lunes, 4 de febrero de 2008

Sobre dioses, tumbas y sabios.

La iglesia española es en la práctica un Estado dentro del Estado. Una teocracia (la Iglesia vaticana) controlando a una democracia (el Estado de derecho). Trono y Altar, tal para cual. Y cuando se ha pretendido dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar, el resultado ha sido una sarracina santificada por las sotanas. La frase de Azaña “España ha dejado de ser católica”, permitió rearmar su Santa Bárbara para una nueva Cruzada. Si la de España ha sido una historia de siglos de dictadura y meses de democracia fue debido en buena medida a su amancebamiento con la iglesia católica, apostólica y romana.

Resulta evidente que la prosperidad material de Europa se inició con las energías liberadas gracias a la separación entre la iglesia y el Estado alentada primero por la Reforma y luego por la Revolución Francesa. Hasta entonces, iglesia y Estado convergían en la práctica en una sociedad creyente y monocorde que afirmaba con cíclicas purgas su inquebrantable unidad en la fe. Espanto que en el caso español sigue estando plenamente vigente. De ahí nuestro contumaz retraso respecto al continente y la regurgitancia en esos valores eternos que han configurado la idiosincrasia del pueblo español, confundiendo barbarismo con identidad. Todo un aquelarre en el que lo mismo cabían los carlistas-yihadistas de “detente bala” que los curas guerrilleros de ETA, pero que dejaba en cueros los intentos de implantar auténticos partidos confesionales (la democracia cristiana en España nunca se comió una rosca) por considerarlos peligrosamente avanzados.

Entonces, ¿a qué tanto escándalo cuando la jerarquía eclesiástica emite una nueva Pastoral preventiva cara a las elecciones? ¿No es lo mismo que han hecho los obispos siempre que sus demandas no eran atendidas al 200%? Por lo que deberíamos preocuparnos es porque un gobierno que se dice de izquierdas, con una constitución que se proclama no confesional, esté financiando y privilegiando con el dinero de todos –creyentes, ateos y agnósticos- a una institución privada reaccionaria. Por lo que habría que escandalizarse es por haber dejado la educación, desde las guarderías hasta la enseñanza superior, en manos de las una secta autoritaria, acientífica e irracionalista. Por lo que habría que alarmarse es porque la Ley de Memoria Histórica reconozca que hubo persecución religiosa durante la guerra, justificando así el carácter de Cruzada del Alzamiento. Escandalizarnos y obrar en consecuencia. La Iglesia es coherente: está donde siempre ha estado, rentabilizando el inmovilismo. Su contraparte, no: masculla en el tancredismo victimista, hace puro teatro.

Tumbas - Santiago Carrillo acaba de recibir el XIX premio Sabino Arana. Es un galardón que concede anualmente el PNV a los amigos de los vascos en tiempos difíciles, aunque por su neto perfil partidista se considera más como una manifestación de apoyo a la política del nacionalismo conservador en Euskadi. Lo curioso del reconocimiento de esta última edición es que sella un viejo desencuentro. Como fiel seguidor del vademecum comunista, Carrillo fue siempre hostil a los proyectos soberanistas, aunque su proverbial camaleonismo y una biología generosa le hayan permitido jugar en todas las barajas sin solución de continuidad. Lo mismo ocurre con los beatos jelkides que han enterrado para la ocasión la histórica afrenta de sus mayores, Irujo y Galindez en vanguardia, hacia el personaje a cambio del perfume mediático que acompaña al incombustible ex consejero de la Junta de Defensa, ese intrépido trotaconventos que en 1976 pasó de augurar que el Rey sería “Juan el breve” a sentar al PCE en la mesa camilla de la Monarquía del 18 de Julio (nadie en el Comité Central se opuso entonces a la infame defenestración republicana).

Sin embargo, ahora que una ola revisionista pretende abrir una nueva Causa General sobre el movimiento libertario, conviene recordar que fueron sobre todo líderes históricos del Partido Nacionalista Vasco los que más decididamente señalaron al entonces joven dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) -el sello que encubría al protostalinismo-, Santiago Carrillo, como el responsable ejecutivo de las matanzas de Paracuellos en noviembre de 1936. Concretamente Jesús Galíndez, el hombre clave de los servicios de información del PNV durante el conflicto asesinado más tarde por el dictador Trujillo, relata la confidencia que en el destierro le hizo el escritor Serrano Poncela, número dos de Carrillo en la Junta. Un testimonio que por su inmediatez prácticamente resulta una prueba de cargo para el hombre de los mil rostros.

“El deber de estricta objetividad que me he impuesto, hace que dé cuenta de la versión escuchada de labios de Segundo Serrano Poncela, baja en el Partido Comunista antes de terminar la guerra, y exiliado finalmente en la República Dominicana. Según sus palabras, él ignoró totalmente que el “traslado a Chinchilla” o las órdenes de libertad posteriores fueran una contraseña convenida para sacarlos de la prisión y matarlos en las afueras de Madrid; las órdenes le eran pasadas por el Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, y él se limitaba a firmarlas; y tan pronto como averiguó la trágica verdad, a primeros de diciembre, dimitió de sus cargo” (Los vascos en el Madrid sitiado, Editorial vasca Ekin, S.R.L., Buenos Aires, 1945, p.68).

Curiosamente, este “tirar a matar” del alter ego de Carrilo en Orden Público había sido contundentemente ratificado por el mismísimo Kremlin ocho años antes, aunque su contenido no se revelaría hasta la apertura (parcial y selectiva) de los archivos secretos de la KGB tras el derrumbre de la antigua URSS. Confirmación que se eleva a la enésima potencia (desmintiendo torvas interpretaciones de parte como las de Ángel Viñas y Martínez Reverte, historiadores más adictos a la especulación que a la verificación) si la fuente es nada más y nada menos que George Dimitrov, el implacable secretario de la Internacional Comunista encargado directamente por José Stalin de las purgas y liquidaciones a enemigos y críticos por medio mundo.

En un documento en poder de Estado soviético (archivado como RGVA, c.33987, i. 3, d.105, pp.92-113), titulado “Informe desde Valencia”, epígrafe I. El gobierno y su política”, que fue enviado el 30 de julio de 1937 por Dimitrov al mariscal Voroshilov, podía leerse lo que sigue en relación con la actuación del entonces ministro de Justicia vasco Manuel Irujo:” Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el año pasado trataron con brutalidad a los fascistas hechos prisioneros en agosto, septiembre, octubre y noviembre. Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban aproximando a Madrid dio la orden de fusilar a varios funcionarios fascistas detenidos” (Ronald, Mary R.Habeck y Grigory Sevostianov. España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta, 2002, p.278).

¿Mintió el lugarteniente de Carrillo, a pesar de reconocer su parte de responsabilidad en lo que califica de “trágica verdad”?

¿Mintió su jefe Dimitrov, el del “tratamiento brutal” a funcionarios fascistas el 6 de noviembre del 36, precisamente el día-fetiche del aniversario de la Revolución Rusa, por obedientes dirigentes comunistas recién conversos?

¿Por qué Martínez Reverte no dice una palabra sobre el testimonio clave de Serrano y ni siquiera cita el documento del secretario de la Internacional Comunista, ambos publicados años antes de la aparición de su libro?

Sabios - De un tiempo a esta parte, la mercadotecnia política se ha enriquecido con nuevas trapisondas y cambalaches. Junto a la tradicional foto-montaje inaugurando una obra pública, poniendo la primera piedra (y no la última) a una residencia de ancianos, retratándose con un deportista famoso o repartiendo coscorrones a los niños de un orfanato, los políticos que han decidido hacer de su vida oficio de tinieblas han puesto tarifa a la inteligencia ajena. Lo que ahora se lleva, como si viviéramos un nuevo Renacimiento, es adoptar un sabio. En la democracia de percepción que nos habita, rodearse de eminencias y luminarias supone sospecha de buen gobierno, como a los toreros el valor.

La moda, que revela de profundis el rechazo de la gente más preparada hacia la política al uso, se ha impuesto con la llegada de Rodríguez Zapatero al poder. Seguramente por cuestión de talante, ZP ha visto en el planeta de los sabios un medio de garantizar que su gestión política ha sido sometida ex ante a un control de calidad. Si los más listos del lugar, incluso los más espabilados del globo, están dispuestos trabajar a la carta para Moncloa, pocos en principio deberían dudar de las buenas intenciones del Ejecutivo. De ahí que el líder socialista haya querido fabricarse su propio Davos con un puñado de lumbreras.

Primero fue el Comité de Sabios de RTVE, encargado de emitir un informe vinculante para hacer, sobre todo de la caja tonta, un vehículo útil a la comunidad. El resultado fue un ERE brutal que dejó fuera de pista a miles de veteranos trabajadores del Ente, y que la televisión pública alcanzara las cotas más altas de banalidad y servicio a la causa de la corona y la desmemoria. Todo bajo la cretina vitola de “cuéntame cómo pasó”.

Acto seguido, y a rebufo de unas elecciones que se presentan reñidas por no decir jodidas, desde las altas instancias se ha fichado un zurrón de sabios para rubricar medidas de impacto que permitan movilizar el entusiasmo desfalleciente de aquellos que, votando contra el sórdido aznarismo, auparon a Rodríguez Zapatero y su banderín de enganche. El cheque-bebe y las ayudas-alquiler han sido las estrellas del este paritorio hasta que, como contraprogramación al efecto Pizarro y para hurgar en la herida del fiasco Gallardón, se anunció el reintegro de 400 euros por contribuyente. Todo ello en el necio contexto de una inyección al consumo que hasta la víspera el propio Gobierno no reconocía como necesidad.

Y tanto fue Moncloa a la ciencia que al final los pícaros arramplaron con Moncloa. ZP propuso y logró que FG, su antecesor ideológico en el cargo, fuera nombrado presidente del grupo de sabios encargado de reflexionar sobre el futuro de Europa tras la demolición controlada de aquella Constitución jibarizada hasta convertirla en un simple y transgénico Tratado. De esta forma, doy para que me des, todos contentos. Zapatero ponía sordina a un González dispuesto a desestabilizarle y le comprometía en la campaña electoral, y el propio ex premier, por su parte, conseguía un contrato digno de su caché de hombre de Estado que le permitía solapar su maldición de “chico para todo” del multimillonario mexicano Carlos Slim, uno de las primeras fortunas del mundo. Como su homólogo José María Aznar, al que tirando de cantera el lobby opuesto acaba de proponer para presidente de la Unión Europea. Sabios redomados.

Pero en realidad la entronización del planeta de los sabios no hace sino abismar aún más las distancias entre poder y sociedad, clase política versus ciudadanía, y ratificar el arrumbamiento de la democracia participativa. Los sabios de hoy son los tecnócratas de ayer y los cortesanos de mañana. Mentes que venden sus conocimientos, habilidades y destrezas para que el ghota de los mandamases persistan en su autismo moral. No son sabios sino mercenarios de alta alcurnia. De hecho estos grupos se conocen en inglés con el hombre de think tanks, tanques de ideas, un hiato ideológicamente imposible, como la música militar.

Nada que ver, pues, con la tan infrecuente como necesaria voluntad política para cumplimentar programas electorales realmente transformadores que permitan avizorar esa hasta ahora quimera de la Constitución referente a “establecer una democracia avanzada”. Aunque tenga que venir en pateras. Como la dignidad.

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