domingo, 28 de septiembre de 2008

La cre(acción) inacabada: Líneas de reflexión en torno al arte y su práctica mutiladora actual.

El espíritu racionalista y "religioso-científico" de nuestra época ha confeccionado un significado para todas las cosas. Del Arte, como no iba a ser menos, las enciclopedias y diccionarios también ofrecen un significado (un, de Único). Un significado que aparece como objetivo y científico, léase dogmático. Sin embargo, la Enciclopedia es el resultado y reflejo del pensamiento de un grupo social dirigente que lo suscribe y distribuye a la masa alumni, de un pensamiento que podríamos denominar como concreto y de la ideología que le da forma. Así, este pensamiento concreto genera una definición del Arte, es decir unos fines y otros confines. Un límite y unos diques que contengan todo el potencial abstracto y desbordante del mismo.

El Arte resulta entonces un subproducto de la civilización gobernante. Una civilización que se organiza en torno a un modelo social construido desde una óptica mercantilista, utilitaria del beneficio, la propiedad y el progreso materialista. Esto genera otras cualidades que caracterizan a la sociedad como la estructura piramidal de los individuos en sociedad es decir, la jerarquía, y a su vez da respuesta a la manera de entender el mil veces mencionado y prostituido Arte, unas sublimado, otras infravalorado. Esta manera de entenderlo no es otra que la de una disciplina del conocimiento, una actividad a veces relegada a lo más puramente artesanal y otras a algo más relacionado con la expresión, pero siempre subordinado a la idea de la mercancía y la plusvalía. Por todo esto, el arte tendrá una finalidad estrechamente ligada a estas ideas empresariales de mercado y favorecerá a la activación de nuevos mercados, puestos de empleo, flujo económico y todo lo que esto conlleva.

De toda esta ideología nacen los conceptos de artista y obra de arte. Existiendo artista ya sentenciamos que el Arte está subordinado y controlado por alguien. Es esta una lectura antropocentrista de las formas en que se manifiesta la conciencia poética de la realidad. Ante esta conciencia del espíritu ante algo que nos conmueve, que nos agita y que impregna nuestra capacidad sensible y de percepción, la idea dominante del Arte superpone el concepto de obra de arte. Es decir, a la idea, el sentimiento o el estado mental se antepone lo concreto, lo mayoritariamente material, lo tangible, cognoscible, abarcable, comerciable y destruible: la obra de arte. La posibilidad de que lo artístico pudiera ser efímero u ocasional desaparece, así como se desecha la experiencia de proceso creativo por la del resultado final, acabado, limitado y maquillado, es decir la obra. También desaparece la posibilidad de que el sujeto puedan ser las fuerzas poéticas y el objeto susceptible a ellas el artista. La construcción mental de un individuo* a partir de un objeto (natural o artificial) encontrado y su disfrute individual del mismo, fuera de la lógica expositiva, no se consideraría Arte dentro de la concepción que nos imponen. Como tampoco una situación construida colectivamente o una idea hablada. Aquí también se deja ver la gestación del valor eterno del arte y del elemento público-espectador.

Este último elemento es obligado. No existe concepción del Arte para un uso individual sino para una relación colectiva que la mayoría de las veces se ubica en un espacio concreto (el museo, la galería, la sala de cine, etc.; que a su vez responde a la mecánica de activación de mercados que comentábamos líneas arriba) Esto provoca que muchas veces la obra de arte pierda su coherencia al estar desubicada, despojada y desarraigada de su hábitat -cual animal exótico enjaulado en un zoo- y quede mutilada respecto a su significante completo al estar apartada de su relación trascendental con el lugar de su creación o los condicionantes de cualquier tipo que hayan podido interceder en el resultado final. Aquí vuelve a aparecer la discriminación de todo un proceso comportamental y experiencial de creación por el resultado final, alejado del proceso y abandonado a la mera finalidad expositiva y de venta. Algunos grupos de artistas ya han empezado a cuestionar el tema de la ubicación final de la obra de arte como el Land Art o si debe haber una ubicación final o una presencia formal como el Arte Conceptual o incluso si debe existir obra de arte como en el caso del Situacionismo. Aunque en la mayoría de los casos ninguno de los grupos de artistas transgresores de o vanguardia ha conseguido desprenderse del pensamiento retrogrado que parasita en su concepción del Arte. Quizá la solución no definitoria que plantean estos papeles se acerca más a la noción del último movimiento que hemos citado arriba, sin caer en mitificaciones o dejar sin revisar todos los aspectos que éstos propusieron.

Seguimos avanzando un poco más. Arriba se esbozaba la idea del público-espectador. Muchas veces la obra ha aparecido enfrentada al espectador en una relación autoritaria que se materializa en el monólogo que escupe el artista-obra sobre la cara del espectador pasivo. La propia palabra espectador hace alusión a esta relación de sumisión. Como ocurría con otros cuestionamientos también aquí algunos artistas han intentado realizar un objeto artístico inconcluso que rompa con el rol de espectador y le otorgue una posición de participación. Aunque a veces esta empresa ha caído en las fauces de esa participación rancia y parcial que se viene dando desde la consolidación de las democracias occidentales y la aparición de la participación ciudadana y otras armas de doble filo, entiéndase trampas, con las que el poder nos ha ido obsequiando. De cualquier manera, quizá no mereciese la pena aclararlo, aquí no se está apoyando una línea de producción artística que cuente con la participación de un segundo o un tercero, sino un cuestionamiento de la concepción absoluta del Arte en la que se educa.

Si retrocedemos un poco más recordaremos el concepto artista que hemos mencionado. Éste se nos presenta como un especialista dotado de unas habilidades fuera de lo común, como un genio y un iluminado. Ésta es la mentira más grande que existe en torno al Arte. Una mitificación y sublimación de la figura del artista que le proyecta como una especie de divinidad prodigiosa y que tiene como objeto último la parálisis del resto de personas que no están reconocidas como tal, además del omnipresente objetivo económico que aprovecha estas figuras deidales para obtener fruto de su fama, generando documentos en torno a su vida y obra, usándolos para fines políticos o de marketing y, en definitiva, para colocarles en una posición privilegiada en la historia que desbanca al resto de las personas, que son desarraigadas de su posibilidad como artistas. Toda esta mentira se tambalea en lo absurdo de sus argumentos. El artista como figura no existe. Artistas somos todos o no lo es nadie. No existe arte bello o arte feo, sino según sus cánones y su modelo a reproducir. Artista es aquel que provisto de su condición como tal establece una relación poética entre el medio en el que vive y su propia conciencia de ser. Se trata de algo vivencial, existencial en cuanto que todos lo llevamos a cabo. ¿Acaso existe alguien que todavía no ha esbozado un dibujo en el margen de una hoja, o consciente o inconscientemente ha optado por una determinada manera de tejer un mapa conceptual? O ya sin ir más lejos, queda alguien que todavía sea desposeedor de sus propias facultades mentales y nunca haya ejecutado una construcción mental sobre algo? Artista es el que crea. El que crea lo hace desde el placer, desde el objetivo de hacer algo que le satisfaga o como medida para reclamar unas mejores condiciones del estado de las cosas, de cualquier tipo que estas sean. Por lo tanto la efigie del artista ha de caer y debe ser reemplazada por la de todos, así los individuos, como bien decía Marx, conscientes de sus posibilidades podrán construir el sueño que anhelan. Se trata de desmantelar este apartheid creacional al que nos condena el Arte oficial.

Además, la concepción del artista que se viene dando desde el Academicismo es realmente paralizadora y cercenadora. No hablamos de otras cosa que de la especialización, ese demonio que convierte al creador en especialista de la pintura, la escultura, el cine, etc. y que sólo en tímidas ocasiones de trabajo interdisciplinar es transgredida esta idea. El artista debería tener pleno contacto con cualquiera de las formas de expresión habidas y por haber sin rendirse al uso de canales en ocasiones ya agotados. Además, el artista aquí propuesto no es otro que el epíteto aplicable a todas las personas y no como oficio fruto de la profesionalización de las artes. La relación del artista con el mundo debe ser abierta y de confrontación real, a la manera de enfrentamiento dialéctico con la realidad y nunca de la forma que propone el Arte como institución, del artista ajeno a la problemática que la realidad plantea, de un modo autista que nunca le va a llevar a ningún progreso existencial sino es de la manera dialéctica que aquí se propone.

Con todo esto, la relación entre artista y obra, si es que éstos dos quedan en pie cuando acabemos este texto, no debe permanecer inalterable, al mismo modo que ocurría con la relación, obra-espectador. La concepción del artista como genio productor de prodigios, unas veces mejores y otras peores, sólo puede parir la obra a la manera patriarcal y de acumulación propietaria que el aparato ideológico sostiene: la obra como propiedad del artista. Aquí se genera todo el fenómeno de la autoría, la firma del objeto artístico y la referencialidad de la figura del genio que llega a los territorios de la propiedad de las ideas, el copyright y toda la defensa que ello conlleva: poder legislativo y judicial, cuerpos de seguridad, tecnología con finalidad de control, etc. Así, el arte, cosificado y reducido a su estado último por el capitalismo que es la obra aparece vetado para el disfrute y el compartir popular y las ideas se convierten en feudos con propietario, donde nadie debe copiar, aunque todos lo hagan textualmente y sin embargo, se exija una originalidad que resulta estúpida e innecesaria, que al responder meramente al hecho de innovar por innovar no lleva a ninguna parte.

A partir de todos los puntos desarrollados, éste es el lugar para un resumen de lo que aquí se propone, sin la voluntad de repetirse. La aplicación de estas reflexiones a la praxis sería la indudable muerte del Arte Oficial. De sus esquemas, estructuras y prototipos de artista y obra y de toda la infraestructura económica y toda la rentabilización ideológica, política y de dominación que sobre el Arte parasita. El cuestionamiento inminente de todos los valores que éste plantea y el despojo de la idea objetual y totemizadora que pesa sobre él. Una propuesta para un arte totalmente experimental, desde el punto de vista de que toda labor de la cual se desconocen sus fines absolutos, sus efectos y su forma última se debe denominar como tal. Una creación ejercida por todas las personas concienciadas de su capacidad y posibilidades creativas. Una creación activa e inacabada, libre de limitaciones y muros que contengan su potencial abstracto e indómito, que entiende al arte como un proceso de enfrentamiento dialéctico con la realidad material y espiritual, para mejorar la calidad de vida y generar cambios en las concepciones sociales, sexuales, perceptuales, comportamentales, sensoriales, etc.; que para ello deberá pasar por un proceso de limpieza de sus antiguos valores simbólicos y deberá reinventar sus mecanismos y lenguajes gastados para dar el salto definitivo de la representación a la realización total. Todo ello desde la lógica del progreso espiritual y del placer, de las fuerzas creadoras y lúdicas en sustitución del trabajo y de su respectiva división actual, y por tanto fuera también, de la banalización que el arte sufre al ser convertido en mero entertainment de masas. Así mismo, la organización de los procesos del arte deberá ser colectiva y compartida, despojada de la antigua idea de lucro y elitización y apartada de la idiosincrasia mercantilista.

Llega la hora de cerrar este texto, que sin embargo, no tiene como fin permanecer cerrado, si no más inconcluso y abierto a la incalculable suma de aspectos a retratar que nos queda. Que sirvan estas líneas de punto de partida para otras relaciones que pongan en cuestionamiento toda la estructura del Arte oficial y el fenómeno de apartheid de creación que sufrimos los individuos en las sociedades contemporáneas. No se trata de un manifiesto absoluto e indudable sino susceptible a la reflexión que nos lleve a estadios más óptimos. No lleva firma, ni vale nada. Es copiable, criticable o reproducible.

Nota:

*Quisiera hacer apología de un uso neutral en cuanto al género no solo en la palabra individuo sino en todas aquellas que se refieren a la totalidad del género humano. Preciso de esta aclaración pues he desechado usar arrobas u otros neutralizadores de género en el lenguaje escrito para facilitar una más óptima percepción del texto, aunque quisiera atacar -cualquier ocasión es buena- la ideología patriarcal que en el caso del castellano se manifiesta sin timidez en el lenguaje.

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