lunes, 5 de mayo de 2008

… el tonto mira el dedo.

...por Félix García Morillón

Continuación del artículo publicado recientemente Cuando el dedo señala la luna...

Ciertamente, como decía en el artículo anterior, el anarquismo se caracteriza por mantener las exigencias fundamentales de una sociedad digna del apelativo de democrática, sin hacer renuncias ni concesiones. Es posiblemente por eso por lo que termina siendo siempre una de las opciones políticas más radicales, esto es, que va más a la raíz de los problemas y de las posibles soluciones.

Siendo, como es, una opción teóricamente buena e irrefutable, lo importante es que no nos quedamos en una variante de la torre de marfil o en una propuesta cátara, esto es, un planteamiento que caería en el error de considerarnos a nosotros mismos los puros e intachables, mirando a todos los demás por encima del hombro, como si fueran unos vendidos o unos traidores. Es más, si leemos los programas que animan a todos los partidos o sindicatos, por centrarme en las organizaciones con marcada intención de intervención social, todos ellos también se declaran fervientes defensores de los ideales democráticos.

La singularidad de la propuesta anarquista radica más bien en hacer una observación de hondo calado práctico: la democracia no es sólo una meta que debamos alcanzar al final de un proceso; la democracia es el camino. En el fondo es una propuesta coherente con un principio básico del anarquismo: el fin no justifica los medios, o lo que viene a ser lo mismo, si quieres alcanzar democracia, empieza por practicarla. La libertad, la igualdad y la fraternidad no vendrán algún día como si del Santo Advenimiento se tratara; vendrán si hoy mismo, aquí y ahora, las ponemos en práctica.

Puestas así las cosas, la acción política inmediata, la intervención social en los conflictos cotidianos que acompañan indefectiblemente a la vida comunitaria de los seres humanos, dispone de criterios claros y sencillos para evaluar si lo que hacemos contribuye a una real transformación social o simplemente se queda en cambios aparentes que logran que nada cambie. No queremos quedarnos mirando el dedo, ni siquiera queremos una variante del dedo más presentable que las anteriores, queremos la luna, como ya decía en el trabajo anterior.

Cierto es que, una vez que optamos por considerar que la democracia es el camino, sabemos de sobra que nunca será una realidad completamente realizada. Nunca llegaremos a la sociedad reconciliada consigo misma en la que todo sea acorde a nuestras grandes aspiraciones. Y en eso está precisamente el secreto, y la gracia, de la acción política. Admitido que no hay salvación en el futuro, nos ponemos manos a la obra en el presente y procuramos denodadamente, sin desánimo ni relajación, conseguir que sea el presente el que cumpla con los requisitos democráticos.

Y lo bueno del asunto es que funciona. Como decía Thoreau, una vez que alguien dice basta, que se niega a seguir obedeciendo y sometiéndose a las normas sociales establecidas, se pone en marcha la revolución, entendida en este sentido más profundo y más sólido. Basta con que hagamos un repaso de las diferentes y muy variadas propuestas que circulan por el mundo globalizado para lograr mantener y potenciar un apreciable grado de sensatez en las relaciones humanas. Al final de esa recapitulación nos damos cuenta de que las cosas funcionan si y en tanto que se ajustan a los criterios democráticos.

¿Pretendemos de verdad incidir en la vida social desde una acción organizada? Pues ya podemos empezar por construir de abajo arriba, pues todo lo que intenta introducirse sin contar con el protagonismo directo de los implicados, termina siendo sustancialmente inútil. Claro está que no es sencillo conseguir que la gente se implique y participe, sin duda alguna muchos son los que terminan cediendo y delegando, del mismo modo que son también muchos los “líderes” que terminan suplantando la capacidad de decisión de la gente. Sin embargo, eso no quita la observación elemental: la acción mantendrá su capacidad de incidir socialmente en tanto que se mantenga esa dinámica que va de abajo arriba, y decaerá al mismo tiempo que esta se desvanece.

¿Buscamos un mundo libre, en el que nadie oprima a nadie y todos puedan ejercer de hecho la capacidad de elegir su propia vida? Pues también aquí nos damos de bruces con una realidad práctica similar. La gente sólo aprende a ser libre ejerciendo su propia libertad en todos los ámbitos, y eso desde la infancia hasta la vejez. Claro está que cometerán errores, pues no hay nadie en posesión de la verdad o la línea correcta que pueda garantizar que sus opciones van a ser las adecuadas. Pero no hay otra salida: o te atreves a decidir por ti mismo, o no haremos nada y nada funcionará realmente.

¿Queremos un mundo de iguales, en el que nadie valga más que nadie y se aplique con rigor el principio básico de a cada uno según sus necesidades y de cada uno según su capacidad? Pues más de lo mismo, empecemos aquí y ahora por ejercer la igualdad, hagamos que la gente rote en las posiciones, optemos porque la voz de todos sea escuchada y sus opiniones sean tenidas en cuenta llegado el momento de tomar decisiones. Cierto es que se mantendrán las diferencias y cierto es también que con alguna frecuencia volverán a degenerar hasta convertirse en desigualdades discriminatorias.

Pero también aquí la acción se mantendrá fresca y creativa, innovadora y eficaz, en tanto en cuanto practiquemos la igualdad. ¿Hemos optado por un mundo fraterno y solidario? Pues manos a la obra y actuemos basados en el apoyo mutuo, conscientes plenamente de que los seres humanos nos necesitamos unos a otros y que la mejor manera de resolver los problemas que nos acosan es aquella en la que los intereses personales se ajustan a los intereses colectivos y en la que la unión de todos, unión no uniformadora sino enriquecedora, incrementa las posibilidades de éxito y de bienestar colectivo e individual. Sin duda alguna habrá quienes busquen el atajo de su propio egoísmo y piensen que lo mejor es actuar bajo el lema de “sálvese el que pueda”. Sin embargo, se equivocan de medio a medio, puesto que los atajos insolidarios no llevan a ningún sitio.

Es así de sencillo y así de claro. La acción social es eficaz en la medida en que las personas implicadas ponen en juego los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Y es tan eficaz, que incluso es capaz de ir haciendo frente a quienes optan por lo contrario y remediando los entuertos que estos últimos provocan. Eso exigirá, sin duda, un notable derroche de energías, una gran fuerza moral y habilidad para ir encontrando soluciones concretas en cada momento.

No importa mucho. Mi tesis fundamental es que el anarquismo es la propuesta social más coherente y más eficaz. En ningún momento he dicho que sea la más sencilla ni la más cómoda. No olvidemos que nosotros queremos la luna y no nos conformamos con el dedo.

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