lunes, 26 de mayo de 2008

El hambre estalla e invade el planeta.

Los consumidores de los países ricos están sintiendo ya la crisis en los supermercados, pero los pueblos más empobrecidos del mundo están muriéndose de hambre. La causa de esta situación es el alza de los precios de los alimentos, que está provocando disturbios por todo el mundo.

En México, Indonesia, Yemen, Filipinas, Camboya, Marruecos, Senegal, Uzbekistán, Guinea, Mauritania, Egipto, Camerún, Bangladesh, Burkina Faso, Costa de Marfil, Perú, Bolivia y Haití la población se ha echado a la calle. Este último país, que una vez fue casi autosuficiente en sus necesidades alimentarias, ha pasado ahora a depender de las importaciones para su abastecimiento (al igual que otros países importadores de alimentos), quedando a merced de las empresas agropecuarias.
La escasez de trigo en Perú es lo suficientemente grave como para tener al Ejército haciendo pan a base de harina de patata (una cosecha nativa). En Pakistán, miles de soldados vigilan los camiones que transportan trigo y harina. En Tailandia, los campesinos que cultivan arroz se turnan para mantenerse despiertos por la noche para vigilar sus campos de los ladrones. En los últimos meses, el precio de las cosechas casi se ha duplicado. Es el alimento básico de la mitad o más de la población mundial, pero los precios al alza y el temor a la escasez han movido a algunos de los mayores productores como Tailandia, Vietnam, India, Egipto y Cam- boya, a exportar menos. Los productores de otros granos, como Argentina, Kazajstán y China, están haciendo lo mismo. Cuanto menos se exporte, más subirán los precios.
Otros factores son los altos precios del petróleo y los costes de transporte, la creciente demanda, la especulación sobre productos básicos, las plagas del sureste de Asia, una sequía en Australia que dura ya diez años, las inundaciones en Bangladesh y otros lugares, una ola de frío en China que se alarga ya más de 45 días, y otros factores naturales que en su mayoría han sido manipulados, como el desvío de cosechas para dedicarlas a producir biocombustibles, se han combinado para crear una creciente crisis mundial. Se produce también en un momento en que millones de chinos e indios tienen ingresos más altos, cambian sus hábitos alimenticios y consumen más carne, pollo y otros productos cárnicos que provocan demandas inmensas de producción de grano.
A continuación, expongo una instantánea que apareció el 8 de abril en el Times británico recogiendo la situación en algunas zonas de Asia: Los campesinos filipinos que sean cogidos acaparando arroz se arriesgan a una sentencia de cárcel perpetua por «sabotaje económico»; miles de pasteleros de soja indonesios se han puesto en huelga contra la destrucción de sus medios de vida; países que eran autosuficientes en otra época, como Japón y Corea del Sur, están «reaccionando ferozmente mientras el ratio de reservas de alimentos para consumo se desploma hasta mínimos históricos»; India no puede exportar ya millones de toneladas de arroz, ahora se ve forzada a dejar «una reserva alimentaría estratégica especial además de sus reservas de trigo y arroz»; Tailandia es el mayor productor mundial de arroz, su precio subió un 50% en el pasado mes; países como Filipinas y Sri Lanka se disputan suministros seguros de arroz, esos dos países y otros estados asiáticos están luchando para enfrentarse a los precios altos y a los suministros insuficientes.
El arroz es el producto básico de tres mil millones de personas. Una tercera parte sobrevive con menos de un dólar al día y tiene «inseguridad alimentaria», lo que significa que, sin ayuda, puede morirse de hambre.
La Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO) informó de que los costes de los alimentos, a nivel mundial, habían subido casi un 40% en 2007, mientras los granos subieron un 42% y los productos lácteos casi un 80%. El Banco Mundial declaró que los precios de los alimentos han subido un 83% desde 2005. Esto ha hecho que 37 países hayan tenido que hacer frente a crisis alimentarias desde diciembre y que 20 impusieran controles sobre los precios.
También está afectando a las agencias de ayuda humanitaria como el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA). El 20 de marzo se hizo un llamamiento urgente a los donantes para que contribuyeran a cubrir un vacío de 500 millones de euros en los recursos que les permiten llevar a cabo su trabajo. Desde esa fecha, los precios de los alimentos subieron otro 20% y no hay señales de que vayan a bajar. Para los pobres del mundo, como el pueblo de Haití, la situación es desesperada, la gente no puede conseguir alimentos, hagan lo que hagan, y muchos se están muriendo de hambre.

Haití: El vivo ejemplo del hambre

La crisis haitiana es tan extrema que ha forzado a la gente a comer galletas de barro (pica) para aliviar el hambre. Es un desesperado remedio haitiano hecho de barro seco amarillo que proviene de la meseta central del país para quienes pueden permitírselo. No es gratis. En los atestados suburbios de Cité-Soleil, la gente usa una mezcla de barro, sal y grasa vegetal como comida normal, y eso es todo lo que se pueden permitir. Un periodista de AP en Puerto Príncipe lo probó. Dijo que tenía «una consistencia suave, pero la mezcla se deshace en la boca tan pronto se toca con la lengua. Después, y durante horas, persiste un desagradable sabor a tierra». Mucho peor es cómo afecta a la salud humana. Una dieta de galletas de barro causa desnutrición severa, dolor intestinal y otros efectos dañinos por toxinas potencialmente mortales y parásitos.
Otro problema es el coste. Ese llena-estómagos no es gratis. Los haitianos tienen que comprarlo, y los precios de la «arcilla comestible» no paran de subir, casi 1,5 dólares el pasado año. Ahora cuesta alrededor de 5 dólares hacer 100 galletas (unos cinco céntimos cada una), lo que es más barato que la comida, pero muchos haitianos ni siquiera pueden permitirse eso. El 80% de los haitianos están empobrecidos en el país más pobre del hemisferio y uno de los más pobres del mundo, donde más de las dos terceras partes de los trabajadores tienen tan sólo trabajos esporádicos, y los que tienen empleo, ganan de once a doce céntimos la hora. El salario mínimo oficial es de 1,80 dólares al día, pero las cifras del FMI muestran que el 55% de los haitianos reciben sólo 44 céntimos al día, una cifra con la que resulta imposible vivir.
Así es cómo viven los haitianos pobres. Tienen familias amplias, viven en chabolas de cartón y hojalata, sin agua corriente y muy poca o ninguna electricidad, en cuyo interior y alrededores la vida es horrible. Las sábanas están atestadas de moscas, no hay saneamiento y en el exterior la basura se extiende por doquier. Los niños están siempre hambrientos, nunca hay suficiente comida, a menudo sólo hacen una única comida al día, las enfermedades son el pan de cada día, las expectativas de vida son muy bajas y han de soportar a los supuestos «pacificadores» cascos azules y la violencia de las bandas que asolan comunidades como Cité-Soleil.
Ahora, ante la crisis alimentaria, los haitianos han salido a la calle a protestar porque en 2007 se triplicaron los precios de los artículos de primera necesidad, y tienen un presidente, un primer ministro y un Gobierno que no hacen prácticamente nada para remediarlo. Durante días, se les vio por todas partes, por todo el país, y eran miles.
(…) Es algo ya familiar en Haití. La rabia ante la injusticia se va incubando y explota sacando a los haitianos en masa a la calle contra condiciones intolerables de vida que se han ido agravando por una ocupación represiva y odiada de Naciones Unidas. Están allí para proteger los privilegios, no para asegurar la paz. Fue la primera vez que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizó a unos supuestos «mantenedores de la paz» a reforzar un golpe de estado contra un presidente democráticamente elegido (por una mayoría del 92%).
Mientras los haitianos se mueren de hambre, el FMI sigue llevándose un millón de dólares a la semana en impuestos exigidos a los ricos, y sólo países como Cuba (mediante la formación de haitianos en medicina) y Venezuela (donando dinero, petróleo barato y unas 600 toneladas de ayuda alimentaria enviada el 13 de abril, más de la cantidad informada al principio) parecen preocuparse. Chávez se preocupa por toda Latinoamérica y el pasado año donó unos 8.800 millones de dólares de ayuda, cuatro veces la suma de EEUU proporciona a la región.
(…) El Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, hizo simplemente una declaración formal sobre la crisis y su gravedad. Los pueblos pobres que se mueren de hambre no son su problema. ¡Que coman galletas de barro!
(…) El nuevo libro de Raj Patel explica bien el estado de cosas actual. Se titula “Stuffed and Starved: The Hidden Battle for the World Food System”. En una declaración efectuada el 14 de abril, dijo: «Lo que está sucediendo en Haití es un presagio para el resto del mundo desarrollado. Haití es el vivo retrato de una economía que liberalizó su agricultura y liquidó las redes de protección social para los pobres… (…) Se producen disturbios cuando no hay otra forma de conseguir que los poderosos escuchen…» Seguirán apareciendo «cada vez con mayor frecuencia hasta que los gobiernos se den cuenta que la comida no es un mero artículo, es un derecho humano».

Un problema cada vez más grave

La situación es tan grave que las protestas pueden estallar por doquier y en cualquier momento, y los países ricos, incluido EEUU, no están inmunizados. La pobreza en el país más rico del mundo crece y organizaciones como el Economic Policy Research (CEPR) y el Economic Policy Institute (EPI) así lo documentan. Están informando de la existencia de unas clases marginadas (cada vez más numerosas), alrededor de 37 millones de personas con salarios miserables, y aseguran que las estadísticas oficiales subestiman el problema. Indican que se está abriendo un abismo sin precedentes entre ricos y pobres, una clase media agonizante y cada vez más millones de seres inmersos en la extrema pobreza. Afecta también a los desempleados en tiempos de depresión económica, pero los datos oficiales del gobierno ocultan hasta qué extremo. (…)
En condiciones de especial dureza, el síntoma más claro es que el hambre aumenta, y la actual inflación alimentaria amenaza con una espiral que va a escapar de todo control si no se hace nada para remediarla. Es la más alta en décadas, con 2007 señalando lo que se nos viene encima: los huevos subieron un 25%; la leche un 17%; el arroz, el pan y la pasta un 12%.
Una demanda creciente, un dólar débil, pero también hay otros muchos factores responsables de la situación: el aumento en el uso de maíz para la producción de etanol ha hecho que los granjeros dediquen una gran parte de la extensión de sus tierras a otro tipo de cosechas a fin de plantar más de lo que más se demanda.
El 43% de la producción de maíz se dedica a alimentar el ganado, pero alrededor un quinta parte va a los biocombustibles, según la Asociación Nacional de Productores de Maíz (NCGA). Otras estimaciones llegan al 25-30%, comparado con el 14% de hace dos años, y la NCGA estima que una tercera parte de la cosecha de 2009 irá para producir etanol, no comida. Esto está disparando la inflación alimentaria mundial y estadounidense y las previsiones a cinco años vista es que los aumentos serán aún más altos.
En los países más pobres del mundo, la gente se muere de hambre y aquí [EEUU] no se para de hablar de vales de comida, con unas previsiones sin precedentes: este año, 28 millones de estadounidenses van a necesitarlos, a la vez que aumenta el desempleo en una economía debilitada. (…)

Nueva cara del hambre

Ése es el dilema que debe afrontar el PMA en un momento en que las donaciones que le llegan son insuficientes. Su directora ejecutiva, Josette Sheeran, dijo: «Nuestra capacidad para llegar a la gente disminuye a la vez que las necesidad aumentan… Estamos viendo una nueva cara del hambre en gente que no puede permitirse comprar comida… Las situaciones que anteriormente no eran urgentes son ahora desesperadas». (…)
La suma que la gente (que no es pobre) de los países ricos dedica a los alimentos supone el 10% de su consumo. En otros, como en China, es de alrededor de un 30%, pero en el África Subsahariana y en los países pobres de Latinoamérica y Asia es de alrededor del 60% (o incluso el 80%) y siguen aumentando. Significa que la ayuda alimentaria es vital y que sin ella la gente se morirá de hambre. Pero mientras los precios de los alimentos suben, los ingresos disponibles (cuando más necesarios son) caen porque no se dispone de suficiente dinero y hay muy pocos donantes ofreciendo ayuda.
(…) Oxfam se preocupa por lo que otros ignoran. Un portavoz dijo: «En el futuro, cada vez habrá más gente teniendo que enfrentar carencias alimentarias. Debido al aumento de los precios de los alimentos, tenemos que pensar en su impacto sobre los pobres del mundo, que están gastando en comida hasta el 80% de sus ingresos».
El relator especial para el Derecho a los Alimentos de Naciones Unidas, Jean Ziegler, expresó también su alarma. En declaraciones al diario francés “Libération”, dijo: «Nos encaminamos hacia un período muy largo de motines, conflictos y olas de incontrolable inestabilidad regional marcados por la desesperación de las poblaciones más vulnerables». Señaló que, incluso en circunstancias normales, el hambre invade el mundo y cada cinco segundos se lleva la vida de un niño menor de diez años. Debido a la crisis actual, nos enfrentamos ahora a «una masacre inminente».
Además de los factores habituales citados, es vital preguntarse por qué, pero no esperen que se lo explique Lula de Brasil. La producción de biofuel es la principal culpable pero, según él, no es así. Brasil es uno de los productores de biofuel más importantes. (…)
El 16 de abril, en un información de Reuters, el antiguo dirigente sindical se manifestó de forma desdeñosa sobre la actual crisis y rechazó las críticas de que los biofuel tuvieran la culpa. A pesar de las protestas en Brasil y en todo el mundo, dijo: «No me digan… que la comida es cara a causa del biodiésel. Es cara porque la situación económica de los pueblos ha mejorado y quieren comer más». Eso es verdad en algunas zonas de China y India, pero no en la mayoría de países donde los ingresos no han mantenido el ritmo de la inflación.

El azote de nuestra época

La idea de obtener fuel combustible de las materias orgánicas ha estado dando vueltas en la mente de algunos desde la época de los primeros coches, pero sólo recientemente ha empezado a considerarse en serio. Como se fabrican a partir de plantas o subproductos animales (renovables), los bio o agrocombustibles se han vendido (falsamente) como una solución a la cada vez mayor escasez de energía con un supuesto inmenso beneficio añadido, con la insensata idea de que son limpias y verdes sin todas esas cuestiones molestas relacionadas con los combustibles fósiles.
Las dos clases de biofuel más comunes son el bioetanol, como sustituto de la gasolina, y el biodiésel, que sirve para el mismo propósito que ese tipo de combustible.
El bioetanol se produce a partir de cultivos ricos en azúcar, como maíz, trigo y caña de azúcar. La mayoría de los coches pueden quemar un combustible del petróleo mezclado hasta con un 10% de bioetanol sin necesitar hacer modificaciones en su motor. Algunos coches, de modelos más recientes, pueden correr con bioetanol puro.
El biodiésel se produce a partir de una variedad de aceites vegetales, como la soja, la palma y la colza, más grasas animales. Este fuel puede reemplazar al diesel regular sin modificar los motores.
El etanol de celulosa es otra variedad y se hace a partir de la fibra descompuesta de las hierbas o de otras clases de plantas. Los biofuel de todos los tipos son renovables ya que los cultivos crecen en temporada, son cosechados y replantados para obtener nuevas producciones una y otra vez.
En su discurso de 2007 sobre el Estado de la Unión George W. Bush anunció: «Es de interés vital para nosotros que diversifiquemos los suministros energéticos de EEUU, por lo que debemos continuar invirtiendo en nuevos métodos para producir etanol y reducir en un 20% el uso de la gasolina en EEUU en los próximos años. Para lograrlo, debemos fijarnos el objetivo de conseguir 9.250 millones de litros de fuel renovable y alternativo en 2017 para reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero». (…)
Sigan aplaudiendo, pero abran los ojos a la realidad. Los combustibles orgánicos destrozan las selvas tropicales, reducen las reservas acuíferas, exterminan las especies e incrementan las emisiones invernadero. Al menos eso es lo que el Science Magazine dice en su número más reciente.
(…) El científico de Nature Conservancy, Joseph Fargione (principal autor de un estudio), concluía que la aniquilación de las praderas, a causa del fuel fabricado anualmente a partir de esa tierra, libera 93 veces una cantidad de gases invernaderos que podrían haberse evitado.
(…) Eric Holt-Gimenez, director ejecutivo del Food First/Institute for Food and Development Policy, sí concede mucha atención al tema y escribió sobre él en un artículo publicado el pasado junio por la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) que fue ampliamente distribuido con posterioridad. Su título era «Biocombustibles: Los Cinco Mitos de la transición a los Agrocombustibles». Al respecto señala que los agrocombustibles no son limpios ni verdes, que su producción destruirá inmensas extensiones de bosques, que destruirán el desarrollo rural, que unos agrocombustibles mejores, de «segunda generación», no es algo que esté a la vuelta de la esquina, y que aumentan el hambre. Y los pobres son siempre los que peor parados salen.
El International Food Policy Research Institute (FPSI) ve también un continuo aumento hasta 2020 de entre el 26 al 135%, que será catastrófico para los pobres del mundo que no pueden permitirse ya pagar los precios actuales y que no tienen posibilidades de aumentar sus ingresos más que de forma marginal, en caso de tener alguna.
Holt-Gimenez considera los agrocombustibles como un «caballo de Troya genético» que está permitiendo que gigantes del negocio agropecuario, como Monsanto, «colonicen a la vez nuestro fuel y nuestro sistema alimentario»; que apenas sirven para contrarrestar la creciente demanda de petróleo; que se llevan inmensos beneficios de ese plan, y que lo consiguen a expensas de los contribuyentes.

El fantasma de Henry Kissinger

Henry Kissinger hizo en 1970 un comentario escalofriante que explica lo que está sucediendo ahora: «Controla el petróleo y controlarás las naciones; controla los alimentos y controlarás a los pueblos». Combínalo con un incontestable poder militar y lo controlarás todo, dijo también, probablemente, Kissinger.
Dijo mucho más en su memorando clasificado de 1974 sobre un proyecto secreto denominado National Security Study Memorandum 200 (NSSM 200) sobre «un plan de acción para la población mundial» en aras a conseguir su drástico control. Quería reducirla en cientos de millones, utilizando los alimentos como arma, y reorganizando de forma total el mercado global de alimentos para conseguir la destrucción de granjas familiares y su reemplazo por fábricas (dirigidas por el negocio agropecuario). Esto se ha realizado durante décadas, apoyado desde enero de 1995 por la fuerza del WTO, y caracterizado ahora por inmensos gigantes agropecuarios con monstruosos poderes integrados verticalmente que controlan todos los aspectos de los alimentos.
Pero aún hay más y es peor. Hoy día, cinco gigantes del negocio agropecuario, con muy poca fanfarria y enorme respaldo gubernamental, hacen planes a nuestra costa para controlar los suministros de alimentos mundiales mediante la manipulación genética de los biocombustibles. Al desviar cosechas para el fuel, los precios se han disparado y cinco gigantes del «agro biotecnológico» –Monsanto, DuPont, Dow Agrisciences, Sygenta y Bayer CropScience AG– se aprovechan de ello. Su solución pasa por convertir todas las cosechas en OGM, vendiéndolas como medio para incrementar la producción y reducir costes, y proclamando que esa es la solución al alza de precios y al hambre del mundo.
En realidad, el poder agropecuario aumenta los precios, controla la producción para mantenerla alta y su principal objetivo es convertir las tierras de labranza en fábricas de biocombustibles. Produciendo menos para alimentación y aumentando la demanda mundial de alimentos, los precios suben y la rampante especulación de artículos básicos de consumo exacerba el problema con comerciantes encantados de poder sacar inmensos beneficios.
(…) En torno al 43% de la producción del maíz estadounidense se destina a alimentar al ganado, pero cada vez se destinan cantidades mayores a los combustibles. Desde 2001 ha supuesto una subida del 300%. El total excede de lo que se destina a la exportación y no parece que la tendencia vaya a disminuir. Como consecuencia, las reservas de grano mundiales disminuyen, los precios se disparan, millones de personas se mueren de hambre, los gobiernos lo permiten y son sólo los primeros capítulos de la horrenda tendencia de transformar radicalmente la agricultura de forma que resulte humanamente destructiva.
(…) Ése es el maravilloso mundo neoliberal que los estrategas tienen en mente (…) Son bien conscientes de las crecientes protestas mundiales que podrían ser inmensamente negativas, pero muy centrados, no obstante, en encontrar vías más inteligentes para seguir adelante con lo que llevan tanto tiempo preparando y trabajando. Por eso no van a permitir en absoluto que la miseria humana haga peligrar sus grandes beneficios.
Si no quieren cambiar, el pueblo tendrá que hacerlo por ellos. Eso es lo que siempre ha funcionado.
(…) Es hora ya de que la democracia valga para todos, que no toleremos los destructivos OGM y los esquemas de los biocombustibles, y que «América la Bella» no siga siendo sólo para las élites y nadie más.S.L.ꆱ

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