lunes, 25 de febrero de 2008

La Tercera Vía. Entre el Socialismo y el Liberalismo.

...por Alfonso J. Palacios Echeverría

Continuando con lo expuesto en un artículo anterior (Ética y Neoliberalismo. Una Reflexión Pendiente), cabe ahora hacernos las mismas preguntas que se hizo a sí mismo Arthur Utz en su libro Entre Neoliberalismo y Neomarxismo: ¿cuál ha sido y sigue siendo la concepción de la vida, de quienes sostienen que el único orden económico humanamente aceptable, es el de la economía de mercado?;y más adelante: ¿qué es lo que motiva a quienes piensan que únicamente por medio de una economía planificada, puede ser estructurada la vida social de manera conveniente? Para mencionar los más largos extremos de las posturas que han venido en pugna desde hace más de un siglo.

Y de allí saltar a una aseveración interesante: que la experiencia nos demuestra que ni los economistas de la economía de mercado, ni los de la economía planificadora, defienden sus respectivos sistemas económicos, exclusivamente en virtud del desenvolvimiento del mecanismo estrictamente económico. Cada uno recomienda su sistema como idóneo, útil y satisfactorio para los miembros de la sociedad; aún más, como satisfactorio para la sociedad concebida en su totalidad, sin distinguir aspectos. En otras palabras, teniendo un sustrato filosófico y político sobre el que se sustentan.

Debemos recordar que en el campo de la historia del pensamiento económico hay dos modelos claramente diferenciados: el de la economía del libre mercado y el de la economía planificada por un organismo central; el primero deriva del individualismo; el segundo del materialismo dialéctico. Y que en ambos sistemas se ha intentado introducir correcciones en lo que toca a los principios políticos y económicos y a las filosofías subyacentes en ellos. Así pues, en un intento pendular, se han visto apariciones diversas como la organización social de la economía de mercado, y la economía planificada con mercado. Y uno se pregunta: ¿han tenido sentido ambas correcciones, o al contrario, se ha perdido la lógica en la construcción de las normas?

Y como producto de las idas y venidas del pensamiento y las acciones que se han experimentado durante un siglo, se terminó actualmente a nivel conceptual en lo que se conocería como “la organización social de la economía de mercado”, que puede definirse como la estructura de la economía empresarial orientada socialmente, según la cual el trabajo de hombres libres y aptos se dispone conforme a un orden que produce un máximo de utilidades económicas y de justicia social para todos. Definición que está llena de conceptos sociofilosóficos fundamentales, que sobrepasa las concepciones liberales decimonónicas, pero sin establecer prioridades. O sea: una definición acomodaticia, que puede ser utilizada demagógicamente por cualquiera, según las circunstancias.

Pero es indispensable tomar en consideración otros elementos, antes de responder las preguntas. Ya que se supone que el economista que examina problemas de organización de la economía de un país determinado, supone de antemano que se le asigna una tarea, sobre cuyo sentido no debe discutir. Él debe mostrar a sus semejantes la manera de suministrar la mayor cantidad y la mejor calidad posible de bienes de consumo y servicios a los ciudadanos, teniendo en cuenta la escasez de los factores de producción. En sentido estricto, el economista no se ocupa de la legitimación de los fines, es decir, de la justificación moral de los bienes que son deseados. Tampoco le interesa saber si las modalidades de producción están acompañadas de determinados fenómenos sociales, a manera de productos concomitantes de la producción, o si los miembros de la sociedad se sienten libres u oprimidos.

Por ello, tanto en una corriente como en la otra no se escucha hablar de una responsabilidad moral de los gobernantes, responsables finales de las medidas económicas, que los induzca u obligue a estructurar la vida social según un sentido o significado preciso. Este es un tema que se da por sentado al momento de realizar las elucubraciones económicas.

Así pues podríamos decir que los economistas que sugieren a los gobernantes determinadas orientaciones y medidas en este campo, en teoría, son empíricos puros, con relación a los datos éticos, sociales y políticos que se le han dado de antemano; es decir, él toma esos datos como realidades cuya discusión, fundamentación y justificación no constituye de ninguna manera una tarea que le corresponda. El se considera comprometido en calidad de simple medio para un fin. En el fondo esto significa que no tiene que definir el concepto de bien común. De allí la importancia de la concepción filosófica (que incluye la ética) que están detrás de las decisiones de los gobernantes. En otras palabras: en lo que creen como bueno y correcto.

De allí la diferencia con el filósofo, que siempre pregunta por el absoluto y en el ámbito de la actividad humana pregunta por el fin último. No se queda en la instrumentalidad económica.

El filósofo, en el fondo, es todo aquel que relaciona un conocimiento particular con un contexto más amplio que abraza nuestra vida; es toda persona que se propone organizar lo particular y concreto según un sentido de la vida y del mundo. En el ámbito de la ética, es decir en el campo de la actividad humana, esto significa que el filósofo procura justificar decisiones particulares a partir de un cierto absoluto. Para que el comportamiento humano sea éticamente responsable, necesita un imperativo absoluto, y el absoluto en la actividad económica es el bien común.

En todos los órdenes económicos existe el convencimiento de que en la economía se trata de un proceso social y no únicamente de un proceso individual; es decir, que el fin del fenómeno social llamado actividad económica es el interés global común, como quiera que se le defina. En consecuencia, en una corriente económica que solamente se busca el bien individual, como es en el neoliberalismo económico, y se posterga para el futuro el beneficio social, cuando se satisfaga el beneficio individual, algo está mal desde el punto filosófico, ético, social y en general humano. ¡No existe más imperativo que el egoísmo puro!

Por ello es indispensable recordar algunos conceptos relacionados con lo que conocemos como neoliberalismo.

El pensamiento inherente a la economía de mercado está ligado inseparablemente con la idea de una sociedad libre. En ésta cada individuo puede determinar de la manera más amplia posible sus propios deseos de consumo y cada empresa puede dirigir su producción según su propio juicio. En dicho sistema la escasez se constata por medio de los precios, que a su vez deben oscilar según la oferta y la demanda respectivas, de tal manera que ellos correspondan a los diferentes grados de escasez económica global. En este sistema justo es todo lo que aparece como tal a todas las valoraciones individuales. No obstante, aquí el término “justo” no indica nada acerca de lo que se relaciona con el sentido de la vida en común, sino que indica únicamente un equilibrio de deseos que pueden estar por su parte, desde un punto de vista individual, en conformidad o en oposición a un sentido más social.

En la economía de mercado se presupone que todas las decisiones económicas, sea que tengan lugar en el gobierno, la empresa o en el medio consumidor, son siempre decisiones interesadas a nivel personal e individual (aunque el Estado no forma parte del cuadro de la libre competencia individualizada, excepto cuando los gobernantes lo utilizan en beneficio de la economía privada). Y de ello tenemos infinidad de pruebas, cuando examinamos los resultados de la aplicación de medidas económicas neoliberales en los países latinoamericanos, que lo único que han generado es una inmoral concentración de la riqueza y una extensión más inmoral aún de la pobreza de amplísimas capas de la población, y la reducción de la antes floreciente clase media.

Deben recordarse, igualmente, algunos conceptos vinculados con lo que denominamos economía planificada, cuya filosofía subyacente es el pretendido bien común, que se impone a todos y obliga a todos a la cooperación. Pero no debe confundirse esta filosofía con el sistema de economía planificada por un organismo central.

Porque existen diferencias dentro del pensamiento planificador. Las diversas formas de planificación de la economía no se distinguen formalmente, puesto que el punto de partida de la ética social, es siempre un concepto del bien común. Ellas se distinguen primeramente en la definición de lo humano, contenido en el bien común. Se distinguen también en la respuesta, de manera visible, a la pregunta quién determina el plan, es decir, quién es competente para la determinación de éste. Las opciones a este respecto se extienden desde la dictadura del partido, pasan por la democratización total y llegan hasta la economía planificada dirigida por el mercado.¿Interesante, verdad?

Todo exceso es malo, y la planificación estatal centralizada bajo una línea ideológica de partido ya demostró que tampoco era lo correcto, porque a pesar de toda su lógica fallaba al enfrentarse con la realidad. Pero una cosa debemos aceptar: en los países latinoamericanos que aplicaron la planificación estatal dejando espacio para la iniciativa privada, se lograron avances económicos con justicia social como nunca se habían visto. El problema del fracaso relativo que se le achaca a la planificación radicó en la politización (en el mal sentido de la palabra, que tiene al menos dos sentidos) de los procesos planificadores, en unos casos, o en que trataron de hacer caber la realidad de los países subdesarrollados dentro de modelos metodológicos concebidos en países desarrollados, con realidades totalmente diferentes.

Vamos llegando a algunas conclusiones

Percibimos entonces que existe una falacia inherente en el pensamiento neoliberal: que en su sistema no existe planificación, y se basan en el hecho de que en donde los conjuntos económico-políticos que se han adueñado del poder en los países latinoamericanos, han ido haciendo desaparecer la planificación estatal, e incluso la organizacional dentro de las diversas instituciones del Estado. Pero la ausencia de planificación no es cierta en absoluto. Por lo general la planificación gubernamental se orienta hacia la toma de decisiones y el establecimiento de políticas públicas orientadas hacia el beneficio de quienes poseen los medios de producción, fieles a su sustrato filosófico. Las privatizaciones, la eliminación de subsidios, la entrega de la producción o administración de bienes públicos se convierte en norma, para beneficiar a los dueños del capital, de quienes se supone poseen una conciencia social lo suficientemente amplia y profunda que buscarán, a través de sus negocios, el bien común; expresado éste solamente como la producción de empleo. ¡Y aquí está precisamente la falacia, el engaño, la ausencia de justicia, el descalabro ético!

Por otro lado, el “tercer camino” del que tanto se habla fue concebido en occidente como la vía media entre el liberalismo manchesteriano y la economía comunista planificada por un organismo central. Se le ha dado también el nombre de organización social de la economía de mercado. Es en el fondo la antigua concepción de la economía de mercado como de orden natural. Esta concepción fue fundada filosóficamente por medio de la teoría de la libertad del individuo como causa única de la realidad social, del derecho innato natural del individuo a la propiedad y de la sociedad como sistema invisible de las actividades humanas recíprocas.

Pero en su mismo nombre se encuentran sus fallos: lo “social” en la economía de mercado que propugna es simplemente una concesión a lo que ellos llaman los frustrados y los posibles agitadores. Era inevitable que bajo la presión de los desfavorecidos económicamente, que es la inmensa mayoría de la población, las ideas provenientes del pensamiento socialista estuvieran muy arraigadas, y han creído que con agregarle esta palabra a su denominación se cumplía con el deseo de aplacar las protestas que surgen de manera natural ante las injusticias de la pauperización creciente por la inmoral concentración de la riqueza, por la explotación de inmensas masas de desposeídos, y por la conversión en bienes transables de toda actividad humana o natural.

Finalmente, los teóricos de esta frustrada convergencia, según ellos mismos explican que es la “organización social de la economía de mercado”,perdieron el contacto con la base filosófica, porque en sí, la teoría liberal de la sociedad no es una filosofía sino una explicación científico-natural de relaciones de actividad.

Estamos, pues, ante una encrucijada. Parece que habría que buscar una cuarta vía producto de la reflexión profunda de la realidad social, económica y política de cada uno de nuestros países. Y que ello no puede estar solamente en manos de académicos, que por lo general viven bastante alejados de la realidad cotidiana, pero tampoco puede quedar en manos de los políticos, que por lo general son o terriblemente ignorantes o tremendamente corruptos. Todo parece que solamente en la concertación y en el diálogo cada país puede encontrar su propia fórmula, pero ello se hace sumamente difícil, porque los grandes intereses económicos manejan los hilos de la información, a su favor.

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