sábado, 26 de julio de 2008

La expulsión de inmigrantes: Un retrato racista de Europa.

En la distribución del poder que el imperialismo establece, a Europa parece le sigue tocando el papel de productora y reproductora de la violencia en su propio gueto. Ya no les es posible, nos referimos a los dueños absolutos de los otorgadores del ‘derecho al trabajo’, seguir manteniendo en pie que la democracia occidental, la sociedad liberal y competitiva, el modo de producción capitalista y el prepotente progreso europeo, -modelo universal de Desarrollo- sean garantes de bienestar alguno.

Eso es lo que con el lenguaje perverso de la raposa subyace en la Directiva de Retorno para inmigrantes indocumentados recientemente aprobada por los gobernantes de la Unión Europea. En esta Institución, recordémoslo, a las trabajadoras y trabajadores, sujetos a los cada vez más desempoderados Estados-nación que la conforman, no nos dan ni voz ni voto. Esta superestructura está pensada para facilitar el dominio y manejo de los movimientos transnacionales del capital y para el control militarizado de sus intereses geoestratégicos, todo en el mismo paquete, ninguneando con total descaro a las poblaciones, que inmovilizadas para la toma de decisiones directa, la viven y perciben como la plebe percibía a la corte absolutista del Antiguo Régimen. Sin embargo para diferenciarla de aquella, el mantenimiento de los privilegios de los poderes hegemónicos pasa por el abuso de procedimientos políticos legitimados por el uso escuálido, indirecto y censitario del voto en la urna.

La ensoberbecida y bárbara clase burguesa europea no está dispuesta a que el movimiento por la supervivencia de la ‘nueva plebe’ del siglo XXI estalle en sus propias fronteras y les ensucie el jardín de su edén. El daño colateral de la industria postcolonial del hambre, visualizado en las pateras que surcan los mares que nos ‘separan’ de África o en los aeropuertos sobremodernos de occidente por donde transitan ecuatorianos, colombianos, argentinos y demás gentes ‘étnicamente’ incorrectas, no puede afectar al cupo de mano de obra inmigrante mínima necesaria para mantener el equilibrio inestable entre gastos e ingresos en los capítulos presupuestados para el bienestar social, siempre a la baja, reservado sólo para los ciudadanos de la Unión Europea. Ya nos lo han advertido: peligran las pensiones y los servicios de asistencia para una sociedad en proceso de envejecimiento cuyo crecimiento vegetativo no garantiza su reproducción. Inmigrantes si, pero sólo los que se consideren económicamente necesarios. Los emigrantes ya no se definen como personas con derecho a buscar mejores condiciones de vida en otros lugares, no, para nada. Hay que separar el grano de la paja para que Europa deje de ser ‘efecto llamada’ para los refugiados por causas económicas, sus normativas hasta ahora más flexibles respecto a los derechos civiles y políticos, que han permitido el acogimiento a personas bajo la condición de asilado o refugiado, deben dejar de serlo. Economía y ciudadanía de pleno derecho se decretan como realidades excluyentes de la esfera social y política.

Expulsar a los ‘sin papeles’, dicen, es necesario para el bien común de los habitantes del gueto europeo en el que ya no caben más sujetos inmigrantes solicitantes de un trabajo como contrapartida a sus necesidades de asilo humanitario. Se les confina y expulsa, no por temor a ser llamados exterminadores ‘pacíficos’ de los ‘otros’ no europeos, como ha venido haciéndose tras la II Guerra Mundial con la extensión del Desarrollo que convirtió por obligación a buena parte de Asia, África entera y América latina en subdesarrollados, no nos engañemos; esta cuestión les trae ya sin cuidado, su interés se centra en seguir siendo capaces de controlar las fuerzas de trabajo para extraernos las plusvalías con las que seguir manteniendo en pie la estructura del sistema capitalista, abaratando al máximo el coste de la mano de obra interna/externa a la Unión buscando el enfrentamiento, la colisión entre poblaciones y haciendo aumentar el paro. El pánico de nuestra actual clase dirigente europea le viene de saberse todavía menos poderosa de lo que la situación de concentración de capitales requiere para seguir aumentando su nivel de beneficios. Las guerras por el control de lo que nos queda de la energía petróleo, clave para el funcionamiento eficaz y eficiente de todos los sectores económicos, no corren a favor de la Europa del capital y de la guerra, de momento. El dominio y exterminio norteamericano sobre Iraq continúa. El mantenimiento del campo de concentración en Guantánamo legitima la creación de otros más democráticos, al fin y al cabo esa es la lección impartida en Europa con la intervención de la OTAN en Yugoslavia.

Todas y todos sufrimos el adelgazamiento cada vez mayor de derechos al que nos vemos sometidos en los hospitales, centros de salud, escuelas, oficinas de empleo... que muy lejos los gobiernos de plantearnos un uso equitativo de los ‘gastos’ públicos, los transforman en ingresos para fines exclusivamente privados, cuando no, desviados para fines militares, es decir, mantener los ejércitos al servicio ‘humanitario’ de la guerra. Ya no es necesario disfrazar las privatizaciones de los sectores públicos con el discurso de la liberalización de las economías nacionales para favorecer el crecimiento de las mismas. En España, nuestro país, ¿queda algo por liberalizar? Ahora ya hasta los centros escolares públicos salen a subasta en los ayuntamientos para ser comprados por la industria del conocimiento para el mercado sin ningún tipo de tapujo. Y lo más grave es que están convencidos de que por la vía de la globalización reactivarán la economía local y mundial. Las teorías keynesianas que explicaron el estado del bienestar se han ido por el mismo sumidero que el agua de borrajas del prometido bienestar. ¿Qué queda al descubierto? Pues la esencia misma del sistema capitalista: la violencia y la guerra.

En los tiempos del nazismo, antes de que se les fuera la mano en exterminios masivos, las consecuencias de la crisis de la transición de la República de Weimar al Tercer Reich fueron silenciadas con la puesta en marcha de mecanismos de política cultural y de propaganda que acabó teniendo amplio respaldo popular. Consistían en limpiar las calles de mendigos y vagabundos que afeaban la imagen de un Reich, estado puro y completo, un Estado en el que los alemanes pudieran reconstruir sus señas de identidad sobre la base de los enemigos interiores, que debían pasar a custodia preventiva del Estado en campos de concentración por considerárseles elementos antisociales. Tras el debilitamiento de los fascismos, a la palabra democracia se le sumó el adjetivo de occidental, pues la oriental fue convertida en el nuevo enemigo interno de Europa, so pena de contravenir la doctrina Truman, que ya sabemos dejó caer con total libertad las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

A partir de entonces Europa vive encastillada en su occidentalismo que no ha querido ver, ni que veamos, ni saber, ni que sepamos nada de lo que pasa tras sus fronteras. En este gueto en el que vivimos los ciudadanos del espacio Schengen vienen fabricándose falsas y peligrosas imágenes de nosotros mismos sobre la base de un enemigo interno, los inmigrantes, (antes era la URSS o China) que contribuyen a ocultar que tanto dentro como fuera tenemos todas las trabajadoras y trabajadores intereses comunes, tratan de impedir, pero con más sofisticados y efectivos mecanismos de control social (educar en el miedo y soltar lastre con exposiciones universales o ligas de fútbol) que se desarrolle conciencia de solidaridad entre las clases trabajadoras.

Ese es el fin que persigue esta Directiva Europea. Es una herramienta más de control del mundo occidental blanco, minoría mundial por cierto, para aplicarla sobre el resto de personas categorizadas negativamente con otro color, es decir, nos imponen el lenguaje del racismo y la xenofobia, del estigma, la separación y el enfrentamiento. Mientras, el poder político absolutista de la Unión Europea se reserva el derecho a seguir exterminando democráticamente a medio plazo, dentro y fuera de Europa y a la vista de todos, a los inmigrantes indocumentados, que son criminales por no llevar papel. El capital, demostrado está, no reconoce fronteras. Es por ello que las clases trabajadoras somos de todos los lugares donde nos ganamos la vida, por mucho que los Estados-nación nos obliguen a significar una nacionalidad en el pasaporte. Y por ello es que también anteponemos nuestra solidaridad a sus deseos de explotarnos hasta la muerte.

Líbrenos nuestra inteligencia de las elucidaciones de los intelectuales orgánicos con contratos blindados que siguen afirmando que la lucha de clases no es sangrienta, que es posible una redistribución de la plusvalía explotada, que las ONGs equilibran las desigualdades, que otro capitalismo es posible, que no hay tantas diferencias entre la izquierda y la derecha, que hay oportunidades de vida para todos, que, que, que... mienten como bellacos por temor al poder y la fuerza de las alianzas de clase transoceánicas. Desde su otra orilla de la vida con jardín, con trabajador de cupo que se lo cuide y letrero de “¡cuidado con el perro!”, sienten un miedo atroz a que se descubra que, aunque a la sombra del privilegio, ellos son también habitantes del gueto, subordinados a cantar una u otra canción, dependiendo de la redistribución del poder que desde el centro del capital se cocine, lógicamente para sacar la mejor tajada en el escenario imperialista mundial, que les obliga a producir y reconducir menajes para la industria de la información y la comunicación por los viejos derroteros ideológicos del fascismo, remozados con vacuas terminologías para seguir justificando que quien paga, manda. Al fin y al cabo -nos repiten con veneno en la lengua- cobramos un salario más alto que los inmigrantes, a los que hay que controlar, clasificar y numerar, porque no es muy conveniente morder la mano de quien te da de comer, porque nosotros, los hijos de Europa, estamos menos explotados. En síntesis, esta caterva de esquiroles de la solidaridad, invita a los europeos a sentirse hijos putativos de Adolf Eichmann sin remordimientos en la conciencia.

Si compartimos el convencimiento de que ningún ser humano es ilegal, la denuncia de la connivencia mediática con quienes ponen en funcionamiento los medios para el retorno de los inmigrantes, método indirecto de prácticas genocidas, no debe bastarnos. Quienes decretan la legalidad o ilegalidad humana son los enemigos de la humanidad misma, a los cuales, no debe cabernos duda alguna, hay que combatir con todas nuestras fuerzas. Nos va la vida y el futuro en ello.

LQSomos. Beatriz Martínez Ramírez. Junio de 2008

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