La abstención electoral suele relacionarse con la apatía cívica así como el voto en blanco con la protesta.
Los estudios electorales identifican tradicionalmente la abstención electoral con la ausencia del ejercicio del derecho de sufragio activo, es decir, con el no acudir a votar en un proceso electoral determinado. La abstención electoral puede tener su origen en una discrepancia radical con el sistema político, en el que no se desea participar de ninguna forma, en un desinterés por la política o en un convencimiento de que nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones.
Lo cierto es que cada cuatro años los principales partidos políticos se gastan millones de euros en intentar conseguir nuestra participación en el proceso electoral que legitimará sus actuaciones durante la próxima legislatura.
Todos hemos escuchado que votar se convierte en un derecho-obligación por respeto a lo que ha costado conseguirlo.
En mi opinión, la abstención es también, uno más de los derechos de los pueblos, es quizás el mas básico de ellos, el ejemplo más primario de libertad de expresión.
La abstención puede considerarse como una forma de objeción de conciencia, de hecho en nuestra vida reivindicamos este derecho en muchas situaciones. Por ejemplo cuando se nos plantea la disyuntiva entre matrimonio civil o canónico muchos optamos por la convivencia libre y voluntaria sin papeles por medio, o cuando a lo largo de la historia los conflictos armados obligan a afiliarse patrióticamente a uno u otro bando , muchas voces plantean una tercera opción bajo el grito “no a la guerra”.
Cuando en política esta opción se plantea empieza a correr el bulo de que la abstención beneficia a los partidos mayoritarios y que es más correcto votar en blanco si quieres demostrar tu disconformidad. Basta con consultar la ley electoral para comprobar que la abstención ni beneficia ni perjudica a nadie, y que el voto en blanco, al contrario hace más difícil a las fuerzas minoritarias el conseguir escaños:
Por un lado el apartado 4 del artículo 108 dice que la junta electoral computará como votos válidos: …se computarán como votos válidos los obtenidos por cada candidatura más los votos en blanco. Esto, unido a la disposición del subapartado “A” del apartado 1 del artículo 163 donde se dice que No se tienen en cuenta aquellas candidaturas que no hubieran obtenido, al menos, el 3 por 100 de los votos válidos emitidos en la circunscripción, hace que el voto en blanco sea una barrera para partidos pequeños y un beneficio para los partidos grandes, pues aumenta el número de votos necesarios para alcanzar el 3% por ciento.
Es decir, los votos en blanco se suman al total de votos emitidos y esto tiene el efecto de perjudicar a los partidos pequeños, ya que para poder optar al reparto de escaños necesitan haber obtenido como mínimo el 3% de los votos totales. Los votos en blanco, al sumarse a los votos totales hacen que esa barrera sea más alta y por tanto hacen aún más difícil para los partidos pequeños la obtención de un escaño.
Este y otros mensajes tratan de identificar el ejercicio del voto como una obligación democrática, y tacha a los que no lo ejercen de irresponsables e insensatos. Por lo pronto es una falta de respeto a una decisión libre de millones de personas que quizás acudirían a las urnas si en el fondo pensasen que su vida, su trabajo o su felicidad iban a cambiar algo en función de quien fuese egido.
El no acudir a la cita electoral es también una decisión política, y la abstención voluntaria meditada y consciente, no tiene por que privarnos del derecho de criticar mas tarde las decisiones que nos afectan de aquellos que los demás han elegido, mas bien al contrario. Si votas a un partido y luego sus decisiones en política económica, social o internacional perjudican al país, quizás, seas el menos indicado para plantear quejas cuando con tu voto legitimaste su elección. Quizás sean los que no han participado en el circo electoral los que tengan derecho a criticarlo.
Evidentemente, esta es una decisión personal. Libre y personal. Y así deberíamos considerarla. Quien crea en un proyecto determinado puede apoyarlo participando con su voto. Pero quizás sea interesante intentar atisbar lo que se oculta detrás de los cegadores focos de este circo.
Un servidor recuerda la farsa del último referéndum sobre la Constitución Europea, donde tras la negativa de los ciudadanos de Francia y Holanda, los jefes de estado y de gobierno deciden no seguir con las consultas y lo convierten en un tratado de obligado cumplimiento.
Un servidor recuerda que durante cuatro años los que ahora se dirigen a nosotros desde los medios no se han acordado de nuestra existencia, de nuestras hipotecas, de nuestras vidas y ahora se desviven en promesas y discursos.
Un servidor opina que gane quien gane seguirán mandando los mismos, los grandes empresarios, los banqueros, el “poderoso caballero que es don dinero”. Que gane quien gane, seguiremos manteniendo a monarcas y obispos y habremos legitimado a unos políticos que volverán a olvidarse de nosotros hasta dentro de cuatro años.
Tal vez, tendríamos que pensar otras formas de participación más justas y equitativas y plantear opciones para construir un mundo mejor, mientras tanto debemos analizar, pensar, cuestionar y denunciar el que nos ha tocado vivir y, asistir con un espíritu crítico a comedias como las de unas elecciones a la que de nuevo seremos muchos los que no vamos a acudir.
Los estudios electorales identifican tradicionalmente la abstención electoral con la ausencia del ejercicio del derecho de sufragio activo, es decir, con el no acudir a votar en un proceso electoral determinado. La abstención electoral puede tener su origen en una discrepancia radical con el sistema político, en el que no se desea participar de ninguna forma, en un desinterés por la política o en un convencimiento de que nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones.
Lo cierto es que cada cuatro años los principales partidos políticos se gastan millones de euros en intentar conseguir nuestra participación en el proceso electoral que legitimará sus actuaciones durante la próxima legislatura.
Todos hemos escuchado que votar se convierte en un derecho-obligación por respeto a lo que ha costado conseguirlo.
En mi opinión, la abstención es también, uno más de los derechos de los pueblos, es quizás el mas básico de ellos, el ejemplo más primario de libertad de expresión.
La abstención puede considerarse como una forma de objeción de conciencia, de hecho en nuestra vida reivindicamos este derecho en muchas situaciones. Por ejemplo cuando se nos plantea la disyuntiva entre matrimonio civil o canónico muchos optamos por la convivencia libre y voluntaria sin papeles por medio, o cuando a lo largo de la historia los conflictos armados obligan a afiliarse patrióticamente a uno u otro bando , muchas voces plantean una tercera opción bajo el grito “no a la guerra”.
Cuando en política esta opción se plantea empieza a correr el bulo de que la abstención beneficia a los partidos mayoritarios y que es más correcto votar en blanco si quieres demostrar tu disconformidad. Basta con consultar la ley electoral para comprobar que la abstención ni beneficia ni perjudica a nadie, y que el voto en blanco, al contrario hace más difícil a las fuerzas minoritarias el conseguir escaños:
Por un lado el apartado 4 del artículo 108 dice que la junta electoral computará como votos válidos: …se computarán como votos válidos los obtenidos por cada candidatura más los votos en blanco. Esto, unido a la disposición del subapartado “A” del apartado 1 del artículo 163 donde se dice que No se tienen en cuenta aquellas candidaturas que no hubieran obtenido, al menos, el 3 por 100 de los votos válidos emitidos en la circunscripción, hace que el voto en blanco sea una barrera para partidos pequeños y un beneficio para los partidos grandes, pues aumenta el número de votos necesarios para alcanzar el 3% por ciento.
Es decir, los votos en blanco se suman al total de votos emitidos y esto tiene el efecto de perjudicar a los partidos pequeños, ya que para poder optar al reparto de escaños necesitan haber obtenido como mínimo el 3% de los votos totales. Los votos en blanco, al sumarse a los votos totales hacen que esa barrera sea más alta y por tanto hacen aún más difícil para los partidos pequeños la obtención de un escaño.
Este y otros mensajes tratan de identificar el ejercicio del voto como una obligación democrática, y tacha a los que no lo ejercen de irresponsables e insensatos. Por lo pronto es una falta de respeto a una decisión libre de millones de personas que quizás acudirían a las urnas si en el fondo pensasen que su vida, su trabajo o su felicidad iban a cambiar algo en función de quien fuese egido.
El no acudir a la cita electoral es también una decisión política, y la abstención voluntaria meditada y consciente, no tiene por que privarnos del derecho de criticar mas tarde las decisiones que nos afectan de aquellos que los demás han elegido, mas bien al contrario. Si votas a un partido y luego sus decisiones en política económica, social o internacional perjudican al país, quizás, seas el menos indicado para plantear quejas cuando con tu voto legitimaste su elección. Quizás sean los que no han participado en el circo electoral los que tengan derecho a criticarlo.
Evidentemente, esta es una decisión personal. Libre y personal. Y así deberíamos considerarla. Quien crea en un proyecto determinado puede apoyarlo participando con su voto. Pero quizás sea interesante intentar atisbar lo que se oculta detrás de los cegadores focos de este circo.
Un servidor recuerda la farsa del último referéndum sobre la Constitución Europea, donde tras la negativa de los ciudadanos de Francia y Holanda, los jefes de estado y de gobierno deciden no seguir con las consultas y lo convierten en un tratado de obligado cumplimiento.
Un servidor recuerda que durante cuatro años los que ahora se dirigen a nosotros desde los medios no se han acordado de nuestra existencia, de nuestras hipotecas, de nuestras vidas y ahora se desviven en promesas y discursos.
Un servidor opina que gane quien gane seguirán mandando los mismos, los grandes empresarios, los banqueros, el “poderoso caballero que es don dinero”. Que gane quien gane, seguiremos manteniendo a monarcas y obispos y habremos legitimado a unos políticos que volverán a olvidarse de nosotros hasta dentro de cuatro años.
Tal vez, tendríamos que pensar otras formas de participación más justas y equitativas y plantear opciones para construir un mundo mejor, mientras tanto debemos analizar, pensar, cuestionar y denunciar el que nos ha tocado vivir y, asistir con un espíritu crítico a comedias como las de unas elecciones a la que de nuevo seremos muchos los que no vamos a acudir.
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