lunes, 14 de abril de 2008

Las causas tras la subida de los alimentos.

No siempre es útil hablar de la inflación en términos generales. El IPC —índice de precios al consumo— permite conocer la evolución general de los precios a través de una cesta de productos que se suponen básicos para la vida cotidiana.

Pero no es una ciencia exacta, entran unos precios que suben y otros que bajan, y no tienen el mismo efecto sobre toda la población. Los productos que en los últimos años mantienen su nivel de precios o que incluso se reducen son mayoritariamente aparatos tecnológicos como ordenadores, electrodomésticos o telefonía móvil. No son básicos como los alimentos pero bajan el IPC, mientras que los alimentos sufren una subida importante. Se produce un encarecimiento de los llamados bienes salarios, aquellos básicos para la reproducción y sustento de la mano de obra, el sustento de la mayoría de las familias.

El mayor impacto del aumento de los precios de los alimentos es el doble efecto negativo que tiene para las familias de renta media-baja; primero por ser los bienes básicos para el consumo y sustento de la vida, y segundo porque en las cestas de estas familias tienen una mayor proporción, en torno al 20%, destinada a los alimentos. Si a esto le sumamos la constante subida de las hipotecas, pueden imaginarse las graves consecuencias sabiendo que otro 40% del sueldo se destina a la vivienda.

Las causas de esta subida son diversas. Una de las más importantes es la recomposición y el carácter oligopolista de la industria alimenticia. En la última década gran parte del sector se ha concentrado en pocas empresas trasnacionales y grandes distribuidoras que pueblan nuestras ciudades amenazando a los comercios tradicionales. El sector alimenticio se caracteriza por una competencia del precio, no de la calidad. Las grandes empresas del sector han podido vender productos con mejores ofertas, con precios más bajos. Una vez adueñadas de casi la totalidad del mercado de producción y distribución de alimentos, esta estructura casi monopolística ha permitido a las empresas fijar el precio según el margen de beneficios que quieran conseguir. Y aprovechan cada excusa que pueden encontrar para subir el precio de los alimentos, como ahora la subida de la harina y los cereales.

Por otro lado, el aumento de la tierra destinada a producir biocombustibles está reduciendo los cultivos de alimentos, encareciendo su precio. El capitalismo una vez más demuestra su perverso comportamiento: cómo su expansión hacia un sector emergente como el de los biocombustibles, tan de moda tras las señales de emergencia dadas por los gurús del cambio climático con el oportunista de Al Gore a la cabeza, se convierte en un problema por el incremento de precios del sector que abandona, el de los alimentos. Algo positivo como puede ser la reducción del uso de combustibles fósiles, más contaminantes, por combustibles sostenibles con el medio ambiente, en el sistema capitalista se convierte en un problema.

El crecimiento económico de India y China, que permite un mayor consumo en estos países, ha llevado a millones de consumidores a pujar en los mercados mundiales. Esto ha dificultado un poco más la compra de alimentos, ahora somos más para consumir más o menos la misma cantidad de alimentos; en consecuencia el que esté dispuesto a pagar más se lleva su parte. En un mundo globalizado donde es posible consumir cualquier alimento de cualquier región del mundo, al contrario de lo que anuncian los neoliberales esta competitividad en pro de la eficiencia no se plasma en una reducción de los precios. Y qué decir de lo perjudicial que esto ha sido para las variedades autóctonas, menos “competitivas” en los mercados mundiales. Incluso para las especies animales y vegetales el capitalismo exige mayor productividad y eficiencia.

Pero los aumentos de precios no son sólo debidos al aumento de producción de biocombustibles, ni al de la demanda de los nuevos países emergentes. Hay que tener en cuenta lo que representan en el capitalismo los mercados de futuros y derivados. Son mercados donde se hacen transacciones, con mucha frecuencia especulativas según lo que se espera que sean los precios de los productos básicos en el futuro. Que su mayor bolsa se encuentre en Chicago no es casualidad ya que fueron los Chicago boys los que lo impulsaron a mitades de los setenta; viene a ser el Wall Street de las materias primas. Como ahora se espera que los precios de las materias primas y los alimentos aumenten en el futuro, debido al aumento de consumo y a la producción de biomasa, el gran dinero acude a especular con muchos productos agrícolas, buscando el beneficio. Esto hace que aumente el precio de los cereales sólo debido a operaciones especulativas. Que los alimentos sean protagonistas del casino financiero no ayuda mucho a mantener unos precios estables.

Ahora bien, no hace falta preocuparse escuchando a Pedro Solbes, “dejando de dar propinas se solucionará todo”. Ah, se me olvidaba, y la mano invisible del mercado acabará “llevándonos” al equilibrio óptimo.

Iván Gordillo, es miembro del seminario de economía crítica Taifa, www.seminaritaifa.org

www.enlucha.org

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