lunes, 21 de abril de 2008

Guatemala, un país esquizofrénico.

Este es uno de los mejores países del mundo para visitar y para vivir, dicen los tópicos y la Cámara de Turismo: clima moderado, diversidad de culturas, variedad de paisaje, flora y fauna, permanente estado de primavera. Una maravilla, a no ser que usted forme parte de ese 51% de ciudadanas y ciudadanos que vive en pobreza o pobreza extrema: 6,625.892 personas, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, bastantes más a partir de lo que usted y yo vemos en las calles todos los días. Un país de oportunidades, multiplicadas por casi 2 millones en los Estados Unidos, lugar idóneo para emigrar, trabajar, ahorrar, aportar a la sobrevivencia y ser friamente deportado años después.


Muy linda Guatemala. La gente es amable y te sonríe al pasar, incluso esos hombres que se desplazan en las inmediaciones del Congreso en un auto Hummer polarizado, dos delante y dos detrás, tan risueños y armados hasta los dientes ellos. ¿Y nuestros sitios turísticos? Históricos, acogedores, coloridos, exuberantes, sólo hay que cerrar los ojos ante los mendigos o los niños que perturban la natural tranquilidad –one quetzal, one quetzal- porque la belleza, así sin más, no da para comer.

Aquí, en este rinconcito del mundo, todavía puede uno empezar de cero y ascender a la cúspide del poder económico y político (de humilde limpiabotas o vendedor de pollo a presidente de corporación, dicen las leyendas alrededor de algunas de las grandes fortunas actuales). No obstante, y para no tentar demasiado a la suerte, es conveniente seguir algunas reglas no escritas pero infalibles: poseer apellidos emparentados más o menos directamente con Bernal Díaz del Castillo; concebir el Estado al servicio de las corporaciones y la acumulación; considerar los derechos laborales como obstáculo para el progreso; impedir la competencia; utilizar la violencia cuando el orden natural de las cosas –es decir, la propiedad privada y el beneficio máximo- se ven amenazados.

Qué maravilla, cualquiera puede hacer lo que quiera y para sí mismo, sin el fastidio de intentar forjar un destino para todos, más o menos equitativo. Los diputados legislan –normalmente no lo hacen, es decir, se ausentan- para garantizar sus negocios y los de sus allegados: venden plazas de maestro o funcionario; construyen a la mitad del costo de lo que cobran; obtienen licencias fraudulentas para sus empresas (taxis, transporte extraurbano, mineras que no efectúan los estudios socioambientales o no tienen en cuenta la opinión de las comunidades).

Los funcionarios de gobierno, sin mayores credenciales, incluido el Presidente, se dedican a incrementar su fortuna durante su tránsito fugaz por el Estado (o varios tránsitos multiplicados por la fugacidad de cada uno de ellos). Sin excepción, son recordados por su capacidad para robar y por alguna obra física que no tienen más remedio que ejecutar: la familia Berger Widmann, gobernante en el periodo 2,004-2,007, se convirtió en uno de los ocho grupos corporativos más influyentes económicamente, a partir de los negocios en la minería, el azúcar y los agro combustibles. Dejó un lujoso (medio) aeropuerto y muchas carreteras (medio) construidas. Portillo (2,000-2,003) acumuló riqueza para vivir cómodamente el resto de sus días, y fortaleció sectores económicos emergentes, con capacidad de incidencia en las políticas de gobierno (Julio Girón, Mario Estrada y otros). Dejó una nueva sede para la Academia de Lenguas Mayas, ALMG, y una hasta ahora inutilizada frecuencia para la Televisión Maya. Álvaro Arzú (1996-1999) incumplió los Acuerdos de Paz que el mismo firmó y privatizó los bienes estatales, en su beneficio.

También hacen lo que quieren, sin regulación, control ni sanción, conductores y dueños de camionetas, policías y fiscales que nunca investigan a los dueños del capital y el poder; constructores que ven en la naturaleza un enemigo; los micro poderes en las ciudades, las colonias, la familia, el hogar: padres de familia, amantísimos esposos, compañeros o hijos que maltratan a "sus mujeres", el hombre también como dueño y por tanto, violento e impune: al menos un 60% de mujeres sufre violencia intrafamiliar, según la Procuraduría de los Derechos Humanos.

En fin, qué tranquila y segura Guatemala. Con tantas armas circulando y hombres armados en cada rincón (150,000 agentes de seguridad privados, 50 millones de municiones vendidas durante 2006, afirma el Centro de Estudios de Guatemala) nos podemos sentir plenamente protegidos 24 horas al día, los 365 días del año.

Guatemala de paradojas y esquizofrenia, hasta el punto que nos tenemos que inventar como país, porque no existimos desde el punto de vista de una convivencia justa y equitativa. Escribe Marco Antonio Flores:

Siempre fui dos:

viví de sueños.

De niño me inventaba un padre cariñoso

y contaba sus hazañas a mis amigos.

De adolescente solitario concebí novias

hermosas y calientes

y rodaba con ellas por la cama mientras mi mano

atontaba mis espermas.

Luego recibí multitud de premios literarios,

fui un famoso escritor y el máximo comandante de

la revolución

en tanto la soledad estrujaba mis entrañas.

Ahora me invento un país.

Es cierto, somos país a la fuerza, construido a partir de la explotación y la anulación de la pluralidad de los múltiples países y realidades (mujeres, jóvenes, campesinos, indígenas, lesbianas, homosexuales, etc.) que lo integran. ¿Se anima usted a modificar esta situación?

Andrés Cabanas

Memorial de Guatemala, nº97, 10 de abril de 2008

www.eutsi.org

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