto es un modo de asegurar que las comunidades aceptan el poder y la autoridad del grupo particular armado. Esto es sobre la exposición del terror. Esto es sobre la utilización de ello como un arma de guerra" explica.
Es difícil imaginarse que esta guerra pasa en medio de tal impresionante belleza natural y abundancia. Pero después de décadas de dictadura y corrupción, el país está roto. La mayor parte de la lucha y la violación ocurre en áreas remotas de difícil acceso.
Cooper y el equipo se dirigen a un pueblo aislado en las montañas del Congo Oriental llamado Walungu. Durante años hubo lucha de grupos armados en esta región; los miles de hombres surgen del bosque para aterrorizar a pueblos y robar a mujeres. El gobierno del Congo parece incapaz o indispuesto a pararlos.
Una semana antes de que ellos llegaran hubo tres ataques en los cuales las mujeres fueron violadas. La víctima más jóven tenía solamente seis años.
En algunos pueblos no menos del 90 por ciento de las mujeres ha sido violadas; los hombres en los pueblos por lo general son desarmados, e incapaces de resistir. En Walungu el equipo encontró a Lucienne M'Maroyhi de 24 años. Ella estaba en casa una noche con sus dos niños y su hermano menor, cuando seis soldados entraron por la fuerza. Ellos la amarraron y comenzaron a violarla, uno por uno.
"Yo estaba echada en el suelo y, y ellos le dieron una linterna a mi más jóven hermano de modo que él pudiera verlos violarme" recuerda ella.
"¿Ellos le decían a su hermano que sostuviera la linterna? " pregunta Cooper.
"Sí", dice ella. "Ellos me violaron como animales, uno tras otro. Cuando el primero terminó, ellos me lavaron con agua, y me levantaron para que el siguiente hombre pudiera violarme"
Ella estaba convencida de que ellos la matarían, tal como los soldados habían asesinado a sus padres un año antes. En cambio, ellos se volvieron a su hermano. "Ellos quisieron que él me violara pero él lo rechazó, y les dijo: 'No puedo hacer tal cosa. No puede violar a mi hermana' Entonces ellos sacaron sus cuchillos y lo apuñalaron hasta la muerte delante de mí" recuerda ella.
Entonces arrastraron a Lucienne por el bosque hasta el campo de los soldados. La forzaron a hacerse su esclava y fue violada cada día durante ocho meses.
Todo este tiempo, ella no tuvo ni idea donde estaban sus niños.
"¿Conocía usted si ellos estaban vivos o muertos?" pregunta Cooper.
"Yo pensaba que ellos las habían matado. No pensé que las encontraría vivas" contesta ella.
Finalmente, Lucienne se escapó. En el pueblo encontró a sus dos niñas y se enteró que estaba embarazada. Llevaba el niño de uno de sus violadores. El marido de Lucienne la abandonó. Esto es lo que sucede a las que sobreviven a las violaciones en el Congo.
"Solía pensar que cuando los hombres escapaban, eran unos irresponsables, pero ahora entiendo las cosas de manera diferente" el Doctor Mukwege dice a Cooper. "Ellos no escapan porque sus mujeres han sido violadas, sino porque ellos sienten que ellos han sido violados. Ellos han sido traumatizados…humilllados…porque ellos no han sido capaces de hacer algo para proteger a sus mujeres y niños"
"Cuando una mujer es violada, no es solamente ella violada. La comunidad entera es destruida" dice Judithe Registre, que es de la organización llamada "Mujeres para Mujeres" Ellas controlan grupos de apoyo para las supervivientes de violación.
"Cuando ellos toman a una mujer para violarla, ellos alinean a la familia, alinean a otros miembros de las comunidades para que sean testigos" Registre dice. "Ellos los hacen mirar. Y lo que esto significa para la mujer violada cuando se acabó todo, es la vergüenza total, por haber sido violada delante de tantas personas"
Muchas de las mujeres en el hospital del Doctor Mukwege no sólo son culpadas por lo que les pasó, las evitan debido al miedo de que hayan contraído el VIH y las evitan porque sus violaciones fueron tan violentas que no pueden controlar sus funciones corporales. El Doctor Mukwege dice que él hace aproximadamente cinco cirugías por día. Sus pacientes a menudo tenían objetos insertados en sus vaginas, como botellas rotas, bayonetas. Algunas mujeres han recibido un tiro entre las piernas por sus violadores.
"¿Por qué hace alguien esto? ¿Por qué pegan un tiro a una mujer dentro?" Cooper pregunta.
Al principio yo me hacía la misma pregunta. Esto es un espectáculo de la fuerza, del poder, es hecho para destruir a la persona" dice el Doctor Mukwege. "El sexo es usado para cometer el mal. La gente escapa. Ellos se hacen refugiados. Ellos no pueden conseguir la ayuda, ellos se desnutren y esto es la enfermedad que termina con ellos" Para estas mujeres, el Doctor Mukwege es tanto curandero como consejero. Dunia Karani es una huérfana. Ella tiene la polio, y no puede andar, pero esto no paró a los soldados para violarla. Ahora ella está embarazada y no tiene ni idea de como se adaptará.
Preguntado sobre lo que él puede decir una muchacha jóven sobre su futuro, el Doctor Mukwege dice: "La cosa más difícil es cuando no hay nada que yo pueda hacer. Cuando yo veo a una joven de 16 años, bonita que tiene todo destruido, y le digo que tengo que darle una colostomía vaginal…eso es difícil" A pesar de aquellas dificultades, la mayoría de las veces, el Doctor Mukwege es capaz de reparar el daño a los cuerpos de mujer. Ellos lo ven como un trabajador milagroso, uno de los únicos hombres en que ellas pueden confiar.
Mientras el Doctor Mukwege da a Cooper un viaje por las salas del hospital, una de sus pacientes levanta los pulgares hacia arriba.
"Y ahora ella es muy feliz" dice él, "muy feliz" Que la reacción no sólo le da la esperanza, dice, sino también la fuerza de seguir con su trabajo.
La Fuerza es algo de lo que pocas mujeres en el Congo carecen. Ellas soportan las cargas, cultivan los campos, y mantienen a las familias unidas, todavía nada parece haber sido hecho para protegerlas.
La guerra está tan extendida que las violaciones cada vez más están siendo cometidas más por civiles. Unas carteleras dicen a los hombres que la violación es una equivocación, pero hay pocos funcionarios congoleños que se tomen el problema en serio.
En el ministerio público, las quejas se amontonan. Nos dijeron que 10 dólares de soborno podrían conseguir que una acusación de violación fuera investigada, pero pocos casos alguna vez van al tribunal.
Pedimos al acusador mostrarnos la prisión, ver cuántos violadores estaban en realidad entre rejas, pero cuando fuimos allí, nos llevamos una sorpresa. La prisión no tenía ningunas vallas, y los guardias habían sido echados.
"El sistema judicial está de rodillas en el Congo" dice Van Woudenberg, el investigador de derechos humanos. "Puedo contar con los dedos el número de casos que han sido procesados.
Literalmente aquí la gente se escapan con la violación, se escapan con el asesinato. Las posibilidades de detención son nulas" No puede haber ninguna justicia en Congo, pero hay tentativas de organizaciones que ayudan a las supervivientes de violaciones a valerse por sí mismas. En "Mujeres Para Mujeres" enseñan a supervivientes como hacer el jabón, como cocinar -habilidades con las que ellas pueden ganar dinero. Ellas también aprenden a leer y escribir. Esta es la primera vez en que muchas de estas mujeres han estado en un aula. Esta es la posibilidad de una nueva vida.
¿Recordar a Lucienne M'Maroyhi? Ella espera comenzar su propio negocio un día.
Ella es también ahora la madre de un bebé, nacido hace un año. El padre es uno de sus violadores, uno de los hombres que mataron al hermano de Lucienne. Ella llamó a la niña "la Suerte" "La llamé Suerte porque atravesé muchas dificultades" explica ella. "Podría haber sido matada en el bosque. Pero recuperé mi vida. Tengo la esperanza" La Esperanza no es algo que usted esperaría que tuvieran los supervivientes de violación de Congo. Pero es así.
Cada mañana en el Hospital Panzi ellas se juntan para levantar sus voces, cantando en un servicio religioso. Nuestros sufrimientos sobre la tierra, ellas cantan, serán aliviados en el cielo.
El Alivio en el Congo, parece, que es demasiado pedir.
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La Justicia se pone de parte de los ricos.
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