lunes, 28 de enero de 2008

Lula

...por Fidel Castro Ruz

Lula (Primera Parte)

De forma espontánea decidió visitar Cuba por segunda vez como Presidente de Brasil, aunque mi salud no le garantizara un encuentro conmigo.

Antes, como él mismo dijo, visitaba la Isla casi todos los años. Lo conocí en ocasión del primer aniversario de la Revolución Sandinista en la casa de Sergio Ramírez, entonces vicepresidente del país. Digo de paso que este último de cierta forma me engañó. Cuando leí su libro Castigo Divino —excelente narración—, llegué a creer que era un caso real ocurrido en Nicaragua, con todos los enredos legales que son habituales en las antiguas colonias españolas; él mismo me contó un día que era ficción pura.

También me encontré allí con Frei Betto, hoy crítico aunque no enemigo de Lula, y con el Padre Ernesto Cardenal, militante sandinista de izquierda y actual adversario de Daniel. Los dos escritores procedían de la Teología de la Liberación, una corriente progresista en la que siempre vimos un gran paso hacia la unidad de los revolucionarios y los pobres, más allá de su filosofía y sus creencias, ajustada a las condiciones concretas de lucha en América Latina y el Caribe.

Confieso, sin embargo, que veía en el Padre Ernesto Cardenal, a diferencia de otros en la dirección de Nicaragua, una estampa del sacrificio y las privaciones cual monje medieval. Era un verdadero prototipo de pureza. Dejo a un lado otros que, menos consecuentes, alguna vez fueron revolucionarios, incluso militantes de extrema izquierda en Centroamérica y otras áreas, que después se pasaron con armas y bagajes, por ansias de bienestar y dinero, a las filas del imperio.

¿Qué tiene que ver lo relatado con Lula? Mucho. Nunca fue un extremista de izquierda, ni ascendió a la condición de revolucionario a partir de posiciones filosóficas, sino de las de un obrero de origen muy humilde y fe cristiana, que trabajó duramente creando plusvalía para otros. En los obreros vio Carlos Marx a los sepultureros del sistema capitalista: "Proletarios de todos los países, uníos", proclamó. Lo razona y demuestra con irrebatible lógica; se complace y se burla demostrando cuán cínicas eran las mentiras empleadas para acusar a los comunistas. Si las ideas de Marx eran justas entonces, cuando todo parecía depender de la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas, la ciencia y la técnica, que diera sustento a la creación de bienes indispensables para satisfacer las necesidades humanas, hay factores absolutamente nuevos que le dan la razón y a la vez chocan contra sus nobles objetivos.

Nuevas necesidades surgieron que pueden dar al traste con los objetivos de una sociedad sin explotadores ni explotados. Entre estas nuevas necesidades surge la de la supervivencia humana. Del cambio de clima no había idea en los tiempos de Marx. Engels y él conocían sobradamente que un día el sol se apagaría al consumir toda su energía. Pocos años después del Manifiesto nacieron otros hombres que profundizarían en el campo de la ciencia y los conocimientos de las leyes químicas, físicas y biológicas que rigen el Universo, desconocidas entonces. ¿En manos de quiénes estarían esos conocimientos? Aunque estos continuaran desarrollándose, e incluso superándose, y de nuevo se nieguen y contradigan en parte sus teorías, los nuevos conocimientos no están en manos de los pueblos pobres, que en la actualidad integran las tres cuartas partes de la población mundial. Están en manos de un grupo privilegiado de potencias capitalistas ricas y desarrolladas, asociadas al imperio más poderoso que existió jamás, construido sobre las bases de una economía globalizada, regida por las propias leyes del capitalismo que Marx describió y desmenuzó a fondo.

Hoy, que la humanidad sufre todavía esas realidades en virtud de la propia dialéctica de los acontecimientos, debemos hacer frente a esos peligros.

¿Cómo se comportó el proceso de la revolución en Cuba? Sobre distintos episodios de esa etapa se ha escrito bastante en nuestra prensa durante las últimas semanas. Se rinde tributo a distintas fechas históricas en los días que corresponde a los aniversarios que cumplen cifras redondas de cinco o diez años. Eso es justo, pero debemos evitar que en la suma de tantos hechos descritos por cada órgano o espacio, según sus criterios, no seamos capaces de verlos en el contexto del desarrollo histórico de nuestra Revolución, pese al esfuerzo de los magníficos analistas de que disponemos.

Para mí, unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis. Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario. A esa unidad en torno a la idea de la independencia y contra el imperio que avanzaba sobre los pueblos de América, es a la que me referí siempre. Hace unos días volví a leerla cuando Granma la publicó en vísperas de nuestras elecciones, y Juventud Rebelde reprodujo un facsímil de mi puño y letra sobre la idea.

La vieja consigna prerrevolucionaria de unidad no tiene nada que ver con el concepto, pues en nuestro país no existen hoy organizaciones políticas buscando poder. Debemos evitar que, en el enorme mar de criterios tácticos, se diluyan las líneas estratégicas e imaginemos situaciones inexistentes.

En un país intervenido por Estados Unidos, en medio de su lucha solitaria por la independencia de la última colonia española junto a la hermana Puerto Rico —"de un pájaro las dos alas"—, los sentimientos nacionales eran muy profundos.

Los productores reales de azúcar, que eran los esclavos recién liberados y los campesinos, muchos de ellos combatientes del Ejército Libertador, convertidos en precaristas o carentes totalmente de tierras, que eran lanzados a los cortes de caña en grandes latifundios creados por compañías de Estados Unidos o terratenientes cubanos que heredaban, compraban o robaban tierra, eran materia prima propicia para las ideas revolucionarias.

Julio Antonio Mella, fundador del Partido Comunista junto a Baliño —quien conoció a Martí y con él creó el Partido que conduciría a la independencia de Cuba—, tomó la bandera, sumó a ella el entusiasmo que emergía de la Revolución de Octubre, y le entregó a esta causa su propia sangre de joven intelectual conquistado por las ideas revolucionarias. La sangre comunista de Jesús Menéndez se sumó a la de Mella 18 años después.

Los adolescentes y jóvenes que estudiábamos en escuelas privadas ni siquiera habíamos oído hablar de Mella. Nuestra procedencia de clase o grupo social con mayores ingresos que el resto de la población nos condenaba como seres humanos a ser la parte egoísta y explotadora de la sociedad.

Tuve el privilegio de llegar a la Revolución a través de las ideas, escaparme del aburrido destino por el que me conducía la vida. En otros momentos expliqué por qué. Ahora lo recuerdo sólo en el contexto de lo que escribo.

El odio a Batista por su represión y sus crímenes era tan grande, que nadie reparó en las ideas que expresé en mi defensa ante el Tribunal de Santiago de Cuba, donde incluso un libro de Lenin impreso en la URSS —que provino de los créditos de que yo disfrutaba en la librería del Partido Socialista Popular de Carlos III en La Habana— encontraron en las pertenencias de los combatientes. "Quien no lea a Lenin es un ignorante", les espeté en medio del interrogatorio en las primeras sesiones del juicio oral, cuando lo sacaron a relucir como elemento acusatorio. Todavía me juzgaban junto a los demás prisioneros sobrevivientes.

No se comprendería bien lo que afirmo si no se tiene en cuenta que en el momento en que atacamos el Moncada, el 26 de Julio de 1953, acción que fue debida a los esfuerzos organizativos de más de un año sin contar con nadie más que con nosotros mismos, prevalecía en la URSS la política de Stalin, quien murió repentinamente meses antes. Era un militante honesto y consagrado, quien más tarde cometió graves errores que lo llevaron a posiciones sumamente conservadoras y cautelosas. Si una revolución como la nuestra hubiera tenido éxito entonces, la URSS no habría hecho por Cuba lo que más tarde hizo la dirección soviética, liberada ya de aquellos métodos oscuros y tortuosos, entusiasmada con la revolución socialista que estalló en nuestro país. Eso lo comprendí bien a pesar de las justas críticas que por hechos sobradamente conocidos en su momento hice a Jruschov.

La URSS poseía el ejército más poderoso de todos los contendientes en la Segunda Guerra Mundial, solo que estaba purgado y desmovilizado. Su jefe subestimó las amenazas y las teorías belicistas de Hitler. Desde la propia capital de Japón, un importante y prestigioso agente de la Inteligencia soviética le había comunicado la inminencia del ataque, el 22 de junio de 1941. Este sorprendió al país, que no estaba en alarma de combate. Muchos oficiales estaban de pase. Aun sin los jefes de unidades de más experiencia, que fueron sustituidos, de haber sido alertados y desplegados, los nazis habrían chocado con fuerzas poderosas desde el primer instante y no habrían destruido en tierra la mayor parte de la aviación de combate. Peor todavía que la purga fue la sorpresa. Los soldados soviéticos no se rendían cuando les hablaban de tanques enemigos en la retaguardia, como hicieron los demás ejércitos de la Europa capitalista. En los momentos más críticos, con frío por debajo de cero, los patriotas siberianos echaron a andar los tornos de las fábricas de armamentos que previsoramente Stalin había trasladado a las profundidades del territorio soviético.

Según me contaron los propios dirigentes de la URSS cuando visité ese gran país en abril de 1963, los combatientes revolucionarios rusos, curtidos en la lucha contra la intervención extranjera en virtud de la cual se enviaron tropas a combatir la revolución bolchevique, dejándola posteriormente bloqueada y aislada, habían establecido relaciones e intercambiado experiencias con los oficiales alemanes, de tradición militarista prusiana, humillados por el Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Los servicios de Inteligencia de las SS introdujeron la intriga contra muchos que eran en su inmensa mayoría leales a la Revolución. Movido por una desconfianza que se tornó enfermiza, Stalin purgó a 3 de los 5 Mariscales, 13 de los 15 Comandantes de Ejército, 8 de los 9 Almirantes, 50 de los 57 Generales de Cuerpo de Ejército, 154 de los 186 Generales de División, el ciento por ciento de los Comisarios de Ejército y 25 de los 28 Comisarios de los Cuerpos de Ejército de la Unión Soviética, en los años que precedieron a la Gran Guerra Patria.

Aquellos graves errores costaron a la URSS una enorme destrucción y más de 20 millones de vidas; algunos afirman que 27.

En 1943 se desató con retraso la última ofensiva de primavera de los nazis por el famoso y tentador saliente de Kursk, con 900 mil soldados, 2,700 tanques y 2,000 aviones. Los soviéticos, conocedores de la psicología enemiga, esperaron en aquella trampa el seguro ataque con un millón 200 mil hombres, 3,300 tanques, 2,400 aviones y 20,000 piezas de artillería. Dirigidos por Zhúkov y el propio Stalin, destrozaron la última ofensiva de Hitler.

En 1945, los soldados soviéticos avanzaron incontenibles hasta tomar la cúpula de la Cancillería alemana en Berlín, donde izaron la bandera roja teñida con la sangre de tantos caídos.

Observo un momento la corbata roja de Lula y le pregunto: ¿esa te la regaló Chávez? Se sonríe y responde: Ahora le voy a enviar algunas camisas, ya que él se queja de que el cuello de las suyas está muy duro, y se las voy a buscar en Bahía para regalárselas.

Me pidió que le diera algunas de las fotos que tomé.

Cuando comentó que estaba muy impresionado por mi salud, le respondí que me dedicaba a pensar y a escribir. Nunca en mi vida había pensado tanto. Le conté que, concluida mi visita a Córdoba, Argentina, donde había asistido a una reunión con numerosos líderes, entre ellos él, regresé, y participé luego en dos actos por el Aniversario del 26 de Julio. Estaba revisando el libro de Ramonet. Le había respondido todas sus preguntas. No había tomado muy a pecho la cosa. Creía que era algo muy rápido, como las entrevistas de Frei Betto y Tomás Borge. Luego me esclavicé con el libro del escritor francés, ya a punto de publicarse sin revisión mía con parte de las respuestas tomadas a vuelo. Por aquellos días casi ni dormía.

Cuando enfermé gravemente la noche del 26 y la madrugada del 27 de julio, pensé que sería el final, y mientras los médicos luchaban por mi vida, el jefe de despacho del Consejo de Estado leía a exigencia mía el texto, y yo dictaba los arreglos pertinentes.

Fidel Castro Ruz
Enero 22 de 2008

Lula (Segunda Parte)

Lula me recordó con calidez la primera vez que visitó nuestro país en el año 1985 para participar en una reunión convocada por Cuba para analizar el agobiante problema de la deuda externa, en la que expusieron y debatieron sus criterios los representantes de las más variadas tendencias políticas, religiosas, culturales y sociales, preocupados por el asfixiante drama.

Los encuentros tuvieron lugar a lo largo del año. Se convocó a líderes de obreros, campesinos, estudiantiles, u otras categorías según el tema. Él era uno de ellos, ya conocido entre nosotros y en el exterior por su mensaje directo y vibrante, de joven dirigente obrero. América Latina debía entonces 350 mil millones de dólares. Le conté que aquel año de intensa lucha había escrito largas cartas al Presidente de Argentina, Raúl Alfonsín, para persuadirlo de que no siguiera pagando aquella deuda. Conocía las posiciones de México, inconmovible en el pago de su enorme deuda externa, aunque no indiferente al resultado de la batalla, y la especial situación política de Brasil.

La deuda argentina era suficientemente grande después de los desastres del gobierno militar. Se justificaba el intento de abrir una brecha en esa dirección. No pude lograrlo. Pocos años después la deuda latinoamericana, con sus intereses, ascendía a 800 mil millones; se multiplicó por dos y ya había sido pagada.

Lula me explica la diferencia con aquel año. Afirma que hoy Brasil no tiene deuda alguna con el Fondo Monetario ni tampoco con el Club de París, y dispone de 190 mil millones de USD en sus reservas. Deduje que su país había pagado enormes sumas para cumplir con aquellas instituciones. Le expliqué la colosal estafa de Nixon a la economía mundial, cuando unilateralmente suspendió el patrón oro en 1971 que ponía límites a la emisión de billetes. El dólar mantenía hasta entonces un equilibrio con relación a su valor en oro. Treinta años antes Estados Unidos disponía de casi todas las reservas de ese metal. Si había mucho oro, compraban; si había escasez, vendían.

El dólar ejercía su papel como moneda de cambio internacional, dentro de los privilegios que le fueron concedidos a ese país en Bretton Woods en el año 1944.

Las potencias más desarrolladas estaban destruidas por la guerra. Japón, Alemania, URSS y el resto de Europa apenas contaban con ese metal en sus reservas. La onza troy de oro podía adquirirse hasta por 35 dólares; hoy se necesitan 900.

Estados Unidos —le dije— ha comprado bienes en todo el mundo imprimiendo dólares, y sobre tales propiedades adquiridas en otras naciones ejercen prerrogativas soberanas. Nadie desea, sin embargo, que el dólar se devalúe más, porque casi todos los países acumulan dólares, es decir, papeles, que se devalúan constantemente desde la decisión unilateral del Presidente de Estados Unidos.

Las reservas en divisas actuales de China, Japón, el sureste asiático y Rusia acumulan tres millones de millones (3.000.000.000.000) de dólares; son cifras siderales. Si les sumas las reservas en dólares de Europa y el resto del mundo, verás que equivale a una montaña de dinero cuyo valor depende de lo que haga el gobierno de un país. Greenspan, quien fuera durante más de 15 años Presidente de la Reserva Federal, se moriría de pánico ante una situación como la actual. ¿A cuánto puede ascender la inflación en Estados Unidos? ¿Cuántos nuevos empleos puede crear este año ese país? ¿Hasta cuándo va a funcionar su máquina de imprimir billetes antes de que se produzca el colapso de su economía, además de usar la guerra para conquistar los recursos naturales de otras naciones?

Como consecuencia de las duras medidas que le impusieron en Versalles al Estado alemán derrotado en 1918, en el que se instaló un régimen republicano, el marco alemán se devaluó de tal forma que llegó a necesitarse decenas de miles de ellos para comprar un dólar. Tal crisis alimentó el nacionalismo alemán y contribuyó extraordinariamente a las absurdas ideas de Hitler. Este buscó culpables. Muchos de los principales talentos científicos, escritores y financistas eran de origen judío. Los persiguieron. Entre ellos estaba Einstein, autor de la teoría de que la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz, que lo hizo famoso. También Marx, nacido en Alemania, y muchos de los comunistas rusos, eran de ese origen, practicasen o no la religión hebraica.

Hitler no culpó al sistema capitalista del drama humano, sino a los judíos. Partiendo de burdos prejuicios, lo que deseaba realmente era "espacio vital ruso" para su raza superior germánica, cuyo imperio milenario soñaba edificar.

Mediante la Declaración Balfour los británicos decidieron en 1917 crear dentro de su imperio colonial el Estado de Israel en territorio poblado por palestinos, de otra religión y cultura, que en aquellas tierras vivieron junto a otras etnias, entre ellas la judaica, durante muchos siglos antes de nuestra era. El sionismo se hizo popular entre los estadounidenses, que odiaban con razón a los nazis y cuyas bolsas financieras estaban controladas por representantes de aquel movimiento. Ese Estado aplica hoy los principios del Apartheid, posee sofisticadas armas nucleares y controla los centros financieros más importantes de Estados Unidos. Fue utilizado por este país y sus aliados europeos para suministrar armas nucleares al otro Apartheid, el de Sudáfrica, para usarlas contra los combatientes internacionalistas cubanos que luchaban contra los racistas al sur de Angola si cruzaban la frontera de Namibia. Inmediatamente después le hablé a Lula de la política aventurera de Bush en el Medio Oriente.

Prometí entregarle el artículo que sería publicado en Granma al día siguiente, 16 de enero. Firmaría de puño y letra el que destinaba a él. Le haría entrega, igualmente, antes de marcharse, del artículo de Paul Kennedy, uno de los intelectuales más influyentes de Estados Unidos, sobre la interconexión entre los precios de alimentos y petróleo.

Tú eres productor de alimentos, le añadí, y además acabas de encontrar importantes reservas de crudo ligero. Brasil posee 8 millones 534 mil kilómetros cuadrados y dispone del 30 por ciento de las reservas de agua del mundo. La población del planeta necesita cada vez más alimentos, de los cuales ustedes son grandes exportadores. Si se dispone de granos ricos en proteínas, aceites y carbohidratos —que pueden ser frutos, como la semilla del marañón, la almendra, el pistacho; raíces, como el maní; la soya, con más del 35% de proteína, el girasol; o cereales, como el trigo y el maíz—, es posible producir la carne o la leche que desees. No mencioné otros de la larga lista.

En Cuba, le continué explicando, tuvimos una vaca que estableció récord mundial de leche, una mezcla de Holstein con Cebú. De inmediato Lula la mencionó: "¡Ubre Blanca!" exclamó. Recordaba su nombre. Le añadí que llegó a producir 110 litros diarios de leche. Era como una fábrica, pero había que darle más de 40 kilogramos de pienso, el máximo que podía masticar y tragar en 24 horas, una mezcla donde la harina de soya, una leguminosa muy difícil de producir en el suelo y clima de Cuba, es el componente fundamental. Ustedes tienen ahora las dos cosas: suministro seguro de combustible, materias primas alimenticias y alimentos elaborados.

Se proclama ya el fin de los alimentos baratos. ¿Qué harán las decenas de países con muchos cientos de millones de habitantes que no cuentan con una cosa ni otra?, le expreso. Esto significa que Estados Unidos tiene una enorme dependencia externa, pero a la vez un arma. Sería echando mano de todas sus reservas de tierra, pero el pueblo de ese país no está preparado para eso. Ellos están produciendo etanol a partir del maíz, lo cual provoca que retiren del mercado una gran cantidad de ese grano calórico, continué argumentándole. Lula me cuenta, con relación al tema, que los productores brasileños están vendiendo ya la zafra de maíz del 2009. Brasil no es tan dependiente del maíz como México o Centroamérica. Pienso que en Estados Unidos no se sustenta la producción de combustible a partir del maíz. Eso confirma, le afirmé, una realidad con relación a la subida impetuosa e incontrolable de los precios de los alimentos, que afectará a muchos pueblos.

Tú en cambio cuentas, le dije, con un clima favorable y una tierra suelta; la nuestra suele ser arcillosa y a veces dura como el cemento. Cuando vinieron los tractores soviéticos y los de otros países socialistas se rompían, hubo que comprar aceros especiales en Europa para fabricarlos aquí. En nuestro país abundan las tierras negras o rojas de tipo arcilloso. Trabajándolas con esmero, pueden producir para el consumo familiar lo que los campesinos del Escambray denominaban "alto consumo". Ellos recibían del Estado cuotas de alimentos y consumían además sus productos. El clima ha cambiado en Cuba, Lula.

Para producciones comerciales de granos en gran escala, como requieren las necesidades de una población de casi 12 millones de personas, nuestras tierras no son aptas, y el costo en máquinas y combustibles que el país importa, con los actuales precios, sería muy alto.

Nuestra prensa publica producciones de petróleo en Matanzas, la reducción de costos y otros aspectos positivos. Pero nadie señala que su precio en divisas hay que compartirlo con los socios extranjeros que invierten en las sofisticadas máquinas y la tecnología necesarias. Por otro lado, no existe la mano de obra requerida para aplicarla intensivamente en la producción de granos, como hacen los vietnamitas y chinos cultivando mata a mata el arroz y extrayendo a veces dos y hasta tres cosechas. Corresponde a la ubicación y tradición histórica de la tierra y sus pobladores. No pasaron antes por la mecanización en gran escala de modernas cosechadoras.

En Cuba hace mucho rato que abandonaron el campo los cortadores de caña y los trabajadores de los cafetales de las montañas, como era lógico; también gran número de constructores, algunos de la misma procedencia, abandonaron luego las brigadas y se convirtieron en trabajadores por cuenta propia. El pueblo sabe lo que cuesta arreglar una vivienda. Es el material, más el elevado costo del servicio que le prestan por esa vía. El primero tiene solución, el segundo no se resuelve —como creen algunos— lanzando pesos a la calle sin su contrapartida en divisas convertibles, que ya no serán dólares sino euros o yuanes cada vez más caros, si entre todos logramos salvar la economía internacional y la paz.

Mientras tanto, veníamos y debemos continuar creando reservas de alimentos y combustible. En caso de ataque militar directo, la fuerza de trabajo manual se multiplicaría.

En el breve tiempo que estuve con Lula, dos horas y media, habría querido sintetizar en unos minutos los casi 28 años transcurridos, no desde que él visitó por primera vez Cuba, sino desde que lo conocí en Nicaragua. Ahora era el líder de un inmenso país, cuya suerte, sin embargo, depende de muchos aspectos que son comunes a todos los pueblos que habitan este planeta.

Le solicité permiso para hablar sobre nuestra conversación con libertad y a la vez con prudencia.

Cuando está delante de mí, sonriente y amistoso, y lo escucho hablar con orgullo de su país, de las cosas que está haciendo y se propone hacer, pienso en su instinto político. Yo acababa de revisar velozmente un informe de cien páginas sobre Brasil y el desarrollo de las relaciones entre nuestros dos países. Era el hombre que conocí en la capital sandinista de Managua y que tanto se vinculó con nuestra Revolución. No le hablé ni le habría hablado de algo que resultara injerencia en el proceso político de Brasil, pero él mismo entre las primeras cosas dijo: ¿Te acuerdas, Fidel, cuando hablamos del Foro de Sao Paulo, y me dijiste que era necesaria la unidad de la izquierda latinoamericana para garantizar nuestro progreso? Pues ya estamos avanzando en esa dirección.

De inmediato me habla con orgullo de lo que es Brasil hoy y sus grandes posibilidades, tomando en cuenta sus avances en ciencia, tecnología, industria mecánica, energética y otras, unidos a su enorme potencial agrícola. Por supuesto que incluye el elevado nivel de las relaciones internacionales de Brasil, que detalla con entusiasmo, y de las que está dispuesto a desarrollar con Cuba. Habla con vehemencia de la obra social del Partido de los Trabajadores, hoy apoyada por todos los Partidos de la izquierda brasileña, que están lejos de contar con una mayoría parlamentaria.

Sin dudas era una parte de las cosas analizadas hace años cuando hablamos. Ya entonces el tiempo transcurría con celeridad, pero ahora cada uno de los años se multiplica por diez, a un ritmo difícil de seguir. Deseaba también hablarle de eso y otras muchas cosas. No se sabe cuál de los dos tenía más necesidad de transmitir ideas. Por mi parte, supuse que él se iría al día siguiente, y no esa misma noche temprano, según plan de vuelo programado antes de vernos. Eran aproximadamente las cinco de la tarde. Sobrevino una especie de competencia por el uso del tiempo. Lula, astuto y rápido, tomó desquite al reunirse con la prensa, cuando de forma picaresca y siempre sonriente, como se puede apreciar por las fotos, les dijo a los periodistas que él solo había hablado media hora y Fidel dos. Por supuesto que yo, valiéndome del derecho de antigüedad, usé más tiempo que él. Hay que descontar el de las fotos mutuas, ya que pedí una cámara prestada y me volví reportero; él hizo lo mismo.

Tengo aquí 103 páginas de cables hablando de lo que Lula dijo a la prensa, las fotos que le tomaron y la seguridad que transmitió sobre la salud de Fidel. Realmente no dejó espacio noticioso para la reflexión publicada el 16 de enero, que terminé de elaborar el día antes de su visita. Él ocupó todo el espacio, lo que es equivalente a su enorme territorio, comparado con la minúscula superficie de Cuba. Le dije a mi interlocutor cuánto me satisfacía su decisión de visitar Cuba, aun cuando no tuviera la seguridad de reunirse conmigo. Que tan pronto lo supe, decidí sacrificar lo que fuera en materia de ejercicios, rehabilitación y recuperación de facultades, para atenderlo y conversar ampliamente con él.

En ese momento, aunque sabía ya que se iba ese mismo día, no conocía la urgencia de su partida. Evidentemente el estado de salud del vicepresidente de Brasil, conocido por sus propias declaraciones, lo urgió a partir para llegar casi al amanecer del otro día a Brasilia, en plena primavera. Otra larga jornada de ajetreo para nuestro amigo. Un fortísimo y sostenido aguacero caía en su residencia mientras Lula esperaba las fotos y dos materiales adicionales, con notas mías. Bajo la lluvia partió esa noche hacia el aeropuerto. Si viera lo que se publicaba en la primera página del Granma: "2007, el tercero más lluvioso en más de 100 años", lo ayudaría a comprender lo que le afirmé sobre el cambio de clima. Pues bien: ya comenzó la zafra azucarera en Cuba, y el llamado período seco. El rendimiento en azúcar no pasa del nueve por ciento. ¿Cuánto costará producir azúcar para exportar a diez centavos la libra, cuando el poder adquisitivo de un centavo es casi cincuenta veces menos que cuando el triunfo de la Revolución el Primero de Enero de 1959? Reducir los costos de esos y otros productos para cumplir nuestros compromisos, satisfacer nuestro consumo, crear reservas y desarrollar otras producciones, es un gran mérito; pero ni soñar, por ello, que las soluciones de nuestros problemas son fáciles y están a la vuelta de la esquina.

Hablamos, entre otros numerosos temas, de la toma de posesión del nuevo presidente de Guatemala, Álvaro Colom. Le conté que había visto el acto sin perder detalle y los compromisos sociales del recién electo Presidente. Lula comentó que lo que hoy se puede ver en América Latina nació en 1990, cuando decidimos crear el Foro de Sao Paulo: "Tomamos una decisión aquí, en una conversación que tuvimos. Yo había perdido las elecciones y tú fuiste a mi casa a almorzar a San Bernardo."

Apenas se iniciaba mi conversación con Lula, y tengo todavía muchas cosas que contar e ideas que exponer, tal vez de alguna utilidad.

Fidel Castro Ruz Enero 23 de 2008

Lula (Tercera Parte)

Cuando se produjo la desintegración de la Unión Soviética, que fue para nosotros como si dejara de salir el sol, la Revolución Cubana recibe un golpe demoledor. No sólo se tradujo en un cese total de los suministros de combustible, materiales y alimentos; perdimos los mercados y precios alcanzados para nuestros productos en el duro bregar de la lucha por la soberanía, la integración y los principios. El imperio y los traidores, llenos de odio, afilaban los puñales con los que pensaban pasar a cuchillo a los revolucionarios y recuperar las riquezas del país.

El Producto Interno Bruto comenzó a caer progresivamente hasta un 35 por ciento. ¿Qué país habría resistido tan terrible golpe? No defendíamos nuestras vidas; defendíamos nuestros derechos.

Muchos partidos y organizaciones de izquierda se desalentaron ante el colapso en la URSS tras su titánico esfuerzo por construir el socialismo durante más de 70 años.

Las críticas de los reaccionarios en todas las tribunas y medios de divulgación eran feroces. No sumaríamos las nuestras al coro de los apologistas del capitalismo haciendo leña del árbol caído. Ninguna estatua de los creadores o abanderados del marxismo fue demolida en Cuba. Ninguna escuela o fábrica cambió de nombre. Y decidimos seguir adelante con inconmovible firmeza. Así lo habíamos prometido en tan hipotéticas e increíbles circunstancias.

Nunca se practicó tampoco en nuestro país el culto a la personalidad, prohibido por nuestra propia iniciativa desde los primeros días del triunfo.

En la historia de los pueblos, los factores subjetivos han hecho avanzar o retroceder los desenlaces, independientemente de los méritos de los líderes.

Le hablé a Lula del Che, haciéndole una breve síntesis de su historia. Él discutía con Carlos Rafael Rodríguez sobre el sistema de autofinanciamiento o el método presupuestario, a los que no les dábamos mucha importancia, entonces ocupados en la lucha contra el bloqueo norteamericano, los planes de agresión y la crisis nuclear de octubre de 1962, un problema real de supervivencia.

El Che estudió los presupuestos de las grandes compañías yanquis, cuyos funcionarios administrativos vivían en Cuba, no sus propietarios. Extrajo una idea clara del accionar imperialista y de lo que ocurría en nuestra sociedad, que enriqueció sus concepciones marxistas y lo llevó a la conclusión de que en Cuba no se podían usar los mismos métodos para construir el socialismo. Pero no se trataba de una guerra de insultos; eran intercambios honestos de opiniones, que se publicaban en una pequeña revista sin intención alguna de crear sismos o divisiones entre nosotros.

Lo que ocurrió después en la URSS no habría sorprendido al Che. Mientras tuvo cargos importantes y ejerció funciones, fue siempre cuidadoso y respetuoso.

Su lenguaje se endureció cuando chocó con la horrible realidad humana impuesta por el imperialismo, que percibió en la antigua colonia belga del Congo.

Hombre abnegado, estudioso y profundo, murió en Bolivia junto a un puñado de combatientes cubanos y de otros países latinoamericanos, luchando por la liberación de Nuestra América. No llegó a conocer el mundo de hoy, al que se suman problemas que entonces se ignoraban.

Tú no lo conociste, le dije. Era sistemático en el trabajo voluntario, el estudio y la conducta: modesto, desinteresado, daba el ejemplo en los centros de producción y en el combate.

Pienso que en la construcción del socialismo, mientras más reciban los privilegiados, menos recibirán los más necesitados. Le reitero a Lula que el tiempo medido en años transcurría ahora velozmente; cada uno de ellos se multiplicaba. Casi puede decirse lo mismo de cada día. Nuevas noticias se publican constantemente, relacionadas con situaciones previstas en mi encuentro del día 15 con él. Abundando en los argumentos económicos, le expliqué que cuando la Revolución triunfa en 1959, Estados Unidos pagaba al precio preferencial de 5 centavos la libra una parte importante de nuestra producción azucarera, que a lo largo de casi un siglo era enviada al mercado tradicional de ese país, que fue siempre abastecido en sus momentos críticos por un suministrador seguro muy próximo a sus costas. Cuando proclamamos la Ley de Reforma Agraria, Eisenhower decidió lo que había que hacer, y no se había llegado todavía a la nacionalización de sus centrales azucareros ―que habría sido prematura―, ni aplicado aún a sus grandes latifundios la ley agraria recién aprobada en mayo de 1959. En virtud de aquella decisión precipitada, nuestra cuota azucarera fue suprimida en diciembre de 1960, y más tarde redistribuida entre otros productores de esta y otras regiones del mundo como castigo. Nuestro país quedó bloqueado y aislado.

Lo peor fue la falta de escrúpulos y los métodos que exhibió el imperio para imponer su dominio sobre el mundo. Introdujeron virus en el país y liquidaron las mejores cañas; atacaron el café, atacaron la papa, atacaron también los porcinos. La Barbados 4362 era una de nuestras mejores variedades de caña: madurez temprana, rendimiento en azúcar que a veces llegaba a 13 o 14 por ciento; su peso por hectárea podía pasar de 200 toneladas en caña de 15 meses. Los yanquis acabaron con las mejores, utilizando plagas. Más grave aún: introdujeron el virus del dengue hemorrágico, que afectó a 344 mil personas y costó la vida de 101 niños. Si emplearon otros virus, no lo sabemos ―o no lo hicieron por temor a la vecindad con Cuba.

Cuando por estas causas no podíamos cumplir los envíos de azúcar comprometidos con la URSS, ellos nunca dejaban de enviarnos las mercancías que habíamos acordado. Recuerdo que negocié con los soviéticos cada centavo del precio del azúcar; descubrí en la práctica lo que sólo conocía en teoría: el intercambio desigual. Ellos garantizaban un precio por encima del que regía en el mercado mundial. Los acuerdos se proyectaban por cinco años; si al principio del quinquenio estabas enviando equis toneladas de azúcar para pagar las mercancías, al final del mismo el valor de sus productos al precio internacional era un 20 por ciento más alto. Fueron siempre generosos en las negociaciones: una vez el precio en el mercado mundial ascendió coyunturalmente a 19 centavos, nos aferramos a ese precio, y lo aceptaron. Esto sirvió después como base para la aplicación del principio socialista de que los más desarrollados económicamente debían apoyar a los menos desarrollados en la construcción del socialismo.

Al preguntarme Lula cuál era el poder adquisitivo de 5 centavos, le expliqué que con una tonelada de azúcar se compraban entonces 7 toneladas de petróleo; hoy, al precio del petróleo ligero de referencia, 100 dólares, se compra un solo barril. El azúcar que exportamos, a los precios actuales, solo alcanzaría para adquirir el combustible importado que se consume en 20 días. Habría que gastar alrededor de 4 mil millones de dólares al año en adquirirlo.

Estados Unidos subsidia su agricultura con decenas de miles de millones cada año. ¿Por qué no dejan entrar libremente en Estados Unidos el etanol que ustedes producen? Lo subsidian de forma brutal, con lo cual a Brasil le arrebatan ingresos por miles de millones de dólares cada año. Lo mismo hacen los países ricos, con su producción de azúcar, oleaginosas y granos para producir etanol.

Lula analiza datos de las producciones agrícolas de Brasil que son de gran interés. Me comunica que tiene un estudio realizado por la prensa brasileña que muestra que hasta el 2015 la producción mundial de soya crecerá el 2 por ciento al año; es decir, significa que se necesitará producir 189 millones de toneladas de soya más de lo que se produce hoy. La producción de soya de Brasil tendría que crecer a un ritmo del 7 por ciento anual para poder atender a las necesidades mundiales.

¿Cuál es el problema? Muchos países ya no tienen más tierras para sembrar. La India, por ejemplo, no tiene más tierra libre; China tiene muy poca tierra disponible para esto y Estados Unidos tampoco las posee para producciones adicionales de soya.

Yo le añadí a su explicación que muchos países latinoamericanos lo que tienen son millones de ciudadanos con salarios de hambre produciendo café, cacao, vegetales, frutas, materias primas y mercancías a bajo precio para surtir a la sociedad de Estados Unidos, que ya no ahorra y consume más de lo que produce.

Lula explica que pusieron en Ghana una oficina de investigación de EMBRAPA ―la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria―, y añade que en febrero van a inaugurar también una oficina en Caracas.

Treinta años atrás, Fidel, aquella región de Brasilia, Mato Grosso, Goiás, se consideraba una parte de Brasil que no tenía nada, era igual que la sabana africana; en 30 años se transformó en la región de mayor producción de granos de todo el Brasil, y pienso que África tiene una parte muy parecida a esta región de nuestro país; por ello pusimos la oficina de investigación allí en Ghana y queremos hacer una sociedad también con Angola.

Brasil, me dijo, tiene una situación privilegiada. Contamos con 850 millones de hectáreas de tierra; de estas, 360 millones es la parte del Amazonas; 400 millones de buenas tierras para la agricultura, y la caña de azúcar ocupa solamente el uno por ciento.

Brasil, le comento, es por otro lado el mayor exportador de café del mundo. A Brasil le pagan por este producto lo mismo que valía una tonelada en el año 1959: alrededor de 2,500 dólares actuales. Si en ese país cobraban entonces 10 centavos por una taza, hoy cobran 5 dólares o más por una taza olorosa de café expreso, un estilo italiano de colar. Eso es PIB en Estados Unidos.

En África no pueden hacer lo que hace Brasil.

Gran parte de África está cubierta por desiertos y áreas tropicales y subtropicales, donde es difícil producir soya y trigo. Sólo en la zona del Mediterráneo, por el norte ―donde caen algunos cientos de milímetros al año, o la que riegan con aguas del Nilo―, en las mesetas altas o en el sur, de las que se apropiaron los del Apartheid, abundan las producciones de granos.

Los peces de sus aguas frías, que bañan sobre todo su costa occidental, alimentan a países desarrollados que barren con los arrastreros los ejemplares grandes y pequeños de las especies que se alimentan con el plancton de las corrientes procedentes del Polo Sur.

África, con casi 4 veces más superficie que Brasil (30,27 millones de kilómetros cuadrados) y 4,3 veces más población que Brasil (911 millones de habitantes), está muy lejos de producir los excedentes de alimentos de Brasil, y su infraestructura está por construir.

Los virus y bacterias que afectan la papa, el cítrico, el plátano, el tomate, el ganado en general, la fiebre porcina, aviar, aftosa, la enfermedad de las vacas locas, y otras que afectan en general al ganado en el mundo, abundan en África.

Le hablé a Lula de la Batalla de Ideas que estábamos librando. Nuevas noticias llegan constantemente, que evidencian la necesidad de esa lucha constante. Los peores órganos de prensa de los enemigos ideológicos se dedican a divulgar por el mundo las opiniones de algunos gusanillos que en nuestro heroico y generoso país ni siquiera desean escuchar la palabra socialismo. El 20 de enero, cinco días después de la visita, uno de esos órganos publicó la de un jovenzuelo que gracias a la Revolución alcanzó un buen nivel de educación, salud y empleo:

“No quiero saber de ningún socialismo”, y explica la razón de su cólera: “mucha gente empeñaba hasta el alma por unos pocos dólares. Lo nuevo que va a venir para este país, sea lo que sea, que le den otro nombre,” manifiesta. Todo un lobezno disfrazado de abuelita.

El propio corresponsal que la divulga, continúa gozoso afirmando: “La propaganda oficial convocando a los cubanos a acudir a las urnas cita más veces la Revolución que el socialismo. Por lo pronto, Cuba ya no es un país burbuja, como lo fue hasta fines de la década de los 80. La mirada insular está transitando hacia una visualidad global y el país, sobre todo en la capital, está viviendo una acelerada mutación hacia la modernidad. Y uno de sus efectos es que están descosiendo las costuras del socialismo importado décadas atrás.”

Se trata de la apelación vulgar del capitalismo imperial al egoísmo individual, predicado hace casi 240 años por Adam Smith como la causa de las riquezas de las naciones; es decir, ponerlo todo en manos del mercado. Eso crearía riquezas sin límites en un mundo idílico.

Pienso en África y sus casi mil millones de habitantes, víctimas de los principios de esa economía. Las enfermedades, que vuelan a la velocidad de los aviones, se propagan al ritmo del SIDA, y otras viejas y nuevas enfermedades afectan a su población y sus cultivos, sin que ninguna de las antiguas potencias coloniales sea capaz realmente de enviarles médicos y científicos.

Sobre estos temas hablé con Lula.

Fidel Castro Ruz Enero 26 de 2008

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