sábado, 23 de agosto de 2008

Expo Zaragoza 2008: La información que te falta.

A continuación presentamos los enlaces a las distintas entradas que hasta la fecha presenta la sección Los culpables de nuestra miseria de la web del grupo crítico Expo NO, donse se nos presenta información de sumo interés sobre el ambiente contextual de la Expo Zaragoza 2008.



Ibercaja. Crisis ¿Qué crisis?

La mascota centenaria

Expo y Coca-cola: La chispa de la hipocresía

ONG’S COLABORADORAS. La hora de los vendidos

Nutrexpa: Cacao muy oscuro

Heraldo de Aragón: Monolito informativo

GRUPO ZETA

SCHINDLER. Negocio redondo

VOLUNTARIOS: Se buscan tontos útiles

GRUPO PRISA. Un imperio mediático

NIDALIA: Cemento muy lujoso

ACCIONA: Especuladores pintados de verde

GALERIAS PRIMERO/GRUPO NOZAR tanto monta monta tanto

ENDESA: El monstruo

BALAY (SIEMENS-BOSCH) ¿Multinacional con rostro humano?

Caja de Ahorros de la Inmaculada, la segunda en discordia

Ibercaja: Campeona en beneficios

Aramón: especialidad en machacar las montañas

Chunta Aragonesista, a favor pero menos…

Carlos Pérez Anadón, con el poder casi desde siempre…

Roque Gistau. El Negocio del Agua

Juan Alberto Belloch, Imperator Caesaragustae

EXENCIONES FISCALES. Patrocinadores, los verdaderos beneficiarios.

¿Qué es el consorcio «Expo Zaragoza 2008»?

¿Qué es la Sociedad Estatal Expoagua?

expo-no.es

Cuatro municipios candidatos para el cementerio nuclear.

El Gobierno pone en marcha en agosto las actividades para designar el emplazamiento final del Almacén Transitorio Centralizado (ATC). Ya cuenta con cuatro candidatos, tres de ellos en zonas nucleares. Nuevamente este proceso se produce en secreto y sin un amplio debate ciudadano sobre los residuos y la energía nuclear. Ecologistas en Acción opina que los alcaldes están vendiendo a sus municipios.

Ecologistas en Acción ha podido saber que existen cuatro municipios que se han ofrecido ya como candidatos para albergar el ATC, el cementerio nuclear donde se depositarán temporalmente los residuos de alta actividad procedentes de todas las centrales nucleares españolas. En concreto, uno de los candidatos se encuentra en el área de la central nuclear de Zorita (Guadalajara), otro se halla en el entorno de la central de Ascó (Tarragona), tristemente famosa por el escape radiactivo ocultado por sus explotadores, un tercer candidato se encuentra en la zona de Vandellós (Tarragona), donde se encuentra una central en desmantelamiento cuyos residuos de alta actividad se hallan en Francia reprocesándose, y el último candidato es un municipio no nuclear, que no pertenece a la AMAC (Asociación de Municipios Afectados por Centrales Nucleares).

Los residuos de alta actividad son una de las consecuencias indeseables de la energía nuclear. Son sustancias que permanecen radiactivas durante cientos de miles de años, y para las que no existe forma de gestión satisfactoria, a pesar de los enormes recursos que se invierten en investigación desde la primera reacción de fisión que se produjo en el año 1942. Por tanto, es imposible calcular el coste de la gestión de los residuos de alta y, por tanto, del kWh de origen nuclear. Mantener las centrales nucleares en funcionamiento implica agravar este problema.

Las motivaciones para albergar el cementerio nuclear de residuos de alta actividad durante aproximadamente el centenar de años para los que está preparado el ATC son claramente económicas. Los alcaldes no han tenido problemas en ofrecer sus municipios para que acojan esta peligrosa instalación sólo por el dinero que ofrece ENRESA. Para Ecologistas en Acción esto es claramente una muestra de imprevisión y de temeridad por varios motivos.

En primer lugar, nadie puede decir qué ocurrirá después de los 60 años que, en teoría, debe funcionar el ATC. Si no hay determinada una solución definitiva para la gestión de tales sustancias en ese momento ¿dónde se llevarán los residuos? En ese caso, lo más probable es que continúe la política de hechos consumados y se busque una forma de ampliar la vida del ATC. En segundo lugar, se trata de una instalación que, en sí misma es un riesgo por las peligrosas sustancias que alberga. Además de la propia seguridad de la instalación hay que considerar el riesgo que supone su asunción.

Estos riesgos, nada desdeñables, hacen que el ATC sea una hipoteca de futuro para los municipios que se han ofrecido a albergarlo. Es claro que esta instalación va a espantar cualquier otra actividad económica que se produzca en el municipio y que, lejos de traer el progreso, el ATC va a significar la condena al monocultivo económico, que generará pocos puestos de trabajo y no distribuirá la riqueza entre los habitantes del pueblo. La actitud del Gobierno en este tema resulta decepcionante, puesto que, en lugar de abrir el debate sobre residuos radiactivos y energía nuclear, continua realizando estas actividades a hurtadillas.

www.ecologistasenaccion.org

De la Guerra Fría al derecho de presa.

...por Rafael Cid

La crisis desatada este verano con el ataque de Georgia a Osetia del Sur y la posterior “invasión preventiva” de Rusia ha dejado claro que el primer tercio del siglo XXI será una pugna entre potencias capitalistas, de viejo y nuevo cuño, al margen del derecho internacional. El camino para solapar situaciones de derecho por groseras razones de Estado estaba abonado, aunque ha sido coincidiendo con la apertura de los Olimpiadas de Pekín cuando la canalla ha tomado carta de naturaleza. ¡Qué mejor marco para ejercitar la barbarie que unos juegos que tienen como anfitrión al gobierno que acaba de someter una vez más a sangre y fuego la autonomía del Tíbet! Y al mismo tiempo qué gran mascarada, si tenemos en cuenta que los Juegos Olímpicos nacieron para sublimar los conflictos entre naciones a través de la competición deportiva entre sus pueblos. Con razón no exenta de oportuna revisión histórica algún analista ha asociado la Olimpiada del 2008 en China con la que tuvo lugar en 1936 en una Alemania ya fagocitada por el síndrome nazi. A los totalitarismos actuales les sienta bien el chándal. De hecho, todo el auténtico espíritu olímpico se limita a una discreta carta de protesta firmada por 54 deportistas, por supuesto ninguno español.

Resulta difícil imaginar que el actual régimen pronorteamericano de Georgia se lanzara a la aventura de Osetia del Sur sin el visto bueno de Estados Unidos y en especial del equipo Bush, que seguramente imaginaron todas las posibilidades de respuesta por parte de la Rusia de Putin, incluida la que se ha producido con la invasión armada del antiguo territorio soviético, la primera intervención del ejército ruso –al margen del conflicto checheno- tras la desintegración de la URSS. De suyo Putin, con un presidente Medvédev casi decorativo, sólo ha necesitado justificarse con los mismos argumentos perversos que desde hace años están sirviendo a Bush y sus acólitos europeos para actuar manu militaría en la antigua Yugoslavia e Irak: injerencia humanitaria y defensa a ultranza del derecho de autodeterminación. La única diferencia es que donde el “Trío de las Azores” denunciaba armas de destrucción masiva, santuario terrorista y autonomía de Kosovo, Moscú ha colocado agresión a una región bajo su tutela y pretendido genocidio. Tal para cual.

El resultado es una confirmación del ocaso del derecho internacional y su principal institución de garantía y control (la ONU), el repunte de organismos no democráticos como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio como nuevos reguladores globales (no olvidemos que ahora la pugna es entre capitalistas y no entre sistemas alternativos) y la prueba de que cada superpotencia está dispuesta a llevar al límite las posibilidades de su arsenal disuasorio ejerciendo el derecho de presa (víctimas civiles y destrucción del país). Y luego están los otros daños colaterales: la entrada de rondón en el último tramo de la campaña norteamericana del factor patriótico y la postergación de la Unión Europa en un conflicto que ha implosionado en el umbral de su propia casa común. Pobre errática Europa, otra vez tan lejos de la democracia y tan cerca del Tío Sam. Pobre Javier Solana, nuestro alto representante en la UE para la Política Exterior y de Seguridad Común, ese hombre de principios que desde un primer aliento como furibundo antiotanista y “ministro” en el gobierno secreto del 23-F, pasó a ser secretario general de la OTAN y mister pec sin solución de continuidad. Pobres ciudadanos europeos también, secuestrados por la infame turba de unos dirigentes clónicos del peor reaccionarismo yanqui, que sabotean olímpicamente las libres decisiones de sus pueblos cuando someten a referéndum su proyecto de Constitución, mientras alientan sentimientos de odio al inmigrante para desempolvar viejas leyes racistas que justifiquen su usurpación autoritaria del poder.

Con la desintegración de la Unión Soviética y la conversión de la China maoísta al integrismo del mercado se inicia la era del capitalismo planetario como única religión verdadera. No estamos en el fin de la historia y la plenitud de la democracia como profetizó Francis Fukuyama en su best–seller. Muy al contrario, con el arranque del siglo XXI lo que se nos bien en cima es otra historia: la del fin de la democracia por el fuego amigo de las superpotencias capitalistas y la hegemonía del neofeudalismo global como modelo de vida.

No es la guerra fría, es el canibalismo capitalista.

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El progreso y la mirada ácrata…

José Sanchez Rosa en “Las dos fuerzas: reacción y progreso” en el periódico “El Progreso” Sevilla 1910.

"Nada faltará, porque se multiplicarán los descubrimientos científicos, porque llenaré la tierra de máquinas para todas las producciones, las que… funcionarán obedeciendo a la dirección inteligente de los hombres y producirán tanto o más que veinte veces multiplicada la especie humana pueden consumir. Sí, será superabundantísima la producción, porque hará que se opere una gran revolución en las costumbres de la agricultura; porque se abrirán canales en todas direcciones…; se cubrirá gran parte del suelo de invernaderos…; los productos de la industria serán de sorprendente abundancia… Se acortarán las distancias y los medios de comunicación serán completos…; el telégrafo y el teléfono llevarán los pensamientos y la voz a todas partes…”

Ricardo Mella en “La nueva Utopía” 1908.

”Una gran extensión superficial ofrece un horizonte mágico. Centenares de chimeneas lanzan al aire penachos interminables de humo. La industria en todo su apogeo, la maquinaria en toda su grandiosidad combinatoria utiliza para transformarlo en trabajo, ya el vapor, la el salto de agua, o bien el poderoso motor eléctrico que van venciendo al carbón y desenterrándolo de las fábricas. Inmensos edificios cobijan máquinas gigantescas que funcionan sin cesar, y aquí y allá el obrero apenas tiene otro trabajo que el de dirigir y ordenar la marcha ordenada de los diversos mecanismos sometidos a su dominio. Los trenes circulan por todas partes transportando los productos de aquella colosal industria. La fuerza animal, el motor de sangre, apenas se utiliza en las labores agrícolas. Las locomotoras marchan a impulsos de poderosas tracciones eléctricas o de perfectísimas aplicaciones de vapor… Los sueños más audaces se han realizado: navegación aérea, submarina, potencia eléctrica aplicada al movimiento, a la luz y al trabajo… desde el más pequeño barquichuelo hasta el más formidable y férreo transporte, todos son vehículos de paz y bienandanza que cruzan los mares de uno a otro confín”

Fernando Tarrida del Mármol en el Primer Certamen Socialista de Reus 1885.

”En el porvenir, la Ciencia se verá libre de lastres. La nueva aplicación mecánica será lo que tiene que ser: una ayuda, un alivio para el obrero. Hoy los trabajos repugnantes y peligrosos, hechos por necesidad de la miseria, mañana, con la ayuda de la maquinaria, serán incluso placenteros. Tan solo serán por unas horas, nunca para enterrarse vivos durante el día entero”

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¿Sólo Spanair es culpable?

Es cierto que hace pocos días, un avión de la compañía aérea Spanair tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en Gran Canaria, después de salir de Lanzarote con destino Madrid, aterrizaje que quedó camuflado con la excusa de “motivos de mantenimiento”, a pesar de que la torre de control, entendió que había un fallo en el motor de un Mcdonnell 82 (el mismo modelo del accidente de Madrid), y estableciera un protocolo de emergencia.

Es cierto que Spanair vive una situación conflictiva, que le ha llevado a presentar un plan de viabilidad incluido dentro de un expediente de regulación de empleo, que contempla la desaparición de más de mil empleos, con el único objetivo de eliminar costes salariales.

Es cierto que los buenos resultados obtenidos en los años de vacas gordas, no han sido utilizados para reinvertir en la flota de aviones, ni en crear nuevos puestos de trabajo, (al contrario: se han reducido), porque los beneficios han ido a parar a los bolsillos de los peces gordos.

Es cierto que la Dirección de Spanair ha estado amenazando y presionando constantemente al personal de vuelo, y al personal técnico para que se salten las normas, renuncien a sus días libres y sus vacaciones (especialmente en una época donde la escasa plantilla de trabajadores está bajo mínimos) y, como consecuencia, el mantenimiento de los aviones está siendo deficiente.

Es cierto que el diario británico The Times, ha publicado a toda página: “El caos de Spanair provoca 150 muertos”.

Pero no es menos cierto, que Spanair sólo es un eslabón de la cadena de empresas que, alborozadas, aplaudieron al Gobierno de turno (tanto monta, monta tanto...) que ha implementado sin cesar una demencial y fracasada política económica neoliberal que, además de traernos el inicio del corralito a casa, explota y recorta los derechos de los trabajadores, convirtiéndolos en semiesclavos.

El culpable hay que buscarlo en un sistema social bárbaro, donde el ser humano no cuenta para nada (a la vista está), y donde sólo se valora el mercado y la obtención del máximo beneficio a toda costa.

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Energía: lo público y lo privado.

...por Carlos Taibo

Quiere uno creer que entre nosotros va ganando terreno, paulatinamente, la conciencia de que el planeta no da para más. De resultas, la idea de que debemos tomarnos en serio la perspectiva de reducir los niveles de consumo y desdeñar las presuntas virtudes del crecimiento económico se impone en paralelo con la búsqueda incipiente de otras formas, más benignas y austeras, de organización de nuestras sociedades.

Hay quien dirá, en un argumento respetable, que la sensibilidad en lo que hace a estas cuestiones ha alcanzado incluso, siquiera sea livianamente, a nuestros gobernantes. Bastará con invocar al respecto el designio, formulado días atrás por el ministro de Industria, y al parecer no acompañado —bien es cierto— de medidas precisas, en el sentido de acometer una reducción de un 10% en el gasto energético de la maquinaria política y administrativa que dirige.

Se antoja extremadamente llamativo, sin embargo, que la certificación de que despilfarramos energía que se sigue, inevitablemente, de la decisión impulsada por el señor Sebastián en modo alguno conduce a trasladar a la ciudadanía el mensaje de que debe asumir, también, un cambio significativo en su conducta ante estos menesteres. Si uno quiere ser puntilloso estará obligado a reconocer que lo que acabo de señalar tiene, con todo, una excepción aparentemente relevante en la forma de las constantes recomendaciones que nuestros gobernantes han formulado, en los últimos años, en lo que atañe a la necesidad imperiosa de reducir el consumo de agua. No debe perder de vista el lector, sin embargo, que la excepción que nos ocupa se sitúa en un terreno muy singular, que en los hechos —parece— la anula como tal: la mayoría de los trechos de la economía del agua tienen un carácter público, o parapúblico, de tal suerte que la presencia de los intereses privados en el mercado correspondiente es a la postre menor.

Lo diré de otra manera: si en el caso del agua la condición primordialmente estatal de la economía afectada hace posible que nuestros gobernantes se muevan con encomiable soltura y se permitan reclamar con insistencia un esfuerzo ciudadano de reducción en los niveles de consumo, no puede decirse lo mismo de otros segmentos de la vida económica en los que los intereses del sector privado se imponen con rotundidad. Ahí está el caso del propio ministro Sebastián, quien semanas atrás no pestañeó a la hora de anunciar ayudas públicas para la adquisición de nuevos automóviles, presuntamente menos contaminantes, si los propietarios de los viejos se avenían a deshacerse de éstos. ¿No hubiera sido más razonable que, en un escenario indeleblemente marcado por la subida en los precios internacionales de las materias primas energéticas, nuestras autoridades apostaran con claridad por políticas encaminadas a convencer a los ciudadanos de que lo suyo es que vayan pensando en apartar el coche de sus vidas? ¿Es que nuestras autoridades no son conscientes de la sinrazón que acompaña al hecho de que la mentada subida en los precios de la energía no se ha visto seguida, como sería lo razonable, de reducciones notables en los niveles de consumo?

Para explicar lo anterior no hay que ir muy lejos: a diferencia de lo que ocurre con el agua, los sacrosantos derechos de las empresas privadas —en este caso las del sector del automóvil— se imponen, intocables, por doquier, y ello hasta el punto de que resulta sencillo imaginar cuál sería la reacción de aquéllas si los poderes públicos tomasen, en serio, cartas en el asunto de convencer a los ciudadanos de que también en relación con el transporte y sus cuitas deben cambiar drásticamente de hábitos. El lector con buena memoria recordará inmediatamente la patética reacción de repulsa asumida por alguna de nuestras empresas eléctricas cuándo, en un par de momentos en los últimos años, la ministra de Medio Ambiente decidió respaldar una simbólica campaña que nos exhortaba a reducir a la nada, durante cinco escuálidos minutos, nuestro consumo de electricidad en una tarde invernal. Como recordará, tal vez, que la legislación vigente impide que se invite a los ciudadanos a retirar sus depósitos en bancos que es notorio no han dudado en financiar a empresas sumergidas hasta el cuello en el comercio de armas, en la explotación del trabajo infantil o en el despliegue de irreversibles agresiones medioambientales.

Hay quien se sentirá tentado de recordar, por qué no, que el pecado de nuestros poderes públicos no queda dónde lo hemos dejado. Y es que no sólo se trata de que aquéllos eludan cualquier horizonte de contestación del negocio privado, aun a sabiendas de lo que éste acarrea, tantas veces, en los planos energético y ecológico: tan grave como ello es el hecho de que porfíen en construir faraónicas infraestructuras de transporte que el tiempo demostrará, más pronto que tarde, son literalmente insostenibles y que a poco más obedecen que al propósito de mover el carro de ese negocio privado que ahora nos atrae. Ahí está, por lo demás, el patético ejemplo que acaba de darnos el presidente Rodríguez Zapatero, quien al parecer no barruntó problema alguno en la fórmula verbal con la que remató su discurso de clausura en el congreso recientemente celebrado por el Partido Socialista: ¡A consumir!

Frente a tantos desafueros no queda sino reclamar la necesidad imperiosa de una rebelión ciudadana que denuncie con desparpajo el sinfín de prácticas impresentables que nos acosan, que reclame un drástico cambio de rumbo y que emplace a los dirigentes políticos a romper amarras —de esto se trata— con atávicos y esquilmadores intereses.

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Sacco y Vanzetti.

...por Howard Zinn (La Jornada, 23/08/07)

Cincuenta años después de la ejecución de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti, el gobernador Dukakis de Massachusetts instauró un panel para juzgar la justicia de dicho proceso, y la conclusión fue que a ninguno de estos dos hombres se les siguió un proceso justo. Esto levantó en Boston una tormenta menor. John M. Cabot, embajador estadounidense retirado, envió una carta donde declaraba su “gran indignación” y apuntaba que la sentencia de muerte fue ratificada por el gobernador Fuller luego que “tres de los más distinguidos y respetados ciudadanos hicieran una revisión especial del caso: el presidente Lowell, de Harvard, el presidente Stratton, del MIT, y el juez retirado Grant”.

Esos tres “distinguidos y respetados ciudadanos” fueron vistos de modo muy distinto por Heywood Broun, quien en su columna de New York World escribió inmediatamente después que los invitados distinguidos del gobernador rindieran su informe. Y decía: “No cualquier prisionero tiene a un presidente de Harvard University que le prenda el interruptor de corriente… si esto es un linchamiento, por lo menos el vendedor de pescado y su amigo el obrero podrán sentirse ungidos en el alma, pues morirán a manos de hombres con trajes de etiqueta y togas académicas”. Heywood Broun, uno de los más distinguidos periodistas del siglo XX, no duró mucho como columnista de New York World.

En el 50 aniversario de la ejecución, el New York Times informó que “los planes del alcalde Beame de proclamar el martes siguiente como el ‘día de Sacco y Vanzetti’ fueron cancelados en un esfuerzo por evitar controversias, dijo un vocero de la municipalidad ayer”.

Debe haber buenas razones para que un caso de 50 años de antigüedad, hoy ya de 81 años, levante tantas emociones. Sugiero que esto ocurre porque hablar de Sacco y Vanzetti inevitablemente remueve asuntos que nos perturban hoy: nuestro sistema de justicia, la relación entre la guerra y las libertades civiles, y lo más preocupante de todo: las ideas del anarquismo, la obliteración de las fronteras nacionales y como tal de la guerra, la eliminación de la pobreza y la creación de una democracia plena.

El caso de Sacco y Vanzetti revela, en los más descarnados términos, que las nobles palabras inscritas en los frontispicios de nuestras cortes “igualdad de justicia ante la ley”, siempre han sido una mentira. Esos dos hombres, el vendedor de pescado y el zapatero, no lograron obtener justicia en el sistema estadounidense, porque la justicia no se imparte igual para el pobre que para el rico, para el oriundo que para el nacido en otros países, para el ortodoxo que para el radical, para el blanco o la persona de color. Y aunque la injusticia se juegue hoy de maneras más sutiles y de modos más intrincados que en las crudas circunstancias que rodearon el caso de Sacco y Vanzetti, su esencia permanece.

En su proceso la inequidad fue flagrante. Se les acusaba de robo y asesinato, pero en la cabeza y en la conducta del fiscal acusador, del juez y del jurado, lo importante de ambos era, como lo puso Upton Sinclair en su notable novela Boston, que eran wops, bachiches (es decir “italianos mugrosos”), extranjeros, trabajadores pobres, radicales.

He aquí una muestra del interrogatorio policiaco.

Policía: ¿Eres ciudadano?

Sacco: No.

Policía: ¿Eres comunista?

Sacco: No.

Policía: ¿Anarquista?

Sacco: No.

Policía: ¿Crees en el gobierno de nosotros?

Sacco: Sí. Algunas cuestiones me gustan de modo diferente.

¿Qué tenían que ver estas cuestiones con el robo de una fábrica de zapatos en South Braintree, Massachusetts, y con los disparos que recibieron el pagador de la fábrica y un guardia?

Sacco mentía, por supuesto. No, no soy comunista. No, no soy anarquista. ¿Por qué le mintió a la policía? ¿Por qué habría de mentirle un judío a la Gestapo? ¿Por qué habría de mentir un negro en Sudáfrica a sus interrogadores? ¿Por qué necesitaba mentir un disidente en la Unión Soviética a la policía secreta? Porque saben que no existe la justicia para ellos.

¿Alguna vez ha habido justicia en el sistema estadounidense para los pobres, las personas de color, los radicales? Cuando los ocho anarquistas de Chicago fueron sentenciados a muerte en 1886 tras el motín de Haymarket (un motín policiaco, por cierto), no fue porque existiera alguna prueba de conexión entre ellos y la bomba que alguien arrojó en medio de la policía, no había ni un jirón de evidencia. Los condenaron por ser los líderes del movimiento anarquista de Chicago.

Cuando Eugene Debs y otros mil fueron enviados a prisión durante la Primera Guerra Mundial, de acuerdo con la Ley de Espionaje, ¿fue porque eran culpables de espionaje? Eso es muy dudoso. Eran socialistas que hablaban en voz alta contra la guerra. Cuando se emitió la sentencia de diez años para Debs, el magistrado de la Suprema Corte, Oliver Wendell Holmes, quiso dejar muy claro que Debs debía ir a prisión, citando un discurso de Debs: “La clase de los patrones siempre ha declarado las guerras, y la clase sometida siempre ha peleado en las batallas”.

Holmes, muy admirado como uno de los grandes juristas liberales, dejó claro los límites del liberalismo, las fronteras que le fijaba el nacionalismo vindicativo. Después de agotadas todas las apelaciones de Sacco y Vanzetti, el caso llegó ante el propio Holmes, en la Suprema Corte, quien se rehusó a revisar el caso, y dejó que el veredicto quedara en pie.

En nuestro tiempo, Ethel y Julius Rosenberg fueron enviados a la silla eléctrica. ¿Fue porque eran culpables, más allá de cualquier duda razonable, de pasarle secretos atómicos a la Unión Soviética? ¿O fue porque eran comunistas, como dejó claro el fiscal con la aprobación del juez? ¿No fue también porque el país estaba en medio de una histeria anticomunista, cuando los comunistas tomaban el poder en China, había guerra en Corea, y el peso de todo eso había que imputárselo a dos comunistas estadounidenses?

¿Por qué fue sentenciado en California a diez años de prisión George Jackson, por un robo de 70 dólares, y luego fue asesinado a tiros por los guardias? ¿No fue porque era pobre, negro y radical?

¿Puede hoy un musulmán, en la atmósfera de “guerra contra el terror” confiar en una justicia equitativa ante la ley? ¿Por qué sacó la policía de su coche a mi vecino del piso de arriba, si no había violado ningún reglamento de tránsito y luego fue cuestionado y humillado? ¿Acaso fue porque es un brasileño de piel morena que podría parecer un musulmán de Medio Oriente?

¿Por qué los dos millones de personas en las cárceles y prisiones estadounidenses, y los seis millones que están bajo fianza, vigilancia o libertad condicional son fuera de toda proporción gente de color o pobres? Un estudio muestra que el 70 por ciento de la gente que está recluida en las prisiones de Nueva York proviene de siete barrios de la ciudad conocidos como zonas de pobreza y desesperación.

La injusticia de clase corta transversalmente todas las décadas, todos los siglos de nuestra historia. En medio del caso de Sacco y Vanzetti, en el poblado de Milton, Massachusetts, un hombre rico le disparó a otro que recogía leña en su propiedad y lo mató. Pasó ocho días en la cárcel, luego se le dejó salir con fianza, y no fue procesado. Una ley para los ricos, una ley para los pobres; esa es una característica persistente de nuestro sistema de justicia.

Pero ser pobres no fue el crimen principal de Sacco y Vanzetti. Eran italianos, inmigrantes, anarquistas. No habían pasado siquiera dos años desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Habían protestado contra la guerra, se habían negado al reclutamiento. Vieron cómo crecía la histeria contra los radicales y los extranjeros, observaron las redadas que emprendían los agentes del procurador general Palmer, del Departamento de Justicia, que irrumpían en mitad de la noche a los hogares sin órdenes judiciales, mantenían a las personas incomunicadas y las golpeaban con garrotes y cachiporras.

En Boston 500 fueron arrestados, los encadenaron y marcharon con ellos por las calles. Luigi Galleani, editor del periódico anarquista Cronaca Sovversiva, al cual estaban suscritos Sacco y Vanzetti, fue detenido y deportado de inmediato.

Había ocurrido algo más aterrador. Un compañero de Sacco y Vanzetti, también anarquista, un tipógrafo llamado Andrea Salsedo, que vivía en Nueva York, fue secuestrado por agentes de la FBI (uso el término “secuestrado” para describir la abducción ilegal de una persona), y se le mantuvo en las oficinas del piso 14 del Park Row Building. No se le permitió hablar con su familia, ni con sus amigos o abogados, y fue interrogado y golpeado, según otro prisionero. Durante la octava semana de su encierro, el 3 de mayo de 1920, el cuerpo de Salsedo, aplastado y desfigurado hasta quedar hecho un amasijo, fue encontrado sobre el pavimento cercano al Park Row Building, y la FBI anunció que Salsedo se había suicidado brincando de la ventana del piso 14, justo del cuarto donde lo tenían retenido. Esto ocurrió tan sólo dos días antes de que Sacco y Vanzetti fueran arrestados.

Hoy sabemos, como resultado de los informes del Congreso en 1975, de un programa de contrainteligencia de la FBI conocido como Cointelpro (Counter Intelligence Program) en el cual los agentes de dicha dependencia irrumpían en casas y oficinas, implantaban micrófonos ilegalmente, se involucraban en actos de violencia hasta el punto del asesinato y en 1969 colaboraron con la policía de Chicago en el asesinato de dos líderes de los Panteras Negras. La FBI y la CIA han violado la ley una y otra vez. No hay castigo para ellos.

Hay muy pocas razones que nos hagan tener fe en que las libertades civiles en Estados Unidos puedan protegerse en la atmósfera de histeria que siguió al 11 de septiembre de 2001 y que continúa hasta el día de hoy. En el país ha habido redadas de inmigrantes, detenciones indefinidas, deportaciones y espionaje doméstico no autorizado. En el extranjero se cometen matanzas extrajudiciales, tortura, bombardeos, guerra y ocupaciones militares.

Así también, el proceso contra Sacco y Vanzetti comenzó inmediatamente después del Memorial Day, año y medio después de que terminara la orgía de muerte y patriotismo que fue la Primera Guerra Mundial, mientras los periódicos seguían vibrando con el redoble de los tambores y la retórica jingoísta.

Doce días después de comenzado el juicio, la prensa informó que los cuerpos de tres soldados habían sido transferidos de los campos de batalla en Francia a la ciudad de Brockton, y que toda la población había salido a celebrar una ceremonia patriótica. Todo esto se hallaba en los periódicos que el jurado podía leer.

Sacco fue interrogado por el fiscal Katzmann:

Pregunta: ¿Amó usted a este país durante la última semana de mayo de 1917?

Sacco: Eso es muy difícil de expresar en una sola palabra, señor Katzmann.

Pregunta: Son dos las palabras que puede usted usar, señor Sacco, sí o no. ¿Cuál es la palabra?

Sacco: Sí.

Pregunta: Y para poder mostrarle su amor a este país, Estados Unidos de América, cuando estaba a punto de llamarlo para que se hiciera usted soldado, ¿se fue usted corriendo a México?

Al principio del juicio, el juez Thayer (que hablando con un conocido con el que jugaba al golf se refirió a los acusados como “esos anarquistas mal nacidos”) dijo al jurado: “Los conmino a que brinden este servicio, al que se les ha llamado a que presten aquí, con el mismo espíritu de patriotismo, coraje y devoción al deber como el que exhibieron nuestros muchachos, nuestros soldados, del otro lado de los mares”.

Las emociones evocadas por una bomba que estalló en la casa del procurador general Palmer durante el tiempo de la guerra –al igual que las emociones desatadas por la violencia del 11 de septiembre– crearon una atmósfera de ansiedad en la cual las libertades civiles se pusieron en entredicho.

Sacco y Vanzetti entendieron que cualquier argumento legal que sus abogados pudieran haber invocado no prevalecería contra la realidad de una injusticia de clase. Sacco dijo a la corte, al escuchar la sentencia: “Sé que la sentencia será entre dos clases, la de los oprimidos y la de los ricos… Es por eso que estoy aquí ahora, en el banquillo de los acusados, por pertenecer a la clase de los oprimidos”.

Tal punto de vista parece dogmático, simplista. No todas las decisiones en las cortes pueden explicarse así. Pero, a falta de una teoría que encaje en todos los casos, el punto de vista simple, fuerte de Sacco, es con seguridad una mejor guía para entender el sistema legal que aquel que asume que hay una competencia entre iguales basada en una búsqueda objetiva por averiguar la verdad.

Vanzetti sabía que los argumentos legales no los salvarían. A menos que un millón de estadounidenses se organizaran, él y su amigo Sacco morirían. Palabras no, lucha. Apelaciones no, exigencias. Peticiones al gobernador no, toma de fábricas. No se trataba de lubricar la maquinaria de un supuesto sistema legal justo para que funcionara mejor, sino de una huelga general que detuviera la maquinaria.

Tal cosa nunca ocurrió. Miles se manifestaron, marcharon, protestaron, no sólo en Nueva York, Boston, Chicago y San Francisco; también en Londres, París, Buenos Aires y Sudáfrica. No fue suficiente. La noche de su ejecución, miles se manifestaron en Charlestown, pero un enorme contingente de policías los mantuvo alejados de la prisión. Fueron arrestados muchos manifestantes. Las ametralladoras estaban emplazadas en las azoteas y los reflectores barrían el escenario.

Una gran multitud se juntó en Union Square el 23 de agosto de 1927. Unos minutos antes de la medianoche, las luces de la prisión se atenuaron en el momento en que los dos hombres fueron electrocutados. El New York World describió la escena: “La multitud respondió con un sollozo gigante. Las mujeres se desmayaron en 15 o 20 lugares. Otras, sobrecogidas, se tumbaron en las banquetas y hundieron la cabeza entre los brazos. Los hombres se apoyaban en los hombros de otros hombres y lloraban”.

Su crimen máximo era su anarquismo, una idea que aún hoy nos desconcierta como un relámpago debido a su verdad esencial: todos somos uno, las fronteras nacionales, los odios nacionales deben desaparecer, la guerra es intolerable, los frutos de la tierra deben compartirse, y mediante la lucha organizada contra la autoridad, puede advenir un mundo así.

Lo que nos llega a hoy del caso de Sacco y Vanzetti no es sólo la tragedia, también nos llega la inspiración. Su inglés no era perfecto, pero cuando hablaban se volvía una especie de poesía. Vanzetti dijo de su amigo: “Sacco es un corazón, una fe, un carácter, un hombre; un hombre que ama la naturaleza y la humanidad. Un hombre que lo dio todo, que lo sacrificó todo a la causa de la libertad y de su amor a la humanidad: el dinero, el descanso, la ambición mundana, su propia esposa, sus niños, él mismo y su propia vida… Ah, sí, puede que sea yo más ingenioso y más parlanchín que él, pero muchas, muchas veces, al escuchar cómo resuena en su voz valerosa una fe sublime, al considerar su sacrificio supremo, al recordar su heroísmo, me he sentido pequeño, pequeño en presencia de su grandeza, y me he sentido empujado a no dejar que me invadan las lágrimas, a dominar el corazón que se me agolpa en la garganta para no llorar ante él; ante este hombre al que se le llama capo , asesino y maldito”.

Lo peor de todo es que fueran anarquistas, lo que significaba que tenían alguna loca noción de democracia plena donde no existiría la extranjería ni la pobreza, y que pensaran que sin esas provocaciones la guerra entre las naciones terminaría para siempre. Pero para que esto ocurriera los ricos debían ser combatidos y sus riquezas confiscadas. Esa idea anarquista es un crimen mucho peor que robar una nómina y por eso hasta el día de hoy Sacco y Vanzetti no pueden ser recordados sin gran ansiedad.

Sacco escribió esto a su hijo Dante: “Así que, hijo, en vez de llorar, sé fuerte, de modo que seas capaz de consolar a tu madre… llévala a una larga caminata por el campo en silencio, junten flores silvestres aquí y allá, descansen a la sombra de los árboles… pero recuerda siempre, Dante, en este juego de la felicidad no te sirvas a ti mismo únicamente… ayuda a los perseguidos y a las víctimas, porque son ellos tus mejores amigos… en esta lucha de vida hallarás más amor y serás amado”.

Sí, fue su anarquismo, su amor por la humanidad, lo que los condenó. Cuando Vanzetti fue arrestado, tenía en el bolsillo un volante que anunciaba una reunión que debía ocurrir cinco días más tarde. Es un volante que podría distribuirse hoy, en todo el mundo, de modo tan apropiado como el día de su arresto. Decía: “Han combatido en todas las guerras. Han trabajado para todos los capitalistas. Han recorrido todos los países. ¿Han cosechado los frutos de sus fatigas, el premio de sus victorias? ¿Acaso el pasado les da consuelo? ¿El presente les sonríe? ¿El futuro les promete cualquier cosa? ¿Han encontrado un pedazo de tierra donde puedan vivir como seres humanos y morir como seres humanos? Sobre esas cuestiones, sobre estos argumentos de la lucha por la existencia, Bartolomeo Vanzetti hablará en esa reunión”.

Ese encuentro nunca tuvo lugar. Pero su espíritu existe hoy en la gente que cree y que ama y que lucha en todo el mundo.

*Tomado del nuevo libro de Howard Zinn: A Power Governments Cannot Suppress, City Lights Books, San Francisco, 2007. Este libro será publicado en fecha próxima por La Jornada.

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