lunes, 4 de febrero de 2008

Patentes que expiran, farmacéuticas que enferman.

Las patentes de algunos de los medicamentos que más éxito y dinero han reportado a las grandes farmacéuticas estos años tocan a su fin. Lo harán en los próximos cuatro años. Una lucrativa industria que en estos momentos presenta un cuadro médico incierto.

Los medicamentos son para la gente, no para las ganancias», declaraba a modo de juramento hipocrático a la revista ``Time'' en 1952 un cuasifilántropo Georges Merck, fundador de los laboratorios farmacéuticos del mismo nombre. Más de medio siglo después, pocos, o casi nadie, se creen aquella declaración de intenciones; hoy, como denunciaba el premio Nobel de Medicina Richar J. Roberts, «el fármaco que cura del todo no es rentable». Entre 1995 y 2002, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la industria farmacéutica fue la más lucrativa en EEUU. Sin embargo, esa «licencia para lucrarse», como alguien definió la tarjeta de presentación de este sector, parece víctima de algo más serio que un proceso gripal. Entre 2008 y 2012 expirarán las patentes sobre 40 de los principales fármacos que generan casi la mitad de las ventas de los grandes laboratorios en EEUU. Las firmas de genéricos se frotan las manos, al tiempo que las Big Pharma se toman un ``Gelocatil'' mientras idean cómo seguir manteniendo los beneficios porcentuales de dos dígitos a los que están acostumbradas.

El estadounidense Jonas Salk, inventor en 1954 de la primera vacuna contra la poliomielitis, declaraba entonces: «No se puede patentar el sol», para rechazar cualquier licencia sobre un descubrimiento que salvaría millones de vidas. Desde 1948 las grandes farmacéuticas se volcaron en investigar el desarrollo de antibióticos que hicieran frente a las temibles enfermedades infecciosas. Se consiguió. Llegaron las enfermedades crónicas, la lógica empresarial arribó y los fines cambiaron.

Que la salud se rige por las leyes del mercado no es ninguna novedad, sobre todo para los millones de personas que viven en los países empobrecidos. La Organizacón Mundial del Comercio (OMC) es la encargada de esa regulación a través de la herramienta de las patentes, que establecen un periodo de 20 años a partir del momento en que se patenta el fármaco, no desde su comercialización, lo que retrasa algunos años ese reporte de beneficios. Durante esas dos décadas, el producto sólo puede venderlo la empresa inventora. Por cada dólar invertido, se ha llegado a afirmar, obtiene mil en el mercado.

Pero muchos expertos consideran que las grandes compañías se han dormido en los laurales durante estos años de vacas gordas. La FDA estadounidense, encargada de dar el visto bueno a cada nuevo fármaco en aquel país, aprobó durante 2007 tan sólo 19 productos, la cifra más baja desde 1983. Es la consecuencia gráfica de una tendencia que se venía venir. A pesar de duplicar, se dice, las inversiones en I+D, los grandes laboratorios no consiguen desde hace años sacar al mercado nuevos filones.

En la actualidad, se calcula, sólo una de cada 10.000 moléculas investigadas termina como receta médica. Los fármacos para combatir la ansiedad se agotaron hace tiempo y desde la llegada de las estatinas para reducir el colesterol no ha habido terapias nuevas que reduzcan los problemas de la arteroesclerosis. Sólo dos ejemplos del estancamiento innovador de una industria que encima se tiene que enfrentar a una pérdida acusada de su imagen a nivel mundial, además de a procesos judiciales por los efectos secundarios de algunos de sus fármacos, amén de sonados fracasos en la búsqueda de nuevos productos estrella.

Y tanto ha ido el cántaro a la fuente, que al final las patentes expiran. El último número de la publicación sanitaria ``El Global'' se refería a esa ola de vencimiento de patentes que ensombrece el futuro a medio plazo de la gran industria del medicamento. Lo bautizaba como patent cliff, algo así como el «precipicio de las patentes». Sólo durante este 2008, la potestad sobre siete fármacos de éxito expiran en EEUU, país que absorbe casi la mitad del mercado mundial. Desde tratamientos para el asma a la epilepsia o el trastorno bipolar, pasando por otros para la osteoporosis. Pero el final de determinadas patentes afectará también a otros mercados como el francés, alemán o británico.

Una de las farmacéuticas que se verá más dañada es la estadounidense Pfizer. Dentro de sólo dos años vence la regalía sobre el Lipitor, un medicamento para reducir el colesterol y que se considera el de mayor venta de la historia. Su genérico probablemente reducirá sus ventas a una fracción de sus actuales 13.000 millones de dólares de ingresos anuales. Otro tanto le sucederá a Merck con sus exitosos Fosamax, para la osteoporosis, Singulair, para el asma, y Cozaar, para el corazón, que representan nada menos que el 44% de los ingresos de la compañía. El año pasado ya caducó la patente de su fármaco Zocor, para reducir el colesterol, y sus ventas cayeron un 82% en favor de los genéricos más baratos.

Las artimañas de la industria

Patentes que expiran, alarmante falta de nuevas drogas, tradicionales inversores que se alejan, pérdida de liderazgo en el ránking de sectores más inovadores, caídas en las bolsas... «Creo que la industria está condenada si no cambiamos», admitía estos días a ``The Wall Street Journal'' el presidente de la famacéutica Eli Lilly. ¿Y qué hacer, entonces? Una de las salidas más fáciles que han encontrado es la de abaratar el gasto de investigación en favor de fármacos que no son precisamente novedades, sino pequeñas mejoras de los ya existentes.

Según la FDA estadounidense, referente mundial, sólo el 13% de los fármacos que salen al mercado mejoran de modo sustancial a los ya existentes más baratos. La OMS eleva ese cálculo al 15%, mientras el organismo controlador canadiense lo rebaja al 7%. En cualquier caso, en más del 85% de los nuevos medicamentos la eficacia de comparar el nuevo producto con el anterior es prácticamente nula. No es de extrañar, por tanto, que como denuncia el catedrático y asesor del catalán Hospital Vall d´Hebron Joan Ramon Laporte -que llegó a ser llevado a juicio por una farmaceútica por denunciar los efectos dañinos de uno de sus medicamentos-, cientos de nuevas drogas salen cada año al mercado cuando apenas se necesitan 400 para cubrir más del 99% de la demanda asistencial.

Y es que otra de las «artimañas» cada vez más denunciadas que aplica la gran industria médica es la de generar enfermedades. «Toda persona sana es un enfermo que ignora lo que es», vino a decir a principios del siglo XX un galeno francés, como recoge en el prólogo el periodista alemán Jörg Blech, autor del exitoso ``Los inventores de enfermedades'' (2005), donde sacaba a la luz la popularización de patologías de manera interesada en aras de una medicalización completa de nuestras vidas. Henry Gadsden, quien fuera director de Merck hace tres décadas, llegó a admitir que soñaba con producir medicamentos destinados a los sanos. A fe que vio cumplido su sueño.

Herramientas en la recámara que no evitarán que durante este 2008 sigamos asistiendo al proceso de megafusiones entre grandes firmas, lo que conllevará reducciones de plantilla y gastos en infraestructura.

Uno de los nuevos azotes de esta cada vez peor vista industria es el profesor Phillipe Pignarre, quien tras 17 años empleado en el sector farmacéutico regresó del lado oscuro y publicó ``El gran secreto de la industria farmacéutica'' (2003), donde denunció que el nuevo eslogan de estas poderosas compañías es que «los beneficios de hoy son los medicamentos de mañana» o, lo que es lo mismo, que las patentes de hoy harán posibles nuevos medicamentos mañana.

Lo cierto es que cada vez que un portavoz del sector farmacéutico abre la boca esgrime aquello de que poner un medicamento en el mercado viene a costar del orden de 800 millones de euros, un precio excesivo que necesariamente obliga a una patente cara. Enrique Costas Lombardía, quien fuera vicepresidente de la conocida «Comisión Abril» que evaluó el Sistema de Salud español, concedió el año pasado una entrevista a la revista ``El Topo''. En ella, cuestionaba ese repetido argumento denunciando que la industria nunca ha permitido contrastar el dato e, incluso, ganó una larga batalla legal en EEUU por ello. Una respetada organización estadounidense de la sociedad civil, Public Citizen Congress Watch, rebajó en su día la cifra real de sacar un medicamento a la venta a los 90 millones de euros. «Una diferencia tan desmedida que sólo es posible si alguien miente, y el que más se beneficia de hacerlo es la industria», afirmaba Costas.

Pero como más de uno pensará, a pesar de estas revelaciones, con las farmacéuticas hemos topado.

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